ᬊ I. Sleeping King ᬊ
⚘ Título:
Sleeping King
⚘ Autora:
Jinnie_Epiphany
⚘ Protagonistas:
Seokjin y Taehyung
(BTS)
⚘ Género:
Romance, angst
⚘ Sinopsis:
Érase una vez un joven rey (Kim Seokjin) que vivía en un castillo. Su padre le había inculcado desde niño que no debía abandonar jamás los muros que lo rodeaban, porque más allá hallaría la muerte. El joven monarca vivía una triste y solitaria existencia hasta que un día, un joven de roja cabellera y singular personalidad (Kim Taehyung) saltó los muros y se adentró en el castillo. ¿Sería él uno de los peligros de los que su padre quería protegerlo?
O tal vez, el chico pelirrojo sería quién otorgaría luz a su oscura realidad hasta que llegara la hora de despertar... O no.
Las normas eran sencillas y el joven rey Kim Seokjin las conocía bien:
"No debes abandonar nunca las murallas del castillo. Que no te vean. Que no sepan que estás ahí; que existes. Y si lo descubren, no dejes que lo cuenten".
El chico las había memorizado desde pequeño; las tenía grabadas en el alma con fuego. Sí, eran sencillas. O al menos lo eran hasta que apareció él.
Desde entonces, lo sencillo se había vuelto complicado y ahora se preguntaba: ¿Qué hay más allá? ¿Por qué sus padres nunca lo dejaron salir? ¿De qué lo protegían? ¿Qué temían? ¿Qué ocultaban? Y ¿Por qué, si ellos siguieron sus propias normas al pie de la letra, acabaron muertos igualmente?
De su madre no guardaba más recuerdo que el retrato que había en el salón y las historias de su padre. De él, el miedo a desobedecer y su olor a pipa incluso cuando no estaba fumando. También las noches en vela cuidándole cuando enfermó el invierno pasado, los delirios de la fiebre y los continuos baños de agua tibia que no sirvieron para nada. ¿Fue una pulmonía lo que le mató o su incompetencia? No tener a nadie que pudiera responder a esta pregunta es lo que más le pesaba a Seokjin.
Ahora estaba solo pero, sin embargo, nunca había querido descubrir lo que había más allá de las murallas, ni tampoco que lo descubrieran a él. Hasta ahora.
Al chico extraño ya lo había visto varias veces. La primera, desde el ventanal del ala oeste. Su padre le tenía prohibido subir allí, mucho más asomarse entre los tablones que tapiaban el cristal. Pero él se había ido, y su curiosidad se volvió indomable, libre de su severa mirada. Por eso le desobedeció por primera vez en sus veinte años.
Al principio, Seokjin creyó que se trataba de un cervatillo. Por cómo se agitaba la maleza más allá de los muros. No era habitual ver algo más que las aves que anidan en los árboles, y por eso el joven rey se quedó inmóvil, temeroso de poder espantarlo a pesar de la distancia que los separaba.
No fue hasta que abandonó la protección del bosque y caminó hasta el borde del foso que precedía al muro cuando comprendió que se trataba de un hombre. No, un chico.
Un joven de cabello tan rojo como solo había visto en las llamas de la hoguera. Al instante, su corazón le dio un vuelco y sintió un repentino escalofrío.
¿Estaría alucinando?
El joven de cabello color fuego se movía con sigilo, comprobando previamente cada movimiento antes de dar el siguiente paso. Aunque llevaba un pantaloncillo café de tirantes rasgado a la altura del muslo y una camisola sucia debajo, le recordó a un príncipe de cuento. Quizá por la melena que le caía en tirabuzones por la frente, por el rubor de sus mejillas o por sus ojos atentos que escudriñaban con atención todo; tal vez por cómo parecía tener potestad sobre cada pedazo de tierra que pisaba.
Seokjin estaba seguro de que no había hecho ni un solo movimiento, pero aun así el chico extraño sintió su presencia igual que si hubiera silbado para llamar su atención. Antes de que Seokjin pudiera apartarse de la ventana, sus ojos se clavaron en los suyos, y solo la escasa probabilidad de que no le hubiera visto fue lo que evitó que el joven rey se desmayara del susto.
