𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐎𝟑

Esa mañana cumplían una semana de no estar dirigiéndose más que monosílabos.

Raynell había preguntado con preocupación a su hijo, por separado y junto a su mejor amigo, si algo sucedía, siempre obteniendo sendas negaciones. Que pasaba algo era evidente hasta para Troten, el motivo era lo que le intrigaba a Raynell. Además que sus hijos nunca habían pasado más de un par de días enfadados.

—Señora Raynell, deja de mirarme así -
—pidió Willy con un mohín, ya que los ojos de Raynell no dejaban de taladrarle la frente—. Es...

—No te voy a pedir que vayas al supermercado ni que riegues el jardín o limpies el sótano, así que no te quejes —interrumpió ella con serenidad y tomó un sorbo de su café.

Era domingo. No tan temprano como para que Troten no estuviese ya en camino a alguna práctica con su banda, ni tan tarde como para que Vegetta dejase de estar pegado a sus sábanas.

Unos minutos más pasaron. Willy siguió comiendo sus cereales y Raynell observándole.

—Tengo que pedirte un favor, cariño.

—Dijiste que no me ibas a obligar a hacer algo —dijo Willy con ligero resentimiento. La señora Raynell le sonrió, levantándose y llevando el servicio usado al fregadero.

—Quiero que por hoy no salgas de la casa y arregles las cosas con mi hijo.

—¿Qué? —preguntó cómo si no hubiera escuchado bien.

—Que no salgas hoy, ese es el favor que te quiero pedir. —Como Willy estaba abriendo la boca para protestar, viró hacia él y se adelantó a seguir —Hoy es mi aniversario con Troten, lo sabes, y vamos a ir a la ciudad a cenar y a quedarnos hasta mañana. Quiero que te quedes con Vegetta. No lo tomes mal.

—Pues parece —exclamó malhumorado y con el ceño arrugado.

—Willy, le dijo en advertencia, y él solamente encogió los hombros, dispuesto a irse sin más. Raynell tenía aquella miraba que indicaba que no iba a dar su brazo a torcer. Saliendo de la cocina casi se chocó con un Vegetta en pijamas y soñoliento, lo cual le hizo enojar aún más.

—¿Y ese qué tiene? —cuestionó Vegetta, ocupando el mismo lugar en el que estuvo sentando su hermano segundos antes.

Raynell suspiró profundamente.

***

—Oh, acabo de recordar que esa actriz salió en las noticias hace un tiempo por...

—No nos interesa —cortó Vegetta y ella no le replicó, haciendo que los sonidos que provenían del televisor fueran los únicos que se escucharan.

Estaba comportándose de manera grosera y antipática. Sin embargo, poco o nada le importaba porque...

Sentía celos. Malditos celos y un maldito ahogamiento debido a que la mano de Willy que la abrazaba estuviese a pocos milímetros de su hombro, trasmitiéndole calor.

(Porque las mariposas estaban ahí, volando en círculos, asfixiándole y multiplicándose sin importar que las rodillas se le sacudiesen brusca e insonoramente una contra otra. Que el corazón quisiese escapársele del tórax por su nariz o las orejas, o que sus nudillos estuviesen blancos por la presión que hacía contra el sillón.)

—Jodidos bichos —balbuceó furibundo.

—¿Vegetta? ¿Dijiste algo?

Vegetta negó con la cabeza antes de pegar un salto y alejarse sintiendo las piernas de mantequilla y la respiración entrecortada. Estaba furioso consigo mismo, por mostrarse como una nena y no tener autocontrol, y sobre todo, estaba furioso con Willy. Su mejor anigo había traído a su novia a la casa en vez de marcharse, al igual que todos los fines de semana. Todavía estaba fuera de su comprensión cómo habían acabado los tres viendo una película en la sala.

Se sentó en el suelo de la cocina y una indescriptible necesidad de que Willy se preocupase por él, nació desconsolándole.

—Oye... ¿estás bien? —Al escuchar el tono grave, levantó inmediatamente la vista y negó repetidamente.

Su amigo se sentó a su lado, dejándolo otra vez sometido al calor que irradiaba su cuerpo. Intuyendo que la piedra en su garganta cobraría más tamaño y pronto le impediría hablar, Vegetta pasó saliva varias veces.

—Lo siento.

—¿Qué?

