⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀032.
Percy.
Bob se acercó a su hermano Ceo, por un momento ambos semidioses creyeron que los delatarían pero esa fue la menor de sus preocupaciones al enterarse que dos titanes resguardaban de las Puertas de la Muerte.
—¿Estás bien, grandullón? —susurró Percy.
Bob frunció el entrecejo.
—Pues no lo sé. En medio de todo esto —señaló alrededor de ellos—, ¿qué significa « bien» ¿
« Cierto» , pensó Percy.
Règine miraba hacia las Puertas de la Muerte, pero la manada de monstruos le tapaba la vista.
—¿He oído bien? ¿Otros dos titanes están vigilando nuestra salida? Eso no es bueno.
Percy miró a Bob. La expresión distante que vio en el titán le preocupó.
—¿Te acuerdas de Ceo? —preguntó con delicadeza—. ¿Te acuerdas de todo lo que ha dicho?
Bob cogió su escoba.
—Cuando me lo ha dicho me he acordado. Me ha devuelto mi pasado como… como si fuera una lanza. Pero no sé si debería aceptarlo. ¿Sigue siendo mío aunque no lo quiera?
—No —dijo Règine firmemente, intentando formar una sonrisa—. Ahora eres distinto, Bob. Eres mejor.
El gatito saltó de la cabeza de Bob. Empezó a dar vueltas alrededor de los pies del titán, golpeando las vueltas de sus pantalones con la cabeza. Bob no pareció darse cuenta.
Percy deseó poder estar tan seguro como Règine. Deseó poder decirle a Bob con absoluta certeza que debía olvidar su pasado.
Sin embargo, Percy entendía la confusión de Bob. Se acordó del día que había abierto los ojos en la Casa del Lobo, en California, con la memoria borrada por Hera. Si alguien hubiera estado esperándole al despertar, si lo hubieran convencido de que se llamaba Bob y de que era amigo de los titanes y los gigantes…, ¿se lo habría creído? ¿Se habría sentido traicionado cuando hubiera descubierto su verdadera identidad?
« Esto es distinto —se dijo—. Nosotros somos los buenos» .
Pero ¿lo eran realmente? Percy había dejado a Bob en el palacio de Hades a merced de un nuevo amo que lo odiaba. A Percy no le parecía que tuviera mucho derecho a decirle a Bob lo que tenía que hacer, aunque sus vidas dependieran de ello.
—Creo que puedes elegir, Bob —se aventuró a decir Percy—. Quédate con las partes del pasado de Jápeto que quieras conservar y deja el resto. Tu futuro es lo importante.
—Futuro… —meditó Bob—. Es una idea mortal. Yo no estoy hecho para cambios, amigo Percy —echó un vistazo a la horda de monstruos—. Nosotros somos iguales… para siempre.
—Si fueras igual —dijo Percy—, Règine y yo ya estaríamos muertos.
Puede que no estuviéramos destinados a ser amigos, pero lo somos. Has sido el mejor amigo que podíamos pedir.
Los ojos plateados de Bob parecían más oscuros de lo habitual. Alargó la mano, y Bob el Pequeño saltó a ella. El titán se alzó cuan largo era.
—Vamos, pues, amigos. Estamos cerca.
Las Puertas de la Muerte parecían una ofensa personal, concebidas para recordarle todo lo que él no podía recordar.
Cuando se recuperó de la sorpresa inicial, se fijó en otros detalles: la escarcha que se extendía desde la base de las puertas, el fulgor morado que brillaba en el aire alrededor de ellas y las cadenas que las sujetaban con firmeza.
Cadenas de hierro negro bajaban por cada lado del marco, como los cables de sujeción de un puente colgante. Estaban sujetas a unos ganchos clavados en el terreno carnoso. Los dos titanes, Crío e Hiperión, montaban guardia ante los puntos de anclaje.
Mientras Percy observaba, todo el marco vibró. Un relámpago negro brilló en el cielo. Las cadenas se sacudieron, y los titanes plantaron los pies en los ganchos para afianzarlos. Las puertas se abrieron deslizándose y dejaron a la vista el interior dorado de un ascensor.
Percy se puso tenso, listo para avanzar a toda velocidad, pero Règine le agarró la mano sin despegar la mirada de las puertas.
—Espera —advirtió —. Será mejor que entendamos cómo funciona si queremos regresar en una sola pieza.
Hiperión gritó a la multitud que lo rodeaba:
—¡Grupo A—22! ¡Deprisa, haraganes!
Una docena de cíclopes avanzaron corriendo, agitando unos pequeños billetes rojos y gritando entusiasmados. No deberían haber podido entrar en unas puertas de tamaño humano, pero a medida que los cíclopes se acercaban, sus cuerpos se deformaban y se encogían, y las Puertas de la Muerte los absorbieron.
El titán Crío pulsó el botón de subida situado en el lado derecho del ascensor.
Las puertas se cerraron.
El marco vibró otra vez. Los relámpagos oscuros se desvanecieron.
Règine frunció el ceño pero sus ojos brillaban de diversión, miró a Percy y esbozó una sonrisa burlona: —Por lo menos son organizados, más que los mortales pues.
—Es cierto lo que dice la amiga Règine. Cada vez que las puertas se abren, intentan teletransportarse a un nuevo lugar. Tánatos las hizo así para que solo él pudiera encontrarlas. Pero ahora están encadenadas. Las puertas no pueden cambiar de sitio.
—Entonces cortemos las cadenas —susurró Règine.
