Capitulo 4: Nuestro Dolor (Pt2)


Hastiado por todo, Helmut llegó hasta más allá de las montañas de Rugova montado en su motocicleta. Se adentró buscando algo que no sabía qué estaba buscando en los valles tranquilos y solitarios de Alto Tatrá; y, un día, finalmente encontró su origen.

En una vieja cabaña, allí, vivía un ser humano aislado, posiblemente un ermitaño. La primera vez que Helmut llegó allí, entró con precaución, y fue recibido con la voz masculina y ronca por el desuso de una figura oculta entre las penumbras de esa cabaña raida. 

— ¿Quién eres? —le preguntó la voz— Ya lo sé. Has venido a acabar con el trabajo. Pero ¿Después de tantos años? Yo realmente ya no soy nadie. Pero lo que tengas que hacer, hazlo.

Helmut no contestó. Frunció el ceño con precaución y divisó a aquella figura moviéndose tímidamente entre las sombras.

— Me perdí.

Fue lo único que dijo Helmut finalmente.

— ¿En serio? De acuerdo, que así sea.

Era listo. Aquel hombre era listo. Sabía que Helmut no se había perdido, pero también supo que no había venido con planificación.

La figura salió de las sombras, para impresión de Helmut, con el rostro cubierto con una tela vieja. Helmut se fijó en sus movimientos memotecnicos. El hombre era ciego, tal vez.

— No te asustes —le dijo el hombre, vestido con ropas andrajosas—. Me cubrí porque no quiero incomodarte con mi deformidad. Habrás notado que tampoco puedo ver. En realidad, sólo soy tuerto y... un tanto de desastre.

— Está bien —dijo Helmut con voz tranquila y determinada.

— Entonces, sólo sigue el sendero que está detrás de este lugar, síguelo directo hasta... Posiblemente encuentres una laguna, ahí, si mal no recuerdo, hay un par de señalizaciones; de lo contrario, sigue siempre hacia El Ernigheith, porque como sabes, está siempre al sur y al sur está la carretera principal.

— Claro. Gracias.

— Antes de que te marches. Espera, por favor —le rogó aquel hombre extendiendo temblorosamente su mano huesuda.

— Dígame.

— ¿De dónde vienes? ¿Vienes de Sokovia? Cómo está... Yo... No he sabido nada desde... 

— Entiendo.

Helmut, sin temor ni apuro alguno, se quedó allí a hablar con aquel hombre sobre las cosas que estaban sucediendo en Sokovia. Poco a poco se fue ganando su confianza y al final, cuando ya estaba por irse, supo su nombre.

Karl Kleinenshvitz, así se llamaba, y sabía que tenía un hijo en alguna parte. 

— Su madre, quisiera... 

— ¿Cuál es el nombre de ella?

— Katharina.

El corazón de Helmut se estrujó en su pecho al escuchar ese nombre que guardaba con dolor en su corazón.

— Ella, la amé tanto. Y nuestro hijo. Ellos están bien. Podría asegurar que lo están. Lo sé. Ellos siempre estarán bien. Sin mí. Ellos... 

A Helmut la cabeza comenzó a darle vueltas. Todo era demasiado para él. Todo era muy pesado para sus hombros.

— Helmut...

Y Helmut levantó su mirada abrillantada esperando que sus emociones no lo traiocioanaran.

— Helmut es su nombre —susurró Kleinenshvitz— Él vive en un castillo. Ha de ser el muchacho más feliz del mundo. 

El nudo en la garganta de Helmut le impidió responder.

— ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó de repente el hombre.

— Alberich —respondió Helmut sin dudar, tratando de disimular su verdad.

— Alemán, seguramente.

— Sí, de hecho.

— Procura ir siempre con cuidado. ¿Estás buscando algo?

— Es que —Helmut tomó aire—, yo... Estoy buscando quién soy.

— Hmm —meditó Kleinenshvitz—. Sabes, cuando en algún momento del camino te pierdes, o no estás seguro de a dónde ir... Vuelve a tu origen. Y de allí, sabrás quién eres, y qué es lo que estás buscando. ¿Cómo luchas por algo que no conoces? 

