𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐎𝟐
Con diez años ya, Willy y Vegetta seguían manteniendo la misma relación, no tan volcados uno en el otro como solían estarlo cuando eran más pequeños, pero mucho más estrecha que cualquier par de amigos
—¿Entonces ya te habías besado con alguien? —Los ojos de Willy estaban abiertos de par en par, la incredulidad casi palpable en su voz—. ¿Con quién? ¿Cuándo?
Vegetta, haciendo caso a la vocecilla dentro de sí que decía que a Willy le disgustaría mucho saber de que su primer beso había sido con Luzu, cogió la última de las galletas recién horneadas por su mamá y sonrió.
—Fue hace casi un año. No le tomé importancia.
Sintiéndose culpable, porque no era cierto, y porque una que otra vez buscó repetir la experiencia con Luzu, le extendió a Willy su galleta, ofreciéndosela y sorprendiéndose cuando él agachó la cabeza a la altura de su mano y le dio una mordida, rozando sus labios con sus dedos.
Y, asombrosamente, ahí estaban: las mariposas volviéndose locas dentro de las paredes de su estómago, chocando una con la otra, sacudiéndose.
Turbado, Vegetta salió de la cocina luego de mascullar una frase inentendible, y subió de dos en dos los peldaños, llegando a su recámara y encerrándose ahí.
¿No solo los besos podían hacerle sentir eso…?
Únicamente había sido un roce de un instante pero había producido lo mismo que cualquier beso que se hubiera podido dar, sea con Luzu, o con aquella niña que, recién se había enterado, también se había besado con Willy.
Sin saber si estaba bien o mal, se sentó en el suelo, abrazándose a sus rodillas y esperando a que las mariposas decidieran que había sido suficiente revoloteo.
***
—Ehm… —Willy miró alternativamente el bote de cera que tenía en las manos y a él—. ¿Sí?
No quería pronunciar un “ayúdame”, y Vegetta lo entendía, así que asintiendo hizo un espacio entre sus piernas para que su mejor amigo se sentara ahí.
Había estado mirando un programa en la tele de la sala, nada interesante, así que el cambio de actividad no le molestaba.
Ya tenían trece años.
Ahora cualquiera que no mirara con atención sus facciones no podría afirmar que eran amigos: cada quien llevaba el cabello como quería, al igual que la ropa. Hasta el tono de sus voces era diferente.
Perdiéndose en sus cavilaciones sobre en nada en concreto, Vegetta siguió cogiendo la cera y las rastas hasta que, tirando con más fuerza de la que debía, hizo que Willy gimiera por el dolor.
—Lo siento —murmuró notando que sus latidos se aceleraban violentamente.
Pero minutos después volvió a hacerlo, obteniendo el mismo sonido de su amigo y confirmando que su corazón sí estaba agitado por esa razón.
—Auch, mierda —clamó Willy—. No seas tan brusco o le pido a la señora Raynell que lo haga —dijo, aunque sabía que inútil, su mamá ni siquiera estaba en casa.
Cuando Vegetta volvió a hacerlo por tercera vez, indudablemente a propósito, dejó ir el último jadeo antes de voltear la cabeza, preguntando con los ojos qué era lo que pasaba. Encontrando a Vegetta ruborizado, se extrañó.
—¿Qué?
—Ya no voy a hacerte doler, gírate. —Para su alivio, Willy lo hizo.
Sintiendo que las manos le temblaban involuntariamente, siguió echando cera en el cabello de su amigo. Y mientras pasaban los minutos, y Willy seguía quejándose bajito muy de vez en cuando, sintió algo casi olvidado.
Algo en su estómago, cosquillas y como un peso encima del pecho. Dios. ¿Acaso eran… las mariposas? ¿Mariposas causadas por los jadeos de dolor de Willy? Sí, sabía que era así.
Mariposas causadas por Willy, unos bichos que se distribuían irregularmente en todo sitio, incluso en sus entrañas y en su entrepierna.
Y se mordió el labio cuando se dio cuenta de que esa sensación que le invadía cuando deslizaba la mano hacia la dureza que había aparecido allá abajo, y se acariciaba hasta que no podía más y explotaba (sintiéndose relajado y satisfecho), no era muy diferente a la que sentía ahora.
***
Cuando tenía quince años, una de esas tardes en las que Raynell y Troten viajaban por un fin de semana para relajarse, Willy y él se habían quedado al cuidado de la abuela que estaba de visita.
