── 𝐧𝐢𝐧𝐞𝐭𝐞𝐞𝐧.
⌗˚𓏲•🌿ʚ 𝖼𝗁𝖺𝗉𝗍𝖾𝗋 𝗑𝗂𝗑 ; 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢 𝘥𝘦 𝘦𝘮𝘱𝘦𝘯̃𝘰𝘴.
Los nervios inundaban mi ser.
¿Cómo le explicaría exactamente a mi tía sobre la raja que me atraviesa todo el costillar en arriba abajo?
<<Quizá ni lo nota>>
Oh, por Dios, ¿¡a quién engaño!? Claramente se iba a dar cuenta de la herida.
JJ había sido tan amable que había querido retrasar un poco más mi muerte para que ahora tuviera que enfrentarme a la bronca de mi tía. Habíamos llegado al château después de dejar a Kie, Sarah y Pope en sus casas, y lo primero que hizo John B fue ducharse, y nada más acabar, calentar una pizza ya empezada que se había encontrado en el fondo del frigorífico, mientras el otro chico me tumbaba en el sofá y me desinfectaba el corte. Luego de muchos quejidos y lágrimas de dolor debido a los puntos que me puso JJ ──seguía asustada por no saber sobre los dotes médicos de él y por si me había liado aún más aquel tajo──, el de ojos claros terminó con su tarea y cenamos los tres juntos en el sofá, hablando súper emocionados por lo que acabábamos de encontrar e ideando planes para ir a recoger el resto del Merchant cuanto antes.
Y ahora mismo me encontraba sentada en la furgoneta, el rubio y yo éramos los únicos pasajeros. JJ conducía y yo iba de copiloto. John B nos dijo que quería quedarse en su casa porque estaba muy cansado y necesitaba pensar. Lo aceptamos y Maybank se ofreció rápidamente a llevarme a mi casa, preocupado porque me pasara algo por el camino.
JJ bajó primero del vehículo cuando se detuvo frente a mi hogar y abrió mi puerta como un caballero, ayudándome a posar los pies en el suelo y pasando su musculoso brazo derecho por mi cintura, sujetándome firmemente.
──Gracias por todo, JJ ──lo observé después de tocar el timbre. Su ceño estaba fruncido por el miedo a hacerme daño o que me lo hiciera yo misma, sus ojos azules conectaban con los míos de un tono más verdoso. No dijo nada por unos largos segundos, y tampoco lo obligué, disfrutaba mucho la vista en ese instante.
<<No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas...>>
Lo hice.
Bajé la mirada a sus carnosos labios y la alcé enseguida, atemorizada porque hubiera notado el pequeño gesto. Me sorprendí cuando vi que él también veía los míos, y los nervios acumularon mi cuerpo. Quería besarlo. Sí, allí mismo, me daba igual. Justo cuando iba a ponerme de puntillas para juntar mi boca con la suya, la puerta se abrió.
Me separé enseguida y vi que la castaña subía una ceja, sorprendida y vacilona. Sus ojeras estaban presentes, al igual que su pijama gris con puntos blancos, que constaba de una camisa abotonada y unos pantalones largos anchos. Sus pies, descalzos, mostraban el color rosa palo en sus uñas, algo gastado porque se las pintó hace un par de semanas.
──¡Tía Eva...! ──sonreí, preparada para el alboroto que iba a montar en cuanto viera mi espalda.
Suspiré y me dejé caer en el suelo lentamente, arrastrando mi espalda por la puerta cerrada de mi habitación, pero me arrepentí a medio camino y me incorporé rápidamente. Caminé hacia mi armario de madera y lo abrí, encontrándome con varias prendas. La que elegí fue una camisa blanca de manga corta y unos shorts negros deportivos. Me iba a meter en la cama, pero justo pasé frente a mi espejo de cuerpo entero.