Helmut asintió en silencio. Tratando de asimilar esas palabras, finalmente se retiró del lugar, con el corazón aún oprimido en su pecho.

— Hijo...

Helmut se detuvo en seco con el temblor invadiendo su cuerpo, mientras esa voz sonaba débil tras sus espaldas.

— ...por favor, cuida a tu madre.

Y una lágrima descendió dolorosamente por la mejilla de Helmut.

***********

Sabía que podía explotar en cualquier momento. Helmut lo sabía. Lo que tenía y sentía por dentro lo sobrepasaba. Ya no podía mirar a su padre... A ese hombre que decía ser su padre. Repudiaba su historia y su condena.

Esa noche, la noche en la que se celebraba el día de Acción de Gracias, de manera ridícula, en el orfanato, Helmut llegó con toda la rabia en su interior.

Iba a desquitarse sí, con ella.

— ¿Es tuyo? —se plantó frente  a Livia en medio del jolgorio de la festividad en el patio del orfanato.

— ¿Qué? 

Livia lo fulminó con la mirada intrigada cuando vió un lápiz frente suyo. Lo reconoció entonces, era el lápiz de dibujo que su hermana le había regalado en su último cumpleaños. Era su lápiz especial y Helmut lo tenía en su estúpida mano.

— ¿Es-esto-tuyo? —repitió Helmut con voz rencorosa.

— Sí, es mío; no sé cómo lo tomaste, pero ahora dámelo —sentenció Livia con un tono amenazante.

— Baila conmigo, y te lo daré.

Livia lo miró con reproche y trató de arrebatarle el lápiz. Helmut tomó sus manos con firmeza y le reitero su oferta.

— No bailaré contigo, dame eso, es mío. Deja de molestarme...

— No te cuesta nada —le dijo Helmut y arrastró a Livia, a pesar de sus protestas, al centro del patio, en medio de todas las parejas que bailaban.

— Ahora no podrás hacer nada —le susurró Helmut acercadola a sí—, no querrás ser la vergüenza en el centro de atención.

— Eres una maldita basura —le susurró Livia con odio.

Y así Helmut tomó la mano derecha de Livia y llevó la izquierda de ésta a su hombro, mientras comenzaba a mecerse con gracia al ritmo de la canción. 

Livia le siguió el juego y trató también de seguirle los pasos. No era buena bailando y sólo procuro fijar su vista muy a lo lejos sobre el hombro de Helmut. Su mano, sostenida delicadamente por la mano de él, comenzó a sudar y la cercanía con él comenzó a sofocarla.

Pronto, Livia, percibió que todos a su alrededor se fijaban en ella...en ellos dos, bailando. Era ella, la niña serbia torpe, bailando con el príncipe enigmático de Sokovia.

Y de pronto, tal vez, en medio de todo, Livia sintió algo de calidez en su interior. Una ligera emoción. Una tenue ilusión. Hasta que, el pie de aquel monstruo, se interpuso entre los suyos haciéndola tropezar y caer. 

Livia cayó vergonzosamente en el frío suelo del patio, en medio de todos. Y las risas no tardaron en resonar. Las risas de todos a su alrededor y la sonrisa maquiavélica de Helmut viéndola desde arriba, con altivez y arrogancia...con desprecio.

Una furia invadió a Livia entonces. La sacó de sí. Se levantó rápidamente y no pensó en nada más porque odiaba a Helmut Zemo con todo su ser. Se dió la vuelta sin saber a dónde se dirigía pero caminó en medio de las burlas de todos. 

Llegó hasta una mesa vacía y tomó un vaso de agua temblorosamente entre sus manos. Pronto sintió la presencia odiada tras suyo. Livia se volteó y vió a Helmut parado con arrogancia frente suyo y vió a todos los demás aún riéndose de ella.

Livia no lo pensó más, miró su vaso y miró a Helmut. Qué podía perder. Le lanzó el agua en la cara. Y entonces el silencio se hizo presente.

Helmut, con el rostro mojado y los ojos cerrados, se tragó la ira que ascendía desde su interior; aunque al final, al abrir los ojos y ver ese rostro absurdo de Livia frente suyo, no pudo contenerse y, tras una sonrisa sardonica, la empujó vilmente.

