~ 𝑺𝒆𝒔𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒕𝒓𝒆𝒔 ~
~ 30 de diciembre de 2012, 14:30 p.m. ~
—No sé quién los habrá hecho, pero he de admitir que me queda de puta madre.
Me miré una vez más en el espejo de cuerpo entero que teníamos en la trastienda, en la zona donde habituaba a cambiarme para ponerme la ropa del trabajo.
El uniforme de Tenjiku no me sentaba mal. De hecho, el color rojo siempre me había quedado bien. Pero se me hacía raro verme en otro tono que no fuera el negro.
Aún así, quien fuera que hubiera hecho mi uniforme había pensado en el cuerpo de una chica de mi complexión. Los pantalones eran más ajustados que los de los chicos, una camiseta negra básica me cubría el torso, pero igualmente se ajustaba y, encima de esta, una gabardina similar a la de los demás pero que al cerrarla marcaba algo mejor a mi figura en la cintura.
Era bonito. Quizá si Mitsuya me viera...
No pienses en eso.
Miré a Shuji, él también había llegado con el uniforme de la pandilla puesto.
—Este te queda muchísimo mejor, ¿sabes? —le dije, dándole un vistazo de arriba abajo—. Sí, definitivamente te queda bien el rojo.
—¿Tú crees? —sonrió burlonamente—. A mí me queda bien todo. Tengo buena percha, la verdad.
Arqueé una ceja y le miré con media sonrisa en el rostro.
—¿Qué te parece? ¿Me queda bien? —pregunté, girando un poco sobre mi eje.
Puso esa mirada pícara que siempre parecía acompañarlo.
—Sí, me gusta más este que el otro. No puedo mentirte, me vuelve loco lo bien que te sienta ese color.
Su mirada, que me recorría de arriba abajo, se había detenido en la parte baja de mi espalda.
—¿De verdad lo dices o solo me estás mirando el culo?
Emitió un sonidito gutural, como si estuviera pensándolo.
—Ambas cosas —admitió, nuevamente con una de las comisuras de sus labios alzadas.
Resoplé y empecé a desvestirme para ponerme la ropa de diario de nuevo.
—Cámbiate tú también, anda. Voy a cerrar ya la tienda. Vamos a comer y luego a las tiendas, ¿no? Hace tiempo que no voy de compras.
De hecho, no iba desde la última vez que fui con Emma.
—¿Es totalmente necesario ir a comprar ropa? —Shuji habló con pesadez.
—Es prioridad absoluta. No tengo nada para la fiesta. Con suerte encontraré algo barato pero elegante. Nada de lo que tengo en el armario es... ¿apropiado?
—¿Por qué no te pones el de la fiesta aquella? El de la espalda abierta.
—Shuji, me rompiste ese vestido esa misma noche. Cuando fui a ponérmelo al día siguiente me di cuenta, y esa tela no es fácil de arreglar. Además, no quiero llamar mucho la atención esta vez.
—Vaaaale —respondió perezosamente y se acercó a mí mirándome con los ojos entrecerrados.
—Oye, no te preocupes. Que tampoco voy a estar yendo a todas las tiendas ni probándomelo todo. El primero que vea que me guste y me quede bien, ese me llevo. Va a ser rápido. Creo que hubiéramos tardado más si tú también tuvieras que comprarte un traje, pero como ya lo tienes, tiempo que nos ahorramos —intenté quitarle un poco de hierro al asunto de que me acompañara pero, sin embargo, él seguía mirándome con esa cara extraña—. ¿Qué coño estás pensando? Deja de mirarme así, pareces un depravado.
—Está bien, vamos de compras. Y hasta que no encontremos un vestido que también quiera romper no pararemos, ¿te sirve?
—¡Shuji!
Al final sí que era indecisa para la ropa.
Llevábamos dos horas en la misma tienda y se había probado por lo menos quince vestidos. Ninguno le decía absolutamente nada; o bien eran muy cortos, muy largos, demasiado escotados por delante o por detrás, tenían demasiado brillo o eran de "señora mayor".
¿Yo? Yo quería comérmela con todos ellos. Todos le estaban de escándalo, pero si a ella no le gustaban no iba a decirle que se los comprase. Mejor que fuera con algo con lo que se sintiera cómoda, si no, tendría que escucharla toda la noche quejándose de que tendría que haber escogido este o aquel otro.
