𝟎𝟗
𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐞
Maldita suerte de lobo
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Luego de haber salido corriendo como un perro asustado, las patas de Paul se apresuraron por el bosque con desesperación para llegar a la Reserva, específicamente a su único lugar seguro: la casa de Emily.
La voz de sus hermanos de manada lo aturdía más de lo que ya estaba. Las voces, las imágenes en su cabeza y el sentimiento tan extraño en su pecho lo hicieron perder el control y chocar contra un árbol.
Respiraba agitado, pero se recompuso de inmediato y siguió corriendo. Sabía que los demás iban tras él, podía escuchar las órdenes de su alfa pidiéndole que se detuviera, pero ya no importaba. Ya nada de eso importaba.
Cuando estaba casi a la salida del bosque, Paul volvió a su forma humana y tomó la ropa escondida entre los arbustos, colocándosela torpemente antes de salir. Emily estaba ahí, colocando los platos en la mesa que estaba afuera de su casa.
La mujer le sonrió al verlo, pero su expresión cambió de inmediato a una de preocupación al notar lo alterado que estaba el joven Lahote. Tenía los ojos desorbitados, y su respiración era tan agitada como si hubiera corrido desde ahí hasta Phoenix.
Detrás de él aparecieron Sam, luego Jared y después los demás. Paul se giró para verlos, y Sam les hizo señas para que se quedaran atrás. Miró a Emily y, con un movimiento de cabeza, le indicó que se alejara. Paul era temperamental, y todos sabían lo que podía pasar cuando un lobo estaba alterado.
—Paul, escucha...
Paul estaba desubicado, como un animal acorralado. Sus emociones eran un torbellino: enojo, confusión y, por encima de todo, un terror profundo que lo atravesaba. Sam lo miró con calma, aunque sabía que cada palabra que eligiera era crucial. Él entendía ese sentimiento, lo había vivido en carne propia cuando sus ojos se cruzaron con los de Emily por primera vez. Sabía cuán abrumador y aterrador era aquello.
—Sé que estás asustado, Paul, pero debes calmarte. —La voz de Sam era firme, aunque cargada de comprensión.
Pero sus palabras fueron como un detonante. Paul dejó escapar una risa amarga, que pronto se transformó en un gruñido bajo y amenazante. Su cuerpo temblaba visiblemente, apenas conteniendo la transformación que se avecinaba.
—¿¿Calmarme?? —Repitió, con un tono lleno de incredulidad y furia. Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras daba un paso al frente, sus ojos chispeando con rabia contenida. —¡¿Calmarme, dices?! —Su voz se alzó, resonando en el aire como un trueno—. ¡Es un maldito frío, Sam! ¿¡Cómo demonios esperas que me calme!?
Sam no retrocedió ni un milímetro, de lo contrario, se acercó con calma, como aquel que camina por hielo muy delgado. El resto de la manada observaba en tensión, listos para intervenir si las cosas se salían de control. Emily, desde el umbral de la puerta, miraba con preocupación, sus manos apretadas frente a su pecho.
—Lo sé, Paul. Lo sé. —La voz de Sam se mantuvo tranquila, intentando transmitirle alguna clase de paz al muchacho. —Pero no puedes dejar que eso te consuma. No ahora. Respira. Piensa.
Paul apretó los puños, clavando las uñas en sus palmas, como si el dolor físico pudiera disipar el caos en su interior. Pero en su mente, las palabras de Sam no lograban penetrar la maraña de emociones que lo envolvía. Todo lo que podía recordar eran los ojos de aquel vampiro, cómo el mundo había dejado de girar, cómo todo lo demás había desaparecido en ese instante.
—¡No puedo! —Gritó finalmente, su voz quebrándose por un instante antes de recuperar la furia. —¡No quiero esto! ¡No puede ser real! ¡Es un monstruo, Sam! ¡Un maldito monstruo, y yo...
Paul se quedó en silencio de golpe, su cuerpo aún temblando mientras apartaba la mirada, incapaz de continuar. Sam miró a los demás y, con la mirada, les indicó que entraran a la casa. Todos obedecieron, caminando en fila como niños de escuela. Leah fue la último en entrar; la morena simplemente miró a Paul con el ceño fruncido antes de desaparecer tras la puerta, que Emily cerró con cuidado.