Esa había sido la primera vez que vieron una porno en la habitación de sus padres (mientras la nana echaba la siesta de media tarde a pierna suelta frente a la TV de la sala).
A Vegetta le habían impresionado los grandes pechos mientras que a Willy le había dado curiosidad los fluidos y los gemidos escandalosos.
De esa ocasión ya habían pasado cuatro años, y de la impresión de Vegetta y la curiosidad de Willy, no quedaban ni rastros. Cada uno, por su lado, había buscado experimentar.
Así ahora Vegetta sabía que no todas las mujeres poseían tetas tan grandes como para que dieran saltos de arriba-abajo, abajo-arriba de forma rítmica montando a su pareja del momento. Y que algunas que no las tenían, se las ponían.
Resumiendo: las cosas no siempre eran naturales.
Y Willy sabía que a menos que tocara o rozara en los lugares indicados, no iba a arrancar más que risitas nerviosas o jadeos de incomodidad… Y que las malditas zonas erógenas no tenían ninguna señalización y a veces resultaba difícil localizarlas.
—¿Por qué las chicas son tan complicadas? —se quejó Willy con un mohín.
Estaban a solas en casa, sus padres habían salido a una cena importante y faltaban pocos minutos para la medianoche.
Los gemidos y ruidos sexuales inundaban la estancia.
—Baja el volumen un poco.
—No quiero —contestó Willy, haciendo todo lo contrario solo para molestar a su amigo, quien le miró arrugando el entrecejo—. ¿Qué? No me digas que al pequeño Vegetta le da vergüenza mirar una peli de adultos.
—No jodas —dijo tajante. Se quedó un instante en silencio antes de preguntar—: Oye, por qué dices que las mujeres con complicadas.
Cuando las mejillas de Willy se acaloraron, Vegetta soltó el empaque de gomitas que devoraba y se giró noventa grados, buscando enfrentar al otro chico y estirando una pierna para picarle con los dedos del pie.
—¿Wilfred anda con problemas de cama con la novia?
Willy desvió los ojos y la boca de Vegetta casi se cae al suelo. Con agilidad se posicionó a lado de su gemelo.
—No sabes lo que dices.
—¿Eh? Y no digas que me importa, porque sí me importa y porque no quiero que hagas quedar mal el apellido de tu familia —expresó con sorna.
Que algo así le dijera Vegetta, el que se teñía el cabello morado le espantó a Willy, casi tanto como le provocó ganas de carcajearse. Mezcla extraña.
—Qué mierda hablas —increpó—. Tú ni siquiera te has acostado con una chica.
—Define acostarse. —Vegetta sonrió ufano. Willy hizo una mueca de recelo, acordándose de que cuando tenían diez y Vegetta le dijo que ya se había besado con alguien—. No me veas así, porque… No, en serio, define acostarse
—Tú dentro de ella —respondió con rapidez y simpleza.
—Ah… eso no.
Sintiendo cierto alivio (porque las cosas volvían a parecer “normales”, a estar todo en el orden que consideraba correcto), Willy bajó el volumen, carraspeando al ver a un par de chicas besándose y tocándose apasionadamente.
—Pero sí ella comiéndome todo con la boca, y yo sí tocándole ahí.
—¿Por qué no me habías contado? —fue lo que Willy pudo decir cuando recuperó el habla, y algo parecido al orgullo (¿orgullo?, eso era lo que debía ser) brotaba en su pecho al igual que miles de corrientes eléctricas provenientes de su columna vertebral—. Creía que solo le entrabas a los hombres.
—También, aunque eso ya es difer… —Un cojín le cayó en plena cara—. ¡Willy!
—Concéntrate, porque creo que sí me puedes… —Su ego se tragó la palabra “aconsejar”; las manos le sudaban—. ¿Ella estaba húmeda? —Vegetta asintió—. ¿Caliente? —Asintió, nuevamente—. ¿Gimió mucho?
—Sí —Vegetta arrugó la nariz—, y estaba tan excitada que mis dedos…
Una de las conversaciones más abiertas y sinceras que se había dado entre los amigos en mucho tiempo se dio a continuación; mientras más hablaba Vegetta, más Willy se enteraba que su amigo pequeño tenía tanto o más conocimiento que él en cuestiones del cuerpo femenino y sexo.
¿Cuándo había podido pasar eso? Eso de separarse, eso de ni siquiera compartir descubrimientos, fue lo que pensó Willy.
