~ 𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒔𝒆́𝒊𝒔 ~

~ 24 de diciembre de 2011, 20:00 ~

Comenzaba mi ritual navideño. Así lo llamaba. Me puse un short de malla, dentro de casa no hacía mucho frío, aún así me puse uno de los jerséis de navidad que tenía al fondo del armario, me quedaba enorme pero de verdad me encantaban. Cogí el que era negro con cuello de pico bajo, que tenía copitos blancos y la silueta del trineo de Santa.

 —Viyi gistis mis riris —dije imitando la voz de Hanma y decidí mandarle una foto mía en el espejo con las pintas que llevaba.

Tú, enviado el 24 de diciembre a las 20:05

Atrévete a decirme que no es precioso, estúpido

 —¡Son preciosos, imbécil! —me miré en el espejo—. Estoy fantásticamente, soy una vagabunda navideña —me reí sola.

He de admitir que había empezado a beber hacía un rato, aunque aún estaba bien.

Una vez vestida para la ocasión especial, bajé al salón y puse villancicos a todo volumen. Ese día casi todos los vecinos tendrían jaleo en casa, así que no les iba a molestar que pusiera la música un poco alta. Fui a la cocina mientras cantaba aquellas canciones y empecé a prepararme la cena; algo de comida precocinada con un poco de arroz y una cerveza.

Al rato me cansé de los villancicos y al final terminé cambiando la música a algo más movido: reggaetón. Bailaba en la cocina y cantaba como una loca. De verdad que yo sola me lo pasaba bien, no me hacía falta nadie para montarme una fiesta. ¿Eh? Mi móvil vibró.

Hanma, recibido el 24 de diciembre a las 21:00

Abre la puerta.

 —¿Qué fiesta tiene esta montada aquí? —reí sacudiendo la cabeza mientras aporreaba la puerta de afuera—. ¡Enana! ¡Abre coño, que hace frío! —le envié un mensaje, a ver si así me hacía caso.

La música paró y escuché la puerta de dentro abrirse. Tras eso, oí unos pasos y por fin se abrió la puerta de afuera. Ahí estaba la enana.

 —¿Qué haces aquí? —dijo mientras corría de nuevo adentro. La miré desde abajo hacia arriba. Estaba descalza, con las piernas al aire y lo único que parecía llevar era ese enorme y horrible jersey.

 —Tenía que ver esto con mis propios ojos, no con una foto —bromeé pasando dentro de la casa—. Toma anda —le di una de las bolsas que llevaba conmigo.

 —¿Qué es esto? —de nuevo puso esa cara. En serio, para—. ¿Y de nuevo, qué haces aquí? ¿No estabas con tus amigos? 

 —Me aburrí y parecía que tú tenías planes mejores, así que decidí que podía hacerte compañía, ¿puedo quedarme? —mentira, tenía pensado venir desde el primer momento que me dijo que iba a pasar sola la Navidad. 

Puso la cara de una niña a la que le acaban de regalar justo lo que quería por su cumpleaños. No soportaba esa cara, cuando la ponía notaba que la temperatura de mi rostro aumentaba.

 —¡Claro! Pasa, pasa, estaba haciendo la cena, mira, ven —me arrastró cogiéndome la mano.

Llegamos a la cocina y vi que tenía varias cosas allí fuera, cogí una lata de cerveza y sonreí para mí mismo. Me puse a guardar todo lo que había sacado.

 —Abre la bolsa, anda.

 —Es verdad... —me apoyé en la nevera mientras le daba un sorbo a la cerveza y vi como ella miraba en el interior de la bolsa—. ¿Has traído pollo frito? Pues cambiamos la cena que estaba haciendo por eso ¿vale? —rio y yo asentí—. ¿Y esto qué es? 

 —Es algo horrible —contesté mirándola desde arriba.

Ella sacó el resto del contenido de la bolsa; un paquete envuelto de la mejor manera que había podido hacerlo. No se me daban bien esas cosas, pero me generó curiosidad ver cómo reaccionaría a aquello.

Me quedé mirándola mientras ella descubría el contenido de aquel paquetito.

