|♔︎| 𝐗𝐈𝐕. El tesoro aterrador.

─━━━⊱ CAPÍTULO XIV ⊰━━━─

EL TESORO ATERRADOR

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❝ Si el enemigo deja una puerta abierta, debes apresurarte a entrar ❞.
━━━ Sun Tzu. 

────•𖦹•̀.☦︎ NEHERYS ☦︎•̀.𖦹•──── 


  Neherys no sabía el origen de tal tensión entre el señor de la primavera y aquella mujer que finalmente había revelado su rostro.

Después de la batalla, regresaron al territorio de Hybern. Por ahora, el consejo de guerra de su majestad era conformado por los lores otoño y primavera, a parte de la mujer rubia que había fingido ser la señorita Nesta Archeron la mayor parte del tiempo. Él también estaba en el consejo de su majestad, sentado a la izquierda de la reina. De algún modo ésto le hacía sentirse realizado, no solo como guerrero, sino como persona. Porque después de tantos años viviendo en la escoria de ilyria, se sentía cómodo y bien, pese a ser quién servía a la reina, porqué finalmente podía tener un lugar en el mundo.

—No confío en esta mujer su majestad, y me niego a continuar ésto junto a ella —dijo Tamlin con desconfianza, levantando la voz. —Estaba muerta, yo lo ví. Y por alguna razón ahora se encuentra viva.  Quiza debería decirnos que trucos más se trae entre manos. 

Neherys podía verlo casi refunfuñando de irá, ciertamente la historia entre ellos no era nada escasa.

—Yo solo digo que no pensó lo mismo la última vez, gran lord Tamlin, cuándo me encargó su corte —le respondió la mujer, Ianthe.

Tamlin perdió su paciencia y le reclamó a la mujer. —Arruinaste mi corte, eso no se quedará así.

—Pero yo no arruiné su corte, lo hizo esa zorra rompemaldiciones, no me culpe a mí —se defendió Ianthe.

Tamlin pegó un golpe sobre la mesa con su palma, se levantó tensado, empujando su silla tras él. La garras oscuras se liberaron de sus dedos.

—Me niego a continuar esto —dijo él, sin despegar la mirada rencorosa de Ianthe. —Permítame encargarme de ella, majestad.

La reina esperó pacientemente hasta que dejarán de hablar, miró a cada uno. —Sus asuntos personales no son para discutir en está sala de guerra. Sin embargo, si crees lord Tamlin que Ianthe ha cometido una falta contra tí, ten por seguro que haré justicia.

La mujer entendió en seguida, sus ojos se enrojecieron como si quisiera llorar, pero no lo hizo, simplemente bajó la mirada y dijo —Pido disculpas gran lord. Haré lo que su majestad me ordené.

—Olvidando este tema—dijo la reina, restando importancia a la situación.

Se inclinó en la mesa y extendió su mapa de conquista. Con una sonrisa, lanzó un hilo de magía azul el cuál corrió por todo el mapa, rodeando zonas de territorios y materializado objetos, asimilando las tierras que habían sido coquistadas y las que aún no.

—El lord Tarquin debe tramar algo —les hizo pensar la reina. —Aceptó sin pelear, y aunque ya podemos descartarlo de nuestros enemigos próximos, estoy segura de que no actuará en contra de mis órdenes. Eso sí sabe lo que le conviene —la magia pintó en el mapa las tierras conquistadas de color sangre. —Lo que nos deja como siguiente paso a la corte invierno y amanecer. Considerando que las cortes solares han forjado una gran unión por siglos, la corte día y amanecer seguramente brindaran su ayuda a la corte noche. Por ahora no tenemos conflicto con el día y el amanecer, pero estaremos pendientes de sus movimientos.

—Me encargaré de ello, majestad —habló Eris.

La reina asintió, pero por primera vez, extrañeza y duda se reflejo en su cara al ver al lord otoño. —Esperemos que los hombres sean tan fieles como se esperan —dijo.

—¿Qué haremos con la corte invierno? —preguntó Tamlin, pasando desapercibida su discusión con Ianthe. —¿Cuándo planea tomarla, mi señora?

La reina levantó la cabeza en dirección al lord, pensando un momento solo para decir. —Pronto. Cuándo me surja una idea —se reclinó en su asiento, mirando su mapa. —Lo que me lleva a una última petición personal de la reina, para ti mí preciado lord otoño.

Eris dudó por un segundo. —¿Y cuál es esa petición, majestad?