Sam se acercó un poco más, colocando sus manos firmemente sobre los hombros del joven, apretándolos levemente para llamar su atención.
Pero Paul no quiso mirarlo. Sus ojos seguían fijos en algún punto del bosque, y su labio inferior temblaba mientras contenía un llanto que se negaba a dejar salir.
—Escúchame. —Dijo Sam con voz firme. —Sabes que esto no se puede evitar, y si los espíritus han escogido esto, debe haber una razón detrás de su decisión.
¿Una razón? Para Paul, esto no parecía tener una razón. Esto parecía un chiste de muy mal gusto. Ni siquiera le importaba que su impronta fuera un hombre; ese era el menor de todos sus problemas.
El verdadero conflicto era que se trataba de un vampiro. Un frío. Aquellos seres que el consejo siempre había pintado como despiadados, crueles y sin piedad, asesinos por naturaleza. Pedirle aceptar esto era como pedirle a un vegano que comiera carne.
Con un último suspiro, dejó caer la cabeza contra el pecho de su alfa, su mirada fija en el suelo, observando sus pies descalzos. Sam también suspiró y, con un gesto tranquilizador, le palmeó la espalda.
—Hablaré con el consejo. Vas a estar bien, ya lo verás.
Paul solo tarareó algo incomprensible en respuesta, sin molestarse en contestar. Cerró los ojos, dejando que la sensación de cansancio lo envolviera. Esto tenía que ser un chiste de los Espíritus, un chiste de pésimo gusto.
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Habían pasado dos días. Dos malditos días, y el joven Lahote juraba que se estaba volviendo loco. Entre asistir al instituto de la Reserva, montar guardia por las noches y la sensación sofocante de necesitar a su impronta a su lado, todo esto le estaba cayendo como un yunque en la espalda.
Esa mañana, Paul salió de su habitación, pasó frente a la de su padre y tocó dos veces antes de hablar.
—Papá, voy a casa de Sam y Emily. —No hubo respuesta.
El moreno frunció el ceño al no recibir respuesta, bajó las escaleras y se asomó por la cocina, pero no lo encontró. Suspiró con resignación y caminó hacia la sala.
—¿Papá? —Preguntó. Lo único que encontró fue a su progenitor dormido en el sofá, con una botella de licor en el suelo.
Lo contempló en silencio antes de negar con la cabeza. Tomó la botella y la colocó sobre la mesita frente al sofá, luego agarró las llaves y salió de su hogar.
El camino hacia la casa de Emily no era largo. De hecho, todas las casas en la Reserva estaban conectadas de una forma u otra, así que ir por el bosque era bastante fácil.
Caminó con calma, sus pies descalzos tocando la tierra mojada del suelo. En estos dos días, todo había ido en picada: los exámenes le estaban respirando en la nuca y, sinceramente, nunca había sido muy bueno en los estudios.
Se frotó la cara, sintiéndose abrumado. Aún le faltaba un año para graduarse, y pensar en qué haría después de eso no era nada fácil. Mucho menos ahora, con lo ocurrido.
Cuando llegó a su destino, entró por la puerta trasera y fue directo a la mesa.
Solo estaban él y Emily, lo que le dio una sensación de paz al joven metamorfo. Últimamente, lidiar con sus hermanos de manada se estaba volviendo insoportablemente tedioso. Aunque hasta ahora nadie había hecho un solo chiste sobre su situación, siempre se les escapaba algún comentario incómodo.
—Llegas temprano, Paul. —Le dijo la mujer mientras colocaba la comida en la mesa. El moreno intentó tomar un panecillo, pero ella le dio un pequeño manotazo en la mano.
—Espera a tus hermanos.
Él gruñó bajo, resignado, y apoyó su mejilla en su mano, observando a Emily moverse por la cocina.
—¿Y Sam?
—Con el consejo. —Respondió ella. Luego añadió, mientras colocaba más platos en la mesa. —Llamaron al Doctor y a la Señora Cullen para... —Se giró a mirarlo, haciendo una pausa antes de terminar. —Ya sabes.
Paul simplemente bufó frustrado, pasándose las manos por la cara.