¿Era él uno de los peligros de los que su padre le había advertido?
Cuando se asomó de nuevo, esta vez en cuclillas y sin atreverse a elevar los ojos más allá del alfeizar, descubrió que había desaparecido sin dejar rastro.
Poco a poco la rutina sosegó su curiosidad hasta convencerse incluso de que lo había imaginado todo. Quizá por eso la segunda vez que lo vio, el susto fue aún mayor y su primer impulso fue correr por la ballesta de su padre, dispuesto a acabar con la amenaza del exterior.
¿Qué lo contuvo de liberar la flecha? ¿El peligro de que pudiera alertar a otros y descubrieran la posición del castillo? ¿La aprensión de acabar con la única amenaza real que había conocido en toda su vida y el miedo a que no existiera más? ¿O quizá fue descubrir que el iris de sus ojos, bajo la luz de la luna, eran tan verdes y claros que era imposible no contemplarlos?
En cualquier caso, bastó con que el chico de roja cabellera intuyera que no pensaba disparar para huir como una gacela a través del jardín y saltar el muro, de regreso al bosque.
La tercera vez que apareció, Seokjin estaba preparado. Había colocado un sencillo sistema de trampas por todo el perímetro del jardín. Esperó días. Semanas. Pero no se desanimó. Y el día que regresó, sintió que su paciencia era recompensada.
Cuando escuchó el estruendo de las campanitas, salió del castillo sin tan siquiera calzarse, vestido únicamente con unos pantalones y el pelo negro largo y lacio aún empapado del baño que acababa de darse.
La fosa en la que había caído el extraño no era profunda. Se había rasgado la ropa con las ramas que habían ocultado el agujero, pero no parecía haber rastro de sangre en ellas. El joven lo miraba sin comprender, en silencio. Ha Seokjin había dejado de parecerle una fiera y más bien le recordaba a un pequeño ternero asustado.
El chico no intentó huir. Incluso le hizo sentir que el arma con la que lo apuntaba era innecesaria, pero aun así el rey no la bajó. Seokjin lo ayudó a salir y le ordenó que no hiciera ningún movimiento brusco.
Lo hizo sin saber siquiera si hablaba su idioma. Pero el chico obedeció con diligencia. La camiseta se le había desgarrado por la espalda y tenía varias ramas enganchadas en sus pantaloncillos, pero no parecía lastimado. Seokjin lo registró entero para cerciorarse de que estaba desarmado. Después lo puso a andar delante de él y lo condujo con paso firme hasta el castillo.
Una vez dentro, lo guío escaleras abajo hasta la celda del sótano. En ella no había más que un camastro, una pila con agua proveniente del pozo y una cubeta.
El chico se detuvo antes de entrar.
— ¡Avanza! — le ordenó Seokjin en un susurro amenazante.
Pero el chico se resistió entre gruñidos hasta que, de un empujón, el rey logró meterlo y cerró la puerta antes de que pudiera abalanzarse sobre él. Seokjin se alejó varios pasos con la respiración acelerada mientras el chico le preguntaba con la mirada: "¿Y ahora qué?"
Como Seokjin no tenía la respuesta, se limitó a apartar los ojos y a subir de nuevo al salón. Allí se derrumbó sobre el sillón con el corazón tamborileando con fuerza en su pecho y oídos.
¿Había atrapado a la pesadilla de su padre? ¿Sería seguro por fin abandonar el castillo? ¿Y si venían a buscarlo?
Aunque, tal vez el chico estaba tan solo como él. No. Como él, no. Porque ese joven tenía respuestas. Él conocía lo que había más allá de la primera línea de árboles que ocultaban su castillo.
Seokjin esperó hasta el amanecer para volver al sótano. Los últimos escalones los bajó de un salto, con premura. Y solo se relajó cuando vio que el chico seguía allí, hecho un ovillo en una esquina del camastro. Era unos centímetros más bajo que él y tan delgado que no sabía cómo había podido sobrevivir en el exterior todo ese tiempo.
