⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀056.
Règine agarró firmemente su espada y se deslizó entre las piernas del gigante seguido de enterrarla en la nalga izquierda de este. Este aulló de dolor.
—Tendré que desinfectar la pobre espada en ácido después de esto —dijo la chica, se rió nerviosa al ver como el gigante se acercaba a ella más furioso que antes —. Ya estoy jodida, ¿cierto?
—Semidiosa despreciable. —gruñó el gigante.
—¡Despreciable su mamá!
Règine sacó su arco y cuando estuvo por disparar la flecha, el gigante la agarró desde el arco y la estrelló contra un árbol.
Comenzó a ver borroso y su sentido auditivo a fallar, su cuerpo se negaba a levantarse. El aire salió de sus pulmones a lo que tosió por falta de este. Escuchó los pasos del gigante aproximarse a ella a toda prisa al igual que su risa de victoria y satisfacción al ver que sería su merienda.
Tanaka se arrastró hacia su flecha más próxima y estuvo dispuesta a defenderse con eso, no sería una cena fácil y menos sabiendo que el chico que ama le correspondía.
—¡Hey! —el gigante volteó y una espada brillante le rasguñó la pierna y el abdomen.
El gigante intentó aplastarlo con un árbol pero Percy fue más rápido y se agachó a tiempo, Règine aprovechó la distracción y mató al gigante apuntándole con su arco en la cabeza. El gigante se convirtió en polvillo dorado apestoso.
—¿Estás bien, my lady? —preguntó Percy ayudándola a levantarse.
—Suenas como Chat Noir. —rió la chica aceptando el carcaj por parte del chico quién también lo recogió del suelo.
—¿Quién es ese? —preguntó confundido.
—¿Nunca viste Miraculous? —negó con la cabeza—. Olvídalo, después te explico, ahora hay que centrarnos en salvar al campamento y dormir a Gaia.
Ambos chicos corrieron hacia donde se encontraban el resto del campamento.
—¡Griegos! —chilló Percy—. ¡Vamos a… ejem… dar caña!
Los campistas gritaron como locos y atacaron.
La tierra se onduló bajo sus pies como si el Campamento Mestizo se hubiera convertido en un gigantesco colchón de agua. Los semidioses se cayeron. Los ogros resbalaron. Los centauros embistieron de bruces contra la hierba.
DESPIERTA, tronó una voz a su alrededor.
—¡Mentira! ¡Duérmete! —chilló Règine intentando usar su embrujahabla mientras ayudaba a liberar de la tierra a su hermano Sebastián, con ayuda de Stella.
La tierra pareció relajarse y regresando a la normalidad pero no lo suficiente para liberar a los caídos en tierra movedizas.
A cien metros de distancia, en la cumbre de la siguiente colina, la hierba y la tierra se elevaron arremolinándose como la punta de un enorme taladro. La columna de tierra se hizo más densa hasta transformarse en la figura de una mujer de seis metros de altura: su vestido estaba tejido con briznas de hierba, su piel era blanca como el cuarzo, y su cabello, castaño y enredado como raíces de árbol.
—Pequeños insensatos —Gaia, la Madre Tierra, abrió sus ojos de color verde puro—. La insignificante magia de vuestra estatua no puede contenerme.
Cuando lo dijo, Règine comprendió por qué Gaia no había aparecido hasta ese momento. La Atenea Partenos había estado protegiendo a los semidioses, reteniendo la ira de la tierra, pero incluso el poder de Atenea era limitado contra una diosa primordial.
Un miedo palpable como un frente frío invadió al ejército de semidioses.
—¡Manteneos firmes! —gritó Piper, hablando alto y claro con su capacidad de persuasión—. ¡Griegos y romanos, juntos podemos luchar contra ella!
Gaia se rió. Extendió los brazos, y la tierra se curvó hacia ella: los árboles se inclinaron, el lecho de roca crujió, y el suelo se onduló en forma de olas. Jason se elevó con el viento, pero a su alrededor tanto monstruos como semidioses empezaron a hundirse en el suelo. Uno de los onagros de Octavio se volcó y desapareció por la ladera de la montaña.
La tierra entera es mi cuerpo, tronó Gaia. ¿Cómo vais a luchar contra la diosa de…?
¡ZUM!
Gaia fue barrida de la ladera en medio de un destello de bronce, enredada en las garras de un dragón metálico de cincuenta toneladas.
Festo, renacido, se elevó en el cielo con unas alas relucientes, expulsando triunfalmente fuego por las fauces. A medida que ascendía, el jinete montado en su lomo se volvió más pequeño y difícil de distinguir, pero la sonrisa de Leo era inconfundible.
—¡Pipes! ¡Jason! —gritó—. ¿Venís? ¡La batalla está aquí arriba!
En cuanto Gaia despegó, el suelo recuperó su solidez.
Los semidioses dejaron de hundirse, aunque muchos siguieron sepultados hasta la cintura. Lamentablemente, los monstruos parecían desenterrarse más rápido y arremetieron contra las filas griegas y romanas, aprovechando la desorganización de los semidioses.
Jason rodeó la cintura de Piper con los brazos. Estaba a punto de despegar cuando Percy gritó:
—¡Espera! ¡Frank puede subirnos al resto de nosotros! Todos podemos…
—No, tío —dijo Jason—. Os necesitan aquí. Todavía hay un ejército que vencer. Además, la profecía…
—Tiene razón —Frank agarró el brazo de Percy—. Tienes que dejar que lo hagan, Percy. Es como la misión de Annabeth en Roma. O la de Hazel en las Puertas de la Muerte. Esta parte solo la pueden hacer ellos.