Livia dejó caer el vaso y éste se hizo añicos en el suelo. Devolvió a Helmut el empujón y entonces ambos se sujetaron con rabia. Ella le hundió los dedos en la cara y él le intentó estrujar el cuello.

— Te odio, te odio... —chillo Livia con rabia.

El barullo alrededor se hizo latente y nadie se atrevía a acercarse. Un par de maestros trataron de llegar hasta ellos; pero, Livia pateó la rodilla de Helmut y lo alejó de sí para echarse a correr. Helmut la tomó del brazo pero ella le dió un golpe en la cara y él... le devolvió el golpe haciéndola caer.

Livia, con los ojos abiertos, no sintió el dolor en su quijada, pero sí una gran ira. Se levantó justo cuando Helmut comenzó a correr en dirección al bosque.

— ¡Ven aquí, maldito imbécil! —le gritó Livia echándose a correr tras suyo.

— ¡Ven aquí, ven...! —le respondió Helmut provocandola a la distancia— ¡Quiero que vengas!

— ¡Acabaré contigo!

— ¡Ustedes dos, detenganse!—les llamó la atención un maestro.

— ¡Kadijević, vuelva aquí ahora mismo! —le gritó otra maestra a Livia.

Pero Livia hizo caso omiso y fue tras Helmut.

A la distancia, todos veían abochornados, la escena en al que Livia se lanzaba sobre Helmut y ambos comenzaban a golpearse. En medio de los silbidos y las exclamaciones, Livia y Helmut se revolcaban sobre el pasto húmedo tratando de estrangularse mutuamente. 

Livia lo empujó quitándoselo de encima y ambos se arrastraron sobre el suelo. Helmut le tomó por un pierna y ella le pateó en la cara. Trató de ponerse de pie mientras Helmut intentaba lo mismo. Éste no sentía dolor porque ya estaba curtido por Alberich. Livia se paró frente a los matorrales y, agitada y adolorida, lo miró con desprecio:

— Y, aún no he acabado... —advirtio ella entonces.

— Enhorabuena —sentenció Helmut, con los ojos furiosos, justo antes de lanzarse sobre ella.

Y, ante el grito sordo de la multitud lejana, ambos cayeron contra los matorrales...para finalmente rodar juntos por el precipicio.

Era un barranco inexplorado al cual los estudiantes estaban prohibidos acercarse; y, ahí estaban ahora, Helmut y Livia, aún uno sobre otro, rodando lastimeramente contra su dura superficie.

Ambos llegaron finalmente hasta suelo firme y estaban hechos mierda.

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El barullo se hizo más grande allá arriba. Llamaron a los bomberos —sí, también hacían de equipo de rescate en la ciudad— para poder sacarlos de allí abajo.

Y sí, allí abajo, Helmut y Livia estaban sufriendo sus heridas.

Helmut se había lastimado el pie derecho y no podía caminar bien; Livia, por otra parte, al sentir un dolor agudo en su antebrazo, se remango la manga para descubrir con horror una gran herida sangrante; de inmediato, ella comenzó a gritar.

— ¡Cállate, qué te sucede! —le regañó Helmut.

— Mi brazo... Está sangrando... Está sangrando...

— Por todos los cielos... —circundó los ojos Helmut y comenzó a quitarse la chaqueta, el suéter y finalmente la camisa.

— Qué haces —le cuestionó Livia mirándolo raro con el brazo herido tembloroso.

Helmut no contestó y se volvió a colocar el suéter y la chaqueta. Tomó su camisa y se arrastró hasta Livia.

— Ven te aplicaré un torniquete —le dijo Helmut con un tono rudo.

— Aléjate de mí.

— Desangrate entonces.

— Vete al infierno.

— Vete tú.

Se quedaron en un incómodo silencio un momento hasta que Livia sintió más dolor y comenzó a sollozar.

— Maldita sea, dame tu maldito brazo —le regañó Helmut.

Livia extendió temblorosamente su brazo con mucha desconfianza y Helmut, tomando aire, se lo tomó con delicadeza para comenzar a aplicarle el torniquete improvisado con su camisa.