No temblaba ni lloraba, pero sus ojos grandes y claros observaron al rey con aturdimiento, como la noche anterior, y algo se rompió dentro del joven monarca.
Del bolsillo sacó una manzana que había arrancado esa misma mañana del árbol del jardín. Después, con tiento, avanzó hasta quedarse delante de los barrotes con la fruta entre los dedos, intentando que el temblor de sus manos no desvelara el miedo que sentía.
El chico se mantuvo inmóvil. Parpadeó con la cabeza ladeada mientras su respiración se iba calmando poco a poco. Era el primer hombre que el joven rey había visto en su vida, después de su padre.
— De... debes comer — dijo, pero la voz le salió rasgada y lo repitió con más energía — Debes comer.
El chico lo analizó de tal forma que lo hiso sentir incómodo, pero Seokjin se mantuvo firme. Hasta que poco a poco se puso de pie y caminó lentamente hacia él. Su mano no temblaba cuando la acercó a la manzana, y lo hiso sin apartar su mirada de la del rey. Los centímetros que separan sus manos disminuyeron cada vez más hasta que una de sus yemas rozó la piel de Seokjin produciendo una extraña electricidad.
<<Está helado>>
Advirtió el rey. Y por el modo en el que suspiraba al morder la manzana, también hambriento. Pero era su prisionero, ¿y acaso no es así como su padre le dijo que debía actuar en caso de que surgiera una amenaza?
Pero aquel chico parecía tan solo como él. No se asemejaba a lo que su padre le había descrito. Era obediente, silencioso y estaba asustado. ¿Cómo puede la amenaza estar asustada?
— ¿Tienes nombre? — preguntó el rey — Yo... me llamo Seokjin — añadió, y se señaló el pecho para después dirigir el dedo hacia él — ¿Y tú?
El chico había dejado de masticar, pero parecía no tener intención de responder. Seokjin aguardó unos segundos más, pero al final se dio media vuelta. Con la sensación de estar fracasando estrepitosamente en todas las pruebas que el destino le estaba poniendo y para las que su padre lo preparó. Seokjin comenzó a subir los escalones, cuando escuchó su voz, profunda y aterciopelada.
— Taehyung.
Seokjin creyó haberlo imaginado, pero cuando se volvió, el chico lo observaba, sujetado a los barrotes de su celda. Hablaba su idioma. Le había entendido. Y, además, había respondido. Los nervios regresaron y el rey comprendió que lo mejor que podía hacer, antes de dejarse arrastrar por un impulso, era abandonar ese lugar lo más rápido posible.
Seokjin apenas comió nada ese día. Su cabeza se mantenía anclada en el sótano hasta que finalmente optó por lo más sensato: preparar un listado con las preguntas que quería hacerle. Él probablemente intentaría que perdiera la atención, pero el rey no debía dejar que eso sucediera. No, si quería averiguar qué había más allá del muro.
Cuando las tuvo listas, volvió a bajar. El chico, Taehyung, se encontraba tumbado en el camastro, con la mirada clavada en el techo.
— Necesito que contestes a unas preguntas — Dijo Seokjin.
—¿Por qué estoy aquí?
Su tono de voz era el que el rey debió haber utilizado. Tan directo y exigente que no pudo evitar responderle.
—Eres mi prisionero.
—¿Por qué motivo?
— Cruzaste el foso y saltaste el muro. — Seokjin esperó alguna respuesta por su parte, pero éste se limitó a encogerse de hombros, como si no le diera importancia, así que añadió —: Este es mi hogar, ¿lo entiendes? Y no te liberaré hasta que esté seguro de que no supones una amenaza.
— Ah, entonces existe la posibilidad de que me dejes marchar.
No quedaba rastro del chico asustado que Seokjin había dejado la noche anterior. Tardó en contestar, y cuando lo hizo, su voz sonó algo débil.
— Una muy pequeña.
Parece que Taehyung había quedado satisfecho con su respuesta, algo que lo enfureció aún más.