 —¡Venga ya! Que me maten aquí mismo y puedo decir que moriré feliz —estaba dando saltitos con la prenda en las manos.

Era un jersey color vino tinto con la silueta de un reno, cogí una talla grande, pues parecía que siempre iba con ropa enorme.

 —¿Al final te gustaron, eh? —dijo alegremente mientras sus dedos me pellizcaban el abdomen.

 —Es para ti, estúpida, ya te dije que ni loco me pongo eso, pero a ti pareció gustarte y volví a comprarlo, pensé que sería gracioso verte con uno puesto, aunque parece que ya tenías uno igual de horrible —señalé al jersey que llevaba puesto.

 —¡Qué dices! No sabes nada de la vida... ah... Espera, entonces... ¿esto es un regalo? —vi que le cambiaba un poco la expresión—. Yo no tengo nada para ti...

 —Ya te dije que no quiero regalos, con ver la cara que has puesto es suficiente para mí.

 —Es el mejor regalo del mundo, nunca me habían regalado uno, voy a ponérmelo —se dio la vuelta aun emocionada, y empezó a quitarse el que llevaba puesto. Levantó la parte trasera y pude ver que llevaba unos shorts negros.

Menudo culo le hacen, pensé.  Terminó de quitarse el jersey negro y, para mi desgracia, no iba a poder ver mucho más de ella, pues llevaba una camiseta de tirantes ajustada de color blanco. Sin embargo, sí que pude ver de nuevo algo del enorme tatuaje de su espalda.

Por un momento mi mente imaginó mis manos recorriendo esas enormes alas sobre su piel. Lo imaginé hasta el instante en que se colocó el jersey que le había regalado. Le estaba enorme, aún así, no le quedaba mal, le hacía más bajita de lo que ya era. Se sacó la melena del jersey y se dio la vuelta. Caminó como si fuera una modelo.

 —¿Qué? Look vagabundo navideño actualizado, ¿te gusta? 

 —Pfttttttt —casi me muero con el poco de cerveza que tenía en la boca—. Estás loca, el jersey es horrible, pero te queda bien, he de admitirlo.

 —Lo sé, ¡muchas gracias, Hanma! ¡No sabes lo que me ha gustado! —Me abrazó por el cuello, poniéndose de puntillas. Yo posé mi mano en su cintura involuntariamente.

 —Esto...sí... ¿cenamos? —murmuró mientras se separaba. Estaba colorada. Del mismísimo color de ese jersey que le acababa de regalar.

Me mordí el labio inferior y noté cierta presión en mi pecho, pero tenía que calmarme, por mucho que mi cuerpo pidiera lo contrario.

 —Venga —me quité el abrigo y lo coloqué en la entrada, quedándome con la camiseta de mangas largas que llevaba. Preparamos la mesa con el pollo frito y abrimos una botella de vino.

 —¡Venga! ¡A beber! Digo, a comer —dijo sentándose en el suelo a la altura de la mesita baja.

 —Decías en serio lo de que ibas a emborracharte ¿eh? Ya parece que lo estés —reí.

 —No, aún no lo estoy, pero estoy contenta de tener compañía en Navidad, ya te dije que me daba igual estar sola, pero siempre es mejor tener alguien con quien pasar el día ¿no?  

 —Sí, tienes razón.

Empezamos a comer y ella pareció aprovechar para indagar sobre mi.

 —Oye Hanma, ¿puedo preguntarte algo? Tú me preguntaste por mi familia, pero ¿y la tuya? —preguntó a la par que agarraba una pieza de pollo y empezaba a comer.

Nunca le había contado a nadie sobre aquello, algunos lo sabían; amigos de siempre y gente por el estilo, pero yo no le había contado a nadie sobre mi familia. Aunque, a decir verdad, tampoco nadie me preguntó jamás.

 —Bueno, siéntete privilegiada que me apetece hablar de ello y te lo voy a contar —bebí un poco de vino—. No conocí a mi padre. Mi madre dice que se fue un día cuando ella estaba embarazada y nunca quiso hablarme de él, así que para mí es como si no existiera —bebí un poco más—. Mi madre me crió como pudo, no teníamos mucho dinero, pero aún así ganó lo suficiente como para poder mantener una casa y criar a un niño problemático como yo —me señalé.