Percy miró la silueta brillante de Hiperión. La última vez que había luchado contra el titán, había agotado todas sus fuerzas. Percy había estado a punto de morir. Y allí había dos titanes, con varios miles de monstruos de refuerzo.
—¿Nuestro camuflaje desaparecerá si hacemos algo agresivo como cortar las cadenas? —preguntó.
—No lo sé —le dijo Bob a su gato.
—Miau —dijo Bob el Pequeño.
—Tendrás que distraerlos, Bob —dijo Règine—. Percy y yo rodearemos a los dos titanes sin que nos vean y cortaremos las cadenas desde atrás.
—Sí, bien —dijo Bob—. Solo hay un problema: cuando estéis dentro de las puertas, alguien deberá quedarse fuera para pulsar el botón y defenderlo.
Percy intentó tragar saliva.
—Eh… ¿defender el botón?
Bob asintió con la cabeza, rascando al gato debajo de la barbilla.
—Alguien deberá mantener apretado el botón de subir durante doce minutos o el trayecto no se completará.
Percy echó un vistazo a las puertas. Efectivamente, Crío todavía apretaba el botón con el pulgar. Doce minutos… Tendrían que apartar a los titanes de las puertas de alguna forma. Luego Bob, Percy o Règine tendrían que mantener el botón apretado diez largos minutos, en medio de un ejército de monstruos en el corazón de Tártaro, mientras los otros dos se trasladaban al mundo de los mortales. Era imposible.
—¿Por qué doce minutos? —preguntó Percy.
—No lo sé —respondió Bob—. ¿Por qué doce dioses del Olimpo o doce titanes?
—Vale —dijo Percy, pero le quedó un sabor amargo en la boca.
—¿A qué te refieres con lo de que el trayecto no se completará? —preguntó Règine—. ¿Qué les pasaría a los pasajeros?
Bob no contestó. A juzgar por su expresión de dolor, Percy decidió que no quería estar dentro del ascensor si se paraba entre el Tártaro y el mundo de los mortales.
—Si pulsamos el botón durante doce minutos —dijo Percy— y las cadenas se cortan…
—Las puertas deberían reajustarse —dijo Bob—. Se supone que es lo que hacen. Desaparecerán del Tártaro y aparecerán en otra parte, donde Gaia no pueda utilizarlas.
—Tánatos podrá reclamarlas —dijo Règine—. La muerte volverá a su estado normal, y los monstruos perderán el atajo al mundo de los mortales.
Percy espiró.
—Tirado. Menos… bueno, menos todo.
Bob el Pequeño ronroneó.
—Yo apretaré el botón —se ofreció Bob.
Una mezcla de emociones se agitaron dentro de Percy: pena, tristeza, gratitud y culpabilidad, concentrándose en un cemento emocional.
—No podemos pedirte eso, Bob. Tú también quieres cruzar las puertas. Quieres volver a ver el cielo y las estrellas y…
—Me gustaría —convino Bob—. Pero alguien tiene que apretar el botón. Y cuando las cadenas estén cortadas… mis hermanos lucharán para impedir que paséis. No querrán que las puertas desaparezcan.
Percy contempló la interminable horda de monstruos. Aunque dejara que Bob se sacrificase, ¿cómo podría defenderse un titán contra tantos durante doce minutos mientras mantenía un dedo en un botón?
El cemento se asentó en el estómago de Percy. Siempre había sospechado cómo acabaría todo. Él tendría que quedarse. Mientras Bob repelía al ejército, Percy mantendría apretado el botón del ascensor y se aseguraría de que Règine llegara sana y salva. De algún modo, tenía que convencerla de que se fuera sin él. Mientras ella estuviera a salvo y las puertas desaparecieran, moriría sabiendo que había hecho algo bien.
—No —dijo Règine, llamando la atención ellos —. Todo esto es mi culpa, no estaríamos aquí si hubiera sido más rápida que la teleraña de Aracne —miró con tristeza a Percy—…o si tan solo me hubieras dejado caer no estarías aquí sufriendo conmigo.
—Règine no…—lo interrumpió.
—Yo apretaré el botón. No quiero más discusión sobre esto.
Percy intentó negarse pero de su boca nada más salió un “Bien.”, evidentemente Règine había usado su embrujahabla en él y gracias a ese poder ahora ella se quedaría en esa oscuridad sola.
PEQUEÑAS CURIOSIDADES DE
LEAVING PARADISE
♡. Su nombre iba a ser "Leaving tonight" por la canción de The neighboourd.
♡. El papá de Drew y Règine es bisexual, por eso se menciona en el libro que ella dejaría a su padre, hermana y padrastro solos, porque actualmente el señor Tanaka mantiene un compromiso con un hombre.
♡. Desde que Percy llegó al campamento, a Règine le llamó la atención el chico pero descartó ese sentimiento porque pensó que él y Annabeth mantenían una relación.
♡. Drew, a la edad de un año, le metió una cachetada a Règine cuando era una recién nacida creyendo que esta era de juguete.
♡. Règine nació el día de brujas, bastante irónico porque es hija de la diosa del amor y no de las brujas.
♡. Règine es la capitana de la cabaña 10. Cuando Piper y Drew se enfrentaron para ver quién era la capitana, Drew se negó a darle ese puesto a Piper ya que Drew sabía que su hermana, desde que inició su vida de semidiosa, quería liderar la cabaña aparte de que tenía planes para mejorarla. Así que Drew le cedió su puesto a ella. Es por eso que Piper le tiene resentimiento a las hermanas Tanaka.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top