— ¿Quién eres y qué hacías en mi jardín?
— Conoces las respuestas a ambas preguntas. ¿Por qué las repites?
— ¡Contesta! — Su grito lo sobresaltó, pero se mantuvo inmóvil sobre el viejo colchón.
— Mi nombre es Taehyung — dijo — y estaba en tu jardín porque crucé el muro.
—¿Te burlas de mí?
—No. Respondo a tus preguntas. ¿Hay más?
— Pues claro que... — Revisó el papel en el que había garabateado antes de añadir —: ¿De dónde vienes?
— De más allá de tu muro.
— ¡Eso ya lo sé!
— Entonces ¿por qué me lo preguntas de nuevo?
— Podría matarte ahora mismo — amenazó.
—Lo sé. Pero aún no lo has hecho y me intriga saber por qué.
«¿Que le intriga...?» el rey sintió sonrojarse.
—Dime qué hay más allá del foso.
—Árboles.
—¿Y después?
— Más árboles.
Seokjin apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas.
—¿Y... después? — insistió entre dientes.
— Más árboles.
El golpetazo de sus puños contra los barrotes le hizo daño, pero la rabia en su interior era demasiado intensa como para darse cuenta.
— El hambre te quitará las ganas de reírte de mí — dijo y, sin darle tiempo a responder, subió de tres en tres los escalones de vuelta a la superficie.
Después de otra larga noche sin lograr conciliar sueño y de haberlo meditado lo suficiente consigo mismo, el rey se dio cuenta de que, en esas condiciones, el chico no hablaría. Así pues, decidió regresar al sótano a la mañana siguiente con un nuevo plan en mente.
—Si te dejo salir, ¿me atacarás?
— Esa pregunta admite demasiadas variables como para responderte con sinceridad, e imagino que eso es lo que quieres...
Lo había vuelto a hacer. Con una sola frase barrió toda su paciencia.
Seokjin estaba a punto de dejarlo solo de nuevo cuando añadió:
— Soy el mismo que ayer, ¿qué he hecho para merecer la libertad?
—¿No la quieres? — replicó.
— Por supuesto, pero permíteme que dude de tus intenciones.
—¿Mis... intenciones?
—Lo único que digo es que ayer estabas dispuesto a dejarme morir de hambre y hoy...
—¡Olvídalo! —exclamó el rey, y se dio la vuelta para marcharse — Sabía que no era buena idea...
Pero bastó el gesto para que Taehyung añadiera:
—Si tú no me haces daño a mí, yo tampoco te lo haré a ti.
Sus palabras lograron inquietar a Seokjin y dudó aún más de que fuera buena idea, pero la parte en su interior que le imploraba que le diera una oportunidad y que encontrara el modo de hablar con el chico era más fuerte.
— Sigues siendo mi prisionero — le advirtió — y no dudaré en apuñalarte si intentas algo. He puesto trampas por todo el jardín; si intentas cualquier cosa extraña, te cazaré como a un venado.
—No lo haré.
Después de llevar al chico a una de las habitaciones para que se aseara y cambiara de ropa bajo su atenta vigilancia. Ambos regresaron al piso inferior.
Una vez allí, el rey se arriesgó al no atarle las manos y le pidió que se sentara en una de las sillas que rodeaban la pequeña mesa en el centro de la estancia. Apartó la cacerola en la que borboteaba el guiso que había preparado y lo colocó en la encimera para proceder a servir dos abundantes platos de comida humeante. Uno se lo dejó a Taehyung delante, con una cuchara y un vaso de madera lleno de agua.
—¿Tú no te sientas? — preguntó el pelirrojo.
—No — contestó, tajante.
El rey se mantuvo de pie, apoyado en la encimera, cerca de él para abalanzarse si decidía huir, pero lo suficientemente lejos como para que no pudiera tirarle a la cara la comida o lo que se le ocurriera.
Comieron en silencio. Taehyung mantuvo los ojos clavados en el plato y Seokjin en él. Cuando terminaron de comer, el rey se aclaró la garganta y el de cabello rojo levantó la mirada.
