⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀045.
Hazel, Frank y Règine aguardaban en los muelles de Delos. No se veía a Artemisa por ninguna parte. Esta última no paraba de ver el arco que le había dado la diosa de la caza a nombre su madre Afrodita, aparte de la conversación que tuvo Artemisa.
—Jo, sí que tenía ganas de practicar con el Valdezinador —murmuró Leo.
—¿El qué? —preguntó Hazel.
Leo les explicó su nueva faceta de inventor de embudos musicales.
Frank se rascó la cabeza.
—¿Y a cambio has conseguido una margarita?
—Es el último ingrediente para curar la muerte, Zhang. ¡Es una supermargarita! ¿Y vosotros? ¿Le habéis sacado algo a Artemisa?
—Desgraciadamente, sí —Règine miró hacia el agua, donde el Argo II se mecía anclado—. Artemisa sabe mucho de armas de proyectiles. Nos ha dicho que Octavio ha encargado unas… sorpresas para el Campamento Mestizo. Ha utilizado casi todo el tesoro de la legión para comprar onagros fabricados por los cíclopes. Ah, y este hermoso arco que le dio mi madre para que me lo entregara.
—Uy, presiento que cierta chica se pondrá celosa cuando se entere que no recibió también un regalo por parte de su madre... Espérate, ¿dijiste Onagro? ¡Ay no! —dijo Leo—. Esto…, ¿qué es un onagro?
Frank frunció el entrecejo.
—Tú fabricas máquinas. ¿Cómo es posible que no sepas lo que es un onagro? Es la catapulta más grande y más peligrosa usada por el ejército romano.
—Bien —dijo Leo—. Pero « onagro» es un nombre ridículo. Deberían haberlas llamado « Valdezpultas» .
Hazel puso los ojos en blanco.
—Esto es serio, Leo. Si Artemisa está en lo cierto, seis de esas máquinas entrarán en Long Island mañana por la noche. Es lo que Octavio ha estado esperando. El 1 de agosto al amanecer tendrá suficiente armamento para destruir por completo el Campamento Mestizo sin una sola víctima romana. Él cree que eso lo convertirá en un héroe.
Règine soltó un suspiro y agitó el arco rosado oro a lo que respondió convirtiéndose en un anillo del mismo color, tenía un dije en forma de corazón a lo que la chica no dudó en colocarse.
—Solo que también ha invocado a tantos monstruos « aliados» que la legión está totalmente rodeada de centauros salvajes, tribus de cinocéfalos con cabezas de perro y quién sabe qué más. En cuanto la legión destruya el Campamento Mestizo, los monstruos se volverán contra Octavio y destruirán a la legión. —dijo la asiática.
—Y entonces Gaia se alzará —dijo Leo—. Y pasarán cosas malas. Está bien… Eso hace que mi plan sea todavía más importante. Cuando consigamos la cura del médico, necesitaré vuestra ayuda. De los tres.
Frank miró con nerviosismo la margarita amarilla maldita.
—¿Qué clase de ayuda?
Leo les explicó su plan. Cuanto más hablaba, más cara de sorpresa ponían, pero cuando hubo acabado ninguno de los tres le dijo que estaba loco. Una lágrima brillaba en la mejilla de Hazel.
Règine frunció el ceño, se mordió la lengua dispuesta a negarse pero debía de confiar en Leo y en su absurdo plan.
—¿Estás seguro de eso, Valdez?
—Tiene que ser así —concluyó Leo—. Niké lo ha confirmado. Apolo lo ha confirmado. Los demás no lo aceptarían, pero vosotros… vosotros romanos —Règine lo interrumpió sin dudar.
—Yo no soy romana.
—Sí, sé que eres griega, ¿pero acaso no te das cuenta que también tienes características de un romano? —Règine se encogió de hombros restándole importancia—. Continúo. Por eso quería que vinierais a Delos conmigo. Vosotros entendéis ese rollo del sacrificio: cumplir con tu deber, saltar sobre la espada…
Frank se sorbió la nariz.
—Creo que quieres decir caer sobre la espada.
—Lo que sea —dijo Leo—. Vosotros sabéis que la solución tiene que ser esa.
—Leo… —Frank se quedó sin habla.
—Eh, grandullón, cuento contigo. ¿Te acuerdas de la conversación con Marte de la que me hablaste? ¿Cuando tu padre te dijo que tendrías que tomar la iniciativa? ¿Que tendrías que tomar la decisión que nadie estaba dispuesto a tomar?
—O perderíamos la guerra —recordó Frank—. Pero aun así… —Y tú, Hazel —dijo Leo—. Hazel la de la Niebla mágica, tienes que cubrirme. Eres la única que puede. Mi bisabuelo ya vio lo especial que eras. Él me bendijo cuando era un bebé porque creo que de algún modo sabía que ibas a volver para ayudarme. Nuestra vida entera, amiga mía, ha estado encaminada a ese momento. Règine, en caso de que me lleguen a descubrir podrías usar tu embrujahabla para hacerles creer que no fue así.
