⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀052.
Les cuento que he eliminado a los hermanos Thirlwall de la historia porque he caído en cuenta que ellos no hacían nada y cuando lo estaban por hacer no durarían ni dos capítulos cuando dizque iban a ser los enemigos de Règine así que si lo iban hacer debí de agregarlos a inicio de la historia y darles las apariciones que merecían. Preferí eliminarlos en vez de editar 52 capítulos xd.
Por cierto, sé que el beso entre Règine y Percy fue muy repentino e inesperado pero ese era mi objetivo, darles un momento poco predecible en vez de uno que sí lo fuera como la noche del cuarto de Percy y el picnic. Sabía que no se esperaban que el peso de Rency fuera en Atenas y menos el día del despertar de Gaia, así que lo aproveché.
XOXO.
—¿Y bien? ¿Quién será el primero en morir? Y apúrense por favor, tengo una cara de barro por detener. —dijo Règine.
A unos diez metros de distancia, Percy se inclinó sobre el rey de los gigantes tratando de sacar una espada de las trenzas de su pelo. Pero Porfirio no estaba tan aturdido como aparentaba.
—¡Necios!
Porfirio asestó un golpe de revés a Percy como si fuera una mosca molesta.
El hijo de Poseidón salió volando y se estrelló contra una columna con un crujido tremendo.
—¡Percy! —gritó Règine corriendo hacia Percy, pero en su camino se interpuso por cuatro gigantes.
Porfirio se levantó.
—¡Estos semidioses no pueden matarnos! No cuentan con la ayuda de los dioses. ¡Recordad quiénes sois!
Los gigantes se acercaron. Una docena de lanzas apuntaron al pecho de Piper.
Annabeth se levantó con dificultad. Recogió el cuchillo de caza de Peribea, pero apenas podía tenerse en pie, y mucho menos luchar. Cada vez que una gota de su sangre caía al suelo burbujeaba y pasaba del color rojo al dorado.
Percy trató de levantarse, pero era evidente que estaba atontado. No podría defenderse.
La única opción de ambas hermanas era mantener a los gigantes centrados en ellas.
—¡Venga, pues! —gritó Piper—. ¡Acabaré con todos vosotros si no me queda más remedio!
El aire se inundó de un olor metálico a tormenta. A Règine se le erizó el vello de los brazos.
—El caso es que no tienes por qué hacerlo —dijo una voz desde arriba.
A Piper casi le salió el corazón del cuerpo. En lo alto de la columnata más próxima estaba Jason, con su espada emitiendo un brillo dorado a la luz del sol.
Frank se hallaba a su lado, con el arco preparado. Hazel estaba sentada a horcajadas sobre Arión, que se encabritaba y relinchaba en actitud desafiante.
Un relámpago candente describió un arco en el cielo acompañado de un estallido ensordecedor y atravesó el cuerpo de Jason cuando saltó, envuelto en rayos, sobre el rey de los gigantes.
Durante los siguientes tres minutos la vida fue maravillosa.
Pasaron tantas cosas a la vez que solo un semidiós con trastorno por déficit de atención con hiperactividad podía seguirlas.
Jason se lanzó sobre el rey Porfirio con tanta fuerza que el gigante cayó de rodillas, alcanzado por un rayo y apuñalado en el cuello con un gladius dorado.
Frank soltó una descarga de flechas e hizo retroceder a los gigantes más próximos a Percy.
El Argo II se elevó sobre las ruinas, y todas las ballestas y catapultas dispararon simultáneamente. Leo debía de haber programado las armas con una precisión quirúrgica. Un muro de fuego griego se alzó ruidosamente alrededor del Partenón. No alcanzó el interior, pero en un abrir y cerrar de ojos la mayoría de los monstruos más pequeños murieron incinerados.
La voz de Leo tronó por el altavoz:
—¡RENDÍOS! ¡ESTÁIS RODEADOS POR UNA MÁQUINA DE GUERRA SUPERACHICHARRANTE!
El gigante Encélado gruñó indignado.
—¡Valdez!
—¿QUÉ PASA, ENCHILADA? —contestó la voz de Leo—. TIENES UNA BONITA DAGA EN LA FRENTE.
—¡GRRR! —el gigante se sacó a Katoptris de la cabeza—. ¡Monstruos, destruid ese barco!
Los ejércitos que quedaban dieron lo mejor de sí mismos. Una bandada de grifos alzó el vuelo para atacar. Festo, el mascarón de proa, expulsó llamas y los abatió chamuscándolos. Unos pocos Nacidos de la Tierra lanzaron una descarga de rocas, pero por los costados del casco salieron una docena de esferas de Arquímedes que interceptaron los cantos rodados y los redujeron a polvo.