—Sé... que no hemos empezado con buen pie.
—Porque soy tu prisionero.
—Sí... Por el momento sí. Pero si haces lo que te pido, serás libre para moverte por la casa y los jardines, como yo.
—¿Y para salir al exterior?
—No.
—¿No?
¿Por qué nunca tenía suficiente? ¿Por qué siempre tenía que objetar?
—Eso... ya lo veremos.
La sospecha oscureció el rostro de Taehyung.
—¿Lo prometes?
Seokjin esperaba que no advirtiera que estaba mintiendo cuando respondió que sí.
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo es el lugar del que procedes? — Esa vez no había apuntado las preguntas en ningún papel.
Taehyung se reclinó en la silla y se quedó pensativo unos segundos antes de comenzar a hablar:
— Pues... en el lugar del que vengo hay mucha vegetación y muchos animales. También hay palacios que llegan hasta las nubes como el tuyo, nadie lleva armas y todos nos conocemos. La colaboración es fundamental para tener una vida pacifica como la que llevamos.
Aquello no tenía sentido para el rey: ¿Cómo podía ser el mundo que describía Taehyung el mismo del que huía su padre?
—¿Tienes familia?
—Vivo con mis hermanas y mi padre.
—¿Y tu madre?
—No la recuerdo
El rey sintió que algo se removió en su conciencia.
—Yo... tampoco la recuerdo.
—¿A mi madre? — preguntó el chico con una sonrisa cuadrada que logró contagiar al rey.
—No, a la mía. Murió cuando yo era un bebé. He vivido siempre con Padre hasta que él también...
—¿De qué murió?
—El frío se instaló en sus pulmones y...
Taehyung frunció el ceño.
—¿Por qué no viajasteis a la ciudad? Allí existe cura para cualquier tipo de enfermedad.
Escuchar una solución tan sencilla de una lógica tan aplastante provocó que Seokjin quisiera romper algo, pero se controló porque sabía que el odio que estaba sintiendo no estaba dirigido hacia Taehyung, sino hacia su padre.
—No entiendo por qué Padre se alejó de la ciudad si quería evitar a los monstruos. Al parecer allí podríamos haber estado protegidos — masculló para sí mismo.
—¿Qué monstruos?
—Los del... exterior. Mi padre me contó que solo con poner un pie fuera de la muralla vendrían por mí; que eran capaces de sentir y escuchar el latido de nuestros corazones a través de la tierra y que tenían la piel tan dura que muy pocos filos podían atravesarla.
Taehyung miró más allá del rey, más allá de la ventana que tenía a su espalda, y negó con la cabeza.
— Creo que tu padre se equivocaba: no hay monstruos ahí fuera.
Su inesperada respuesta ofendió tanto al rey que no le salían las palabras y por primera vez en tantos años la incertidumbre se sintió tan pesada en su pecho que se le dificultó respirar.
— Por ahora es suficiente — dijo, incorporándose bruscamente para luego tomar de un brazo al chico y llevarlo a trompicones hasta su habitación para encerrarlo con llave.
Seokjin entró en su alcoba hecho una fiera, rompiendo y aventando todo lo que encontró en su camino.
<< ¿Y si he mantenido cautivo a un chico inocente, sin más motivos para temerle que los delirios de Padre? ¿Y si al final logré contagiarme de su locura y paranoias? >>
Todas esas preguntas se agolpaban en su cabeza una trás otra llenándolo de angustia e ira, y luego, de una inmensa tristeza.
Fueran ciertas las afirmaciones de Taehyung o no, fueran falsas las advertencias de su padre o no. Seokjin sabía que ese viejo castillo era su hogar, él era rey de ese desolado lugar que había visto su nacimiento y crecimiento, y finalmente decidió que no quería abandonarlo.
El camino desde su habitación hasta la del pelirrojo se sintió como una eternidad — como un invierno eterno tan frío que helaba sus huesos — sin embargo, reunió toda su fuerza de voluntad para abrir la habitación del chico que lo miró desde su cama con gesto confundido y le dijo:
— Eres libre, puedes irte ahora mismo si lo deseas.