Me observé en él. Giré mi cuerpo y levanté la camiseta, encontrándome con la herida causante de la escandalera de mi tía. Yo dije que me resbalé y me corté con una piedra o algo parecido, cualquier excusa para no tenerle que contar mi aventura sobre el descubrimiento del Royal Merchant. Observé aquel tajo unos segundos más, recuerdos venían a mi mente.
──¡Cierra la boca de una vez!
──¡Oblígame!
──¡Sucia zorra, igual a tu madre!
──¡No hables de ella así!
La imagen de un cuchillo sobrevoló por mis pensamientos.
──¡Murió por tu culpa, maldita! ¡Y ahora yo tendré que cuidarte!
──¡Pudiste haberme adoptado, cobarde!
──Te voy a enseñar a respetar a tus mayores, niña malcriada.
Un grito ensordecedor por parte de una chica de unos diez años taponó mis oídos.
──¡Una decepción para la familia, no sé por qué acepté hacerme cargo de ti!
──Si tan difícil es, ¡vete!
──Eso haré, eso haré. ¡Me voy de esta asquerosa casa!
La sangre se estampó en mis ojos, impidiéndome ver nada y nublándome la vista.
De repente, volví en mí. Sacudí la cabeza y miré el espejo. Bajé enseguida la camisa, aturdida y asustada, notando las lágrimas bajar por mis mejillas.
¿Dónde estaría ese capullo ahora mismo?
──Vamos a repasar el plan ──propuso Kiara, sujetando un folio con un dibujo en él.
Esta mañana nos habíamos reunido toda la pandilla, y ahora las tres chicas del grupo ──Sarah, Kie y yo──, nos encontrábamos con el culo pegado a los asientos traseros furgoneta y con la puerta corredera abierta.
──Sí, a ver... ──aceptó Sarah, acercando la cabeza al papel para observarlo mejor. Teníamos que crear un proyecto perfecto para colarnos de nuevo en la casa de la señora Crain y recoger el resto de oro.
──Está a quince metros y usaremos una cuerda de treinta ──informó la mulata, en el medio de la Kook y yo, trazando con su dedo la línea de la polea que se metía en el pozo. Las medidas de altura, anchura, volumen... estaban escritas allí──. Así que el carrito irá... Directo a la cámara del oro.
──¿Enserio pensáis que podremos meter un carro ahí? No me jodáis. ──Reí junto a las demás por lo surrealista que sonaba.
──¿Quién lo ha dibujado? ──preguntó todavía carcajeándose Sarah. Kiara y yo nos miramos sonriendo divertidas, sabíamos exactamente quien era el responsable de esa obra artística.
──¿Tú qué crees? ──Las tres chicas nos volteamos a ver a John B y a Pope después de la respuesta de Kie. Éstos estaban trabajando en algo, pero el de tez oscura se giró a vernos en ese momento.
Enarqué una ceja, burlona, y me bajé del vehículo ──con cuidado de no hacerme daño en la herida── para que Pope siguiera observando a mi amiga Kiara, quien seguía ensimismada en el trazo mal hecho de su folio. Sarah alzó la cabeza, miró al moreno y luego a mí, y sus labios se curvaron hacia arriba, entendiendo enseguida.
Todos sabíamos lo que ocurría entre ese par, excepto ese par.
──¡Kie! ──Rápidamente mis ojos se clavaron en JJ, quien salía del château con tres láminas de oro en una mano y un recipiente de cerámica en la otra. Paró frente a la furgoneta y yo me coloqué a su lado──. Espero que funcione ──murmuró el rubio y se apoyó en el coche──. No podremos empeñarlo con el símbolo de una espiga.
La de piel mestiza agarró un soplete del suelo y lo puso a la altura de su cabeza, con determinación en su mirada.
──Funcionará ──se convenció Kiara, tanto a ella como a los demás.
──Si vas a hacer algo con un mechero, intenta sujetarlo de manera correcta para no quemarte ──le expliqué cogiendo aquel instrumento y asegurándome de que lo utilizaba bien──. Si fueras John B, dejaría que lo usaras como te plazca, si te fueras a abrasar hasta me reiría.