—¡PONEOS ALGO DE ROPA! —ordenó Buford.
Hazel espoleó a Arión para que saltara de la columnata, y entraron en combate. La caída de doce metros habría partido las patas de cualquier otro caballo, pero Arión tocó el suelo corriendo. Hazel pasó volando de un gigante a otro, pinchándoles con la hoja de su spatha.
Haciendo gala de un terrible sentido de la oportunidad, Cécrope y sus hombres serpiente eligieron ese momento para unirse a la refriega. En cuatro o cinco puntos repartidos alrededor de las ruinas, el suelo se convirtió en una sustancia pegajosa verde y de allí brotaron unos gemini armados, encabezados por el mismísimo Cécrope.
—¡Matad a los semidioses! —dijo siseando—. ¡Matad a esos embusteros!
Antes de que muchos de sus guerreros pudieran seguirle, Hazel apuntó con la espada al túnel más próximo. El suelo retumbó. Todas las membranas pegajosas estallaron y los túneles se desplomaron, expulsando nubes de polvo. Cécrope echó una mirada a su ejército, reducido entonces a seis miembros.
—¡LARGAOS! —ordenó.
Las flechas de Règine acabaron con ellos cuando intentaban retirarse.
La giganta Peribea se había descongelado a una velocidad alarmante. Intentó agarrar a Annabeth, pero, a pesar de su pierna herida, la chica se defendió. Trató de apuñalar a la giganta con el cuchillo de caza y emprendió con ella una partida mortal de pilla pilla alrededor del trono.
Percy estaba otra vez de pie, y Contracorriente volvía a estar en sus manos.
Todavía parecía aturdido. La nariz le sangraba. Pero parecía estar defendiéndose del viejo gigante Toante, que de algún modo se había vuelto a colocar la mano y había encontrado su cuchillo de carnicero.
Piper se encontraba espalda contra espalda con Jason, luchando contra todo gigante que osaba acercarse.
Por un momento todo iba de maravilla, los semidioses iban ganando.
Pero el elemento sorpresa desapareció demasiado pronto. Los gigantes se recuperaron de la confusión.
Frank se quedó sin flechas. Se transformó en rinoceronte y entró en combate, pero a medida que derribaba a los gigantes, estos volvían a levantarse. Sus heridas parecían estar curándose más rápido.
Annabeth perdió terreno contra Peribea. Hazel fue derribada de la silla de montar a casi cien kilómetros por hora. Jason invocó otro ataque con rayos, pero esa vez Porfirio simplemente lo desvió con la punta de la lanza.
Règine estaba siendo rodeada y no podía con doce al tiempo, Percy intentaba ayudarla pero él tampoco podía. Los gigantes eran más grandes, más fuertes y más numerosos. No se les podía matar sin la ayuda de los dioses. Y no parecía que se estuvieran cansando.
Los seis semidioses se vieron obligados a formar un círculo defensivo.
Otra descarga de rocas lanzadas por los Nacidos de la Tierra alcanzó el Argo II. Esa vez Leo no pudo devolver el fuego lo bastante rápido. Hileras de remos fueron cercenadas. El barco dio una sacudida y se inclinó en el cielo.
Entonces Encélado lanzó su lanza llameante. El arma atravesó el casco del barco, explotó dentro, e hizo brotar chorros de fuego a través de las aberturas de los remos. Una amenazadora nube negra se elevó de la cubierta. El Argo II empezó a descender.
—¡Leo! —gritó Jason.
Porfirio se rió.
—Los semidioses no habéis aprendido nada. No hay dioses que puedan ayudaros. Solo necesitamos una cosa más de vosotros para completar nuestra victoria y la diversión apenas acaba de comenzar —miró a los gigantes con desdén—. Matenlos.
Los gigantes comenzaron acercarse a ellos poco a poco. Las manos de Règine volvieron a temblar y su torpeza con las flechas regresó de hace más de cuatro años, cuando no sabía manipular el arco. Sí, tenía miedo. Pero no por ella, por sus amigos. Ella no quería verlos morir.
Escuchó los gritos de Annabeth cuando Peribea la agarró por el brazo, alzándola como si una muñeca de trapo fuera. Sus amigos luchaban para salvarla.
Règine comenzó a tener un ataque de pánico, su vista se nubló y un gran nudo creció en su garganta. Se sintió ahogada y lo único que tenía ganas de hacer era de tirar en la tierra y gritar como una bebé.
—¡Basta! —gritó.
Su embrujahabla salió e inesperadamente detuvo a todos los gigantes, las miradas de ellos se apagó y se volvieron hacia ella, como si esperaran de alguna orden que ella no tenía.
—Bajen las armas. —ordenó y así lo hicieron.
Règine estaba controlando a toda una legión de gigantes, ella sola.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top