CAPITULO 2

Desde que tengo memoria, mi vida ha sido una tragedia en constante repetición. No sé qué es peor: el peso del odio que recae sobre mí o la soledad que lo acompaña. Desde que nací, he sido despreciada, rechazada y temida. Los adultos de Konoha me miran con recelo, sus ojos cargados de miedo y odio. Algunos se contentan con susurrar a mis espaldas, pero otros no dudan en herirme, en marcarme con su desprecio visible y tangible.

La escuela es quizás el infierno más cruel de todos. Ningún niño quiere estar cerca de mí. Siempre soy el blanco de bromas hirientes y crueles. Me han tirado cosas, roto mis pertenencias y, más de una vez, he tenido que huir para evitar agresiones físicas. En momentos como esos, los pasillos parecen cerrarse, las risas transformadas en cuchillos punzantes, y el peso de la soledad se convierte en mi única compañía.

Pero hay una excepción, un resplandor entre la oscuridad. Tn Gojo. Con su porte altivo y su poder deslumbrante, es el único que me ha tratado con algo que podría llamar decencia. A diferencia de los demás, Tn no me mira con desprecio ni miedo. Tiene algo más... una curiosidad mezclada con una indiferencia que, extrañamente, no me hace sentir menos humana.

Sus admiradoras, sin embargo, son otro cantar. Cada vez que intento acercarme a él más de lo necesario, me encuentro con consecuencias terribles. Me han empujado, me han gritado y hasta han llegado a hacerme cosas impensables para que me mantenga lejos de su amado Tn. Como si mi dolor no fuera suficiente, esas chicas se aseguran de añadir sal a las heridas abiertas, reforzando mi lugar en este ciclo interminable de desgracia.

Recuerdo una vez, hace no mucho, cuando todo se sintió demasiado abrumador. Caminaba bajo una lluvia torrencial, empapada hasta los huesos. No me molestaba el frío ni la humedad; la lluvia escondía mis lágrimas y, por un momento, podía llorar sin que nadie se diera cuenta. Fue en ese momento que me encontré con él. Con Tn. Su presencia, habitualmente radiante y deslumbrante, abrió un pequeño espacio de calidez en mi tormenta personal.

Bajo un paraguas, él caminaba con una elegancia casi irreal. Y cuando sus ojos se encontraron con los míos, esos ojos celestes, tan resplandecientes como el mismo cielo, sentí algo extraño. ¿Lástima? ¿Empatía? No lo sé. Pero en ese momento, y sólo en ese momento, no parecía ser solo el prodigio que toda Konoha admiraba y temía. Parecía una persona. Una persona que extendió un pequeño gesto de ayuda en mi infierno personal.

Ha sido el único momento de verdadera humanidad que he experimentado en mucho tiempo. Aunque sé que su acercamiento solo complicará más las cosas para mí, no puedo evitar sentir un atisbo de esperanza. Tal vez, solo tal vez, no todo sea un completo desastre.

Pero esa esperanza es frágil, tan frágil como el vidrio. Porque cada vez que me acerco a él, sus admiradoras están listas para recordarme mi lugar. Haruko, la paria. Haruko, la portadora del zorro de las nueve colas. Haruko, la que nunca debe acercarse al brillante Tn Gojo.

Y así continuo, navegando mi vida con la certeza de que, aunque pueda haber un pequeño resplandor de bondad, el mundo siempre estará dispuesto a apagarlo.


En la oficina del Hokage, el atardecer filtraba su luz en tonos dorados y anaranjados, proyectando sombras alargadas que danzaban sobre las estanterías llenas de pergaminos y documentos. Hiruzen Sarutobi, el Tercer Hokage, se encontraba sentado en su silla, revisando informes y pensando en las decisiones que debía tomar para mejorar la situación en Konoha. Frente a él, en su característico uniforme ANBU, estaba Kimiko, (la versión femenina de Kakashi,) una kunoichi de élite con una máscara que ocultaba su identidad pero dejaba entrever su expresión serena y decidida.

Kimiko: Señor Hokage, -comenzó Kimiko sin preámbulos,- quiero hablarle sobre el comportamiento de Tn Gojo últimamente.

Hiruzen levantó la vista de sus documentos, arqueando una ceja en señal de interés.

Hiruzen: Adelante, Kimiko.

Kimiko: La actitud de Tn ha cambiado, -continuó ella.- Está siendo más condescendiente, más rebelde y absolutamente despreocupado. Sigue metiéndose en problemas, y cuando estos escalan a peleas, termina lastimando a otros. Esto ha causado mucho malestar entre los ninjas más jóvenes y algunos jounin.

El Hokage encendió su pipa y tomó una calada mientras escuchaba atentamente. Exhaló el humo lentamente antes de responder.

Hiruzen: Tn es un recurso invaluable para Konoha, Kimiko. Su poder y habilidades son insuperables. Mientras sus acciones no pongan en peligro la aldea en su conjunto, no veo razón para interferir en su comportamiento.

Kimiko, detrás de su máscara, frunció ligeramente el ceño. Aunque su rostro no mostraba expresión alguna, en su corazón se sentía indignada. ¿Cómo era posible que Hiruzen permitiera tal grado de impunidad? ¿Acaso el poder absoluto eximía a uno de toda responsabilidad?

Kimiko: Entiendo, Hokage-sama, -dijo Kimiko, manteniendo su tono profesional.- Pero sus acciones están empezando a generar tensiones. La moral del escuadrón ANBU se está viendo afectada, y otros clanes están empezando a expresar su preocupación.