Ella seguía comiendo, pero prestándome toda la atención del mundo.

 —Luego crecí y bueno, me volví fuerte —bromeé mostrando el bíceps— y luego...

Tragué saliva. De repente se me cortó la voz.

 —Si no quieres hablar de ello no pasa nada —Ryoko había parado de comer y bebía vino.

Tomé aire y sonreí hacia la castaña.

 —No te preocupes —le dije y me rellené vino de la botella—. Luego me enteré de lo que mi madre trabajaba, era una "acompañante", ya me entiendes. Y hace unos años ella no volvió a casa. Yo aún era un crío de diecitantos, pero fui a donde me había enterado que trabajaba y pregunté por ella —cerré mis puños con fuerza—. No volvió a casa porque uno de sus "clientes" la había matado a golpes. Te puedes imaginar la escena; lleno de policías, una ambulancia llevándose el cuerpo de mi madre y yo allí sin saber qué hacer —saqué un cigarro y lo encendí, ella se había quedado ojiplática—. ¿Qué te parece? Da para novela, ¿verdad?

Intenté bromear, pero el hecho de que mi madre muriera de aquella forma siempre me generaba el mayor de los pesares. Al fin y al cabo, fue y es, a día de hoy, la única persona a la que he querido en toda mi vida.

 —Joder... Hanma... lo siento... no sé qué decir la verdad —le sonreí amablemente.

Le di una profunda calada al cigarrillo.

 —No tienes que decir nada, no fue su culpa y ese asqueroso ya pagó por lo que había hecho, así que lo tengo más que superado —apagué el cigarro en el cenicero, cogí un trozo de pollo y me lo  comí, tampoco tenía mucha hambre, pero sí me apetecía beber, así que volví a coger el vino y vi que ya se había terminado una de las botellas. Me levanté a coger la otra que habíamos comprado el día anterior, la abrí y la llevé al salón. Le serví a ella y luego rellené mi vaso.

 —¿Qué hiciste? ¿Lo mataste? —preguntó de repente.

 —¿Si lo hubiera hecho tendrías miedo de mí? —pregunté sarcástico.

 —Claro que no —ella encendió un cigarro, parecía que había terminado de comer definitivamente y ya solo fumaba mientras le daba sorbos al vino de vez en cuando—. Yo lo hubiera hecho, la verdad —dijo algo seria mientras bebía y miraba a su vaso.

No me esperaba esa respuesta. Para nada. Esta chica..., definitivamente es mi tipo de chica. Al final voy a tener que empezar a creer en el destino ese del que habla siempre.

 —No, no lo maté. Pero sí le di una buena paliza. Creo que estuvo varias semanas en el hospital y, bueno, le dejé bien claro que si no quería ir preso, que no le dijera a nadie que le había pegado, así que no me pasó nada. De vez en cuando le mando avisos a su casa para recordarle que no haga nada raro o lo desvelaré todo. Quizá algún día lo haga, pero es más divertido ver como se acojona con los anónimos. ¿Sabes que los del sitio donde trabajaba mi madre lo encubrieron? Menuda panda de hijos de puta —me notaba la lengua demasiado suelta, sería por el alcohol.

La escuché reírse.

 —Definitivamente tienes peores ideas que las mías, pero bueno si eso te sirve como venganza, no lo veo del todo mal... es siniestro... pero él hizo algo peor, sinceramente, que se joda.

 —Brindo por eso —levanté mi vaso y choqué con el de ella.

Vaya par de inconscientes nos hemos ido a juntar, pensé.

Seguimos bebiendo hasta que ella se levantó y puso algo de música. Empezó a recoger la mesa mientras bailaba, parecía que ya el alcohol le había hecho algo de efecto, iba meneando el culo bailando mientras bailaba la canción y llevaba las cajas del pollo a la cocina.