—Quiero que lleves un mensaje de mí parte para la corte noche. —La postura de la reina era inquebrantable, en su mirada planeaba algo dentro de las profundidades de su mente. Y, sonreía cuando ese pensamiento era asertivo. Pues así, ella sonrió obteniendo la solución. —Dile a Rhysand que haré un trato con él, y sin ningún tipo de trampa. Lo que ofrezco es, entregarles a Morrigan intacta, de vuelta a su forma normal. Y haz énfasis en eso de "forma normal". A cambio de que Rhysand me entregué a Azriel. Es un trato, házle mi oferta al lord. Él por ella. Un cambió antes del amanecer, en territorio neutral. La corte primavera.

Tamlin frunció él ceño ante el pensamiento de ellos de nuevo en su corte, lo que no le hizo mucho gusto, pero no podía negarle nada a la reina. Los lores se quedaron pensativos con aquellas palabras, incluso Tamlin dejó en breve su rencor hacía Ianthe, volviendo a tomar su asiento.

—¿Un cambió? ¿Y por qué ese ilyrio bastardo? —preguntó la gélida voz del señor Vanserra. —Pensé que necesitaría a Morrigan para algo especial, que por eso la retenía.

—Las únicas personas a las que puedo necesitar están todas muertas. Y las traeré de vuelta, si así lo requieren mis objetivos. A demás, creó que ya es hora de cambiar mis peones, y Morrigan es un peón en todo esto —dice la reina con malicia. —Informale también a la corte noche de que sí trama algo contra mi, lo único que les dejaré será él cuerpo en pedazos de Morrigan.

La mayoría en la sala se estremecieron ante tales palabras, sabían que la reina cumpliría al pie de la letra su palabra, a excepción del mismo lord Vanserra, él miraba a su majestad pensativo. Había un atisbo de molestia en su rostro.

—Llevaré su mensaje —El lord Vanserra se levantó de su asiento con fría y calculada calma, miró a la reina a los ojos con detenimiento, solo para inclinarse en una elegante, pero nada aduladora reverencia.

La reina le dió un vistazo profundo mientras él se alejaba de la mesa, subiendo las escaleras para la salida de la sala. En segundos la reina también se levantó de su lugar, —Ianthe, ven conmigo. Hay algo de lo que quiero hablar. En privado —le lanzó una mirada a Tamlin de que se controlará.

La mujer Ianthe, se estremeció enseguida, miró a la reina con un chispazo de miedo. Así mismo, la mujer pasó el nudo atrapado en su garganta y se levantó, siguiendo a la reina.

El lord se reclinó en su silla, pretendiendo calmarse por la situación. Se pasó la mano por la mandíbula, tensó.

—¿Qué miras, chico? —le soltó.

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   Caminaron por el estrecho pasillo oscuro, sus pasos resonaban con el eco antiguo de aquel palacio. Sloanne siempre había odiado este palacio, era oscuro, frío y tenebroso cuando era niña. Tenía los peores recuerdos de allí, gracias a su padre, en ese lugar infernal dónde fue criada. Hybern no fue una padre normal y amoroso, no, él no le enseñó humildad ni nobleza, Hybern le enseñó la tortura y el castigo, la disciplina y el orden.

Se decía que los monstruos no nacen, son forjados. Y su padre forjó a la autentica Sloanne, la reina de Hybern.

Guío en silencio a la sacerdotisa por la biblioteca, allí no podía vislumbrarse casi nada, a excepción de lo que las llamas azules de la antorchas alcanzaban a iluminar.

—¿Recuerdas este lugar Ianthe? —le preguntó a la sacerdotisa, quién iba a su espalda. —Tú me enseñaste mucho aquí. Una miserable sacerdotisa enseñando a una poderosa princesa, ¿suena cómo un cuento antigüo, no?

Se giró para ver a la sacerdotisa, quién empezaba a retroceder inconsciente, alejandose de la reina. —Eras tan cruel y despiadada como él. Tú le enseñaste a mí padre a cómo traicionarme. 

—Yo... yo solo ayude al rey en lo que pidió —dijo Ianthe, nerviosa.

—Le ayudaste a deshacerse de mí.

Con una velocidad inconcebible, Sloanne alcanzó a Ianthe y la estrelló contra el librero polvoriento. La tomó del cuello, apretujandola.

—Ustedes me encerraron. Me arrebataron mi poder, mi reino y todo lo que poseía —le apretujó con irá contenida. —No creas que te he sacado del infierno dónde te encontrabas solo por nada. Tú vas a decirme dónde está el resto de mi poder. Y si te niegas o me mientes, te regresaré a tu propio y miserable inframundo.