En cambio, Vegetta se encontraba con mucha energía, sintiendo la satisfacción de poder contar con toda la atención de su amigo por unos segundos, que él le considerara como alguien con quien realmente podía hablar de chicas, sexo y pasarla bien.
Pero mientras más hablaban, el brío y la comodidad inicial se le fue agotando, y al final Vegetta no pudo hacer más que admitir que: —Lo cierto es que no me gustó.
Willy no dijo algo sino hasta que se giró, su rostro enfrentando el televisor.
—¿Por qué?
Vegetta pasó duro saliva y la cara se le puso de todo el rojo brillante que no se manifestó aún cuando describía con detalles y sin vergüenza su escasa experiencia sexual con una mujer.
Recién estaba en camino a los dieciséis pero podía decir con toda seguridad que prefería un millón de veces ser el centro de atención ojos masculinos y envidia de chicas por este hecho, que estar pensando en complacerlas a ellas en sus caprichos e idioteces así.
—Porque tenías razón, prefiero a los hombres —afirmó buscando mostrar firmeza.
—Ya sabía que tenía una mejor amiga en vez de un mejor amigo —suspiró Willy y Vegetta profirió un “¡Idiota!” en reclamo. Distendiendo sus músculos, tomó aire antes de seguir hablando—: Vamos, que hasta mamá y Troten lo saben. Y Lolito, ,alexby y Luzu…
Haciendo una mueca y diciendo que era suficiente, Vegetta le regaló el dedo del medio a su amigo y dio grandes zancadas para alejarse.
Le parecía desconsiderado de parte de Willy que lo pusiera a guasa luego de tener el coraje de admitir en voz alta algo que, si bien todos se sabían, nunca se había tratado abiertamente.
—No te hagas la ofendida… —Escuchando el femenino en las palabras, regresó sobre sus talones y soltó insultos, uno tras otro, subiendo el tono cada vez más—. Ya, Vegetta, lo siento —interrumpió Willy sin un ápice de franqueza cuando creyó que era suficiente.
Pero Vegetta no lo consideraba así, y únicamente se detuvo cuando recibió una jalada de pelo. De ahí todo se volvió físico. Golpes bajos dados sin demasiada fuerza, los dos peleándose y revolcándose en el suelo como si se tratara de un par de niños que no saben otro modo de arreglar sus diferencias.
Con la respiración agitada y la ropa desarreglada, Vegetta logró sentarse encima de su amigo, una pierna a cada lado, atrapándole los brazos para impedir todo movimiento.
—Basta, ganaste —se rindió Willy casi sin aire y abandonando todo intento de liberarse. Vegetta podía verse más delgado y esbelto pero tenía tanta fuerza como él, el condenado—. Sal de encima ahora mismo.
Aunque el peso no fuese incómodo, sí lo era la posición y que Vegetta estuviera aplastando con su trasero sus partes sensibles que con tanta conmoción y contacto (y a pesar de hubiese sido con brusquedad), no habían quedado del todo indiferentes.
—No lo pienso hacerlo hasta que te disculpes con sinceridad.
Pasar de estar hablando de chicas a su orientación sexual y terminar en la posición en la que se encontraba, era curioso. Vegetta se sentía bien con las palpitaciones desbocadas de su corazón y sus sienes, la cara caliente por el esfuerzo realizado y las extremidades un poco temblorosas.
Sin saber por qué, se trasladó a aquellos días donde el abandono de su padre era una herida reciente y la compañía (y manos y abrazos y miradas y sonrisas) de Willy significaba el comienzo de su mundo y el fin.
Como su amigo se mostraba renuente a hacer algo, dejó de apoyarse en sus rodillas por un instante, asentando todo su peso en Willy para tomar impulso y levantarse, pero… no pudo. No porque allá abajo sintió algo que pudo identificar inmediatamente.
Y violentamente nacieron las mariposas, aleteando y colisionando entre ellas con ímpetu, subiendo hasta su garganta y bajando hasta la punta de sus pies, dejando un hormigueo irresistible que carcomía por dentro.
—Willy… —musitó, paralizado, sintiendo la excitación creciendo a pasos agigantados en su propio cuerpo.
—Quítate de ahí. Ahora.
Como Vegetta no se movía, se incorporó con brusquedad, dejándolo en el piso y desapareciendo apresuradamente camino a las escaleras, sin mirar atrás y sin decir palabra alguna.
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