Se puso a cantar sola en la cocina mientras rebuscaba algo y vino toda cargada de cosas al salón de nuevo. Lo dejó todo encima de la mesa. Trajo el pedazo de pastel que había comprado el día anterior en el supermercado, la botella de ginebra, hielos, vasos de tubo, y un par de cucharillas.

 —Y ahora, lo mejor, el postre —se relamió los labios y no pude evitar sonreír al ver ese gesto—. Tú has traído la cena y yo el postre, estamos en paz, aunque te debo un regalo —se agarró el jersey.

Alcé una ceja y dejé que mis párpados descansaran un poco.

  —Ya pensaré qué quiero a cambio —contesté en voz baja.

Definitivamente esta noche iba a dar, al menos, un paso más con ella. Ya me daba igual lo que dijera Kisaki, esta noche no iba a pensar en nada de planes, al fin y al cabo, con ella esos planes no tenían cabida en mi mente, solo quería disfrutar todos los momentos que pasaba con ella, como si solo fueran para nosotros y para nadie más.

Ryoko me tendió una cucharilla y abrió el trozo de pastel.

 —Lo compartimos ¿vale? estaba buenísimo, ¿verdad? —la miré de nuevo y me mordí el labio, no sabía qué provocaba en mí con todos esos gestos, pero me gustaba la sensación.

 —Sí, lo estaba —cogí un trozo con la cuchara y me lo llevé a la boca, no voy a negar que estaba bueno, pero tampoco era mucho de dulces, así que no cogí más. Vi que a ella sí parecían gustarle pues le dio dos o tres cucharadas más que yo. Le gustan los dulces, o al menos, el chocolate de este pastel, me lo apunto.

 —Buf, estoy llena, ya no puedo más —dijo recostándose en el suelo sobre sus codos.

Eso hizo que el jersey —que tampoco era muy grueso— le marcase la curvatura de los pechos. Menuda imagen mental con esa postura me vino a la mente. Me empezó a subir la temperatura y remangué las mangas de mi camiseta dejándolas a mitad del antebrazo.

 —Venga, un cubatita— canturreó mientras movía los hombros al ritmo de otra canción diferente a la anterior y que yo no conocía, estaba echando hielos en los vasos y sirviendo ginebra con el refresco—. Esto para las penas —rio.

 —¿Estás borracha ya, a que sí? —estaba colorada y tenía los ojos un poco caídos. Nos habíamos bebido las dos botellas de vino, era normal que estuviera así de animada.

 —Un poco sí, pero no importa —reía.

 —Ten cuidado con mezclar alcohol, que al final vomitas —le avisé.

 —¿Yo? Ay, Hanmita... espérate a las fiestas... de verdad que esto no es nada —me guiñó un ojo mientras me dejaba el vaso con la bebida en mi lado de la mesa.

Seguimos bebiendo. Ella se puso de pie y empezó a dar vueltas por la casa bailando mientras yo la miraba. Parecía pasárselo bien y no tenía vergüenza ninguna, movía el culo y las caderas de una manera que me iba a volver loco. Hasta que parecía cansada y se sentó de nuevo en el suelo.

Suspiró, como para recobrar el aire.

  —Ah... —volvió a recostarse en el suelo—. Me encanta estar así... —me señaló con uno de sus dedos—. Eres un privilegiado, estás teniendo una fiesta privada con la mejor de la ToMan.

Reí.

 —Desde luego, soy un privilegiado —notaba que las palabras me bailaban en la boca, no las pronunciaba del todo bien. Yo también iba ya algo bebido.

 —Vale, vamos a jugar a algo, ¿quieres? —empezó a mirarme de una manera diferente, con los ojos entrecerrados y toda la cara colorada a causa del alcohol.

 —¿Qué tienes pensado?

Sonrió.

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 —Te voy a preguntar si prefieres verdad o reto, y luego tú a mí, si no queremos contestar o hacer algo tenemos que beber. ¿Qué te parece? 

 —Un juego de críos sinceramente —al decir eso lo pensé mejor—. Pero venga, juguemos, tú empiezas.

 —¿Verdad o reto? —preguntó.

 —Verdad.