Livia trató de no sentir más el dolor y respiró hondo una y otra vez. Cuando Helmut hubo terminado, ella sólo le agradeció parcamente para finalmente decirle:

— Esto es tu culpa. Eres un imbécil. ¿Cuál era tu necesidad de meterte conmigo? Pensé que habías... Tú... Eres un... No hay caso contigo. Quiero que te alejes de mí ¿Entiendes? Quiero que desaparezcas de mi camino.

Helmut sólo guardó silencio.

— Esto —continuó Livia con reproche serio—, no te lo perdonaré nunca. 

— No me importa tu perdón. No me importa en realidad nada.

— ¿Qué es lo que te sucede? —le reprochó Livia.

— Eso no te interesa.

— ¡Sí me incumbe porque yo estoy aquí abajo en este estado por ti!

— Pero no te interesa verdaderamente.

— ¿Por qué me golpeaste? ¿Por qué me molestas? ¿Cree que esto es algo normal? ¿Crees que soy tu maldito juguete? Quiero que...

— ¿Puedes matarme?

— ¿¿Qué??

— Por favor. Odio esto. No entiendo por qué estoy aquí. Nada tiene sentido. No sirvo para esto. Soy todo lo que dices y piensas de mí, soy todo eso...

— Y eso qué tiene que ver conmigo. ¿Por qué me agrades de esta maldita manera?

— Sólo estaba molestándote porque es una distracción, es una forma de sentirme superior a alguien porque todo está superandome; está bien, no es correcto, pero lo hice. Por otro lado, tú me golpeaste; no estoy acostumbrado a quedarme atrás en los golpes, no ahora, porque no estoy en un buen estado emocional.

— Yo tampoco estoy en un buen estado emocional y tú vienes a meterte conmigo —le siguió regañando Livia en voz baja y exigente.

— Lo siento. No volverá a suceder.

Dicho eso, Helmut hizo un pequeño esfuerzo para levantarse e intentó dar un paso para alejarse y entonces, debido a su debilidad y al pie herido, perdió la compostura y cayó de nuevo. Livia fue hacia él cuando cayó y lo tomó del brazo. Helmut se apoyó en ella para poder sentarse con notable abatimiento.

— ¿Qué nos ha sucedido, Livia?

Era la primera vez, tal vez inconsciente pero real, en la que Helmut decía su nombre, sin un apice de burla.

— A qué te refieres —casi susurró Livia.

— Sé que no te interesa, pero necesito decírselo a alguien... Mi padre no es quién dice ser, él realmente no es mi padre, y ha hecho cosas terribles... Puede sonar casi obvio, pero es... Yo, no se lo he dicho a nadie.

— Cuando dices que no es tu padre... ¿Es literal? Realmente, biológicamente digo ¿No lo es?

Ella lo veía con esos ojos azules atentos, realmente inmersos en él, en todo.

— No lo es. Pero no sé por qué. 

Livia frunció el entrecejo y siguió escuchándolo cuando él le contó el encuentro que tuvo con el que consideraba podría ser su verdadero padre en aquella cabaña abandonada y la sospecha que tuvo sobre lo que "su padre" pudo haberle hecho. También le contó sobre los planes que tenían para con él, así como lo que Alberich le había dicho y hecho todo ese tiempo. Y finalmente, le contó aquello que nunca pensó que podría contárselo a alguien de esa manera.

— Mi madre falleció cuando yo tenía 15 años, entonces no mostré ninguna señal de aflicción. Sólo continué mi vida como si ella en realidad nunca hubiera existido.

— Pero por qué...

— Desde niño mi padre me ha inculcado lo que le inculcaron a él y a todos mis antepasados: Uno no debe nunca llorar, ni sentir temor alguno, ni intimidarse por nada; porque nada puede conmoverte. Sé frío, calculador y astuto. Tú estás por encima de todo y todos los demás.

— La clave del éxito (?)

Helmut miró la sonrisa divertida de Livia con incredulidad. Ella, al notarlo, dejó esa expresión para preguntarle:

— ¿Pero, en realidad, sí sentiste algo, verdad?

— Ha pasado casi dos años y no he podido sacar eso de mí. Ese dolor, esa culpa, están acabando lenta y dolorosamente conmigo desde adentro...