Era evidente que a Percy no le gustaba la idea, pero en ese momento una avalancha de monstruos arrolló a las fuerzas griegas.
—¡Eh! —le gritó Annabeth—. ¡Aquí tenemos problemas!
Percy corrió a su lado. Mientras Règine seguía intentando liberar a su hermano de la tierra ya que cuando la tierra recuperó su solidez, él estaba por la cintura. Mientras ella y Stella intentaban liberarlo, Malcolm Pace, Hazel y Frank cubrían sus espaldas.
—Creo que tendremos que cortarte la cintura. Lo siento, hermano. Pero no te preocupes, le pediré a la cabaña de Hefesto que te hagan una silla de rueda bien chida. —dijo Règine.
—¡¿Cómo se te ocurre, mujer!? ¡No, me niego a quedarme sin piernas! —chilló intentando salir de allí —. ¿Qué hacen viéndome ahí? ¡Ayúdenme a salir! ¡Por favor!
Después de varios intentos y ayuda de uno que otro campista y romano, lograron sacarlo.
Al día siguiente no había muchas respuestas.
Después de la explosión, Piper y Jason, que caían en picado inconscientes, fueron rescatados en el cielo por unas águilas gigantes y puestos a salvo, pero Leo no volvió a aparecer. La cabaña de Hefesto al completo registró el valle y encontró fragmentos del casco roto del Argo II, pero ni rastro de Festo ni de su amo.
Todos los monstruos habían sido destruidos o dispersados. Las bajas griegas y romanas habían sido considerables, pero ni mucho menos tan graves como podrían haberlo sido.
Por la noche, los sátiros y las ninfas desaparecieron en el bosque para asistir a una asamblea del Consejo de Ancianos Ungulados. Por la mañana, Grover Underwood volvió para anunciar que no percibían la presencia de la Madre Tierra. La naturaleza había vuelto a la normalidad. Al parecer, el plan de Jason, Piper y Leo había funcionado. Gaia había sido separada de su fuente de poder, se había adormecido y, a continuación, había sido pulverizada en la explosión conjunta del fuego de Leo y el cometa artificial de Octavio.
Un inmortal no podía morir, pero a partir de entonces Gaia sería como su marido Urano. La tierra seguiría funcionando con normalidad, igual que el cielo, pero Gaia se encontraba tan dispersa y débil que no podría volver a formar una conciencia.
Al menos eso era lo que esperaban… Octavio sería recordado por salvar Roma lanzándose al cielo en una mortífera bola de fuego. Pero era Leo Valdez el que se había sacrificado de verdad.
La victoria tuvo una apagada celebración en el campamento no solo debido al duelo por Leo, sino también por los muchos otros que habían muerto en combate.
Semidioses amortajados, tanto griegos como romanos, fueron incinerados en la fogata, y Quirón pidió a Nico que supervisara los ritos funerarios.
Nico aceptó en el acto. Agradecía la oportunidad de honrar a los muertos. Ni siquiera los cientos de espectadores le molestaron.
Lo más duro vino después, cuando Nico y los siete semidioses del Argo II se reunieron en el porche de la Casa Grande.
—Deberíamos haber estado allí al final. Podríamos haber ayudado a Leo.
—No es justo —convino Piper, enjugándose las lágrimas—. Todo el trabajo que nos costó conseguir la cura del médico para nada.
Hazel se deshizo en lágrimas.
—¿Dónde está la cura, Piper? Sácala.
Desconcertada, Piper metió la mano en su riñonera. Sacó un paquete envuelto en gamuza, pero cuando desdobló la tela vio que estaba vacío.
Todas las miradas se volvieron hacia Hazel.
—¿Cómo? —preguntó Annabeth.
Frank rodeó a Hazel con el brazo.
—En Delos, Leo nos llevó a los tres aparte. Nos suplicó que le ayudásemos.
Hazel explicó entre lágrimas cómo había cambiado la cura del médico por una ilusión (un truco de la Niebla) para que Leo pudiera quedarse el auténtico frasco.
Règine les relató el plan de Leo para destruir a una debilitada Gaia con una enorme explosión de fuego. Después de hablar con Niké y Apolo, Leo se había convencido de que una explosión como esa mataría a cualquier mortal a medio kilómetro de distancia, de modo que sabía que tendría que alejarse de todo el mundo.
—Quería hacerlo solo —dijo Frank—. Pensaba que podía haber una remota posibilidad de que él, un hijo de Hefesto, sobreviviese al fuego, pero si había alguien con él… Dijo que Hazel, Règine y yo, al ser romanos, entenderíamos de sacrificios. Pero sabía que el resto de vosotros no lo permitiríais jamás.
Al principio los otros se mostraron furiosos, como si tuvieran ganas de gritar y lanzar cosas. Pero a medida que Frank, Règine y Hazel hablaban, la ira del grupo pareció disiparse. Costaba estar enfadado con Frank, con Règine y con Hazel cuando los tres estaban llorando. Además, el plan parecía el tipo de proyecto furtivo, retorcido, absurdamente irritante y noble que Leo Valdez llevaría a cabo.
Finalmente Piper dejó escapar un sonido a medio camino entre un sollozo y una risa.
—Si estuviera aquí ahora, lo mataría. ¿Cómo pensaba tomar la cura? ¡Si estaba solo!
—Tal vez encontró una forma —dijo Percy—. Estamos hablando de Leo.
Podría volver en cualquier momento. Entonces podremos turnarnos para estrangularlo.
Nico y Hazel se cruzaron una mirada. Los dos sabían que eso no era posible, pero no dijeron nada.
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