𝐱. 𝚝𝚒𝚗𝚝𝚎 𝚗𝚎𝚐𝚛𝚘

Solo un lienzo.

。゚゚・。・゚゚。
゚。10 。゚ Como cada día, llegó la hora
    ゚・。・゚ en la que la nubosidad del cielo aumentaba. La pelirroja se levantó inestablemente de la cama y se puso de pie junto a la ventana, apoyando los brazos en el alféizar.

El amanecer llegó con un silencio melifluo, su alma escuchaba una melodía que sus oídos no podían.

Mientas el Sol se levantava; por toda la aldea, cientos de sombras bailaron ominosamente en las paredes. El viento susurraba siniestramente. Y las ramas de los árboles se retorcían como huesos contorsionados, retorciéndose en gritos silenciosos.

Tras observar el brumoso amanecer, se dirigió a su cuarto de baño y se puso de pie frente al espejo. Sobre la losa del lavabo, estaba el kunai de su padre.

Sus ojos observaron en silencio el espejo. Era ella, pero no era la ella de siempre. Sus orbes azul cian se estrecharon fuertemente, no vio ningún tipo de calidez al juzgar el reflejo que estaba frente a ella.

Entonces, sólo suspiró, tomando el kunai de tres hojas.

Agarró un manojo de sus cabellos escarlata con una de sus manos, para luego levantar el kunai de acero hasta la base de su cuello.

Saory había estado dejando crecer su cabello la mayor parte de su vida, pero, necesitaba un cambio. Este le había acompañado desde siempre, era parte esencial de su identidad, pero ahora era el momento de ocultar su pasado.

Cortarse el pelo no significaba que fuera a olvidar lo sucedido, pero dicha cabellera era el único recuerdo de lo que solía ser su motivo de vivir.

Sólo por un tiempo... se sometería a la decisión de los ancianos. Pero cuando llegara el momento adecuado, juró que se levantaría de nuevo y les recordaría a todos su existencia.

Eso era lo último que podía hacer para honrar su verdadera identidad.

Tardó un buen rato en cortarse el pelo mechón a mechón, cada vez era más corto, aunque no menos desigual.

En su interior, el corte de pelo era un acto de rebeldía contra la voluntad de sus padres. Se cortó su largo y ondulado cabello color carmesí en un corte de pelo bob a capas. Sonrió ligeramente al ver sus mechones rojizos cortados sobre el suelo de baldosas blancas.

Había asesinando una parte de sí misma.

Pronto, mezcló los productos para teñirse el cabello en un bol. Luego aplicó el producto sobre todo su pelo, sin dejar ni una sola mancha de carmesí.

La niña esperó al menos unos 45 minutos antes de bañarse. Luego se vistió y se secó el cabello. Había utilizado un tinte negro vibrante, este tenía el efecto de hacerla parecer más amenazante.

Se veía mejor de lo que esperaba, pero tampoco estaba entusiasmada. De hecho, odiaba lo que estaba viendo frente al espejo, se odiaba a sí misma.

No pudo controlar del todo su ira, así que estuvo a punto de surgir una tormenta en el azul cielo, en cambio, esta vez se creó una en su interior.

Cuando los recuerdos llegaban a su mente estruendos y aullidos de truenos retumbaban en su cabeza y vibraban en sus oídos; gritos desesperados de viento se arrastraban por su piel; y el frío amargo del invierno le helaba el corazón; ahogando por completo su alma.

Ella lo odiaba.

El odio que había teñido su alma la envenenaba. Se extendió por sus corrientes sanguíneas, poseyendo cada pedazo de su ser, y convirtiéndose en el centro de su vida.

Estaba rodeada de amargura y penurias.

Sin embargo, tenía que seguir viviendo.

Vergüenza.

Una vez que terminó con su cabello, estaba casi lista para salir. Antes de hacerlo, tomó un colirio especial y se puso un poco en los ojos. Podría ayudar a que sus ojos cambiaran un poco de color. La joven también practicó cambiar un poco la voz.

Antes no podía hablar. Aparentemente, su falta y ausencia de habla se produjo debido a condiciones tanto médicas como psicológicas. Le costó un tiempo recuperarse.

Entonces miró el reloj que colgaba en la pared y vió que eran las seis y cuarenta minutos de la mañana.

Cuando salió al exterior las sombras le dieron un abrazo familiar.

Había algo extraño en el mes de octubre.

Sentía el frío de sus otoñales amaneceres a través de su tradicional ropa de luto.

Caminando a duras penas, inhaló la neblina de la mañana, dejando que el aroma de la tierra húmeda y la dulce madera de pino llenaran su cansado cuerpo y su alma rota.

En las afueras de Konohagakure, donde se encontraba el cementerio, era donde se dirigía.

Tomó un camino que la mayoría de la gente ignoraba, donde se extendía un denso bosque. Muchos árboles contaban con cien años o más. El viento bailaba por los alrededores sin importarle nada. Las luces florecientes del este parecían más lejanas a través de la niebla. Creaba un ambiente extraño. Era como si, por mucho que caminara, nunca llegara a su destino.

Sin embargo, continuó vagando por el bosque, ya que había una luz tenue que se filtraba a través de las hojas de unos grandes árboles.

Las hojas secas caían al suelo como una pieza de puzzle. El suelo era su tumba. Daba un gran y mortal recordatorio: cada brote verde y joven acabaría convirtiéndose en una hoja marrón y se descompondría en el suelo; al igual que los humanos nacidos, acabarían bajo tierra.

La niña nunca visitó las tumbas de sus padres. Ni siquiera fue a su funeral.