—Ma... majestad —gesticuló la sacerdotisa sin aliento. —Por favor, se lo suplicó... No me envíe de vuelta allí... —un horror indescriptible cruzó los ojos de Ianthe. —Haré todo lo que órdene sin ninguna duda. Pero por favor, déjeme vivir.

Sloanne la soltó del agarré, retrocedió para mirarle el rostro cuando le dijera lo siguiente.

—¿Dónde está mí tesoro aterrador? ¿Dónde ocultaron las otras partes de mí magia? —la reina volvió a empujarla con magia contra el librero, su contenido de éste quedó esparcido por el piso.

—Yo... yo no tengo idea —habló con temor Ianthe.

—Dividir el poder de una reina en pedazos es profanar la naturaleza, y eso no voy a dejarlo impune. Tú y mi padre me encerraron en un lugar de tinieblas, me arrebataron mi poder escondiendolo en objetos. Un gran tesoro aterrador —Sloanne estiró su mano y le apretujó la mandíbula conteniendo aún más el enojo que se arremolinaba en el interior de su poder.  —¿Sabes lo que se siente ser dividida en pedazos? —le sonrió con desdén. —No te preocupes, yo te mostraré lo que se siente. Pero primero me dirás dónde están los demás objetos.

Encendió llamas azules en su palma, acercó el fuego y unió su mano a la mejilla de Ianthe para quemarle el rostro. La mujer gritó y lloró. Trató de alejarse, pero ella no la soltó tan rápido.

—Una corona que controla las mentes, una máscara que dirige a los muertos, un arpa capaz de abrir los portales del universo —aumentó el calor de las llamas, la carne quemada le innundaba el olfato. —Mi Narben, la espada más poderosa que le da a quien la empuña la capacidad de cumplir todos sus objetivos y el anillo... —finalmente soltó a la sacerdotisa. —Del anillo de hueso, sabes cuál es su función. Y seguramente sabes porque es el primero que quiero en mi poder.

—El anillo... —intentó decir—, solo se dónde está el anillo.

—Vamos Ianthe, sé que sabes más. Si recuerdo bien, también había un amuleto, el amuleto también lo quiero primero, ¿dónde está?

Ianthe intentaba escapar, huir como una rata en una caverna.

—No lo sé, por favor... No lo sé —chilló ella.

—No te creó, ¿Dónde está el amuleto? —esta vez le colocó ambas manos llameantes al rostro.

Ianthe gritó sin inhibición, el dolor era infinito, pero no se comparaba al dolor que su padre le había mostrado.

Y finalmente, Ianthe se rompió. —Se lo juró, se lo juró que solo sé dónde está el anillo de hueso. Está... está en Cretea, en las ruinas de Cretea —logró decir ella entre lloriqueos.

La reina detuvo su tortura por unos segundos.
Soltó a Ianthe y está se cayó al suelo, intentando tocarse el rostro, pero no lo hizo temiendo que eso le causará más dolor. Sus mejillas estaba en carne abierta, rosadas por la carne quemada.

—¿Y la espada?

Ianthe tembló, ni siquiera alzó la vista cuándo le dijo con su respiración agitada por el miedo. —La espada fue desechada... Por Amarantha, ella la buscó para él, para el rey...

Su soldado Ilyrio ingresó a la biblioteca, quizá preocupado por los previos llantos y gritos de tortura.

Sloanne respiró conteniendo la irá al verla. —Vete de mí vista antes de que continúe haciéndote pagar —le indicó.

Ianthe se levantó con las piernas debilitadas por el dolor, —Sí, majestad —no perdió el tiempo y salió huyendo de la biblioteca.

La reina se dió la vuelta y se adentró más entre los libreros, su magia alcanzó una chimenea en aquel lugar, iluminando con su usual luz azul. El joven Ilyrio se le acercó a tal espacio. Este lugar era de su padre, el asiento frente a la chimenea era el favorito de Hybern. Sloanne se aproximó a aquella silla, conteniendo su odio solo con tocarla.

—¿Dónde está Tamlin? —preguntó en su lugar la reina.

—Dijo que se reuniría con sus hombres, majestad —respondió el Ilyrio.

—De nuevo estamos solos en este infierno oscuro. En mi reino, la tierra dónde nací y sin embargo... —la reina, apretó con sus manos el borde de aquella infernal silla. —Odio este lugar. Mi verdadero reino no fue aquí, sino en una tierra muy lejana y desértica.

Ella se giró para mirarlo. El Ilyrio apartó la mirada, quizá se avergonzaba o le temía.

