P R E F A C I O













El sonido de una botella y el inconfundible olor a bourbon expandiéndose por la habitación despertaron a la adolescente que dormía plácidamente en su cama, el susto fue tal que apartó su cuerpo por completó de las sábanas para mirar al hombre al pie del umbral que respiraba sonoramente y responsable de arrojar la botella, una segunda cosecha balanceaba su brazo izquierdo.

  —¿Dónde está tu madre? —habló firme y brusco, su voz no tenía una sola gota de alcohol así como en su sistema, ese hombre no estaba ebrio se hallaba en sus cinco sentidos para causarle terror a su hija.

  —No ha vuelto... —respondió, aunque se lo decía más para ella misma tras reconocer la hora que debía ser y el gesto furioso de su padre ante ella.

  —¿Dónde está? —repuso nuevamente avanzando hacia adentró del cuarto.

La joven respondió retrocediendo a medida que él caminaba a su encuentro y evitó los trozos de cristal desperdigados.

  —No lo sé, papá. —dijo titubeante de los nervios.

  —No mientas, no la escondas de mi. —contestó cada vez más borde, más agitado con su respiración subiendo por su cuello y expulsada por sus fosas nasales como un toro rabioso. — Dime dónde está.

  —Papá por favor... —intentó hacerlo reflexionar con los nervios a flor de piel y el miedo asomándose en sus orbes.

El susodicho no dio el brazo a torcer, arremetió contra un mueble cuando pasó junto y la chica ahogó un chillido por el fuerte golpe que debió herir el brazo de su progenitor y aún así no hubo rastro de dolor en su expresión.

  —Tu madre quiere dejarnos, tesoro, no permitas que suceda. —le citó ahora en un tono de voz más arrastrado y condescendiente. Formó una sonrisa que alteró más el pánico en la adolescente y rompió a zancadas el silencio que los invadió tras sus palabras.

Cazo por la muñeca a su hija, ella apenas logró dar tres pasos más antes de que su pesada mano la atrapará y no contuvo su gritó de la impresión.

  —Papá no se dónde está mamá, por favor, es la verdad, no lo sé. —chilló asustada.

  —Tesoro mío yo no te enseñé a decir mentiras ¿Fue tu madre, verdad? ¿ella te llenó la cabeza de estupideces? —el hombre cuadró su mandíbula hablando entre dientes y arrastró sin pudor a la adolescente por la habitación para salir llevándose los vidrios rotos por el caminó.

Uno cristal cortó en la chica la piel de los dedos de su pie y se quejó mientras trataba de seguir el paso a su padre, ya sin remedio para poder escapar del agarré que solo aumentaba su presión.

La botella restante qué su padre sostenía era un whisky puro de malta sin su tapa que iba derramando por tanto brusco balanceó.

  »—No te quedes callada, escupe donde se fue a esconder mamá o tendría que llamar a la policía. —murmuro sin dejar de apretar sus dientes y sus últimas palabras lo dejaron pensando, nublando su ceño fruncido.

  —Sueltame, me haces dañó papá. —forcejeó la chica, su piel seguramente magullada ardía en intentaba tener equilibrio sin demasiado apoyó de su pie derecho. — P-podemos esperarla, qu-quizás no tarda en v-volver.

El hombre parpadeó, como si despertará de un letargo sueño y la miró sobre su hombro con gran seriedad, los acercó al pie de las escaleras y rápidamente la empujó abajo.

  —¡Mentías, mentías a tu padre! —vocifero viéndola caer por los peldaños. — ¡Dime dónde se encuentra ella, ahora! —y lanzó la botella de alcohol hacia su hija.

La adolescente se vió golpeada en diversas zonas de su cuerpo, el dolor picó en sus costillas y cabeza inicialmente y por fortuna tuvo la suficiente consciencia para girar aún lado en el suelo antes que la botella le diera de lleno en el estómago. El alcohol salpicó toda su espalda y cabellos, algunos cristales arañaron su cuerpo y pronto debía esforzarse por estar de pie cuando escuchó los pasos del hombre descender por los peldaños.