—¿Cómo lo estás llevando hasta ahora? —Preguntó ella, pasando su mano por el cabello del chico con un aire materno.
—Fatal, esto es una maldita pesadilla. —Refunfuño. —Maldita suerte de lobo.
Emily negó con calma, observando la expresión frustrada del adolescente mientras seguía con sus quehaceres. Fue entonces cuando los demás chicos comenzaron a llegar a la casa. Ella les sonrió con amabilidad y se alejó, dejándolos acomodarse.
El ambiente en la mesa era animado, con risas y bromas que saltaban de un lado a otro. Todos parecían disfrutar la comida y la compañía, excepto Paul, que apenas levantaba la vista de su plato, enfocado en la ventana como si esta pudiera ofrecerle alguna respuesta a su confusión.
Embry notó la actitud distante de su amigo y, con una leve sonrisa, le dio un codazo a Jared. Este lo miró con curiosidad, luego lanzó una rápida mirada a Paul antes de encogerse de hombros, como si dijera: Déjalo, está en su mundo.
La comida continuó en relativa calma hasta que el rugido inconfundible de la motocicleta de Jacob rompió la tranquilidad. Paul frunció el ceño al instante. Para colmo de sus irritaciones, una voz femenina resonó junto a la de Jacob al entrar.
Rodó los ojos con fastidio. De todas las personas, tenía que traer a la chica del vampiro, pensó con desdén, mientras los demás se levantaban de la mesa para salir a saludarla.
Él no se movió. No tenía ganas de intercambiar palabras amables ni de fingir interés. Su paciencia estaba en su límite, y lo último que necesitaba era una excusa para dejar salir la frustración que lo consumía desde hacía días.
En lugar de unirse a sus hermanos, permaneció en su lugar, sus dedos tamborileando nerviosos sobre la mesa mientras miraba fijamente el plato de panes frente a él, su mente perdida en pensamientos que lo atormentaban cada vez más. Los espíritus en serio lo estaban empujando a la maldita locura.
—Oye. —La voz de Leah irrumpió en el aire, arrancándolo de sus pensamientos. Paul levantó la mirada, con el ceño fruncido. —Deja de auto compadecerte, ¿quieres? Es molesto.
—Déjame en paz, Leah. —Gruñó él, su tono cargado de fastidio.
—Hablo en serio, Paul. —Respondió ella, más firme esta vez. Su mirada era una mezcla de desafío y cansancio mientras se levantaba de la mesa. —Deja de hacerlo. Esto no es algo que puedas evitar. Terminarás cediendo, incluso si no quieres. Es la maldición de la impronta.
Paul apretó los dientes, sus puños cerrándose con fuerza sobre la mesa. Su mirada ardía de frustración mientras observaba cómo Leah caminaba hacia la puerta.
Ella se detuvo un segundo antes de salir, girándose para mirarlo una última vez. Su voz sonó más amarga, casi cortante.
—Deberías estar feliz, al menos no tenías una novia a la que romperle el corazón por algo que no controlas.
Dicho esto, abrió la puerta y salió, dejando tras de sí un silencio tenso.
Emily, quien había escuchado cada palabra desde la cocina, permaneció quieta, sus manos congeladas sobre el plato que estaba lavando. No dijo nada, no intervino. Solo observó a su prima marcharse, tragándose el nudo en su garganta mientras el sonido de la puerta cerrándose resonaba por la casa.
Sam puso una mano en la espalda de Emily y la miró con atención. Ella negó suavemente, obligándose a sonreír.
—Iremos a saludar. ¿Vienes, Paul? —dijo ella con un tono amable, tomando la mano de Sam mientras salían de la cocina.
—No, estoy bien aquí. —Respondió él, asintiendo apenas mientras apoyaba el mentón en su mano.
Paul observó a la pareja salir de la casa, tomados de la mano, irradiando una calma que contrastaba por completo con el torbellino que él sentía en su interior. Soltó un suspiro pesado y se pasó las manos por la cara, tratando de despejar su mente.
Necesitaba un respiro. Algo. Cualquier cosa que lo alejara de aquella sensación sofocante que lo perseguía.
Gracias por leer 💋
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