—Muchos siglos atrás le decían el reino maldecido. Todos lo odiaban porque decían que era el reino más cruel y atroz, pero nadie jamás entendió porque su reina hacía lo que hacía, porqué castigaba como lo hacía. —Ella le miró unos segundos más, notandolo. —Algo te preocupa, Neherys. ¿Tienes algo que decirme, no es así?

El chico permaneció callado por unos segundos, pensando.

—Si majestad. Disculpe que la interrumpa —el permanece en silencio, esperando que le diera permiso para hablar. Sloanne concedió y escucho al chico decir —Yo tengo una idea... He pensado en una posible solución para obtener la corte invierno bajo su mando.

—Pues mencionala.

—No quiero ser impertinente, pero no creó que sea buena idea que deje ir a la señorita Morrigan. Oh bueno, no aún, al menos. Creó que ella puede servir para esto —dijo el joven a sus espaldas.

Sloanne olvidó su propio odio y se aproximó hacía el chico. —¿Qué tienes en mente, mi fiel caballero?

Neherys le sonrió, como si se le iluminará el rostro al ella mencionar su título. Y ella descubrió que el joven tenía una mente muy astuta, cuándo le empezó a contar todo su plan.

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   Recordaba el primer día en que había decidido defenderse a sí misma por primera vez.

Cuando era pequeña, creía ciegamente en las palabras de sus padres. Los respetaba y seguía sus reglas. Pero mientras iba creciendo, se daba cuenta de lo injustos que se habían vuelto con ella. Fue así que entendió que una vez que sangrara por primera vez cómo una mujer fae, todo sería completamente diferente. Aunque no imagino cuánto.

Su madre siempre había sido una mujer de pocas palabras, una mujer que sabía cuándo hablar y cuando callar. En su lugar, Morrigan no había heredado nada de esas cualidades, por ello se causó muchos problemas con su padre.

Pero ese día en que Morrigan hizo lo que sus sentimientos de verdad anhelaban, ese día que cambió su vida... Casi podía ver de nuevo la cara de fría decepción de su madre cuándo regresó del campamento ilyrio. Su padre la abofeteó, le dijo y le hizo muchas cosas crueles. Había dejado de ser la hija de sus padres, solo porque no quería ser atada o domada. No imaginaria jamás, que el castigo de su propio padre sería tan terrible e inimaginable. El deber de un padre debía ser proteger y cuidar a su hija, pero Keir no entendía nada de eso. Y por eso lo odiaba tanto, tanto que...

—Morrigan, Morrigan —escuchó una voz sedosa y extravagante.

Mor parpadeó, dejando a un lado los recuerdos y los pensamientos. Cuando sus ojos se aclararon un poco, vió que la niebla de aquel lugar oscuro se había esparcido lejos de este espacio. Ella estaba acostada en el suelo, vió las botas negras de alguien acercarse.

—No te ves nada bien, y no lo digo solo por tu apariencia de anciana fea —dijo la egocéntrica voz de la maldita reina.

Algo rugió en los alrededores de la niebla, era la criatura que se había abalanzado contra ella. Aún acechaba.

—Ese mounstro... ¿Qué es lo que hace? —preguntó con voz ronca, tenía tanta sed que al hablar sus labios resecos se partían y sangraban. Su estómago gruñía y se apretujaba de hambre.

—Ya debes saber la respuesta —La reina se agacha hasta quedar a su altura y mirarle. —La nombre la bestia de dolor, porqué solo se alimenta de los recuerdos más dolorosos de toda tu existencia. Aunque aquí es conocida cómo la bestia de la niebla.

La reina encendió su magia azul en medio de la oscuridad nebulosa. Forjó un plato de cristal y en el se materializó agua clara y limpia, se lo tendió a ella, para que bebiera.

Morrigan lo arrojó al instante, no tomaría nada de lo que esa maldita le ofreciera.

La reina soltó una risa. —Lo ves, sigues siendo injusta conmigo. Pero pese a ello, voy a darte una última oportunidad de redimirte, voy a darte dos opciones y solamente tú puedes escoger la mejor para tí.

Morrigan se levantó del suelo, poniéndose alerta ante la reina. Se sentía agotada, y muy indispuesta.

—Puedes quedarte aquí y pudrirte en tus recuerdos más dolorosos, y revivirlos una y otra vez, hasta que no sepas diferenciar la realidad. O... —menciona la reina con intriga. —Te liberó, te regresó tu poder y belleza. Y vuelves a tu hogar, solo por hacerme un solo favor.