──¡Oye, te he oído! ──se quejó el castaño a lo lejos, indignado──. La que debería coger algo de color eres tú, Ronnie. Te veo los huesos desde aquí de lo blanca que estás.
Me abracé a mí misma tapando mis brazos, insegura porque, a pesar tomara el sol, mi piel se negaba a coger algo de tostado.
──¡Cállate, hijo de puta! ──exclamé──. Las pelirrojas tenemos ese inconveniente, no podemos ponernos morenas.
──Pues a mí me parece que eres hermosa igualmente sin estar morena ──me halagó JJ, pasando un brazo por mis hombros.
Tragué saliva y luché contra mi ser para no ponerme roja. Sentía las miradas cómplices de Sarah y Kiara en la furgoneta todavía, poniendo caras traviesas y burlonas.
Alcé la cabeza para observar al de ojos azules y sonreí, marcando mi hoyuelo derecho. Sí, así es, nací con un hoyuelo en una mejilla, pero en la otra no. Y lo odiaba, odiaba mi cara irregular y mi sentimiento de perfeccionismo siempre.
Y también odiaba el no poder besar a ese chico rubio por miedo a no ser correspondida.
Y odiaba a mi familia.
Odiaba mi vida y me odiaba a mí misma.
<<Joder, qué bipolar soy. Antes estaba dando saltitos de alegría por la ilusión de conseguir mis 80 millones de pavos, y ahora me siento triste y sin ganas de hacer nada>>
Notar el índice de JJ incrustándose en mi carrillo derecho me hizo volver a sonreír, ignorando los pensamientos suicidas y destructivos para uno mismo que, cada vez más seguido, corrían por mi mente.
──¿Qué coño haces? ──reaccioné, confundida por su acto.
No necesité una respuesta al ver que repetía su movimiento, para darme cuenta de que estaba observando cómo, al clavar su dedo, la zona afectada agarraba un tono rosado, y al apartarlo, volvía al color original.
Le pegué un manotazo en la muñeca a Maybank, lo que ocasionó que quitara su extremidad de mi cara y dejara su jueguecito de niños, a la vez que soltaba un quejido casi inaudible.
Sarah, Kie, JJ y yo reímos, para luego callar y observar como la segunda echaba mano al soplete después de colocarse unas gafas trasparentes protectoras para fundir aquel material que nos haría ricos.
Sonreí al ver como el oro se tornaba a estado líquido en segundos. Todo estaba saliendo perfecto, como a mí me gustaba.
Y esperaba que siguiera siendo así.
La casa de empeños. En ese momento estábamos frente a ella, aparcando la furgoneta a un lado de la carretera para no estorbar a otros vehículos. Digamos que ese lugar no era muy agradable a la vista y no te daban ganas de entrar debido al par de carteles insultando al huracán Agatha que colgaban de las ventanas. Para ser sincera, ya me daba igual, entraría a donde fuera solo por conseguir el dinero equivalente a esas láminas de oro que conseguimos la noche anterior.
──Te has lucido fundiéndolo doctora Frankenstein ──comentó JJ sarcástico saliendo de la furgoneta con una toalla azul desgastada en sus manos, y con el oro en ella. Lo dijo de esa forma debido a que la masa no había quedado demasiado bien... ¿a quién engañaba? Estaba fatal, muy imperfecto, se notaba a un kilómetro de distancia que habíamos utilizado un soplete.
──Como que tú lo habrías hecho mejor ──se defendió la morena, harta de que se lo echara en cara cada dos por tres.
──Claro que sí, di clases de soldadura ──argumentó ahora el rubio, burlón.
──¿Cuándo? ──Kiara ya parecía bastante enfadada con esa conversación.
──Hey, hey, hey, hey. Shhh... ──los calló por fin John B, colocándose entre medias de ambos──. Tranquilos, ¿vale?