—Lamento haber sido desagradable —arrastró las palabras cuidando de que no se notase la falta de veracidad. No se arrepentía (básicamente debido a que le fue humanamente imposible actuar de otra forma), pero su parte racional le gritaba que debía decir algo así. —No deberías dejarla sola tanto rato —suspiró en tono cansino.

—Ya se marchó. —Willy llevaba una expresión indescifrable. Y la conservó aun cuando dijo lo siguiente, buscando contacto visual: —No quiero estar peleado contigo, Vege.

Sintiendo que la rabia, la impaciencia y las ganas de ser hipócrita se disolvían entre los revoloteos de las mariposas que se resistían a morir en su estómago, los ojos se le humedecieron y quedó sin fuerzas.

—Willy

—Déjame hablar —demandó el rubio, bajando la voz y con una mirada intensa. —Lo que pasó esa vez no fue algo... algo que... que... Mierda, no sé qué decir. Fui un estúpido por comenzar a molestarte y lo siento. ¿Podemos olvidarlo?

Vegetta asintió (a pesar de las cosas no eran tan fáciles como para decir un lo siento y para aceptarlo sin más), y tomó la mano que Willy le tendió para incorporarse.

—Ella es bonita —comentó un rato después, viendo las espaldas de Willy mientras subían escalón tras escalón-. ¿Por qué la trajiste aquí? —Mordiéndose el labio, siguió a su amigo que ingresaba al baño.

—Tú madre me pidió que me quedara esta noche en tu casa. —Willy cogió su cepillo de dientes y le puso pasta dental antes de clavarle los ojos a través del espejo. —Estaba molesto y pensé en irme de todas formas, ¿sabes?, con tal mamá no iba a estar y era tonto que me castigara por eso... Pero no pude, así que le invité a aquí.

Willy fue observado penetrantemente unos instantes por Vegetta antes de que éste le sonriera y lo dejara a solas.

***

Súbitamente, se despertó con la respiración hecha una revolución y el pulso acelerado, sin poder creer lo que había soñado.

Deshaciéndose de la pierna de Andreas que le apresaba la cintura por su forma aparatosa de dormir, se levantó y fue a buscar agua con rapidez y buscando no hacer ruido. La boca y la garganta las tenía resecas. Llegó a la cocina y llenó una taza, vaciándola de golpe y sintiendo que el frío se colaba en su cuerpo a través de sus pies descalzos.

El sueño de esa noche había sido tan vívido que todavía podía sentir las corrientes eléctricas de cada toque y cada beso en la piel. Su inconsciente se había hecho cada vez más atrevido en cuestión a Willy, y ahora todo era... demasiado sexual y excitante, no se sentía tranquilo. No sabía cuándo exactamente había dado inicio, aunque en ocasiones se preguntaba si estaba destinado a ser.

Umh, sí, claro, destinado a sentirse atraído a su mejor amigo, a la persona que, probablemente, más quería.

Vegetta nunca había sido de las personas que se mienten a sí mismas, así que, después de una pelea con Willy en la que le contó de su gusto por los hombres y acabaron discutiendo, no había tenido más camino que aceptar que sentía algo incestuoso por su propia sangre.

De ahí unos aspectos habían sido más fáciles de enfrentar, como los celos acuciantes y desagradables, que tuvo que tragarse como valentía; las mariposas, algunas veces desagradables, la mayoría agradables e inquietantes. Sin embargo, otros, como el deseo sexual, la necesidad a veces física de hasta el mínimo contacto con el rubio, era enloquecedor.

Tenía diecisiete años, ¿realmente podía ser de otra forma? Era una revolución andante de hormonas.

Temblando ligeramente, se encaminó de vuelta a su habitación.

—¿Pasó algo? —preguntó un Luzu adormilado en cuanto ingresó a su dormitorio.

Negó con la cabeza, sabiendo que, a pesar de que Luzuriaga fuese su mejor amigo desde siempre, fiarle los pensamientos, sueños y sentimientos retorcidos que habían nacido dirigidos hacia su mejor amigo, rebalsaba con creces la confianza que le tenía.

—¿Estás seguro? —es castaño ahogó un bostezo y se recostó. —Puta, cómo me duele el brazo —se quejó sin dejarle responder. —Creo que hubiera estado más cómodo durmiendo en el suelo.