Morrigan no responde, la odiaba, la odiaba tanto que se prometería asesinarla, y que no descansaría hasta hacerlo. Así que con ese pensamiento en su cabeza, hace algo de lo más bajo que jamás hizo en su vida, le lanza un escupitajo en la cara a la reina.

Deseaba todas las cosas malas en el mundo para ella.

La reina se queda quieta y en silencio, en su lugar ríe de forma escabrosa y se limpia apaciblemente la mejilla. Le miraba, y su ojos se encendieron con breve enojo. —Ahora te has vuelto en una patética asquerosa —le dijo. Se levantó, mirándole desde arriba. —Esperó que disfrutes tus siguientes momentos aquí. Al guardián le gusta dejar los peores recuerdos para el final.

La reina soltó un silbido, llamando a la bestia que acechaba entre la niebla de los alrededores. Sus pisadas se escucharon densas, la niebla comenzó a acercarse al mismo tiempo.

—Después de todo, solo necesito tú sangre y cabello para lo que sigue.

Morrigan sí lo vió venir, pero no tenía fuerzas para defenderse cuando la reina le asestó un golpe tan duro en la cabeza que escuchó a su cráneo crujir. Los oídos le zumbaron, mientras su vista se volvía borrosa. Lo único que alcazaba a ver eran los ojos azules y brillantes de la bestia, del mismo azul que la magia de esa maldita reina. «¿Esa bestia era su mascota o algo parecido? ¿Porqué su magia se veía igual o similar?». Antes de que Morrigan razonara más cosas, se encontró con más oscuridad.


────•𖦹•̀.☦︎ NEHERYS ☦︎•̀.𖦹•──── 


   La reina se paró frente Ianthe, y con molestia reprimida le extendió un tubo de líquido dorado. Ianthe lo tomó con cuidado y miedo, su rostro estaba quemado de forma terrible, estaban enrojecidas sus quemaduras y punzaban. No sabía que le había hecho, o dicho a la reina en la biblioteca, pero no quería saberlo. «Seguro hizo algo muy malo si la reina la había castigado de dicha forma».

—Haz ésto bien y sanaré tus heridas —le dice la reina, más apacible.

Ianthe asiente nerviosa, tomando un suave sorbo del líquido. Cuándo lo termina, los dedos le tiemblan y tira el tubo de vidrio. Este se rompe en el suelo, mientras ella retrocede.

Pronto sus mejillas quemadas, se cierran dejando paso a piel nueva. El rostro se le afina, el busto le crece y el pelo se le torna a un dorado más brillante. Ianthe ahora era la señorita Morrigan, pero no la anciana que había visto en el campamento de guerra del otoño, no, está vez ella lucía cómo la Morrigan de verdad, la señorita joven y hermosa.

—¿Y esto cuánto durará, esta vez? —pregunta Ianthe, viéndose los brazos y el resto del cuerpo. No muy convencida.

—Hasta que yo quiera —fueron las únicas palabras de la reina para ella, frías como un latigazo.

Ianthe prefirió no decir más.

En su lugar, su majestad se le aproximó con un vaso de líquido azul cobalto. Se lo entregó con una sonrisa conspiradora. —Tu turno, mi fiel caballero.

Neherys lo aceptó, sospechando ya en quién lo convertiría a él. De un solo trago, lo bebió, pasándolo sin sentir el sabor de lo que sea que bebía. Cumpliría las órdenes que su majestad le diera, de eso estaba seguro. «Le debía esto, a su reina».

Ella se le aproximó tanto que le tomó de los hombros, mirándole a los ojos. Sintió la magia de ella adentrarse en su ser, invadirlo. Neherys se acercó más a su majestad, aceptando la fuerza y el poder que ella le entregaba. Lo aceptó sin duda, porque confiaba con fidelidad en ella. Ella no lo dañaría y si lo hiciera, seguro tenía sus razones.

Sus músculos abarcaron su cuerpo, su cabello se hizo más corto y negro. La reina le tocó el rostro, sonriendo, sus uñas eran tan largas que casi lo arañaban. Su majestad le tomó el rostro con sus frías manos para verlo con claridad. El pulsó de Neherys comenzó acelerarse cuando la reina le acarició el rostro con gentileza.

—Sí —su sonrisa era maligna, seductora y estaba emocionada. —Luces exactamente cómo él, mi fiel caballero.

Hola mis queridos lectores, lamento la demora con este capítulo. Espero que les haya gustado porque en el siguiente se viene tremendo plow-twist.

Les envío muchos besos de la preciosa Sloanne. 💗

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