La sorpresa fue cuando la chica de la tienda le trajo uno que parecía tener guardado en el almacén: un vestido negro largo con escote tanto en el pecho como en una pierna. Parecía tener una especie de cinturón dorado a la cintura. Por la cara que puso la enana intuí que le gustaba, así que lo tomó y entró una vez más al probador, con el vestido en el brazo y unos zapatos que también le habían dejado para probárselos.
—¡Este sí! ¡Me llevo este! Sin dudarlo.
—A ver, sal que te vea al menos, ¿no?
Me quedé con la boca abierta cuando corrió la cortina hacia un lado. Estaba increíble.
El vestido le hacía un escote bastante tentador y le marcaba las curvas de la cintura y caderas. La ligera tela que caía por sus piernas se pegaba a estas haciendo que, con cada paso que daba mientras se miraba en el espejo, se le marcasen todas esas curvas aún más.
Relamí mis labios instintivamente. Joder, es que era preciosa. Daba igual lo que se pusiera.
—Sí, sin duda es ese.
Se recogió un poco el pelo y se miró en el espejo, moviendo la cabeza de un lado a otro. Me acerqué a ella por la espalda mientras mis manos jugueteaban con la cadena que colgaba de mi oreja, quitándola de ahí.
—Déjame un momento —susurré en su oído tras agacharme hacia esa parte.
Le coloqué mi pendiente a ella, pues era del mismo tono dorado que tenía aquel cinturón.
—Coño, sí que queda bien, ¿me lo prestas?
—No, este es mío —le sonreí y le di un ligero mordisco en el cuello—. Pero hay otro igual en casa, ¿no? Puedes ponerte ese.
Posé mis manos en su cadera, acariciándolas.
—Y venga, cámbiate y vamos a pagarlo antes de que tenga que quitártelo yo aquí mismo.
Se rio y me sacó del vestidor tras devolverme el pendiente. Mientras esperaba a que saliera del cubículo, pensaba en la facilidad con la que me encendía con ella.
No era normal. A la mínima que hacía cualquier gesto, cualquier palabra que decía, o cuando la veía vestida de maneras así, cosa que tampoco me importaba, pues hasta en pijama me ponía como nadie, pero no podía negarlo, cuando decidía arreglarse, sacaba a relucir toda la belleza que escondía debajo de esas camisetas y sudaderas enormes.
Para nuestra suerte, al ser la última unidad de ese vestido estaba rebajado, por lo que pagó por él menos de la mitad de lo que normalmente hubiese costado.
—¡Hala! Pues listo, ¿a ti no te hace falta nada de verdad?
—No, tengo todo. Vamos a casa.
Ya estaba subido a la moto y alargué mi brazo, tendiéndole el otro casco para que se lo pusiera.
—¿Y esa urgencia?
—Mucha —me acerqué un poco más a su cara mirándole de manera que ella pudiera entender mis intenciones—. Y agradece que no me haya encerrado contigo en el probador.
Ella sonrió pícaramente sobre mis labios.
—Te veo hablar, pero no te veo conducir a casa. Tengo prisa por llegar, ¿sabes?
No dije nada más y conduje a casa lo más rápido que pude.
Al llegar, dejamos las bolsas en la entrada y no lo pensé dos veces. Me lancé hacia ella levantándola en el aire y empecé a devorarle tanto la boca como el cuello.
Las últimas veces que lo habíamos hecho —y teniendo en cuenta todo lo que había pasado— podía notar que ella, a pesar de ser la de siempre, a veces se distraía. El placer y el deseo de ambos seguía siendo el mismo, pero a la vez diferente.
Sin embargo, ese día todo pareció volver a la normalidad.
Volvía a estar centrada totalmente en mí. Sus ojos me miraban en todos y cada uno de los movimientos que mi cuerpo hacÍa sobre el suyo, o en las caras que yo ponía cuando ella se movía sobre el mío. Gemía y pedía por más de mí. No con palabras, sino con miradas y toques de sus manos en ciertas partes de mi cuerpo.
Hacerlo con ella era simplemente perfecto. Ya fueran polvos rápidos antes de salir de casa, u otros en los que nos recreábamos probando cosas nuevas y no tan nuevas para ambos, lo pasábamos bien. Disfrutábamos de la manera que más nos gustaba a ambos.
Era mi puta adicción. Se lo había dicho el día anterior medio en broma pero, de verdad, ella era la droga más adictiva de este jodido mundo.
~ 31 de diciembre de 2012, 21:00 p.m. ~
—Buaf, sí que gano en traje.
