⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀037.
Hazel.
Hazel abrazó a Règine, ambas se echaron a llorar.
—Estás herida —dijo Règine, una vez que se separaron.
—Probablemente me haya roto las costillas —reconoció ella, analizó de pies a cabeza a su mejor amiga—. Pero…tú te ves peor.
Ella forzó una sonrisa.
—Lo sé, pero creo que te veo un conjunto de ropa. —dijo la chica, apenada.
Hazel rió.
—No importa la ropa, Règine. Lo único que me importa es que tú estás bien.
Règine miró hacia donde estaba Nico, que estaba solo, con una expresión llena de dolor y de embarazo.
—¿Acaso tú no te alegras que esté bien? —le preguntó a Nico.
—No creo que la palabra “bien” sea la correcta, porque te ves demacrada. —respondió el chico acercándose a ellas.
—¿Y qué esperaban cuando estuve en el Tártaro? ¿Que saliera llena de brillitos, florecitas y renovada como si hubiera vuelto a nacer? —preguntó de manera sarcástica haciendo reír a los presentes.
—Me alegro de que estés bien —dijo Nico, ahora miró a Hazel—. Los fantasmas tenían razón. Solo uno de nosotros ha llegado a las Puertas de la Muerte. Tú… habrías hecho sentirse orgulloso a nuestro padre.
Ella sonrió, acariciándole suavemente la cara con la mano.
—No podríamos haber vencido a Clitio sin ti.
Hazel deslizó el dedo pulgar debajo del ojo de Nico y se preguntó si había estado llorando. Anhelaba desesperadamente entender lo que le pasaba, lo que le había pasado las últimas semanas. Después de todo lo que habían vivido, Hazel daba gracias más que nunca por tener un hermano.
Antes de que pudiera decirlo en voz alta, el techo vibró. Unas grietas aparecieron en los azulejos que quedaban, y cayeron columnas de humo.
—Tenemos que largarnos —dijo Jason—. ¿Frank…?
Frank negó con la cabeza.
—Creo que solo puedo conseguir un favor de los muertos por hoy.
—Espera, ¿qué? —preguntó Hazel.
Piper arqueó las cejas.
—Tu increíble novio pidió un favor como hijo de Marte. Invocó los espíritus de unos guerreros muertos y les hizo guiarnos por… No estoy segura. ¿Los pasadizos de los muertos? Lo único que sé es que estaba muy muy oscuro.
A su izquierda, una sección de la pared se rajó. Los ojos de rubíes de un esqueleto tallado en piedra asomaron y rodaron a través del suelo.
—Tendremos que viajar por las sombras —dijo Hazel.
Nico hizo una mueca.
—Hazel, apenas puedo viajar yo solo. Con siete personas más…
—Te ayudaré.
Ella trató de mostrar seguridad. Nunca había viajado por las sombras y no tenía ni idea de si podría hacerlo, pero, después de alterar el laberinto con la Niebla, tenía que creer que era posible.
Una sección entera de baldosas se desprendieron del techo.
—¡Cogeos todos las manos! —gritó Nico.
Formaron un círculo a toda prisa. Hazel visualizó el campo griego por encima de ellos. La caverna se desplomó, y sintió que se deshacía en las sombras.
Aparecieron en la ladera que daba al río Aqueronte. El sol estaba saliendo y hacía relucir el agua y teñía las nubes de naranja. El frío aire matutino olía a madreselva.
Hazel iba de la mano de Frank a la izquierda y de Nico a la derecha. Todos estaban vivos y en su mayoría sanos. La luz del sol entre los árboles era lo más hermoso que había visto en su vida. Quería vivir ese momento, libre de monstruos y dioses y espíritus malignos.
Entonces sus amigos empezaron a moverse. Nico se dio cuenta de que estaba cogiendo la mano de Percy y la soltó rápidamente.
Leo se tambaleó hacia atrás.
—¿Sabéis...?, creo que me voy a sentar.
Se desplomó. Los demás hicieron otro tanto. El Argo II seguía flotando sobre el río a varios cientos de metros de distancia. Hazel sabía que debían comunicarse por señas con el entrenador Hedge y decirle que estaban vivos.
¿Habían estado en el templo toda la noche? ¿O varias noches? Pero en ese momento el grupo estaba demasiado cansado para hacer cualquier cosa que no fuera quedarse sentados, relajarse y sorprenderse de que estuvieran bien.
Empezaron a intercambiar historias.
Frank explicó lo que había pasado con la legión espectral y el ejército de monstruos, la intervención de Nico con el cetro de Diocleciano y el valor con el que Jason y Piper habían luchado.
—Frank está siendo modesto —dijo Jason—. Él controló la legión entera. Deberíais haberlo visto. Ah, por cierto... —Jason miró a Percy—. He renunciado a mi puesto y he ascendido a Frank a pretor, a menos que tú no estés de acuerdo con la decisión.
Percy sonrió.
—No hay nada que discutir.
—¿Pretor? —Hazel miró fijamente a Frank.
Él se encogió de hombros, incómodo.
—Bueno..., sí. Ya sé que parece raro.
Ella trató de abrazarlo, pero hizo una mueca al acordarse de sus costillas rotas. Se conformó con besarlo.
—Me parece perfecto.
