𝟎𝟗
Como cada día, semana tras semana, el sol salía por por este y se escondía por el oeste, una y otra vez gracias a la rotación constante del planeta.
Los aldeanos recibieron a Giyū y a Khione con los brazos abiertos, alegres por la nueva pareja que se unió a su pueblo.
Los protagonistas habían llegado a conocerse bastante en las últimas semanas, ya que el reservado Pilar poco a poquito se fue abriendo hacia la dama, llegando a confiar en ella.
También hicieron amistad con varios de sus vecinos; un ejemplo es Nuna, la amable y vivaz esposa de Yamamoto.
Hoy Khione se encontraba haciendo un poco de botánica en la pequeña parcela donde se encontraba su casa, ya que quedaría mucho mejor llena de bellas florecillas y algún que otro árbol, la mayoría que sembró fueron brunneras y nomeolvides todas de color azul.
─¿Por qué haz elegido plantar tantas flores del mismo color?, hay muchísimas más variedades─ Preguntó su amiga, mientras la ayudaba.
La de cabeza plateada sonrío e hizo un levantamiento de hombros despreocupada.
─Es que gusta mucho su color─ Respondió, continuando con su tarea.
Nuna soltó una risita, moviendo la cabeza divertida. Aunque Khione no diga directamente la razón exacta, ella sabe que el por qué es que esas plantas comparten el mismo tono que los ojos de su "marido".
En medio del bullicioso mar de gente del mercado, habían puestos de todo tipo. Mientras el chico caminaba por el lugar observaba cada uno de los kioscos, buscando algo que llamara su atención, minutos después, se detuvo frente a un puesto lleno de frutos frescos de colores vibrantes.
─Diez de esos, por favor─ Señaló las frutas vestidas de naranja pastel.
Después de recibir los artículos ya empaquetados del vendedor, extendió el pago.
─Gracias, vuelva pronto─ El kiosquero hizo una pequeña reverencia sonriente.
El de cabellos azabache imitó la reverencia para luego seguir su camino.
─¿Melocotones?─ Preguntó Yamamoto con una brillante sonrisa, mirando al joven que camina a su lado.
Giyū asintió tomado uno entre sus manos. ─Al verlos recordé que a mi mujer le encantan─ Explica recordando la alegría que pintó su rostro aquella tarde, cuando llegó a casa con una docena de Duraznos que les había regalado un vecino.
─¡Eres muy amable, muchacho!─ Carcajeó Yamamoto animado. ─Tienen muy buena pinta, seguro que a tu chica le encantarán─
Los labios del Pilar se curvaron ligeramente hacia arriba, sinceramente
desea volver a ver esa sonrisa.
Unos ojos centelleantes observaban bailar las flores a la par del céfiro que soplaba dulcemente su jardín en ciernes. Unos tranquilizantes puntos azules pintaban el paisaje acompañados de los listones verdes del césped.
En la profundidad de la fascinante exhibición frente a sí, sintió una presencia familiar acercándose.
─Estoy en casa─ Una voz suave sonó.
Khione se volteó hacia él, recibiéndolo con una cálida sonrisa. ─Bienvenido a casa, Giyū─
Giyū le tendió el paquete que rato antes había comprado. La chica estiró cautelosamente la mano para tomarlo, con un brillo curioso en sus orbes plata. Ambas manos se rozaron en un momento fugaz. Pero ese pequeño roce provocó una chispa que ardió en sus pieles.
─¿Duraznos?─ Se puso de pie frente a él, con emoción.
─Son tus favoritos, ¿verdad?─ Sonrió al ver la emoción en su expresión, su risa era el tipo de sonido que nunca se cansa de escuchar.
─¡Siii!─ Dando pequeños saltitos como si fuera una niña y dejándose llevar por la emoción se abalanzó sobre él, dándole un abrazo. Tras darse cuenta de lo que hizo se sonrojó aún más y se apartó rápidamente de él con miedo a incomodarlo. ─E-este... Muchas Gracias Giyū-san, me alegra que te hayas acordado─ Dejó escapar una ligera risita, al verlo apartar la mirada con un tono rojizo pintando sus mejillas.
─No soy de los que olvidan fácilmente─ Le dirigió la mirada.
El corazón de la señorita palpitó a gran velocidad al sentir sus ojos azules sobre su cuerpo. Intentando ignorar como se sentía tomó de la bolsa una de las frutas.
─Se dice que el melocotón es un icono de la inmortalidad. Como la ambrosía, el alimento de los dioses─ Empezó a decir haciendo una mueca al recordar algo desagradable. ─Nunca me a gustado el sabor de la ambrosía. Siéndote sincera, prefiero mil veces el sabor delicado, pero a la vez fuerte, de los duraznos. Amo su rica y jugosa dulzura─ Mostró una sonrisa dentada, demostrando su punto de vista.
El Hashira miró hacia donde se encontraba el arroyo que fluye continuamente no muy lejos de su cabaña, la alegría se había dibujado en sus facciones como si lo que dijo Khione no fuera más que una broma.
─Claro, como si tu hubieras probado la comida de los dioses─
─Si lo he hecho... en más de una ocasión, en realidad─ Informa despreocupada, dando un mordisco a la suculenta fruta, de tonos rosados y dorados, en su mano. ─Créeme, no es tan apetitoso como muchos piensan─
Su mirada se posa en la chica, con los ojos impregnados de escrutinio. ─¿Cómo así?...─ Sus cejas se arquearon, absorto en sus pensamientos. ─¿Quién eres realmente, Khio? Más bien... ¿Qué eres...?, tu presencia es muy diferente a las de todos las demás, como si no fueras humana─
La chica que se encontraba a mitad de un mordisco se quedó inmóvil, mirando desconcertada a Tomioka con ojos muy abiertos. Tras tragarse en seco el pedazo de fruto en su boca inventó una excusa: ─¡Oh, no! este... ¡se me queman los-─ Le dió la espalda para huir, dirigiéndose a la cocina, pero fue detenida por él, quien la sujetó por la muñeca y la acercó hacia él, dejando caer sin querer la bolsa de Duraznos. Encontrándose ahora cara a cara con la inquebrantable mirada del espadachín.
─Sólo quiero que me digas la verdad, Khio. Merezco saberla─ Dice Giyū, con emociones raras envueltas en su voz. ─¿Por qué me atacaste aquel día?─ Cuestionó recordando los sucesos. ─¿Y por qué pediste mi mano después?... no logro comprenderlo, es muy confuso─
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, amenazando con salir. ─Lo siento mucho, Giyū...─ Sus manos temblaban por la inesperada espiral de emociones gestándose en su interior. Soltando una profunda bocanada de aire, miró al Pilar a los ojos. ─B-bueno, yo... este... ¿y si te digo que soy una de las deidades femeninas, una ninfa,específicamente de la nieve, me creerías?...─ Confiesa, haciendo varias pausas, en un tono casi ineludible.
No hubo respuesta por parte de Tomioka.
─Actualmente estoy en una especie de exilio...─ Dijo con una sonrisa triste en los labios. ─Es el precio que tengo que pagar por haberte salvado la vida aquella noche de invierno...─ Se acercó a él para undirse en su pecho, ocultando la lágrima que rodó por su rostro. ─Perdóname...─
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