⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀046.

Y, por fin, sobrevolaban ya el antiguo complejo de templos del dios sanador Asclepio, donde con suerte encontrarían la cura del médico y tal vez algo de ambrosía, néctar y Fonzies, porque las provisiones de Argos II escaseaban.
A su lado en el alcázar, Percy se asomó a la barandilla.

—Parecen más escombros —observó.

Su cara seguía verde a causa del envenenamiento submarino, pero al menos ya no corría tan a menudo al servicio para echar los higadillos por la boca. Entre su malestar y los mareos de Hazel, había sido imposible encontrar un retrete libre durante los últimos días.
Annabeth señaló la estructura con forma de disco situada a unos cincuenta metros a babor.

—Allí.

Leo sonrió.

—Exacto. La arquitecta sabe de lo que habla.

El resto de la tripulación se agrupó a su alrededor.

—¿Qué estamos mirando? —preguntó Frank.

—Ah, señor Zhang —dijo Leo—, ¿te acuerdas de que siempre estás diciendo:
« Leo, eres el único genio verdadero entre los semidioses» ¿

—Estoy seguro de que nunca he dicho eso.

—¡Pues resulta que hay más genios!
Porque uno de ellos debe de haber hecho esa obra de arte de ahí abajo.

—Es un círculo de piedra —dijo Frank—. Probablemente, los cimientos de un antiguo templo.

Piper negó con la cabeza.

—No, es más que eso. Fijaos en los rebordes y los surcos grabados alrededor del borde.

—La hippie tiene razón. Parece más una entrada subterránea. —contestó Règine.

—No me digas hippie. —refanfañó Piper.

—Y los círculos concéntricos —Interrumpió Hazel tratando de evitar una pelea más entre ambas chicas. Señaló el centro de la estructura, donde unas piedras curvas formaban una suerte de diana—. El dibujo me recuerda el colgante de Pasifae: el símbolo del laberinto.

—Ah —Leo frunció el entrecejo—. Vaya, no había pensado en eso. Pero pensad como mecánicos. Frank, Hazel, ¿dónde vimos unos círculos concéntricos como esos?

—En el laboratorio debajo de Roma —dijo Frank.

—En la cerradura de Arquímedes que había en la puerta —recordó Hazel—.
Tenía unos anillos dentro de otros.

Percy resopló.

—¿Me estás diciendo que es una enorme cerradura de piedra? Debe de tener unos quince metros de diámetro.

—Puede que Leo tenga razón —dijo Annabeth—. En la Antigüedad, el templo de Asclepio era como el hospital general de Grecia. Todo el mundo venía aquí para recibir la mejor curación. En la superficie era del tamaño de una ciudad importante, pero, supuestamente, la verdadera actividad tenía lugar bajo tierra. Allí es donde los sumos sacerdotes tenían sus cuidados intensivos, un recinto supermágico al que se accedía por un pasadizo secreto.

Percy se rascó la cabeza.

—Entonces, si esa cosa grande y redonda es la cerradura, ¿cómo conseguimos la llave?

—Ya he pensado en eso, Aquaman —dijo Leo.

—Vale, no me llames « Aquaman» . Es todavía peor que « chico acuático» .

Leo se volvió hacia Jason y Piper.

—¿Os acordáis del brazo extensible gigante que os dije que Arquímedes estaba construyendo?

Jason arqueó una ceja.

—Creía que estabas bromeando.

—¡Amigo mío, yo nunca bromeo sobre brazos extensibles! —Leo se frotó las manos con expectación—. ¡Es hora de pescar premios!

Comparado con las otras modificaciones que Leo había hecho en el barco, el brazo extensible fue pan comido. Originalmente, Arquímedes lo había diseñado para sacar barcos enemigos del agua. Leo encontró otro uso para el artilugio.

Abrió el agujero de acceso de proa que había en la cubierta y extendió el brazo, guiado por el monitor de la consola y por Jason, que volaba en el exterior gritando instrucciones.

—¡Izquierda! —chilló Jason—. Unos centímetros… ¡Sí! Vale, ahora abajo.
Sigue. Vas bien.

Empleando su almohadilla táctil y los mandos del plato giratorio, Leo abrió la pinza. Los dientes rodearon los surcos de la estructura de piedra circular. Revisó los estabilizadores aéreos y las imágenes de vídeo del monitor.