Leo dio una palmada a Frank en el hombro.
—Bien hecho, Zhang. Ahora puedes mandarle a Octavio que se clave su espada.
—Tentador —convino Frank. Se volvió con aprensión hacia Règine—. Pero vosotros… La historia del Tártaro debe de llevarse la palma. ¿Qué os pasó allí abajo? ¿Cómo conseguisteis…?
Percy intercambió miradas con Règine para después agarrar su mano.
Hazel miró por casualidad a Nico y vio el dolor reflejado en sus ojos. No estaba segura, pero tal vez estaba pensando en la suerte que tenían Percy y Règine de contar el uno con el otro. Nico había atravesado el Tártaro solo.
—Os lo contaremos —les prometió Règine—. Pero todavía no, ¿vale? No estoy lista para recordar ese sitio.
—No —convino Percy—. Ahora mismo… —miró hacia el río y vaciló—. Creo que nuestro transporte se acerca.
Hazel se volvió. El Argo II viró a babor, con sus remos aéreos en movimiento y sus velas recibiendo el viento. La cabeza de Festo brillaba al sol. Pese a la distancia, Hazel podía oír sus chirridos y sonidos metálicos de júbilo.
—¡Bravo! —gritó Leo.
A medida que el barco se acercaba, Hazel vio al entrenador Hedge en la proa.
—¡Ya era hora! —gritó el entrenador. Estaba haciendo todo lo posible por fruncir el entrecejo, pero sus ojos brillaban como si tal vez, y solo tal vez, se alegrara de verlos—. ¿Por qué habéis tardado tanto, yogurines? ¡Habéis hecho esperar a vuestra visita!
—¿Visita? —murmuró Règine.
Detrás del pasamanos, al lado del entrenador Hedge, apareció una chica morena con una capa morada y la cara tan cubierta de hollín y arañazos ensangrentados que Hazel casi no la reconoció.
Reyna había llegado.
Règine.
Reyna, Nico y el entrenador Hedge se habían ido con la Atenea Partenos para que sea entregada nuevamente a los griegos aparte de que se evitara una guerra entre ambos campamentos por culpa de Octavio.
El transporte que se usaría era mediante al viaje de sombras, algo que en verdad preocupaba a Règine y a Hazel ya que eran varios viajes y eso significaba que Nico podría morir ante el esfuerzo que se iba a exigir, aparte que debían de ir al otro lado del mundo.
—Oye, Règine...—la chica se volvió y se encontró con Annabeth—. ¿Tienes un minuto?
Ella asintió y Annabeth se colocó a su lado, ambas se fijaron en la bonita noche que hacía.
—¿Qué necesitas? —preguntó Règine.
—Darte las gracias...ya sabes, por salvarme. —agradeció, apenada.
Règine sonrió con ternura, debía de admitir que había veces que Annabeth le daba ternura y aún más por como jugaba en ese momento con sus manos.
—Eso hacen las amigas, Annabeth. Se salvan unas a otras.
Annabeth sonrió al saber que tenía una nueva amiga. Ambas se quedaron hablando por unos minutos pero su charla fue interrumpida por Leo, que necesitaba de Annabeth.
Su soledad no duró mucho ya que Percy hizo su presencia, apreciando el anochecer junto a ella.
—Lo sé —murmuró, descifrando la expresión de Percy—. Yo tampoco me quito ese sitio de la cabeza.
—Damasén —dijo Percy—. Y Bob…
—Lo sé —la voz de ella era frágil—. Tenemos que hacer que sus sacrificios hayan valido la pena. Tenemos que vencer a Gaia.
Percy se quedó mirando el cielo nocturno. Ambos desearon estar mirándolo desde la playa de Long Island y no desde la otra punta del mundo, rumbo a una muerte casi segura.
Se preguntaba dónde estarían ya Nico, Reyna y Hedge, y cuánto tardarían en llegar… suponiendo que sobrevivieran. Se imaginó a los romanos disponiendo las líneas de batalla en ese mismo momento, rodeando el Campamento Mestizo.
Faltaban catorce días para llegar a Atenas. Entonces, de una forma u otra, se decidiría la guerra.
En la proa, Leo silbaba alegremente mientras trataba de reparar el cerebro mecánico de Festo, murmurando algo sobre un cristal y un astrolabio. En medio del barco, Piper, Annabeth y Hazel practicaban esgrima, las espadas de oro y de bronce resonando en la noche. Jason y Frank estaban al timón, hablando en voz baja, tal vez contándose historias de la legión o intercambiando impresiones sobre el cargo de pretor.
—Tenemos una buena tripulación —dijo Percy—. Si tengo que morir…
—No te me vas a morir, niño pez —dijo Règine—. Me debes una salida y detesto que me dejen plantada.
Percy sonrió, apreciando con la mirada a Règine.
—Nunca respondiste a mi pregunta, ¿a dónde te gustaría ir?
—Pregúntamelo otra vez cuando venzamos a Gaia.
—Lo que tú digas, my lady.
A medida que se alejaban de la costa, el cielo se oscureció y salieron más estrellas. Règine observó las constelaciones que Malcolm Pace le había enseñado hacía muchos años.
—Bob os manda saludos —dijo a las estrellas.
El Argo II se internó en la noche.
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