 —¿Tienes miedo o qué? —negué, inclinándome en el sofá hacia adelante, apoyando mis codos en las rodillas mientras sostenía el vaso con ambas manos. Vi que ella las miraba detenidamente.

 —Tus tatuajes, ¿son por lo que pasó con tu madre?

 —Sí —miré mis manos—. Este... —le mostré la mano en la que ponía "pecado"—. Me lo hice pensando en toda la historia y que quizá mi error fue no darme cuenta antes de todo lo que pasaba. El pecado de mi madre fue creer que yo no me iba a enterar y el mío hacer como si todo fuera algo "normal".

Saqué un cigarro antes de continuar.

 —Y este otro... —mostré ahora el dorso de mi derecha—. Sinceramente, no quería tener una sola mano tatuada, así que pensé que "castigo" complementaba bastante bien al otro, además, el castigo que tuvimos tanto mi madre como yo fue todo lo que pasó: yo me quedé solo y ella terminó de aquella manera —le di un par de caladas al cigarro y se lo pasé a ella, que lo tomó y empezó a fumar. No quería que esta historia enfriara el ambiente, así que no la dejé siquiera hablar—. Bien, me toca, ¿Verdad o reto?

 —Verdad —contestó instantáneamente.

Levanté una ceja.

 —¿Tú también tienes miedo o qué? — pregunté.

 —Para nada, solo tengo curiosidad por saber qué vas a preguntarme.

Me pilló por sorpresa.

 —¿Eres virgen? —fue lo único que se me ocurrió preguntar.

 —Desde luego que no, creí que era evidente. Me toca. ¿Verdad o reto? 

 —Verdad —quería ver hasta donde llegaba aquello.

 —Es evidente que tú no eres virgen, así que no malgastaré mi pregunta pero sí me gustaría conocer esto ¿Qué tal fue tu primera vez? —sonrió con burla.

 —Nada del otro mundo, era un crío y fue con una chica que ni siquiera sabía quién era en una fiesta, fue un desastre. Me vuelve a tocar —vi que ella se incorporaba y apoyó uno de los codos en la mesa, sujetándose la cabeza mientras me miraba—. ¿Qué quieres ahora?

 —Verdad.

 —¿Y la tuya? Tu primera vez —la expresión le cambió un poco.

 —Más o menos como tú, pero yo sí lo conocía —aunque me había contestado, le dio un buen sorbo al vaso.

 —¿Lo conozco?

 —Eso no vale, son dos preguntas en un turno —contestó.

 —¿Lo conozco? —repetí.

Ella bebió.

 —Esa es mi respuesta, no contestar. Me toca a mí ahora.

¿Mhm? Así que tiene sus secretos. Está bien, en ese caso vamos a jugar en serio. Ella pareció leer mis pensamientos.

 —Hanma, ¿verdad o reto?

Una vez más

 —Verdad.

 —¿Te atraigo? —preguntó.

 —Sí —contesté y aún así bebí del vaso, ya no iba a aguantarme—. Me toca, ¿Verdad o reto, enana? —sonrió pícaramente. Se apoyó en la mesa con los hombros y con la espalda arqueada hacia abajo, eso solo hizo que la curva del culo se le marcase aún más.

 —Reto —contestó al fin, casi en un susurro.

Me eché para atrás en el sofá.

 —Ven aquí —palmeé mis piernas y ella se acercó a mí, colocándose de pie justo enfrente.

 —¿Aquí donde?

Le agarré de la cintura y la senté a horcajadas encima mía.

 —Aquí, ahora puedo escucharte mejor —no quité mis manos de su cintura, noté que su respiración se había agitado al sentarse encima.

 —Te toca a ti preguntar, enana —le dije con la voz más ronca y apartándole del cuello un mechón de esa larga melena castaña.

Noté que le dio un escalofrío. Sus manos no sabían dónde ponerse, una sostenía el vaso con el cubata y la otra la posó en mi pecho. Sus ojos estaban fijos el pendiente que tenía en mi oreja.

 —¿Verdad o reto?

 —Reto —contesté en voz baja.

 —Déjame hacer una cosa

 —Adelante —la incité con media sonrisa.