Y en ese punto, la voz de Helmut se hizo débil. Jamás antes había podido decírselo a alguien y ahora ella estaba aquí, y de pronto fue como...

— Fue mi culpa —dijo entonces Livia en un susurro triste—, lo que le sucedió a mi familia, fue mi culpa. Yo los decepcioné porque hice algo tonto, malo, y... —sus ojos humedecieron— ellos... —arrugó la frente y dejó salir esas lágrimas dolientes— se quedaron aquí por mí; y si ellos no se hubieran quedado, si yo no hubiera hecho nada, si ellos...Nos hubiéramos marchado, muy lejos, juntos... Y hoy, no estaría aquí y ellos...no estarían... muertos.

Livia hundió su frente entre sus piernas y se cubrió con los brazos, incluso con el malherido, para sollozar en silencio, sintiéndose avergonzada e inmensamente triste. Y en su mente estaba "Murieron por mi culpa" una y otra vez.

Helmut la vió y cerró los ojos tratando de no sentir lo que estaba sintiendo. Se reprimía tanto porque así se lo habían enseñado. Abrazó fuertemente su pierna no herida y comenzó a mecerse inconscientemente de atrás para adelante, como si esperara desesperadamente que todo eso pasara, como si el único consuelo que tuviera fuera aquello.

Livia reconocía, entre la penumbra de su llanto, ese gesto de Helmut como el gesto de aquellos niños que en su temprana infancia no habían recibido amor.

— Fuí tan frío con ella, en los últimos años —masculló Helmut en su movimiento ciego—, tal vez toda la vida, toda la vida... Nunca le dije... Nunca, nunca, nunca... —ese ardor en sus ojos era un castigo, era un dolor que ascendía y golpeaba desde su pecho— Debía decirle que... la quería, debía...estar ahí con ella cuando sólo quería tenerme a su lado y ser feliz en sus últimos días; pero, yo... la rechacé, no la quise ver... La abandoné... —entonces Helmut dejó salir ese llanto reprimido una vez más— Y nunca me pude despedir de ella, nunca pude decirle cuánto la quería en realidad, nunca pude decirle que ella era...lo mejor que la vida me había mostrado y dado, que hubiera querido pasar cada segundo a su lado, y dejar... Yo no quiero esto, no quiero... Ese hombre no es mi padre, lo detesto. Ya no más, no quiero nada de esto, ya no...ya...

Helmut no pudo continuar y apoyó su frente en su rodilla para llorar dolorosamente hasta sentir que se ahogaba de sufrimiento.

Livia escuchó su llanto y el suyo propio compaginarse en una sintonía triste y empática. Porque al final de todo, estaban ellos dos, allí en medio del frío y decepcionante invierno; heridos y rotos; con sus culpas y su dolor; llorando, llorando amargamente.

Y en el fondo, sabían que ahora algo los unía inevitablemente, y era algo que tenían, que era suyo, que nadie podría quitárselos nunca más.

**************

A Livia la suspendieron en un inicio, pero Helmut movió sus propios hilos para revocar aquello a costa de un trato con su padre: Helmut no volvería al Orfanato ni a las inmediaciones del Castillo, otra vez.

Pero para Helmut, eso no era nada.

Tal vez su propio padre lo sabía, pero lo tomó por insignificancia. Así que Helmut, cuando se hubo recuperado de su lesión en el pie y, al estar libre —fisicamente— de Alberich, se dió modos para salirse con la suya y burlar la vigilancia que su padre había puesto sobre él para ir al Orfanato. Quería mucho hablar con Livia, porque finalmente... Finalmente sabía cuál era el camino que iba a recorrer.

La esperó en la biblioteca, pacientemente, sabiendo los horarios y las circunstancias en las que ella venía. Un día la sorprendió sola en el sector de libros antiguos y se lo dijo en una melodía burlona descubriendose tras un libro que tenía cubriéndole la cara:

— "De vez en cuando, la sorpresa llega a ti..."

— Qué caraj...

— "De vez en cuando, te sorprenderé, y vendré a ti..."

Livia lo miró con la mueca más absurda que pudo gesticular.

— "...cuando estés...?" —le consultó Helmut para que adivinara la palabra final.