──Para ti es fácil decirlo ──refunfuñó el ojiazul──. No eres tú el que tiene que empeñar este truño. ¿Por qué me ha tocado a mí?
──Porque mientes bien ──respondió simple Pope.
──Nicki también miente bien, y en cambio, ella se libra. ──Me crucé de brazos ante las palabras de JJ y enarqué una ceja.
──Anda, cállate ya ──lo interrumpí después de haber puesto los ojos en blanco──. Iré contigo.
JJ sonrió victorioso y eso me molestó más, pero lo dejé pasar abriendo la puerta de la tienda bruscamente. El de ojos claros entró detrás de mí, y ambos pudimos observar a la dependienta de la caja registradora, la cual se había girado hacia nosotros debido al sonido de la campanilla encima de la puerta. Menuda bienvenida, con su ceño fruncido y su expresión de total desconfianza, no me extrañaba que ese lugar estuviera vacío.
──Buenas tardes ──saludamos JJ y yo al mismo tiempo, intentando sonar lo más naturales posibles. Sentí como los demás entraban al establecimiento y disimulaban mirando objetos y estanterías.
──Buenas tardes ──contestó de vuelta la señora, aunque su tono no fue del todo amable.
Aquella mujer era bastante mayor, sus ropas eran de colores claros, al contrario que su piel, que era igual de oscura que la de Pope. Su pelo canoso y sus arrugas me dieron una pista sobre su edad: rozaría los setenta.
──¿Compra oro? ──habló JJ, posicionándose enfrente de ella, con el mueble del mostrador separándoles. Seguí a mi amigo y me puse a su lado izquierdo.
──Eso lo dice el cartel, ¿no? ──De acuerdo, esa señora ya no me caía bien debido al sarcasmo con el que lo dijo.
──Espero que compre mucho, porque la dejaremos sin habla ──aseguró JJ y dejó caer la mochila en el mostrador con un golpe seco. La abrió lentamente, con la mirada de la dependienta siguiendo todos sus movimientos.
──Veamos, porque pocas cosas me dejan sin habla. ──Vaya señora, dura de roer. El chico sacó por fin el trozo de oro y lo colocó en el cristal.
──¿Qué me dice de esta monada? ──susurró el de cabellos rubios, regalándole a la de piel oscura una sonrisa ladina. Alterné mi mirada entre el oro y la anciana.
──No es de verdad, es falso. ──La de tez chocolate soltó una carcajada amarga al mismo tiempo que negaba con la cabeza y volvía a mirar a JJ.
──Usted sí que es... ──solté apoyando ambas manos en el mueble, no podía aguantarme las ganas de pegarle una torta a esa vieja zorra.
──Lo que quiere decir es que... ──me frenó JJ, antes de que la cagara──. Nosotros no perderíamos el tiempo en intentar molestarla con oro falso.
──¿Enserio? Porque es justo lo que pienso ──replicó la negra. Conté hasta diez en mi mente para no lanzarme contra esa asquerosa.
──Mire cuánto pesa ──di gracias que JJ estaba ahí para salvarme el trasero. La morena frunció el ceño hacia el de ojos azules, pero aun así agarró el pedazo de oro. Lo único es que no lo pesó, solo, con manos temblorosas, lo observó con una lupa y una pequeña linterna──. Sí, sí, ilumínelo.
──Wolframio pintado con espray. ──La mujer no se dio por vencida todavía.
──Hágale más pruebas ──ordené, ya sin paciencia──. Si cree que ese oro es falso, no tendrá mucha experiencia en este negocio, ¿verdad que no? ──hice un puchero falso, mis codos estaban apoyados en el cristal, y mi cabeza en mis manos──. ¿Cuántas veces la habrán estafado, señora?
──Llevo años trabajando en esto, maldita mocosa.