Ella se acercó a mi cuello y llevó su rostro hacia la oreja donde tenía el pendiente. Acercó sus labios y los rozó por el lóbulo suavemente. Apreté mis dedos, que aún sostenían su cintura, haciendo que los pulgares se le hundieran un poco en el abdomen. Una de mis manos empezó a bajar hacia uno de sus muslos y lo apretó también. Pude escuchar como ella exhaló un jadeo en mi oído. Noté su sonrisa, así como su aliento rozando en mi cuello.

 —Reto —murmuró.

Ni siquiera le había preguntado. Estábamos los dos borrachos, ya no sabía si todo esto era a culpa del alcohol o de verdad estaba pasando. Ya no podía aguantar más. Solo quería hacer una cosa. La mano que estaba en su muslo pasó a su nuca e hice que sus ojos me miraran directamente.

 —Bésame —ordené.

Ella esbozó media sonrisa. Acercó lentamente su rostro. Con la mano que tenía libre jugueteó con el pendiente y pasaba las yemas de los dedos por mi cuello, lo que me hacía estremecer. Yo apreté más el agarre de su cintura haciéndole notar lo que estaba provocando en mí.

Acercó su rostro hasta que mi nariz tocó la punta de la suya.

Mi respiración se había agitado y, por la cercanía de nuestros rostros, notaba el caliente vapor instaurado entre nuestros labios.

 —Tú también me atraes, Hanma, no sabes cuánto —dijo en un susurro.

Sus labios rozaron los míos por un instante y emití un pequeño gruñido. Estaba a punto de hacerlo. Joder, definitivamente en mi vida había querido besar a alguien con tantas ganas.

Ella sonrió de medio lado. Mordí mi labio inferior, dispuesto a que lo próximo que haría mi boca sería devorar la suya.

 —Pero ya te dije una vez... que yo también sé jugar a esto... y me gusta demasiado que ambos juguemos el uno con el otro de esta manera...

Ella me mordió el labio inferior y se separó.

 —Así que por hoy... decido beber.

¿Qué? Uf... casi. La castaña no se levantó de donde estaba. Yo eché la cabeza hacia atrás y me tapé los ojos con una de las manos, intentando rebajar un poco la tensión del momento. No me había molestado. No podía negar que me encantaba que fuera así, que le gustase jugar conmigo de esa manera, quizá eso era lo que más me ponía de ella. Me gustaba esto y ella...ella me gustaba aún más.

 —Me vas a volver loco... —bufé.

 —Lo sé —replicó ella, aún sobre mí mientras bebía.

Estaba ardiendo. Me notaba en el puto infierno ahora mismo. Mi pecho aún subía y bajaba sin control.

 —La próxima vez sabes que no te pienso dar opción ¿no? ya no será cosa de un juego —le dije, abriendo un poco los dedos y dejándole ver uno de mis ojos.

 —Eso espero —se levantó y volvió a donde estaba antes, en el suelo, yo aún estaba recuperando el aire que me había robado—. Bueno, se acabó el juego.

Sonreí y volví a incorporarme.

 —¡Sigamos bebiendo! —exclamó ella alzando la botella de ginebra.

 —Qué remedio... Échame de eso, venga —la acompañé levantando el vaso mientras la miraba.

Nos dieron las cuatro de la mañana, bebiendo, riendo y hablando de cosas sin importancia.

Terminamos los dos tan demacrados por el alcohol y las risas, que nos quedamos dormidos de cualquier manera en los sofás del salón mientras veíamos un programa de unos comediantes que estaban echando a esas horas en la televisión.

Aunque esa noche no pasara nada de lo que me hubiera gustado, al final el paso que quería dar parecía haberse dado, por lo que me resigné por el momento.

Pero ya le había avisado, la próxima vez no sería así.

Me ha costado horrores detenerlos en este capítulo, pero tengo otra cosa pensada, que va a pasar ya de ya. Así que no me matéis.

Espero que os haya gustado y que os hayan puesto tan nerviosos como a mí al escribirlo, en el buen sentido, claro :')

Gracias por leer la historia, osq ♡

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