⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀047.
De vuelta en el Argo II, se reunieron en el comedor y pusieron al corriente al resto de la tripulación.
—No me gusta —dijo Jason—. Asclepio miraba a Leo de una forma…
—Bah, solo notó mi tristeza —Leo trató de sonreír—. Ya sabéis, me muero de ganas de ver a Calipso.
—Qué tierno —dijo Piper—. Pero no estoy segura de que se trate de eso.
Percy miraba el brillante frasco rojo colocado en mitad de la mesa con el entrecejo fruncido.
—Cualquiera de nosotros podría morir, ¿no? Tenemos que tener la poción a mano.
—Suponiendo que solo uno de nosotros muera —señaló Jason—. Solo hay una dosis.
Hazel, Règine y Frank miraron fijamente a Leo.
Él les lanzó una mirada de « Dejadlo ya» .
Los demás no veían la foto entera. « Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer» : Jason o Leo.
—Tenemos que dejar opciones abiertas —propuso Piper—. Tenemos que nombrar a un médico que lleve la poción: alguien que pueda reaccionar rápido y curar a quien muera.
—Buena idea, Reina de la Belleza —mintió Leo—. Yo te propongo a ti como candidata.
Piper parpadeó.
—Pero… Annabeth es más sabia. Hazel puede moverse más rápido montada en Arión. Frank puede transformarse en animales…
—Pero tú tienes corazón —Annabeth apretó la mano de su amiga—. Leo tiene razón. Cuando llegue el momento, sabrás qué hacer.
—Sí —convino Jason—. Tengo la sensación de que eres la mejor elección, Pipes. Estarás con nosotros hasta el final, pase lo que pase, con tormenta o fuego.
Leo cogió el frasco.
—¿Está todo el mundo de acuerdo?
Nadie se opuso, ni siquiera Règine.
Leo miró fijamente a Hazel… « Tú sabes lo que tiene que pasar» .
Sacó una gamuza de su cinturón portaherramientas y envolvió la cura del médico con gran ceremonia. A continuación ofreció el paquete a Piper.
—De acuerdo entonces —dijo—. Mañana por la mañana llegaremos a Atenas, peña. Preparaos para luchar contra gigantes.
—Sí… —murmuró Frank—. Sé que dormiré bien.
—Qué emoción por luchar contra gigantes. Hasta brinco de alegría. —dijo de manera sarcástica Règine, guardando la lima de uñas en el bolsillo de su short.
En la madrugada, Règine no podía pegar ni un solo ojo el sueño huía cada vez que cerraba los ojos, tal vez era los retortijones en el estómago a causa de los nervios.
¿Quién podía dormir sabiendo que dentro de unas horas la vida de ella y de sus amigos podría llegar a su fin?
Se sentó en la cama frotando su cara, se colocó las pantuflas de Chimuelo y sobre sus hombros descansó su manta de peluche con corazones rosados. Abrió la puerta de la habitación con cuidado de no hacer ningún ruido, asomó su cabeza para ver si Buford y el holograma del entrenador Hedge se encontraba cerca y justamente se encontraba cruzando por unos de los pasillos.
Règine salió con cuidado y corrió de puntillas hacia unos de los cuartos que le quedaba diagonal al suyo, abrió la puerta con cuidado pero entró en pánico al escuchar las ruedas y el motor de Buford. Cerró la puerta detrás suyo y soltó un suspiro de alivio al escuchar a Buford irse.
Su atención se centró en la cama donde el chico se revolcada como si tuviera una pesadilla, lo cual era así porque balbuceaba nombres y lágrimas salían de sus ojos.
—Percy, despierta.
Comenzó agitarlo y a los segundos despertó de golpe, sus rostros quedaron a centímetros de distancia. Règine no pudo evitar sentir un dèjá vú.
—¿Pesadillas? —Percy asintió.
—Nunca había tenido una pesadilla tan espantosa como esa.
—¿Quieres contarmela? —Él pareció consultarlo por unos segundos.
—No, está bien. ¿Qué haces aquí? Quiero decir, no es que me moleste tu presiencia es más me agrada que estés, nada más te estaba haciendo una pregunta super casual. —comenzó a balbucear Percy.
Règine se rió ante el nerviosismo del chico.
—Tranquilo Percy, entendí —se sentó en la cama, frente al chico—. Y no sé qué hago en tu cuarto, simplemente se me dio por venir.
—Y a tiempo porque me ayudaste a salir de esa pesadilla, supongo que es cierto que eres mi luz.
Règine se volvió a sonrojar, Percy dio una sonrisa ladeada.
—¿Y quién será mi luz cuando la mía se apague? —preguntó jugando con sus manos.
—Tal vez podamos compartir electricidad. —Règine rió por lo bajo ante el comentario de Percy.
—¿Estás listo para enfrentarte a una diosa mañana?
—No es a la primera diosa que me enfrento.
—¿Qué esperabas? Cadia día sale un dios distinto queriendo matarnos a diestra y siniestra. —ambos chicos rieron.
—Y todo por culpa de los errores de nuestros padres.
El silencio gobernó entre ellos, pero no era incómodo al contrario era bastante cómodo. Règine agarró la mano de Percy y la entrelazó sintiendo como el calor corporal del chico ayudaba a la chica a entrar en calor ya que la chica era friolenta.
Règine se recostó sobre la cama del chico al sentir como sus párpados comenzaban a pesar, cayó dormida sintiendo una vez más el cálido amor que tenía hacia Percy.
—Ejem… ¿Annabeth? —gritó Piper.
Annabeth, Règine y Percy acudieron a su lado.
—Genial —dijo Percy—. Dracaenae.
Annabeth entornó los ojos.
—No lo creo. Al menos no son como las que yo he visto. Las dracaenae tienen dos troncos de serpiente en lugar de piernas. Estas tienen uno solo.
—Tienes razón —dijo Règine—. Estas también parecen más humanas en la parte de arriba. No son escamosas y verdes. Entonces, ¿hablamos o luchamos?
La serpiente humana que iba delante de todos mantenía la cabeza en alto. Tenía una cara bronceada de facciones marcadas, los ojos negros como el basalto y el cabello moreno rizado y lustroso de aceite. La parte superior de su cuerpo era musculosa, cubierta únicamente por una clámide griega: una capa de lana blanca enrollada holgadamente y sujeta al hombro. De cintura para abajo, su cuerpo constaba de un gigantesco tronco de serpiente: unos dos metros y medio de cola verde que ondulaba por detrás cuando se movía.
En una mano llevaba un bastón rematado con una brillante joya verde. En la otra, una bandeja cubierta con una tapa de plata, como el plato principal de una cena de lujo.
Los dos tipos que iban detrás de él parecían escoltas. Llevaban petos de bronce y artificiosos cascos rematados con puntas de piedra verde. Sus cascos ovalados estaban engalanados con una gran letra k griega: kappa.
Se detuvieron a escasos metros del Argo II. El jefe alzó la vista y observó a los semidioses. Su expresión era intensa pero inescrutable. Podría haber estado enfadado, o preocupado, o desesperado por ir al cuarto de baño.
—Permiso para subir a bordo.
—¿Quién es usted? —preguntó Règine.
Él clavó sus ojos oscuros en ella.
—Soy Cécrope, el primer y eterno rey de Atenas. Me gustaría daros la bienvenida a mi ciudad —levantó la bandeja cubierta—. Además, he traído una tarta.
Piper miró a sus amigos.
—¿Una trampa?
—Probablemente —dijo Annabeth.
—Por lo menos ha traído postre —Piper sonrió a los tipos de las serpientes—.
¡Bienvenidos a bordo!
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