Maldita mocosa. Esas dos palabras resonaron en mi mente, y me acordé del recuerdo que viví la noche anterior, cuando él me llamó igual. Sacudí la cabeza y volví a la realidad.
──Si es así, hágale más pruebas ──repetí, firme ante mi decisión.
La vieja resopló frustrada y cogió un martillo junto a un clavo, probó a darle con el primero al instrumento de metal para ver si el oro de picaba, aunque nada de eso ocurrió.
──¡Oh, fíjese! ──exclamó JJ viendo como la señora tocaba con su mano el oro, intentando notar algo irregular.
──Para el carro ──lo calló al chico──. Todavía falta la prueba del ácido.
Me di la vuelta para no mirar a la de tez negruzca y rodé los ojos.
──Li pribi dil ícidi ──murmuré imitándola lo suficientemente bajo para que solo pudiera escuchar yo lo que dije.
──¡Oh, la prueba del ácido! ──JJ sonrió divertido, echándoles un vistazo a los demás──. Mi parte favorita.
Volteé mi cuerpo de nuevo y observé como la dependienta volvía con un cuentagotas y ponía algo de ácido en el mineral puro. Nadie hablaba, solo estábamos impacientes porque nos diera de una puta vez el dinero equivalente a ese pedazo de oro.
──Vale, no está chapado ni pintado... ──Por fin aquella anciana parecía darnos la razón y ceder.
──Oiga, ya se lo hemos dicho, es tan real como...
──Como Larry ──interrumpí al rubio. Él se giró hacia mí y frunció el ceño. Yo lo miré como si fuera la cosa más obvia del mundo──. Larry Stylinson... ──hablé nuevamente, intentando que supiera a lo que me refería, pero con cada palabra que decía, su cara era más confusa──. ¿El ship? ¡JJ, por Dios!
──Parece como si hubieran intentado fundirlo... ──Me callé para escuchar lo que la señora susurró, sus ojos estaban fijos en nosotros, esperando una explicación convincente.
──Mi madre ──dijo rápidamente JJ, salvándonos el pellejo... otra vez──. Tenía unas cuantas joyas por casa y pensó que lo mejor era fundirlo.
──Claro, para combinarlo ──le seguí el rollo a mi amigo, pronunciando lentamente la palabra "combinarlo".
──¿Y si es tu madre, quién es ella? ──se dirigió a JJ, recalcando el "tu" y el "ella", con lo último se refería a mí.
<<¿Y a usted qué coño le importa?>>
──Yo soy su... ──Mis neuronas se movían con rapidez, buscando una respuesta.
──Novia ──inventó el de ojos azules, y yo abrí los míos como platos. JJ pasó su musculoso brazo por mis hombros y me juntó a él, tanto que podía oler su aroma a salitre──. Ella es mi novia ──ahora sonó más convencido──. Siempre me apoyó después de... uh... la muerte de mi madre, y quería que me acompañara a que me dieras el dinero correspondiente de esta preciosidad. ──Esta vez habló del oro.
──Claro... ──asintió la canosa sin llegar a creérselo del todo, pero dejándolo pasar. Cogió las láminas fundidas con ambas manos y las puso en la báscula──. ¿Tres kilos? ──se sorprendió la señora, con ambas cejas alzadas──. Son muchos pendientes.
──Oiga, le seré sincero... ──empezó a narrar JJ, ya me estaba poniendo cómoda entre sus brazos para oír la tremenda mentira que iba a soltar. Maybank bajó la cabeza, serio y desprendiendo tristeza. Ese chaval mentía muy bien, vaya──. Fue muy duro para mí ver a mi madre deteriorarse por el alzhéimer.
──Uh-huh... ──La mujer frunció los labios──. Dadme un segundo.
──Tómese su tiempo. ──JJ todavía miraba el suelo. La de piel oscura, sin decir nada más, dio unos pasos hasta una cortina y la abrió para después cerrarla, dejándonos solos.
──¿¡Tu novia!? ──grité en un murmullo, empujando al chico lejos de mí.