Me miraba en el espejo, mientras intentaba colocarme la corbata. Tenía un par de trajes, pero este era el que más me gustaba. Era algo llamativo, pero no importaba, algo me decía que en el sitio al que nos dirigíamos de seguro habría trajes y vestidos más extravagantes de lo que íbamos a llevar nosotros. Así que tampoco le di importancia a eso. Total, me quedaba bien, y si alguien decía algo, solo tenía que partirle la cara y listo.
—Shuji, ayúdame un momento con el pelo.
—Oye, que lo hiciera una vez no significa que... —iba quejándome por el pasillo de la planta de arriba hacia el baño, donde ella estaba pintándose y peinándose.
Al entrar, tuve la misma sensación que cuando la vi en aquel yukata en Akita, pero me contuve. Me contuve muchísimo.
Comprobé que ya se había pintado y, como siempre, se andaba peleando con el pelo.
—¿Qué te pasa? —cuestioné, pasando saliva por la garganta.
—Aguántame este mechón aquí un momento. Me hacen falta más manos para tanto pelo. En serio, me lo pienso cortar y dejármelo como tú.
—Ni se te ocurra, me encanta tu pelo —sentencié.
—Evidentemente era broma. No me lo pienso cortar. Nunca me gustó el pelo corto pero, de verdad que cada vez que me peino lo pienso. Esto es un martirio.
—Corrección —señalé—. Cada vez que "intentas" peinarte.
Me dio un ligero codazo mientras yo sostenía el mechón que me había indicado. Mientras se terminaba de colocar algunos otros mechones me empezó a observar en el reflejo del espejo y se mordió el labio inferior mientras sonreía.
—¿Qué? —pregunté algo confuso.
—Nada, nada...
—No, ¿qué pasa?
—Te ves bien en traje, solo eso.
Pude ver que se le habían puesto las mejillas coloradas, y no era por el maquillaje. Había terminado de hacerse un medio recogido con algunas horquillas en ese mismo momento y pudo bajar los brazos para descansarlos.
Mi mano bajo recorriéndole toda la espalda, para posarse en su cintura y le di mi teléfono.
—Toma, haz una foto de esas que te gustan tanto.
Ella parecía sorprendida.
—¿En serio? ¿me vas a dejar hacer una foto?
—Claro. Para un día que los dos estamos decentes vamos a aprovechar. Esto no ocurre a menudo —reí y le giré la cara para que mirase al espejo e hiciese la foto.
Al final hizo unas cuantas y, quitando en la primera que hicimos y que fue la más normal, en las demás salía besándola y en otras ambos poníamos caras raras. Sin darnos cuenta, acabamos haciendo el tonto delante del espejo durante un buen rato y ella tuvo que volver a maquillarse, pues se le habían saltado un par de lágrimas de risa con las muecas y las caras con las que salíamos en las imágenes.
—Oye, ¿al final no te vas a poner el pendiente? —pregunté apenas terminó de volver a maquillarse.
—¡Es verdad! ¿Me lo das? Está debajo de la cama, en una caja negra que tengo ahí.
Fui donde me indicó y saqué la cajita. Me incorporé y me acomodé a la orilla de la cama. Aquella cajita estaba casi vacía; solo tenía un trozo de papel que abrí y comprobé que era la lista de destinos a los que queríamos ir, una pulsera y el que era mi pendiente.
Ahora que me fijaba bien, sí que se notaba que esa cadenita tenía bastantes años, así que cogí un trozo de papel e intenté limpiarla un poco para que brillara de nuevo y, para mi suerte, lo conseguí. Sonreí para mí mismo y guardé de nuevo la caja debajo de la cama.
—Ven aquí —la llamé desde la puerta de la habitación y ella se acercó. Le coloqué el pendiente con cuidado. Le quedaba más largo que a mi y le rozaba el hombro. Aun así, le hacía lucir más elegante cuando la veías con el conjunto completo—. No lo pierdas, ¿vale? —pedí y le di un beso suave en el cuello.
—Ya sabes que yo no pierdo nada. ¿Vamos? Ran me dijo que iba a mandar un taxi a recogernos, así que imagino que lo que está pitando afuera de casa es nuestro transporte —me sonrió de vuelta mientras terminaba de meterse algo en el sujetador.
—¿En serio?
—¡Esto no puede faltar! ¿Y si me roban el bolso? ¿Y tú pierdes el tabaco? Me da algo si me quedo sin un cigarro y me apetece. Y tú también, asique calladito, amigo de los planetas.