—Muy bien, colega —dio una palmadita a la esfera de Arquímedes encastrada en el timón—. Todo tuyo.

Activó la esfera.

El brazo extensible empezó a dar vueltas como un sacacorchos. Giró el anillo exterior de piedra, que rechinó e hizo ruido pero afortunadamente no se rompió.

A continuación la pinza se separó, se fijó alrededor del segundo anillo de piedra y giró en la dirección contraria.

Debajo de ellos, el último anillo de piedra giró y se asentó emitiendo un profundo susurro neumático. El pedestal de quince metros se plegó hacia abajo y se convirtió en una escalera de caracol.

Hazel espiró.

—Leo, incluso desde aquí arriba percibo malas vibraciones al fondo de esa escalera. Algo… grande y peligroso. ¿Seguro que no quieres que vaya?

—Gracias, Hazel, pero no es necesario —dio una palmada a Piper en la espalda—. Piper, Jason y yo somos expertos en cosas grandes y peligrosas.

Frank le ofreció el frasco de la menta de Pilos.

—No lo rompas.

Leo asintió seriamente.

—No romper el frasco de veneno mortal. Me alegro de que me hayas avisado, tío. No se me habría ocurrido nunca.

—Cállate, Valdez —Frank le dio un fuerte abrazo—. Y ten cuidado.

—Mis costillas —chilló Leo.

—Perdón.

—Buena suerte, chicos—intentó decir Percy pero en el momento le volvieron las ganas de vomitar —. Discúlpenme, tengo que ir a regar las plantas.

Y salió corriendo.

—Espero que regresen en una sola pieza, menos tú Piper, espero y te quedes haciéndole compañía a Asclepio por la eternidad. —rió Règine antes de salir corriendo detrás de Percy.

Piper intentó lanzarse sobre Règine dispuesta a apuñalarla con su daga pero Jason la atrapó a tiempo e invocó los vientos y descendió a Piper y Leo a tierra.























—Uff, creo que con esa vomitadera que tienes se te fue hasta el alma. —dijo Règine pasándole una toalla húmeda para que se limpiara la boca.

—Amo tus comentarios de apoyo. —dijo Percy.

Règine se rió y le pasó un suero de mora azul para que se hidratara y no le saliera dando un patatus por vomitar tanto.

—Para que veas que sí me preocupo por ti eh, niño pez.

Percy rió.

—¿Ahora sí podemos tener nuestra cita? —preguntó Percy señalando la canasta que Règine se encontraba cargando.

Percy y Règine caminaron hacia el mar y se sentaron a unos metros de esta. Tendieron la manta y colocaron sobre esta frutas, comida chatarra, dulces y unas flores para decoración.

Pasaban los minutos y contaban sobre ellos, sus aventuras, sus gustos y su infancia. Las risas no faltaron, parecía como si ellos se conocieran de toda una vida.

Parecían dos adolescentes normales teniendo una tierna y cálida cita en la playa, sin tener preocupaciones, sin salvar al mundo de una diosa hecha de barro o absurdas misiones. En ese momento solamente eran Percy Jackson y Règine Tanaka, dos adolescentes que sus corazones latían al mismo ritmo por el otro.

—Sabes, a medida que me he visto involucrado en profecías he comenzado a perder la esperanza de tener una vida normal, como cualquier otro adolescentes de 17 años. En el Tartaro pensaba rendirme y dejar todo atrás pero cada vez que te veía toda esa energía que había perdido años atrás regresaba a mí. Eres lo único bueno que me ha salido de esta estúpida misión. Sé que llevamos poco tiempo de conocernos pero me he dado cuenta que por ti caería mil veces al Tártaro solamente para estar contigo. —confesó Percy con un leve rubor en las mejillas.

Règine se quedó —por primera vez ante un chico— atónita al escuchar la confesión de Percy. Los labios de Règine se movían como un pez fuera del agua e intentaba decir algo pero la impresión no le permitía.

—Percy…

—¡Règine! ¡Percy! ¡Ya regresaron! —interrumpió Hazel llegando donde ellos junto a Annabeth.

—¿Por qué todos nos interrumpen en el mejor momento? —dijo Percy enojado.

Règine rió y se levantó de la arena con ayuda de Percy.

—Ups, lo siento. —dijo Annabeth.


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