—Oh, Leo… —balbuceó Hazel entre lágrimas. Entonces ella rompió a llorar. Lo agarró y lo abrazó, un gesto muy tierno, Règine rodó los ojos y se unió al abrazo hasta que Frank también se puso a llorar y los rodeó a los tres con los brazos.
Entonces la cosa se puso rarita.
—Bueno, vale… —Leo se soltó con delicadeza—. ¿Estamos de acuerdo entonces?
—Odio el plan —dijo Frank.
—Yo lo detesto —dijo Hazel.
—Yo lo aborrezco —dijo Règine.
—Pensad cómo me siento yo —dijo Leo—. Pero sabéis que es nuestra mejor opción.
Ninguno de los tres le llevó la contraria. En cierto modo, Leo deseó que lo hubieran hecho.
—Volvamos al barco —dijo—. Tenemos que encontrar a un dios curandero.
Règine no paraba de observar el arco que le había dado Artemisa en nombre de su madre, era más precioso que Chaos, su anterior arco.
El actual arco era de un hermoso rosado oro, era de oro imperial y tenía un perfecto peso para ella. Al agitarlo dos veces el arco se enderezaba y se transformaba en un bastón “mango recto” perfecto para un combate cercano.
Era un poco sencillo a comparación de Chaos pero era igual de hermoso.
Règine dejó el arco a un lado de ella y se frotó la cara con sus manos, cruzó las piernas en forma de indio seguido de recostar su espalda sobre la pared dejando que su mirada se volviera a perder mientras que su mente recordaba las palabras de Artemisa cuando le entregó el arco.
Tengo que admitir que me sorprende lo fuerte que haz sido en esta misión y el cómo tú y Percy Jackson han sido los primeros en sobrevivir al Tártaro. Tuviste que sacrificar mucho para que esta misión salga con éxito incluyendo tu arco que te ha salvado de muchas.
No frecuento estar de acuerdo con muchos dioses y mucho menos si hablamos de tu madre pero estoy de acuerdo con que eres una gran semidiosa y para ser hija de tu madre tengo que también por admitir que eres fuerte y astuta. Tu madre se enteró de la pérdida de tu arco y esta mañana vino de visita y supo que vendrías a verme a mí y a mi hermano así que me pidió que te diera este arco, sabe que no puede reemplazar a Chaos pero presiente que también se convertirá en tu mejor amigo cómo alguna vez lo fue el anterior. No me lo dijo pero sé que está orgullosa de ti.
Por mi parte me gustaría hacerte una propuesta, sé que Afrodita se volverá loca cuando se entere y más por el futuro que te está viendo...Règine, te veo destreza y habilidad y podrías mejorarlos si te unes a las cazadoras, ¿qué opinas?
La propuesta de aquella diosa le interesaba bastante, desde que había terminado con Malcolm Pace ella se vio interesada en las cazadoras de Artemisa.
Règine no le dio una respuesta inmediata, lo único que le dijo que después de la guerra contra Gaia, si sobrevivía, le daría una respuesta puede que hasta antes le de la respuesta pero en el momento no podía.
Tres toques en la puerta de su habitación le hicieron sobresaltar, aquella persona detrás ni muy bien esperó a una respuesta por parte de la chica por lo que entró.
—Hola —saludó Percy—. ¿Puedo pasar?
—Ya estás dentro así que da igual mi respuesta. —respondió la chica soltando una risa.
—Ah, pues sí.
Percy se sentó en la cama, sin antes acomodar el arco a un lado de la litera.
—Desde que llegaste de la visita con los gemelos te he notado distraída, ¿estás bien?
Règine sonrió con ternura al notar la preocupación de Percy por ella.
—Sí, tranquilo. Tan solo estaba pensando en lo que me dijo Artemisa sobre que mi madre estaba orgullosa de mí pero me hubiera gustado que ella me lo dijeras en persona y no mediante a un tercero.
—Sé cómo te sientes, pero ya sabes cómo son los dioses. Por cierto me gusta tu nuevo arco, va con tu estilo. —dijo Percy observándolo. Règine sonrió.
—Gracias.
Percy lo agarró y observó las letras en griego antiguo que tenía tallada.
—¿Viejo amor? Qué nombre tan raro.
—El mío también es raro “Règine”. Pero ya sabes, cada cosa se parece a su dueño.
—A mi parecer tu nombre es muy hermoso, como tú.
Règine se sonrojó ante el halago por parte del chico, aún cuando sonó como si Percy lo hubiera practicado millones de veces frente al espejo.
Ambos semidioses se quedaron viendo a los ojos, Règine colocó su mano cerca de la nuca del chico dispuesta a acercarlo para besarse pero todo se fue por el caño cuando la voz de Jason los hizo separarse de golpe.
—¡Chicos, hemos llegado a Epidauro! —Jason comenzó a balbucear cuando se dio cuenta de lo que acabó de arruinar—. Ay, discúlpenme...es que...Leo me mandó a avisarles que hemos llegado. Pero si quieren sigan con lo suyo. Yo no vi nada.
Règine se levantó de la cama y agarró su arco transformándolo en un anillo, antes de salir se volvió viendo a Percy que tenía las mejillas rojas.
—Ahora me debes un beso y una salida, Jackson. —dijo guiñándole un ojo antes de irse.
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