Hiruzen parecía imperturbable.

Hiruzen: Kimiko, Tn Gojo no es como cualquier otro ninja. Su dojutsu excepcionalmente único y sus habilidades lo colocan en una categoría aparte. Mientras él mantenga la seguridad de Konoha y siga siendo una carta de triunfo para nosotros, no debemos restringirlo. Deja que Tn haga lo que quiera. Si esas tensiones se convierten en un problema mayor, entonces lo manejaremos. Por ahora, confío en su juicio.

Kimiko sintió un nudo formarse en su estómago. Desde su perspectiva, la imparcialidad debía ser un pilar del liderazgo. Pero ahí estaba, el Hokage mostrando una clara preferencia, otorgando a Tn una libertad que ningún otro ninja podría siquiera soñar.

Kimiko: Entendido, Hokage-sama, -respondió ella finalmente, inclinando la cabeza en señal de asentimiento.

Sin embargo, en sus pensamientos, la lucha interna continuaba.

Kimiko: No es justo, -pensó.- Tn puede ser un prodigio, pero eso no debería ponerlo por encima de las reglas que todos debemos seguir. Este tipo de favoritismo sólo creará más tensiones a largo plazo. Pero... soy una ANBU. No puedo cuestionar abiertamente las decisiones del Hokage.

Mientras Kimiko salía de la oficina, Hiruzen volvió a sus documentos. Aunque su postura había sido firme, una sombra de preocupación atravesó fugazmente su mirada. El equilibrio en Konoha dependía de numerosos factores, y proteger a Tn Gojo era solo una de las muchas decisiones difíciles que debía tomar.

Kimiko, mientras caminaba por los pasillos del cuartel general, sentía el peso de la indignación y la frustración en su pecho. Aun así, como ANBU, su deber era claro. Acatando las órdenes, debía asegurarse de seguir observando y protegiendo a la aldea, incluso si eso significaba tragarse sus propias inquietudes sobre la creciente impunidad de Tn Gojo.


El murmullo constante del aula era un recordatorio incesante de la hostilidad que Haruko enfrentaba diariamente. Sentada en la última fila, agachaba la cabeza, intentando ser invisible en medio del bullicio. Pero, como siempre, era un esfuerzo inútil. Los susurros venenosos y las risas maliciosas perforaban su defensa emocional, hiriendo más que cualquier golpe físico.

Haruko: Los adultos me temen, los niños me desprecian. Desde pequeña, siempre ha sido lo mismo, -pensó Haruko con amargura.

Hoy no era diferente. Los bravucónes del salón la habían escogido como blanco, lanzando papeles y murmurando insultos mientras el profesor, como de costumbre, miraba hacia otro lado.

Bravucón: ¿Qué pasa, Haruko? ¿Sigues aquí porque nadie te quiere en otro lado?

Lanzó uno de los chicos, seguido de una risa cruel.

Haruko sintió las lágrimas quemar bajo sus párpados, pero se negó a dejarlas caer. Tener los ojos húmedos sería una señal de debilidad, y ella ya sabía demasiado bien cómo aprovecharían eso sus acosadores. Intentaba no escuchar, no responder, rogando en silencio que la campana sonara pronto.

De repente, un silencio inusual cayó sobre el aula. Haruko alzó la vista, sorprendida por la repentina pausa en los insultos. Ahí estaba Tn Gojo, de pie, alejándose de su asiento con los ojos celestes resplandecientes, que brillaban con una intensidad hipnotizante. Caminaba hacia ella con una calma que contrastaba con la tensión en la sala.

Bravucón: ¿Qué haces, Tn?

Uno de los bravucónes trató de enfrentarlo, pero la mirada de Tn era gélida e imperturbable.

Sin pensarlo dos veces, Tn golpeó a los tres chicos que la molestaban. Sus movimientos eran precisos y eficaces, dignos de un ninja entrenado. Con cada golpe, los bravucónes caían al suelo, aturdidos y asustados. El aula entera quedó boquiabierta, congelada en un silencio lleno de asombro y temor. El profesor, que hasta ese momento había ignorado la situación, se quedó paralizado, incapaz de intervenir por la autoridad implícita que emanaba de Tn.

Haruko, con el corazón latiendo con fuerza, observó incrédula cómo Tn se sentaba a su lado. La serenidad con la que lo hizo, como si nada importante acabara de suceder, la dejó sin palabras.

Tn: ¿Estás bien, Haruko?

Le preguntó Tn, su voz calmada y su mirada suave, totalmente contraria a la brutalidad que había mostrado momentos antes.

Haruko asintió, demasiado sorprendida para hablar. Las lágrimas que había estado conteniendo ahora amenazaban con salir, pero por una razón completamente diferente. Nadie, aparte de Tn, había mostrado alguna vez la menor intención de defenderla.

El murmullo en la clase comenzó a elevarse nuevamente, pero esta vez, las miradas sorprendidas y los susurros no eran para ella, sino para Tn. ¿Quién era este chico que se atrevía a desafiar el status quo tan abiertamente? ¿Que no temía enfrentarse a quienes disfrutaban de su sufrimiento? Ese definitivamente era Tn Gojo, el chico de los ojos bendecidos.

Haruko no sabía qué decir. Solo podía mirar a Tn, con agradecimiento y un nuevo sentimiento de esperanza floreciendo en su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía completamente sola. Tn Gojo, con esos ojos celestes que hipnotizaban a todos, había roto su soledad con un simple, pero poderoso, gesto de bondad.

CONTINUARÁ.

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