— Muerto (?)

— ...

— Babeando (?)

— "... Deprimido".

— Ah.

Se miraron extrañados un par de segundos hasta que Helmut finalmente la saludó amablemente:

— Buenos días, Livia.

— Buenos días, imbécil —le correspondió ella con las misma amabilidad.

— ¿Qué buscas en estos lugares?

— ¿Qué haces en estos lugares?

Entonces Helmut se dió la vuelta y asumió su posición diplomática para decirle su propuesta sin más rodeos:

— Seré directo y claro —entrelazó su dedos—. He venido a buscarte porque quiero proponerte un pequeño pacto. 

— ¿Un qué? —casi rió Livia.

— Déjame proseguir. Sí, un pacto de... Amistad.

Entonces Livia dejó escapar una risa burlona que de alguna forma Helmut encontró divertida.

— Agradecería que me tomaras en serio —le dijo Helmut con la mirada vaga y las manos entrelazadas flojas delante suyo—. Quiero conocer la ciudad.

— ¿Qué? —le cuestionó Livia con más interés.

— No puedo luchar por algo que no conozco. He vivido prácticamente toda mi vida en internados y en el extranjero, cuando venía aquí era...tan ajeno y... nunca tuve un sentido de pertenencia ¿lo entiendes?.

Livia asintió mirándolo comprensiva y tranquila. Esos ojos azules pasivos le dieron a Helmut una confianza que jamás hubiera imaginado en su vida.

— Entonces —continuó Helmut—, quiero conocer mi país. Y quiero empezar por conocer esta ciudad; pero de forma verdadera, sin filtros, la realidad. 

— ¿Quieres que te guíe por la ciudad? 

— No quiero un guía turístico, no me interesa que me vendan una imágen idealizada de este lugar; quiero, más bien, un acompañante, alguien que sepa qué es esa realidad. Livia, sé mi acompañante.

— ¿Por-por qué...?

— A cambio, te enseñaré cosas, las que tú quieras —Helmut tomó asiento con una elegancia despreocupada en una de las sillas frente a Livia—. Sé que quieres ingresar al ejército, está bien, sabes que lo sé. Pero no sabes muchas cosas básicas, este...es un mundo muy hostil, Livi... —le había dicho Livi, otra vez— Y ahí afuera, en la condición étnica e ideológica con la que te catalogaron, van a querer hacerte daño. No debes permitirlo, Livia. Te enseñaré lo necesario en defensa y armas.

— Espera —se apoyó Livia en una silla tratando de no echarse a reir—, tú... ¿Estás hablando en serio? Yo... Cielos...

— Por supuesto que estoy hablando en serio —casi le reprochó Helmut.

— Y... ¿En qué momento se supone que haríamos todo eso?

— Oh, también quiero decirte que te ayudaré con tus materias. Sé los libros que necesitas, sé todo... La clave de tu éxito está en mí.

— Cielos, tú sí estás hablando en serio —dijo Livia casi burlándose.

— Sobre la pregunta. Verás que yo soy el que mejor conoce estos lugares circundantes. Mi meta es conocer la ciudad tan bien como conozco este pequeño sitio ¿Sabes?

— Hm. 

— Y... Entonces ven mañana a las tres y media al sitio donde sueles ir a estudiar, en la fuente cerca al bosque. Ve a ese lugar y te mostraré cómo haremos todo.

Livia dejó escapar un suspiro. Por alguna razón se sentía emocionada internamente pero a la vez la desconfianza lo superaba.

— No lo sé. Lo que propones no es algo sencillo para mí. Es casi...una cosa tan... rara e... inverosímil...

— Ven mañana, y te aseguro que lo comprenderás mejor.

Livia, para no hacer el cuento más largo, simplemente aceptó verlo en el lugar acordado. Realmente no sabía si lo haría llegado el momento; pero también sabía que en momentos así, más que nunca, debía confiar en su instinto.

************

Livia siguió su voz interior y llegó hasta Helmut en esa tarde gris de verano. El cielo encapotado amenazaba con una lluvia que nunca llegaría. Todo era tan descolorido y agobiante.

