|♔︎| 𝐕. La resurrección de lo oscuro.






─━━━⊱ CAPÍTULO V ⊰━━━─

LA RESURRECCIÓN DE LO OSCURO

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Los traidores pueden ser nuestro talón de aquiles❞.
━━━ Napoleón Bonaparte.

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  Algún instinto dentro de Azriel, deseó hincarse ante aquel cuerpo sin vida, sostenerlo. La sala se quedó en silencio, pues todos temían al poder de Rhysand y la gran lady noche. Él sentía que algo no estaba bien, sentía que su cuerpo estaba siendo invadido por una noción distinta, ya que todo le parecía irreal.

Entonces...

El cuerpo inerte de la chica se perdió en llamas azules, fuego se expandió hasta alcanzarlo todo. Rhysand hizo una señal para se quedarán quietos y que nadie se le aproximará a aquella llamarada azul. La velocidad del fuego fue tan sorprendente, que consumió piel y huesos en pocos segundos.

Las cadenas de hierro con las que la contuvieron en prisión, se hicieron hierro líquido en el suelo. Y justo cuando no quedó nada más para consumir, el fuego cesó. El suelo de la corte empezó a temblar.

La estructura de la sala del trono comenzó a tambalearse, el techo y los pilares de la sala crujieron, se escucharon quebrarse y el polvo descendió sobre sus cabezas. Su familia se preparaba para una posible amenaza cuando el techo de la sala fue atravesado, soltando escombros y nublando la vista de todos con más polvo, escuchó el sonido de los escombros caerse.

Una orda del poder más extraño, se expandió, empujando la estructura de la corte. Era una magia tan fría y oscura, a Azriel le hacía sentir nauseabundo y enfermo. Era la esencia de la magia que permaneció en el campo de batalla tras la masacre. Azriel tosió el polvo y se levantó empujando los restos de techo con un aleteo fuete, buscó a su alta lady, pero el trono noche había quedado en pedazos.

Y la voz de ella retumbó en sus mentes, sobretodo su risa.

—Les advertí que volvería —dijo la mujer que minutos antes había muerto frente a todos.

Sus sombras corrieron hasta a él, intentaban decirle algo con urgencia, desesperadas por su atención, eran insistentes. Pero no las comprendía, y no era el momento para concentrarse en ellas.

Rhysand se levantó de entre los escombros, ayudando a Feyre a levantarse. Azriel apenas respiró aliviado, cuando más restos se levantaron y apareció Cassian protegiendo a Morrigan.

—Yo soy Sloanne, nacida de la guerra —la voz en sus mentes contenían poder, Azriel sentía su cabeza palpitar en dolor. —Y todos ustedes, han sido condenados por sus despreciables actos.

La mujer descendió, como si hubiera caído del cielo. Ella tenía una oscura corona de astas y picos, irradiada con fuego azul. Vestía la más fuerte y pulida armadura que jamás había visto.

Ella revivió. El poder de Rhysand era mortífero, y ella lo había sobrevivido.

Algo dentro de él tironeba desde su interior.

—Soy la reina de Hybern. Y todo aquel que piense, diga o susurré mi nombre morirá —alcanzó el anillo de su dedo, quitándoselo. —Todo aquel que porte ésto, —levantó su anillo con una sonrisa escabrosa— sobrevivirá.

Ella lanzó su anillo en el aire. Azriel sabía lo que seguía por lo que había escuchado de Devlon.

Se desapareció en sombras, mientras Cassian se abalanzaba contra ella. Azriel alcanzó a la chica, conteniendola a su espalda, Cassian iba a encajar la espada en su pecho, cuando el filo alcanzó la armadura de la chica, la espada de su hermano se rompió en pedazos y astillas de acero.

El poder la chica volvió a empujarlo, tomó a Cassian de cuello como si el ilyrio no pesará nada.

Su anillo resonó finalmente sobre el suelo, cayendo.

Rhysand se levantó, la furia del lord alcanzaba todos los rincones de la sala. Desbordó su poder para combartirla, ella arrojó a Cassian contra el lord.

—Alto lord de la corte noche —llamó ella. —Vendré por ti, tu familia y tu poder. Y todo aquel que vaya en mi contra, también le quitaré lo que posee. Recuerden mi nombre, pues vendré por ustedes cuando lo mencionen.

Azriel lanzó su daga en la distracción de la chica, para atravesar su corazón, ella la retuvo con su magia azul y después la desapareció. Lo vió a los ojos, su rostro era mortífero y hermoso, sus ojos parecían del color de sus sifones.

Él volvió a sentir un tirón dentro de sí, uno que no le permitió detener más a la enemiga.

—Ya te veré de nuevo —le dijo ella, guiñándole el ojos.

Retrocedió ante una oscuridad a su espalda, parecida a una sombra. Desapareció como si nunca hubiese estado presente.

Se llevó su daga. Sus propias sombras le susurraban: ella, es ella...

«No podía ser, no ella».

A sus rodillas, refulgió el anillo de plata, lo levantó oprimiendolo sobre su mano, sintió el rastro que había dejado la dueña del anillo. «Era ella, su pareja».









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