──No se me ocurrió nada mejor, lo siento. ──El rubio se encogió de hombros, sin darle demasiada importancia──. Aunque debes admitir que fuera así en la vida real.
<<Sí>>
──¡No! ──me negué, jamás lo admitiría.
──Claro, ya...
El ruido de las cortinas abriéndose hizo que ambos pegáramos un respingo, JJ volviendo a colocar su brazo por mis hombros.
──Pues... ──comenzó la señora, acercándose de nuevo al mostrador──. He hablado con mi jefe...
──¿Y? ──la animé a seguir, inquieta.
──Y esto es lo que puedo daros. ──La mujer nos entregó un cheque con el dinero que supuestamente equivalía al oro.
──¿Cincuenta mil? ¿Está de coña? ──alcé una ceja, confundida e indignada por tal pequeña cantidad.
──¿Cree que no estoy informado del precio al contado? ──continuó con mi queja el de ojos oceánicos──. Oiga, sé que vale ciento cuarenta como mínimo ──dijo firme JJ, apuntando con su dedo índice al pedrusco de tres kilos.
──Estáis en una casa de empeños. ──Aquella vieja parecía divertirse con la situación──. Esto no es Zúrich. ¿Acaso tengo cara de suiza?
──¿Quiere que le diga de qué tiene cara? ──espeté groseramente, la educación no es algo de lo que me hablaran mucho en mi infancia.
──Noventa o me voy ──finalizó el trato el de cabello claro.
──Setenta, la mitad de precio y... no haré preguntas sobre su procedencia. ──Nos observó a ambos con superioridad.
Moví mis dedos furiosa por lo terca que era, aguantándome las ganas de estrangularla. Por el rabillo del ojo conseguí ver como John B alzaba el pulgar hacia nosotros, indicándonos que aceptáramos aquella oferta. Suspiré, resignada.
──Démelo en billetes grandes, por favor. ──Una leve sonrisa apareció en mi rostro al escuchar hablar a JJ, ambos recuperando la confianza.
──Bueno... Hay un problema ──desveló la morena.
──¿Qué pasa ahora? ──gruñí para luego resoplar pesadamente.
──No tengo tanto dinero en efectivo, al menos aquí. Puedo haceros un cheque.
──Mire, señora. ──Acerqué mi cara a la suya y susurré──. Puede meterse ese cheque por el culo. ──Cada palabra salía un poco después de la siguiente, para dejarle bien claro mi decisión──. Ahí pone: "Efectivo a cambio de oro" ──dicté la frase del cartel que nos señaló al principio la de pelos blanquecinos──, así que no quiero cheques, quiero el puto dinero en billetes ──recalqué lo último.
──Pues entonces tendréis que ir al almacén ──La mujer sonrió tensa, sin perder la compostura──. Allí tengo el dinero, ¿os parece bien?
──¿Dónde está ese almacén? ──cuestionó JJ justo cuando yo solté otra maldición por lo bajo.
...
¡AAAAAAAHHHHHH! ¡Dios, por fin! Lamento tanto haber tardado en actualizar. Ya saben, fin de curso, proyectos para subir nota, ya hace calor y he pasado más tiempo yendo a la piscina o quedando con mis amigas... ¡Pero aquí lo tienen!
Prometo ir actualizando más seguido, ya que ahora no tengo excusa JAJAJA, ya tengo vacaciones, ¡tres meses de completo tiempo libre para dedicarlo a escribir!
Muchísimas gracias por los 7K de lecturas y por el 1K de votos, no sabéis lo feliz que estoy en este momento.
¿Qué pensaron de lo que dijo JJ sobre que Ronnie era su novia? Jejeje... ya quisiera yo, tú y ellos mismos que eso fuera así... Un momento; ¡si así lo será!
Bueno, no se olviden de votar y comentar<3
Los leooo :)
•.*❀ ʟᴜᴜ ❀*.•
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top