Y en medio de todo eso, Helmut tomó suavemente la muñeca de Livia y la condujo más allá de los límites del Orfanato, hasta el cementerio privado de su familia, allí estaba el mausoleo donde él iba a visitar a su madre. Cuando ingresaron, Livia se conmovió con todas las tumbas a su alrededor y aquellas flores rosadas que las rodeaban. Era...tan hermosamente triste.

Helmut la invitó a sentarse junto a él en el pasto. Y ahí fue que le comentó su plan. Helmut estaba libre por las mañanas y muy tarde por las noches. Está semana estaba en tregua con Alberich y por eso podía venir en la tardes, pero pronto eso acabaría.

— A veces creo que te estás volviendo como él.

— ¿Cómo? —preguntó Helmut con el ceño fruncido.

— Por lo que me contaste de él, es como si me contarás sobre ti en tus peores días.

— Yo jamás seré como él.

Y esa fue más como una promesa que como una reprimenda. 

— ¿Entonces, te escaparas de tu casa? Para venir y...

Helmut asintió. Se escabulliria de su habitación por las noches para ir por Livia, la ayudaría a salir del Orfanato y ambos se irían en su motocicleta hasta la ciudad, allí Livia le acompañaría para adentrarse en ese mundo...hostil y... extrañamente maravilloso a la vez.

— Una locura —casi se rió Livia—, en serio, es una gran, gran locura —y rió—. ¿Realmente podré hacer todo eso?

— Yo sé que sí.

Y Helmut no sabía cómo pero eso era cierto. En Livia había algo más; su capacidad era directamente proporcional a su voluntad. 

Y sobre las enseñanzas de Helmut, él y Livia podrían verse por las mañanas en algún lugar de ese bosque inmenso y Helmut podría enseñarle todo lo que sabía. Nadie podría meterse ni intentar siquiera lastimar a Livia nunca más.

Después de pensarlo en silencio, con esos hermosos ojos azules fijos en la lejanía, Livia dejó de arrancar inconscientemente el pasto del suelo y se tornó a Helmut para responderle, por primera vez confiando plenamente en él.

— Está bien. Lo haremos. 

Y Helmut disimuló su sonrisa, pues sí...lo harían.

Entonces Helmut se levantó del suelo y extendió su mano a Livia.

— Una lección extra, te enseñaré a bailar.

Livia lo miró desde abajo y sonrió absurdamente. Tomó la mano de Helmut sin ánimos de ser muy delicada y, sin preverlo, al estar ya parada, Helmut ya le había rodeado sutilmente la cintura con la otra mano.

— Cómo está tu brazo —le preguntó Helmut intentando mirarla a los ojos.

— Ya está mejor. Ha cicatrizado. Estará bien — respondió ella mirando sobre el hombro de Helmut, mientras éste comenzaba a dar los primeros pasos de un típico y casual vals.

— Sólo sigue mi ritmo —le dijo Helmut casi como si fuera una confidencia—. Uno, dos y tres... Uno, dos y tres...

Y Livia seguía esos pasos, tomando aire, mirando las tumbas, el cielo gris, sintiendo esa tranquilidad... No, no, sentía temor, no había nada malo esta vez. Lo podía sentir. Sentía que estaba en el lugar correcto, en el momento correcto, exactamente así como debía ser. Una tranquilidad alegre la invadió y cerró los ojos sonriendo. Quería conservar ese sentimiento en su memoria para siempre, esa sensación como referencia para los días venideros.

Tal vez yo, tal vez tú.
Podamos hacer un cambio en el mundo.
Estamos alcanzando un alma
Que está perdida en la oscuridad.

Tal vez yo, tal vez tú.
Podamos encontrar la llave de las estrellas 
Para atrapar el espíritu de la esperanza
Para salvar un corazón sin esperanza

Miras al cielo 
Con todas esas preguntas en mente
Todo lo que necesitas es escuchar 
La voz de tu corazón 
En un mundo lleno de dolor 
Alguien está diciendo tu nombre 

¿Por qué no lo hacemos realidad? 
Y tal vez yo, tal vez tú.

Tal vez yo, tal vez tú.
(*)

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Ref:
(*) "Maybe I, maybe you" de Scorpions.

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