Sacudí la cabeza sonriendo.
—Vámonos anda, tapón de alberca.
Nos subimos al taxi que, como bien decía ella, nos estaba esperando en la puerta de casa, y el conductor puso rumbo a Roppongi sin decir una palabra.
Los dos íbamos sentados en la parte trasera del vehículo, en silencio y observando el camino. Había mucha gente por la calle, se dirigían a la zona donde el festival de verano se colocaba, pues, como el año anterior, se habían montado algunos tenderetes con juegos y, más tarde, las personas se reunirían en el mirador para ver los fuegos artificiales.
Miré de reojo hacia ella. Estaba apoyada en la ventanilla del coche, observando hacia la calle y a las personas que íbamos dejando atrás. Parecía melancólica, pero de un momento a otro dio un brinco en el asiento y sacó su teléfono.
—¡Mierda! ¡Ran me dijo que le avisara cuando nos recogiera el coche! —Se puso a escribir un mensaje en el aparato y pareció respirar tranquila.
Pasamos el resto del camino charlando sobre lo que haríamos al día siguiente, pues aún no habíamos terminado la limpieza que empezamos a hacer el otro día y, por supuesto, volvía a estar todo patas arriba. Cuando nos quisimos dar cuenta, y entre varias tonterías más, llegamos a la puerta del edificio donde sería la fiesta.
Había gran cantidad de gente entrando y saliendo del edificio y coches aparcados en doble fila, de los que salían otras tantas elegantes multitudes e iban adentrándose en aquel edificio.
—¿Vamos? —Le ofrecí mi mano y abrí la puerta del coche para salir.
Definitivamente había acertado con el vestido, pues la gente parecía ir demasiado arreglada para la ocasión. En comparación al año anterior, tenía el presentimiento de que esta noche iba a ser muy diferente a cualquier nochevieja que hubiera tenido a lo largo de mi vida.
Entramos al edificio y, tal como Ran me indicó, fuimos a la última planta. Al salir del ascensor vimos que había muchísima gente allí, la iluminación era tenue y la música sonaba bastante fuerte. Era una gran sala con una pista de baile en medio y varias mesas alrededor, donde se disponían numerosas bandejas con todo tipo de tentempiés y otras tantas llenas de alcohol. Los camareros iban de aquí para allá alrededor de esas mesas, reponiendo lo que iba vaciándose y colocando sobre esas mesas aún más botellas.
—¡Por fin llegáis! ¡Ya me aburría! —Sumire venía agarrando a ambos hermanos de los brazos.
—¡Hola, Sumire! —le sonreí. Estaba guapísima, con un traje de dos piezas de color blanco que realzaba todas sus facciones y su cuerpo.
—Bienvenidos —Ambos hermanos hablaron a la vez y nosotros les saludamos de igual forma.
—Estás guapísima, y tú tampoco te quedas atrás, Hanma. Estáis genial —Sumire continuó, incluso dando una vueltecita a nuestro alrededor.
—Bueno, se ha hecho lo que se ha podido, para qué mentirte —admití—. Vosotros tres estáis muchísimo más elegantes, ¡pero eso ya sabía que iba a pasar!
Miré hacia Ran y Rindou, quienes nos miraban a ambos de manera intermitente con sonrisas en sus caras. Iban ambos con trajes negros a juego, camisa blanca y una corbata del mismo color del traje. Rindou no llevaba gafas, y se me hizo hasta raro verlo sin ellas, pero mi vista no podía parar de observar a Ran.
—¿Qué me miras tanto, Reika? — Ran se dio cuenta de que lo miraba con una sonrisa en la cara.
El motivo de esa expresión no era otro que el hecho de que era la primera vez que lo veía sin las trenzas. Llevaba el pelo medio recogido en una moñita baja detrás de la cabeza.
—Ran, te queda mejor el pelo así. Te lo digo para que lo tengas en cuenta —terminé por soltar en frente de los demás.
Sumire me miró como aprobando lo que acababa de decir y fijó su vista en Ran.
—¡Ves! Te lo llevo años diciendo, cualquier día te meto un tijeretazo a los pelos esos —Rin se rió de fondo—. ¡Y tú no te rías, que a ti te digo lo mismo!
Shuji y yo nos miramos por un instante, haciendo que en cada uno de nuestros rostros se dibujase una leve sonrisa. Sin embargo, la de Shuji se borró en cuanto Ran se le acercó y le dio un codazo en el costado.
