⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀050.
Atravesar una cortina de mocos era casi como si le hubieran quemado el autógrafo de su banda favorita Bangtan. No fue nada divertido para Règine.
Al salir se sentía como si acabara de revolcarse por el orificio de la nariz de un gigante. Afortunadamente, no se le pegó nada de la masa viscosa, pero aun así la piel le hormigueaba del asco.
Percy, Annabeth, Piper y ella se encontraron en un foso frío y húmedo que parecía el sótano de un templo. A su alrededor, un suelo desigual se extendía hasta la oscuridad bajo un techo de piedra bajo. Justo encima de sus cabezas, había un hueco rectangular que daba al cielo. Règine podía ver los bordes de unos muros y la parte superior de unas columnas, pero ningún monstruo… todavía.
La membrana de camuflaje se había cerrado detrás de ellos y se había fundido con el suelo. Piper pegó la cabeza en la tierra. La zona parecía de roca sólida. No podrían irse por donde habían venido.
Annabeth pasó la mano por unas marcas del suelo: una figura irregular con forma de huella de gallo y la longitud de un cuerpo humano. La zona era desigual y de color blanco, como la piel cicatrizada.
—Este es el sitio —dijo—. Percy, estas son las marcas del tridente de Poseidón.
Percy tocó las cicatrices con aire vacilante.
—Debe de haber usado un tridente extragrande.
—Aquí es donde golpeó la tierra —dijo Règine—, donde hizo que apareciera una fuente de agua salada cuando compitió con Atenea por ser el patrón de Atenas.
—Así que aquí es donde empezó su rivalidad —dijo Percy.
—Sí.
Percy abrazó a Annabeth para después separarse, ambos con una sonrisa. Quién diría que los hijos de Poseidon y Atenea, dos rivales desde hace siglos, serían mejores amigos.
—Y aquí termina esa rivalidad. —dijo Percy.
— En fin. Estamos debajo del Erecteón. Es un templo dedicado a Atenea y a Poseidón. El Partenón debería estar en diagonal hacia el sudeste.
Tendremos que rodear el perímetro a escondidas e inutilizar tantas armas de asedio como podamos, y abrir un camino de acceso para el Argo II.
—Estamos a plena luz del día —dijo Règine—. ¿Cómo pasaremos desapercibidos?
Annabeth escrutó el cielo.
—Por eso he ideado un plan con Frank y Hazel. Con suerte… Ah. Mirad.
Una abeja pasó zumbando por arriba. La siguieron docenas de abejas más.
Formaron un enjambre alrededor de una columna y a continuación se acercaron a la abertura del foso.
—Saludad a Frank, chicos —dijo Annabeth.
Règine saludó con la mano. La nube de abejas se marchó zumbando.
—¿Cómo es posible? —dijo Percy—. O sea…, ¿una abeja es un dedo? ¿Dos abejas son sus ojos?
—No lo sé —reconoció Annabeth—. Pero es nuestro intermediario. En cuanto avise a Hazel, ella… —Règine interrumpió.
—Esperen. Antes de continuar hay algo que he querido hacer desde hace un buen tiempo.
Règine atrajo hacia ella a Percy y plantó sus labios sobre los de él. Sintió como si todo a su alrededor desaparecía y que en ningún momento se encontraban, probablemente, apunto de morir en manos de una diosa sádica. Sí, se sintió en las nubes hasta que tuvieron que separarse.
—Ah...eso fue estu...¡Santos dioses!—gritó Percy al ver la imagen del otro.
Annabeth le tapó la boca con la mano.
Un gesto que quedó muy raro, porque de repente cada uno de ellos se había convertido en un gigantesco Nacido de la Tierra con seis brazos.
—La Niebla de Hazel.
La voz de Règine sonaba soñolienta y áspera. Miró abajo y se dio cuenta de que ella también tenía un bonito cuerpo de hombre de Neandertal: pelo en la barriga, taparrabos, piernas achaparradas y pies descomunales. Si se concentraba, podía ver sus brazos normales, pero cuando los movía ondeaban como un espejismo y se separaban en tres pares de brazos musculosos.
Percy hizo una mueca, que quedó todavía peor en su cara recién afeada.
—Espero haberte besado antes del cambio. —dijo Règine.
—Y tendremos que repetirlo después de derrotar a los gigantes. —respondió Percy, y Règine se sonrojó.