Ella no tenía una voluntad de ir. Sin embargo, por primera y última vez, lo haría.

Octubre: mes del nacimiento de sus días oscuros.

Saory tenía un hermano, pero rechazaba su existencia. Desde aquel 10 de octubre no volvió a ver su cara.

Había pasado casi un año y, una vez más, sus recuerdos de aquel día se hacían más vívidos mientras caminaba. Sin importar a donde fuera o donde se escondiera esos recuerdos la perseguían. Incluso en tal sólo un abrir y cerrar de ojos, podía sentir la sangre manchando su pequeña figura. La tragedia la amurallaba para que no pudiera escapar; la había cargado de cadenas.

Hizo lo posible por calmar su rabia, porque si no lo hacía, volvería a llover.

Mientras seguía el camino hacia el cementerio de Konoha, los paisajes se volvían más oscuros y retorcidos, vagos y poco llamativos.

Los matices oscuros del cementerio reflejaban las sombras de su corazón.

El cementerio tenía una escultura al frente, que representaba la Voluntad de Fuego, y en su base estaba escrito:
   『火影』

Se quedó allí, contemplando en silencio, recordando las últimas palabras de su padre.

[...] Un camino cruel te esperará [...]

No tenía por qué esperarla; ya a había vivido con ello.

─Papá, mamá─ Murmuró en voz baja, mientras su mano derecha agarraba la base del kunai de tres hojas que Minato le había entregado.

La tragedia fue orquestada por el Kyūbi. Ese día se produjeron muchas pérdidas. Tantas vidas se encontraron con la guadaña de la parca. Tantos sueños destrozados sin piedad. El zorro endemoniado aniquiló todos sus sueños para el futuro. Fue inolvidable e imperdonable.

[...] Así que fortalece tu determinación, cariño [...]

─Qué hipocresía─ Espetó ella, apenas moviendo los labios.

Le repugnaba. La audacia de decir esas palabras sin fundamento.

[...] Sé valiente, pero nunca imprudente [...]

Su corazón aún sangraba acrománticamente por aquellas innumerables heridas. Dichas heridas la alejaron del mundo; la hicieron caminar en la oscuridad; y dejaron su ser en un mar negrísimo lleno de sombras.

Aunque en parte los odiaba por dejarala sola, admitió que no había días en los que no llorara por ellos.

Lloró por la muerte de sus padres, por su espíritu destrozado, por su falsa identidad, por el hogar que perdió, por las amistades fracturadas, por todos los jóvenes muertos...

[...] Se amable y compasiva. Mantente saludable y vuélvete más fuerte cada día [...]

Ella había sido privada de paz, incluso había olvidado lo que era la esperanza.

[...] Ten el espíritu de un niño, pero la nobleza de un verdadero guerrero [...]

Palabras nobles en verdad, pero que no daban ningún consuelo. Ahora, todo lo que le quedaba dentro era el miedo. Sus sueños se convirtieron en una pesadilla sin fin.

─Qué injusto, ¿no crees?─ Se escuchó su voz, llena de condena y desprecio. ─Ustedes dos murieron, dejándome en este estado tan patético, ¿esperan que siga sus palabras? Debe ser agradable, preservar una cantidad inconsumible de esperanza, incluso en su último aliento─

No es que ella estuviera ridiculizando sus ideales, es que... eso fue simplemente lo que le salió del corazón.

Había empezado a asistir a la Academia de Konoha, seis meses después de la ceremonia de apertura. El Hokage y los demás ancianos trataron de insistir en que fuera la asistente personal de la hija del señor feudal, pero ella se negó.

Entonces la joven abrió la boca y dijo: ─Incluso me dejaron un pequeño regalo de despedida: un hermano, un pequeño recuerdo de cómo moristeis─

Nunca le gustó mucho la idea de tener un hermano.

Nadie debería esperar que ella cuidara de él.

Su nacimiento fue el comienzo de la temporada de la muerte. Incluyendo la suya propia.

En esos días en que las hojas cambian de color, sus colores también cambiaron.

Su hermoso cabello rojo escarlata, se convirtió en un océano de tinta oscura, como las noches más oscuras. Sus orbes azules zafiro, antes brillantes, ahora no eran más que cristales vacíos, que devoraban todo lo que estaba bajo su mirada con tal intensidad, ninguna partícula o luz podía escapar de ella.

─Sólo quiero decir que...─ hizo una pausa mientras inhalaba. ─la Saory Namikaze que conocéis ha muerto, ha muerto junto a ustedes─

Con el kunai en mano, lo clavó sobre la placa de acero y se abolló, creando un pequeño agujero. Fue su gesto de cortar todas sus conexiones.

─Ahora me llamo 'Mei'─

Ella eligió ese nombre.

El nombre encajaba perfectamente con su nuevo ser.

Mei.

Oscuro.

No tenía sentido mantener su identidad. Murió hace casi un año, su espíritu se había marchitado y su alma se había descompuesto.

Quedándose en un vacío profundo que parecía no tener salida.

Ella era más bien un lienzo, pintado de negro para ocultar la verdad cicatrizada.

Todo esto ¿Es cierto? o ¿sólo una ilusión?

En este momento, ¿qué distinción hay entre la ilusión y la realidad?

Ella no podía comprenderlo.

Y aunque aún no lo aceptara completamente, ella estaba en una situación real.

Ella negaba su existencia, sosteniendo la creencia de que la vida, no tiene sentido.

Aunque...

No tener nada significa no tener que perder.

[ғɪɴ ᴅᴇʟ ғʟᴀsʙᴀᴄᴋ]

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