  —¡¡Lilly!!

La castaña giró sobre sus talones al reconocer su voz. Tanto ella como su padre se congelaron al verla ingresar por la puerta y la mujer de castaña y rizada cabellera observó el escenario con horror y furia hacia su esposo.

  —Cariño... —la voz de su compañero se volvió débil, embelesada y casi encantadora.

  —Se acabó Jev. —exclamó la madre de la chica temblorosa tras una esquina de la sala.

  —¿Dónde estuviste? Estaba tan preocupado. —ignoró las palabras de su esposa con intensiones de acercarse a ella para abrazarla.

En respuesta de desasosiego e ira, la madre golpeó a su padre con un cuadro cercano que de astilló sobre los hombros de aquel y lo empujó para pasar hacia su niña.

  —Mamá... —la observó aturdida.

  —Lo lamentó tanto, Lilly. —susurro con lágrimas en sus verdosos orbes y la tomo delicadamente de la muñeca para salir por el patio trasero, pero su hija se dobló antes de llegar debido al dañó y la mujer reunió sus fuerzas para cargarla en brazos antes de escuchar un estruendoso gritó aclamando su nombre.

  —¡¡Evangelina!!

  —¡Mamá! —exclamó con espantó la adolescente al ver sobre su hombro a su padre tras ellas venir con toda la inestabilidad posible e implorando que se detuvieran cuando abarcaron el vehículo d ella acera.

  —Quédate dentro, hija, no salgas. —dijo con prisas la mujer una vez que dejó a la chica en el asiento del copiloto y azotó la puerta.

Nada más girarse fue apresada por los brazos de su esposo que la abrazó y se negó a dejarla irse con varios discursos que ya no endulzaron los oídos de su esposa y nunca más lo haría al comprender que una oscuridad mayor se había inmiscuido entre ellos desde el primer «Te amo» que ella le dedicó a él.

Más de un corazón se lastimó aquella noche de junio y los gritos destrozando cada promesa de fidelidad y amor puro.

Ante los ojos de Lillac todo se convirtió en una psicótica película de terror. Su padre estuvo dispuesto a eliminarla a ella para tener el camino libre con su madre, ya había dejado de verla como cuando tenía doce años desde ese momento todo se oscureció en su vida por un progenitor que había dejado de verla como tal, familia, para mirarla ahora como si solo fuera un estorbó.

Las sirenas de la policía resonaron en sus oídos mientras ella continuó inmóvil observando con los orbes perdidos la nada, delante de una bola de humo que expedia el vehículo chocado contra un poste de luz y el limpiaparabrisas salpicado con sangre.

Un oficial destrabó su puerta para sacarla del auto, pero Lillac se quedó suspendida en un estado de trance que la policía aludio creer que se debía al fuerte shock del momento.

Las personas del vecindario se agloremaron a soltar improperios, miradas desdeñosa o aterradas por los acontecimientos. Para Lilly ese pueblo era una cacería de brujas constante, siempre recriminando, señalando y acusando sin demasiados medios o pruebas, pero ahora finalmente se desharian de su familia como tanto quisieron.

  —Lillac Finnich, de diecisiete años, hija única del matrimonio. —anotó un oficial por un vecino que brindaba testimonio.

Entonces apareció del tumulto de uniformados Evangelina con desesperación para ver a su hija sentada en una ambulancia.

  —¡¡Lilly!! ¡¡Hija mantente fuerte, por favor, estaremos juntas otra vez, lo prometo!! —gritó entre lágrimas. — ¡¡No olvides jamás!!

Lillac respondió con una última mirada a su madre antes de verla ser metida en una patrulla y descendió al colgante color cobre antiguo de su cuello en forma de un corazón, tal cuál era, con raíces envolviendolo y lo abrió para escuchar esa dulce melodía una vez más.










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