— Deberíamos ponernos en marcha. Règine puedes rodear el perímetro en el sentido de las agujas del reloj. Piper, en el sentido contrario. Percy y yo, registraremos el centro…
—Un momento —dijo Percy—. Vamos a caer de lleno en la trampa del sacrificio de la que tanto nos han advertido, ¿y quieres que nos separemos todavía más?
—Abarcaremos más terreno de esa forma —dijo Annabeth—. Tenemos que darnos prisa. Esos cantos…
Règine no se había fijado hasta ese momento, pero entonces lo oyó: un inquietante zumbido a lo lejos, como cien carretillas elevadoras con el motor en vacío. Miró al suelo y reparó en que algunos granos de grava estaban temblando, moviéndose hacia el sudeste, como atraídos hacia el Partenón.
—Vale —dijo Règine—. Nos veremos delante del trono del gigante.
Al principio fue fácil.
Había monstruos por todas partes (cientos de ogros, Nacidos de la Tierra y cíclopes apiñados entre las ruinas), pero la mayoría de ellos estaban reunidos en el Partenón, observando la ceremonia que se estaba celebrando. Règine avanzó tranquilamente a lo largo de los precipicios de la Acrópolis sin que nadie reparase en ella.
Cerca del primer onagro habían cinco Nacidos de la Tierra tomando el sol sobre las rocas. Règine fue directa a ellos y
antes de que pudieran hacer el menor ruido, los mató con el arco. Los cinco se derritieron en montones de escoria. Règine cortó el cordón elástico para inutilizar el arma y acto seguido siguió avanzando.
Tenía que causar el mayor número de desperfectos posible antes de que se descubriera el sabotaje.
Esquivó a una patrulla de cíclopes. El segundo onagro estaba rodeado por un campamento de ogros lestrigones tatuados, pero Règine se las arregló para llegar a la máquina sin levantar sospechas. Echó un frasco de fuego griego en la honda.
Con suerte, en cuanto intentaran cargar la catapulta, les explotaría en la cara.
Siguió adelante. Unos grifos se hallaban posados en la columnata de un antiguo templo. Algunos empousai se habían retirado a un arco con sombra y parecían estar dormitando; su pelo en llamas parpadeaba tenuemente, y sus piernas de latón brillaban. Con suerte, la luz del sol las volvería perezosas si tenían que luchar.
Siempre que podía, Règine mataba a monstruos aislados desde una distancia prudente. Se cruzó con grupos más grandes. Mientras tanto, la multitud del Partenón aumentaba. Los cantos sonaban más fuerte. Règine no veía lo que estaba pasando dentro de las ruinas; solo las cabezas de veinte o treinta gigantes en un corro, murmurando y balanceándose, tal vez cantando alguna canción maligna.
Inutilizó la tercera arma de asedio serrando las cuerdas de torsión, lo que debería dejar vía libre al Argo II desde el norte.
Esperaba que Frank estuviera viendo sus progresos. Se preguntaba cuánto tiempo tardaría el barco en llegar.
De repente, los cantos se interrumpieron. Un BUM resonó en la cumbre. En el Partenón, los gigantes rugieron con júbilo. Alrededor de Règine, los monstruos se encaminaron en tropel hacia el sonido de celebración.
Eso no podía ser bueno. Règine se mezcló con un grupo de Nacidos de la Tierra que olían a rancio. Subió la escalera principal del templo dando saltos y acto seguido trepó a unos andamios metálicos para poder ver por encima de las cabezas de los ogros y los cíclopes.
La escena que tenía lugar en las ruinas casi la hizo gritar.
Delante del trono de Porfirio, docenas de gigantes formaban un amplio corro, gritando y sacudiendo sus armas mientras dos de los suyos se paseaban alrededor del círculo luciendo sus premios. La princesa Peribea agarraba a Annabeth por el cuello como un gato salvaje. El gigante Encélado rodeaba a Percy con su enorme puño.
Annabeth y Percy forcejeaban sin poder hacer nada. Sus captores los mostraron a la vociferante horda de monstruos y a continuación se volvieron para situarse de cara al rey Porfirio, que estaba sentado en un trono improvisado;
sus ojos blancos brillaban maliciosamente.
—¡Justo a tiempo! —rugió el rey de los gigantes—. ¡La sangre del Olimpo para despertar a la Madre Tierra!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top