𝑻𝑯𝑹𝑬𝑬

Tanto Jungwon como Jongseong visualizaron el reloj de manecillas que tenían en la pared de sus habitaciones, éstas marcaban las doce de la noche. Ya era hora.

Jongseong rápidamente se bajó de su cama, haciendo un sonido de dolor pues los golpes en su torso y estómago aún dolian.

Encendió la vela que se encontraba en su mesita de noche y tras tomar la parte metálica donde se sostenía la vela, se encaminó a su armario sacando un conjunto de ropa cómoda. Una remera de tela blanca acompañada de sus pantalones de mezclilla, junto a un cinturón rodeando su cintura fué suficiente para que luciera bien, y claro, no podía faltar su gran copete.

— Esos moretones no te quitan lo galán, ¿Eh? — se dijo a si mismo con una sonrisa amarga en su rostro.

Optó por no darle tanta importancia, ahora iría a visitar a su amor y debía estar con todo el buen humor posible sólo para él.

Después de haber colocado algunas almohadas debajo de sus sábanas y haber apagado la vela, se escabulló por su ventana para bajar por el árbol que estaba ubicado a lado de su casa, luego se fijó de que no hubiera nadie en las calles y al tener el camino despejado corrió a lo que era la entrada al bosque.

Estuvo caminando casi una hora y media, ya se sabía el camino de memoria, siempre iba con Jungwon hacia un lindo lugar que habían encontrado un día que estaban explorando el bosque.

Era su lugar especial, un lugar dónde ambos podían ser quienes eran en realidad...

Sin personas que los juzguen, sin que los desprecien, sin que los humillen, sin que los golpeen...

Sólo eran ellos dos, dándose todo el amor que no podían darse fuera de aquellos árboles, quienes eran testigos de aquel hermoso pero prohibido amor.

— ¡Jongseong! — la angelical voz de Jungwon lo sacó de sus pensamientos.

Ahí estaba, tan sonriente dejando que aquellos hoyuelos relucieran en el rostro del menor, pequeños detalles que enamoraban mucho a cualquier persona.

Veía mucho a algunas chicas jugar con sus orificios en las mejillas, y se sentía celoso. Claro que cuando la noche caía y ambos se veían, él se encargaba de jugar y besar los hoyuelos de Jungwon para borrar todo rastro de las manos ajenas.

— Jungwon, amor mío — llamó el pelinegro al menor, con una grande sonrisa adornando su rostro.

— Pensé que no llegarías... — dijo el menor cuando por fin estuvo entre los brazos de su pareja.

— ¿Y perderme de la única oportunidad que tengo para verte en el día? Ni loco —.

Ver la sonrisa de su pequeño le hizo sonreír de igual modo y sin esperar otro segundo más, ambos unieron sus labios en un dulce beso, degustando de la boca del otro mientras se transmitían todo ese deseo que se estuvieron aguantando en todo el día.

Luego de aquello, ingresaron a su pequeña casa.

Era del tamaño de una sola habitación; no tenían muchas cosas más que una cama, dos pequeños sofás y una chimenea, la verdad no necesitaban de mucho.

Jongseong y Jungwon siempre pasaban la noche juntos en su pequeño hogar -el cual estaba muy bien escondido en el bosque- y al amanecer, se despedían con su pequeña sesión de besos para luego irse por caminos diferentes.

Esa era su rutina de siempre y por suerte nadie los había atrapado.

Y así seguirían hasta el día que puedan irse de casa, de eso ellos se encargarían si querían que su amor durara por muchísimo tiempo.

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