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Para algunos puede sonar como una locura, pero esa noche los ojos de Seokjin lucían tan apagados y tristes que Taehyung no pudo irse. No pudo dejar al joven rey hundido en su soledad de nuevo, su corazón no se lo permitió.
Los días siguientes Taehyung los disfrutó sin pensar en abandonar la protección de los muros. ¿Para qué? Cultivar el huerto, plantar nuevas flores, cortar las malas hierbas y las lecturas nocturnas con Seokjin lo mantenían distraído.
Como es natural los días se convirtieron en meses, y poco a poco se fueron abriendo el uno al otro. Seokjin le hablaba sobre cómo era su padre, la admiración y el cariño que le profesaba, a pesar de su frialdad; Taehyung le hablaba sobre sus dos hermanas menores, a quienes amaba con todo su ser, y de su padre, que era severo e intransigente, pero que los quería con locura.
Con el tiempo, a Seokjin le costaba creer que una vez trató de cazar al lindo pelirrojo o que lo encerró en el sótano.
Seokjin desconocía cuándo empezó a querer madrugar más para aprovechar cada segundo del día con Taehyung, o a estudiar en secreto todos los libros sobre botánica de su padre para contarle más sobre las flores que el chico tanto admiraba. Pero ahora, sencillamente, quería ser mejor. Por él.
Después de un año su primer beso tuvo lugar sobre la alfombra del salón, frente a la chimenea, donde el fuego devoró los troncos con premura. Mientras Taehyung leía, Seokjin lo miraba con tanta intensidad que acabó escuchando su propio silencio, y entonces, cuando lo hizo, no puedo contenerse y se acercó al pelirrojo con precaución. Y Taehyung, con la misma soltura que lo caracterizaba, le entregó su primer beso al rey que había llegado a adorar inmensamente.
Los besos que les siguieron fueron cada vez más intensos, más valientes y arriesgados, más perfectos solo porque eran suyos. Besos hambrientos, salvajes..., besos que se transformarón en caricias, que se transformarón en abrazos, en pieles desnudas, en respiraciones entrecortadas, en suspiros y gruñidos, y en sonrisas que prometieron primaveras cuando afuera solo había inviernos.
Todo era como un hermoso sueño, hasta que tristemente llegó la hora de despertar.
Una tarde nevada ambos chicos caminaron entre risas hasta el rosal de su jardín con el hielo resbaladizo amenazando con tirarlos, porque simplemente Taehyung quería una.
—Podemos buscar una rosa cuando deje de nevar, no creo que la posibilidad de caerme valga la pena — comentó Seokjin.
—¡Lo vale! —contestó Taehyung con entusiasmo.
Cuando llegaron al rosal Seokjin le tendió la tijera de podar al pelirrojo, para luego ponerse de cuclillas a su lado e indicarle la manera correcta de cortar la flor sin dañar el arbusto. Taehyung preparó las tijeras... se pinchó el dedo. Y no sangró.
El chico pareció no haberse dado cuenta de lo que había sucedido y, por un instante, Seokjin creyó que lo había imaginado. Pero su parte racional sabía que no era así y lo llevó a agarrar la mano de Taehyung, que se dio cuenta en ese momento de que algo sucedió. El rey estudió su dedo índice hasta que dio con ello: un agujero profundo en la piel, donde lo había mordido la espina de la rosa. Pero no había sangre. Ni una gota. Y Taehyung ni siquiera lo había sentido. Seokjin lo miró sin comprender y el chico también lo miró sin entender.
—Te has pinchado —dijo el rey como un niño pequeño —. Y no... te duele.
Taehyung se estudió el dedo, que aún sujetaba Seokjin con sus manos, y la preocupación nubló su gesto.
—No me duele —dijo, extrañado.