—¿Te ofrezco mi cama y así es cómo me lo agradeces? Que me sirva de lección para no ayudar a los desamparados... —Vegetta fingió una voz herida antes de soltar una risotada que Luzu acompañó.

—Son las tres de la mañana. ¿Tuviste una pesadilla o...?

—Nah, solo fui al baño. —Acomodaron las sábanas y cobertores, y se quedaron callados por largo rato. —Oye, ¿notas algo extraño en Willy estos días?

—No, aunque no estuvo muy feliz cuando le dije que iba a quedarme, recordando las pijamadas que hacíamos antes...

—¿Pijamada? —preguntó Vegetta con una risita-. Luzu, eres tan gay.

El otro chico le pellizcó un costado, provocándole soltar un chillido retumbante y el pensamiento inmediato de tomar represalias.

Y estaba por hacerlo, cuando unos golpes furiosos se escucharon contra su puerta, junto a un vozarrón que gritaba: —¡Es de madrugada, cállense que van a despertar a todo el mundo!

—¿Ese fue...? —preguntó cuando el silencio retornó.

—Willy, sí —confirmó Luzu, interrumpiéndolo con las cejas alzadas. —Qué cabrón, él ha hecho más escándalo que nosotros. —Vegetta no dijo nada, echándose. —Si no le conociera mejor, con la actitud estúpida que tiene a veces conmigo y contigo cuando estamos juntos, diría que me tiene celos, pero suena hasta gracioso, ¿no?... ¿Vegetta? ¿Estás ahí?

Al no obtener respuesta, asumió que su amigo había caído dormido repentinamente, así que se dio la vuelta, acomodándose y cubriéndose hasta las orejas.

Pero Vegetta no estaba dormido, solo mantenía los ojos cerrados y estaba encogido en su posición por el temor a que la cálida sensación que sentía por todo el cuerpo y el alma, se desvaneciera.

¿Willy celoso? Sonaba tan... confortante y como si pudiera abrir de par en par el módulo que contenía todos los estremecimientos y la alegría pecaminosa de saber que, tal vez (muy tal vez), podría ser correspondido.

Esa ocasión, ante simples cavilaciones y pequeñas esperanzas, las mariposas no se liberaron, pero sí movieron sus alitas, haciéndole recordar todas las veces que habían nacido, perdido la razón y muerto a causa de Willy.

***

—¿Sabes en qué he estado pensando obsesivamente desde hace poco? —Vegetta levantó la vista del pantalón a rayas que no se decidía a comprar y negó con la cabeza. —En el beso que nos dimos cuando teníamos nueve.

Sin poder evitarlo, el pelinegro lanzó una carcajada que le hizo recibir una mirada de reproche de una dependienta. Agarró el pantalón e indicó con un gesto el probador. Luzu le siguió el corto camino antes de agregar más.

—En serio. Hace poco que soñé con eso y desde ahí no puedo dejar de darle vueltas. Me besaste, Vegetta, te aprovechaste de mi inocencia.

—Sí, hace un millón y un poco más de años, Luzu —consintió con una cándida sonrisa antes de iniciar el proceso de desabrocharse la correa y luego el jean para bajárselo, con toda la intención de probarse el pantalón-. No fue la gran cosa. Son favores que se hacen los amigos.

—Vegetta —dijo con tanta seriedad que el mencionado dejó de hacer lo que estaba haciendo, y giró un tanto para ver con atención a su amigo pelinegro, —no te conté pero ese beso me dio más sensaciones que las de... ni me acuerdo cómo se llamaba la niña con la que me besé.

Vegetta abrió la boca para rebatir algo con una fina arruga entre sus cejas, sin embargo, Luzu no lo dejó, ya que con rápidos movimientos lo acorraló, bragueta abajo y medio pasmado, para besarle con seguridad.

Antes de devolver el beso, el último pensamiento que tuvo fue que los labios de Luzu eran muy suaves.

Más tarde, cuando las aclaraciones apropiadas estuvieron hechas (el "me gustas pero con el carácter hijo de puta que tienes, paso; ¡seremos como amigos con beneficios! Y no me des esos ojos, sabes que ni tú mismo te soportas a veces. —Vaya amigo que tengo. ¡Amigo con beneficios!, piénsalo, es de genios
y los corrieron de la tienda por desvergonzados, Vegetta notó la ausencia de aquel vértigo en su estómago, el hormigueo, pero no le hizo caso.

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