—¿Os gusta ir a juego?
—¿Cómo? —Shuji le respondió y Ran se señaló la oreja, indicando nuestros pendientes—. Ah, eso, sí. No es lo único que tenemos igual.
—Ran —Sumire se acercó a él y le tiró de la oreja, arrastrándolo con ella de nuevo a donde estaba anteriormente—. No eres quién para meterte con que los demás vayan a juego. Te recuerdo que tu hermano y tú compartís medio puto cuerpo de tinta.
Yo miraba extrañada todo aquello. Por lo que había dicho, imaginaba que tendrían algún tatuaje similar entre ellos, pero no era visible por ningún lado. Shuji sacudió la cabeza y dejó salir otra de esas risitas al ver a Sumire dominando a Ran de aquella manera.
—¡Vamos! ¡Venid! Vamos a beber o a comer algo, lo que queráis.
Nos acercamos a una de esas mesas y mientras picábamos algo también empezamos a beber alguna que otra copa de vino. Shuji hablaba con Ran y Rin de tonterías. Literalmente, bromeaban de a cuántas personas habían derrotado y se encontraban inmersos en la profunda conversación sobre qué era más doloroso; si partir un hueso, o sacar un diente de cuajo. No parecían ponerse de acuerdo.
Esa conversación continuó mientras todas las mesas con la comida iban siendo retiradas y en nuestras copas ya había algo más cargado que el vino.
Sumire y yo mirábamos con cara de extrañeza y decidimos dejar de prestarles atención para hablar de algo que sí mereciera la pena.
—Oye, Sumire, ¿cómo terminaste con esos dos?
—Pues... —se llevó la copa a los labios y le dio un sorbo—. Como te dije, nos conocimos en la correccional. Y bueno, nos caímos bien y me ayudaron con cierto problema familiar. Por así decirlo.
La miré extrañada.
—¡Pero bueno! Estamos de fiesta, si me pongo a contártelo ahora nos vamos a deprimir. Así que mejor que dejemos ese tema de lado y nos divirtamos, ¿vale? La cosa es que, esos dos —señaló a los hermanos—. Y desde aquel día que me ayudaron, son todo para mí. Tanto Ran como Rin.
Era extrovertida, pero parecía guardar sus temas personales con un especial recelo. Así que decidí no indagar mucho más en ese problema que había mencionado. Seguimos charlando mientras bebíamos.
En cierto momento, me arrastró a la pista de baile y ambas nos pusimos a bailar. La verdad, me había caído bastante bien y bailaba como si no le importase que la mirasen. Vamos, como yo. Aún así, no me sentía cómoda del todo; no por ella, sino por el ambiente.
A pesar de que bailé con ella dos o tres canciones mientras nuestros novios y Rin nos miraban con las bocas abiertas por cómo nos estábamos moviendo, esa noche no me sentía con ganas de moverme mucho más. Y el efecto de las dos o tres copas de vino, junto con las otras dos de ron que había bebido, empezaban a hacer cierto efecto en mí, pero era diferente al de otras veces. Empecé a notarme cansada y con ganas de estar tranquila en algún sitio apartado.
Cuando volvimos con ellos, Ran tomó a Sumire de la cintura y se la llevó de nuevo a la pista de baile. Nos quedamos con Rindou y, mientras yo bebía algo para recuperarme un poco del baile, Shuji le hizo justo la pregunta que yo iba a hacerle.
—Oye, Rindou, ¿cómo es que no hay nadie más de Tenjiku aquí?
—¿De Tenjiku? Verás Hanma —Rindou dejó la copa en la mesa y se acercó a nosotros—. La verdad es que esa pandilla no es como si fuera un grupo de amigos como tal. Es más... una unión de fuerzas, por así decirlo. Todos respetamos a Izana. Ese tipo es de los más fuertes que hemos conocido. Además, algunos de los miembros ya lo conocíamos de antes. Solo esperábamos reencontrarnos con él y formar la pandilla más temida de todo Japón. Eso es a lo que estamos aspirando.
—Rin —me acerqué un poco más a él, la música estaba demasiado fuerte—. Izana mencionó algo de que faltaban más personas por unirse ¿tú sabes algo?