Y por si aquello no fuera suficiente, soltó las tijeras y volvió a agarrar el tallo de la rosa recién arrancada para abrazarla con toda la palma de la mano abierta. Solo verlo hizo a Seokjin estremecerse, pero Taehyung se mostraba impasible, y cuando abrió la mano, estaban los pinchazos, sin una gota de sangre. En un impulso, el rey tomó las tijeras del suelo y se separó del pelirrojo con la mente revolucionada.
—Seokjin... —dijo él, pero el rey se siguió alejando. El mundo daba vueltas a su alrededor y sintió un sudor frío.
—¿Qué eres? —preguntó, aturdido. Y lo apuntó con el filo de la herramienta—. ¡¿Me has mentido?!
— Amor, déjame...
— ¡Aléjate de mí! — gritó el rey con voz temblorosa, mirando con terror al chico de hebras rojizas que al parecer no era quién el creía. Ese chico no era su amor.
— ¡Seokjin! — fue lo último que escuchó el rey cuando su cuerpo dejó de reaccionar y cayó al suelo, inconsciente.
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Al despertar Seokjin estuvo un poco desorientado hasta que logró vislumbrar a Taehyung con la vista fija en la ventana de la habitación, solo que ahora el pelirrojo lucía muy diferente: Vestía un traje blanco de seda con volantes color crema en sus manos y cuello, su calzado era igualmente blanco, su cabello rojo estaba más corto y peinado con pulcritud hacia atrás y lo que más llamó la atención de Seokjin: una deslumbrante corona decorada con múltiples rubíes adornaba su cabeza.
Al observarlo con más detenimiento Seokjin se percató de que no solo su modo de vestir había cambiado, sino que su rostro, que antes era iluminado por un aura angelical de juventud e inocencia, lucía serio y meditativo. Sus orbes brillaban como si hubieran reunido miles de experiencias a lo largo de los años y su semblante era tan imperturbable como el de un erudito que guardaba incontables conocimientos.
Al despegar la vista de Taehyung y observar la habitación, el asombro solo incrementó. El lugar donde estaba era la alcoba principal de su castillo donde había estado por veinte años, pero ahora todo lucía más costoso, limpio y delicado. Cada mueble había sido suplantado por uno nuevo, incluso su cama era más grande y vestía sábanas de tela fina.
— ¿Qué sucede aquí?
— Has despertado — Taehyung se dio la vuelta lentamente y caminó hasta la cama donde reposaba su esposo — ¿Te encuentras bien?
Seokjin observó al pelirrojo por unos segundos con el ceño fruncido, con la inmensa necesidad de saber por qué rayos Taehyung ahora lucía diez años mayor.
— ¿Por qué...? ¿Cómo es qué..? — Seokjin levantó su mano lentamente y señaló el rostro del pelirrojo — ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
Taehyung tomó la mano de Seokjin entre las suyas y tragó el nudo en su garganta antes de responder:
— Por un largo, largo tiempo.
— ¿Qué significa eso? — Preguntó el rey sintiéndo un enorme dolor en su corazón al ver el rostro afligido del pelirrojo. Y entonces recordó lo sucedido en el jardín: la manera en la que Taehyung apretó las espinas de la rosa en su mano sin derramar una gota de sangre, y el miedo volvió a instalarse en su pecho — ¿Quién o qué cosa eres?
Taehyung tomó un largo suspiro antes de comenzar a hablar con sus ojos fijos en los del rey.
— Hace veinte años nos conocimos cuando salté el muro de tu castillo, nos enamoramos y vivimos juntos por un par de años hasta que finalmente decidimos salir al mundo — Seokjin escuchaba todo atentamente sin mover un músculo — Al salir a la civilización nos enteramos de que tu padre era un antiguo que rey que se había encerrado junto con su familia cuando empezó a padecer de demencia. Después de unos años más, te convertiste en un hombre tan sabio y justo que el pueblo te aceptó como su legítimo rey y se pusieron a tus órdenes. Derribamos los muros de tu castillo y lo pusimos a disposición de la gente. Era increíble tu habilidad para entender a las personas y guiarlas con rectitud y respeto. Eras el hombre más fascinante que había visto y por ello decidí pedirte matrimonio — Taehyung soltó una pequeña risita nostálgica evocando con su mirada todos esos dulces recuerdas mientras Seokjin veía con lágrimas en sus ojos esos escenarios aparecer en su mente de la nada — Nos complementabamos tan bien que el deseo de tener hijos llegó pronto y así fue como decidimos adoptar a Jungkook y Jennie.
