Parte única.

|Lo siento, debo ser una niña mala|

Mirabas a través de la ventana de manera taciturna, observando lo que se hallaba afuera con la poca claridad que la luz lunar te brindaba. Pronto iba a amanecer, aquel satélite natural que empezaba a desaparecer y el cielo que empezaba a aclarar poco a poco te lo afirmaban.
Suspiraste pesadamente y recargaste tu frente en el cristal, sintiendo tus ojos escocer y tu pecho encoger al mismo tiempo, con unas innegables ganas de gritar y desahogarte como diera lugar. Ya la situación te estaba superando. Algo en tu ser dolía, pero aquello no se debía a las heridas ni a las cicatrices físicas que aún poseía tu etéreo cuerpo, a las que ya tanto estabas acostumbrada y que pensabas que era... normal.

Tu creencia de la realidad era incorrecta, después de todo.

Cerraste tus ojos con fuerzas para ahuyentar las pocas lágrimas que empezaban a acumularse en tus párpados, percibiendo tu pulso desbocado gracias a la gran inseguridad que sentías; no sabías qué hacer. Por un lado estaba tu progenitor, el cual te amaba por sobre todas las cosas y te lo demostraba sin miramientos; y estaba él, Gohan, ese chico de cabello negros y mirada tierna que en esos momentos se hallaba durmiendo en el piso con tal de dejarte descansar en la cama, aquel que te encontró a mitad de la noche en la calle, tomó tu mano dulcemente y curó las heridas de tu colapsado cuerpo mientras afirmaba que tu ser no tenía nada de feo.

Pero... él no te quería comer...

Ciertamente ese chico se compadeció de ti, pese a ver tu horrible apariencia, ¿pero de qué servía si no te ejercía daño? ¿Si no te demostraba que te correspondía? Incluso... parecía que te odiaba; es decir, Gohan hizo lo contrario a lo que tu papi te hacía.
Apretaste tu mandíbula y volviste tu vista atrás, percibiendo la imperturbable cara de ese individuo de cabellos azabaches, aquella que siempre te daba una sonrisa. ¿Qué diría tu padre al saber que estabas enamorada de alguien más? Sin duda alguna, eras una niña mala por hacer semejante traición hacia la persona que más te amaba, por haber huido de tu hogar días atrás, por haber intentado hacer que otra persona que no fuera tu progenitor te comiera. Merecías que te encerraran y ese fuera tu final.

¿Qué pensabas? ¿Que alguien más que no fuera tu papá desearía comer tu desagradable cuerpo? Ja, ilusa.

Tu respiración se volvió irregular y las lágrimas finalmente resbalaron por tus mejillas mientras percibías tu pecho arder más aún. Eras una inútil, una niña inútil que no podía estar sin su papá, dabas lástima solamente, por eso ese chico de mirada tierna nunca intentó hacerte nada. Tu colapsado cuerpo solo generaba asco.
Y fue allí donde finalmente tomaste tu decisión.
Te limitaste a caminar de manera débil hacia donde estaba él y acomodaste el mechón que siempre caía por su frente, sonriendo con tristeza. Ese era el adiós.
Tal y como estabas vestida, simplemente saliste de la vivienda y emprendiste camino hacia tu verdadero hogar, con el pensamiento de qué diría tu padre al ver que la niña mala regresaba; ¿te despreciaría también? ¿Dejaría de amarte? ¿Te castigaría como aquellas veces en las que no soportabas su forma de amarte? No importaba, con tal de que te aceptara, podía hacer lo que quisiese contigo.

Tu cuerpo le pertenecía, al final de cuentas.

Llegaste a tu casa a mitad del día. Titubeaste un poco a la hora de la puerta, pero lo terminaste de hacer con el poco valor que reuniste; qué más daba, lo único que podías recibir era un rotundo rechazo... o aceptación, ¿quién sabía?
Cuando una persona extraña abrió y te dejó pasar con una sonrisa eufórica, no pudiste evitar sentirte un tanto sorprendida al notar que la morada estaba llena de gente desconocida que platicaba y bebía alegremente alrededor de tu progenitor. ¿Qué estaba pasando?
Las miradas de todos se posaron en ti, logrando que te encogieras en tu lugar de manera nerviosa. Tu padre tomó la palabra y te dijo que sabía que regresarías, que todos lo que se hallaban allí estaban esperándote para comer lo que restaba de tu colapsado cuerpo. Y no evitaste sonreír abiertamente y asentir con la cabeza de manera alegre, conforme con la propuesta. Si tu papá lo ordenaba, estaba bien ya que todo lo que hacía era porque te amaba.

Aunque, a mitad del acto, no pudiste evitar sonreír con melancolía al recordar a aquel particular chico que se compadeció de ti, olvidando momentáneamente el gran dolor que sentías por todo lo que te hacían.

—Lo siento... —fue todo lo que alcanzaste a decir antes de caer a una profunda oscuridad.

-Lindassj1

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