—Eso son cosas que solo Izana sabe, Reika. Pero ya, dejemos de hablar de la pandilla y disfrutad de la fiesta, ¿sí? —Miró hacia Sumire, que parecía hacerle un gesto con la mano para que fuese a bailar junto con Ran y ella. Rindou sonrió de una manera melancólica, con los ojos entrecerrados y mirándola de una manera que yo conocía bastante bien—. Voy con ellos, ¿vale? Vosotros haced lo que queráis, nos alegra mucho que hayáis venido, de verdad —Me dio una palmadita en la cabeza—. Y estamos muy contentos de haberte encontrado, Reika.
Nos quedamos ahí, mirando cómo bailaban. Hasta que me acordé de qué fecha era y miré un enorme reloj que había en la pared; quedaban apenas cinco minutos para medianoche. Shuji me agarró de la mano y me arrastró fuera de la fiesta, a un enorme balcón que se asemejaba a aquel en el que estuvimos el día de Navidad cuando descubrí todo acerca de mi pasado.
—¿Por qué me arrastras aquí fuera?
—¿No querrás ver los fuegos artificiales desde ahí dentro no? Ya queda poco para que den las doce, e imagino que... —Miraba hacia todos lados en el balcón, como buscando algo—. Desde ahí —señaló la esquina que estaba más al fondo de aquel balcón y volvió a arrastrarme hasta allí—. Desde aquí podrán verse bien.
Apenas había gente en el balcón, pues todos estaban dentro de la fiesta. Además, aquí no se escuchaba nada, solo un ligero retumbar de la música, apenas apreciable.
Aproveché que estábamos fuera y encendí un cigarrillo mientras me apoyaba en la barandilla mirando hacia los edificios.
Esta vez no estaba sola. Este año por mi cabeza no rondaba la pregunta de si él vendría o no a acompañarme, sus brazos ya se encontraban, al igual que el año pasado, a mis lados, apoyando sus manos en la barandilla y cubriéndome del frío.
—Vaya, sigues aquí, pensaba que de un año para otro ya te habrías ido —le dije en voz baja, bromeando y sin dejar de mirar al frente. Noté que sus brazos me rodeaban la cintura con suavidad.
—No, aún no me he ido. He tenido un problemilla con cierta enana que me ha hecho quedarme.
—Ya... —Sonreí sin poderlo evitar y pasé mi mano hacia arriba para acariciarle la cara.
Me gustaba estar así con él. Por muy duros que ambos pareciéramos por fuera, cuando estábamos solos y en la intimidad, nunca habían faltado las muestras de afecto a nuestro modo, ni algún que otro momento como el que estábamos teniendo ahora mismo. Eran menos habituales, pero también los había y, en el fondo de mi ser, los agradecía. Eso sí, en pequeñas dosis, no siempre todo podía ser de color de rosa; ambos éramos demasiado intensos para estar siempre tan acaramelados.
Mi mano volvió a bajar a la barandilla y empezamos a escuchar cómo las personas de dentro comenzaban la cuenta regresiva que daría fin a un año más.
Un año, en el que habían pasado tantas cosas y de tan diferente calibre, que sería un año que recordaría para el resto de mi vida. Una vida, que, para mí, iba a ser totalmente nueva... Nunca mejor dicho.
Miré de reojo a Shuji cuando escuché los vítores y los gritos felicitándose el año nuevo dentro de la sala. Él miraba al frente y pude ver en sus ojos, el reflejo del primer fuego artificial que habían lanzado al aire. De nuevo, ese brillo me atrapó; los colores de los fuegos sobre el fondo miel de sus iris hacían la combinación perfecta. Una que esperaba poder ver todos los años, así, sintiéndome a gusto entre sus brazos.
—Feliz año, Shuji —le dije en voz baja, acariciándole un brazo con mi mano.
—Feliz año, Reika —susurró en mi oído y giré mi cara.
Esta vez no había ningún juego de por medio, ni ninguna tensión que romper entre ambos. Me empezó a besar lentamente, con cariño y cuidado, mientras escuchábamos explotar los fuegos artificiales en el cielo que sobrevolaba Roppongi.
Holita, tenía serias dudas de si meter aquí una cosa o no, pero al final lo he dejado para otra ocasión un poco más adelante.
Poco más, os voy avisando de que me voy a pasar varias cosas del canon por el forro, por si acaso jaja ^^ avisadis estáis.
Muchas gracias por leer y por todo el apoyo ^^
Os dejo por aquí algunas imágenes de la inspo del vestido de Reika y de los demás, el de Hanma no es ninguna sorpresa en verdad, pero tenía que ponerlo jaja.
Se os quiere <3
Inspo vestido Reika
Hanma Shuji
Ran & Rindou Haitani
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