Seokjin no pudo contener el jadeo de sorpresa que escapó de sus labios al recordar los rostros de sus hijos:
El gesto travieso de su hijo mayor cada vez que tenía una travesura en mente y el semblante imperturbable de su pequeña princesa que era tan elegante y refinada para su corta edad.
— Éramos tan felices... — Continuó Taehyung sin poder contener el pequeño sollozo que escapó de sus labios.
— ¿Qué fue lo que ocurrió?
— Era un período oscuro donde nuestro Reino se enfrentaba con el Reino vecino que pretendía apoderarse de nuestro territorio que estaba en constante expansión. Como el gobernante ejemplar que siempre has sido fuiste a la batalla, en el transcurso de la misma un soldado enemigo te aventó hacía un acantilado. Por fortuna quedaste con vida pero las contusiones en tu cabeza fueron tan severas que provocaron que quedaras en coma. Por cuatro largos años pudiste conservar la vida con ayuda de maquinas...
— Eso no puede ser cierto — Seokjin se incorporó un poco mareado y tomó a Taehyung de los hombros con fuerza — Estoy aquí y estoy bien, ¿Acaso no me ves?
— Has estado sumido en un sueño profundo desde hace cuatro largos años, ahora mismo estás descansando es tu habitación.
— Eso no puede ser — Dijo el rey negando lentamente con la cabeza mientras los ojos verdes del pelirrojo le transmitían un claro sentimiento de pesar y preocupación.
— Sé que debe ser difícil de creer pero este lugar y yo fuimos creados por tu subcontinente, por ti. Todo este tiempo, desde que entraste en coma, has rememorado toda nuestra historia.
Taehyung vio con pesar como el hombre al que tanto había amado se quebró en llanto abrazado a su pecho.
— Amor mío, no debes sentirte mal — Consoló el pelirrojo acariciando las hebras de cabello oscuro de Seokjin — Tuvimos una vida excelente llena de alegrías y amor, tuvimos hijos maravillosos que guardarán solo buenos recuerdos de ti, gorbenaste un Reino con respeto y benevolencia y todo eso se quedará en nuestros corazones por siempre — Taehyung quitó a Seokjin de su regazo y sostuvo su rostro entre sus manos — Pero ahora es tiempo de dejarte ir. Ya no podemos seguir reteniéndote así, forzando a tu cuerpo a seguir con vida. Tú nos diste tanta felicidad que la única manera que tenemos de retribuirla es dejándote descarsar.
Seokjin entendía todo perfectamente porque para él Taehyung siempre había sido un libro abierto: Las máquinas que mantenían con vida a su cuerpo serían desconectadas y él lo aceptaba.
— Mi Taehyung — El rey habló con serenidad y sonrió auténticamente cuando se dirigió a su esposo — Si este es el destino que me fue impuesto debo aceptarlo y no quiero que guardes culpa por eso. Estoy agradecido de que la vida te haya traído a mí y a nuestros niños, ustedes son lo más importante para mí y los amaré incluso después de haber dejado este mundo. Si este es el fin de mi vida, me alegra que sea un final feliz, porque me iré con la satisfacción de saber que tuve a mi lado a un hombre que me amó, a unos hijos increíbles y a un pueblo leal.
Taehyung se abrazó fuertemente a su esposo soltando un llanto descosolado.
— No llores por favor, recuerda que cuando llegue el momento nos reuniremos de nuevo. Yo siempre te estaré esperando aquí.
— Te amo tanto — Susurró Taehyung entre sollozos mientras el rey se quedaba dormido poco a poco entre sus brazos.
— Y yo a ti — Fue lo último que dijo Seokjin con una sonrisa en sus labios antes de cerrar sus ojos, esta vez, para siempre.
FIN.⚘
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