~ 𝑺𝒆𝒔𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆 ~
~ 14 de febrero de 2013, 21:45 p.m. ~
—Sumire, esto es demasiado, ¿no?
—¡Anda ya!
—Ya, pero es que hoy sí va a haber gente que me conoce aquí —no paraba de darle vueltas al vestido. Mirase por donde lo mirase, creía que era demasiado atrevido.
—¡Pues mejor! Te van a ver como seguro nunca te han visto —Sumire estaba hablando mientras rebuscaba entre lo que era la zona donde tenía los zapatos—. ¡Aquí están! Toma.
Me tendió unos zapatos del mismo color carmesí y con los mismos brillos que tenía el vestido que me había dado.
—¡Hala!, ya tienes el conjunto entero. Ran me dijo que teníamos el mismo número de pie, así que te deberían de quedar bien.
—Sí, de hecho —saqué una pequeña bolsa de mi maleta que contenía las zapatillas que me había dado Ran el día de fin de año—. Gracias por prestármelas, me vinieron que ni pintadas.
Ella sonrió amablemente.
—Ah, ni me acordaba de ellas, no es nada —se acercó un poco más a mí—. Ahora venga, a vestirse. Que si no, vamos a llegar tardísimo.
...
—Joder, Reika, estás espectacular.
Los ojos violáceos me recorrían de arriba abajo mientras yo me miraba al espejo, analizando todas las partes de mi piel que quedaban al descubierto.
—Esto no deja casi nada escondido a la imaginación, ¿eh? —bromeé.
Me quedaba bien, muy bien de hecho. Si Shuji me veía con esto tenía por seguro que le iban a salir todos los demonios que tenía dentro de golpe, no en el mal sentido, pero había averiguado que le gustaba cómo me quedaba aquel color y este vestido desde luego que iba a encenderle como nunca.
Ella rió y me prestó la plancha del pelo.
—Déjate el pelo suelto, te va a quedar mejor así.
Ella ya estaba lista. Se había puesto un vestido largo, negro como el azabache, pero con los mismos brillos que el mío. Tenía un diseño de flores en la cintura que combinaban con el color de sus ojos y lo hacían aún más bonito.
—Tú sí que estás espectacular, Sumire.
Aquella chica era preciosa. Podía imaginarme el porqué de que Ran se hubiese fijado en ella. Además, su personalidad tampoco se quedaba atrás. Era algo más callada que yo, y muchas veces sus respuestas eran bastante secas, pero tenía carácter, y tenía la impresión de que eso era lo que más llamaba la atención de Ran.
—¿Y esto? —preguntó Sumire, que estaba revolviendo en mi neceser. Sacó el pendiente que llevé en fin de año, aquella cadenita que Shuji me había prestado aquella noche y que decidí volver a coger prestada por si las moscas—. Es la cadenita de Hanma, ¿no? ¿O es la tuya?
—Sí. Bueno, ya viste que las tenemos iguales. Son las dos de él, pero se la cogí prestada.
—Póntela, esto va a ser el toque final.
En cuanto terminé de maquillarme con el delineador y la máscara de pestañas me coloqué el pendiente en uno de los lóbulos. Era curioso, yo tenía más pendientes en las orejas, todos con argollitas de color dorado, pero esa cadena realmente terminaba de darle el punto al conjunto de todos ellos.
—Ahora sí que sí —afirmó Sumire a la par que comprobó la hora en su teléfono y me miró sonriente, como si fuera una niña pequeña—. Ups, al final sí que parece que se nos ha ido la hora un poco. La fiesta empezó hace como cuarenta minutos, pero... lo bueno se hace esperar, ¿no?
Me reí recordando el hecho de que yo siempre llegaba tarde a todos lados y muchas veces había utilizado esa misma frase para excusarme. Esta chica cada vez me caía mejor.
—Eso siempre, Sumire.
—¿Por qué tienes todo esto?
—Ran, estate quieto y deja mis cosas.
—¿Y esto otro para qué es?
—Para el pelo, te lo he dicho ya.
Sólo me faltaba peinarme, pero con esos dos revoloteando a mi lado no podía. Ellos estaban ya vestidos y, como a mí, les faltaba peinarse.
—Esto es una mierda, Hanma, te destroza el pelo —espetó Ran, refiriéndose a la laca y a la par que se recogía la larga melena bicolor en una moña baja, como la otra vez.
—Más lo destrozan las moñas, Ran.
—De todas formas, creo que me lo cortaré. Últimamente me agobia.
—Ya, eso y que tu novia te anda amenazando con cortarlo —me burlé.
Rindou nos observaba sentado en un sofá que había a nuestras espaldas. Él ya había terminado y solo nos esperaba.
—¿Sumire? Sí... —Ran miró hacia su reflejo y sonrió, pero luego se puso serio de nuevo—. Hablando de novias... Oye Hanma, ¿te ha dicho Reika algo de qué quiere hacer respecto a ese tema?
Se me tensaron los nervios y, para colmo, uno de los mechones no se quedaba en su sitio.
Agh, qué más da, todo el pelo para abajo y listo, pensé mientras revolvía mi cabello dejándolo despeinado, pero de manera que se viese bien. Ran seguía mirándome, parecía ansioso de recibir alguna respuesta.
—No, no me ha dicho nada —respondí casi en un suspiro.
—Ajá...
Ran miró hacia su hermano y ambos rodaron los ojos de una manera que no me hizo ninguna gracia, pero no le di más importancia.
¿Tan importante era también para ellos el hecho de que ella decidiese una cosa u otra?
Mientras pensaba aquello, Ran terminó de prepararse. Esta vez no era como en fin de año; no llevábamos trajes ni nada por el estilo. Los tres íbamos vestidos de una manera más informal pero que, aun así, estaba bien para una fiesta. Los pantalones negros y una camiseta de cuello alto básica nunca fallaban, eso lo tenía claro, y por si acaso había cogido también el abrigo negro largo que solo me ponía en contadas ocasiones.
Abandonamos la estancia para dirigirnos hacia donde se celebraría la fiesta. Antes de salir pude escucharla reír junto con Sumire en otra de las habitaciones, ¿qué estarán haciendo esas dos? Miré mi teléfono, no tenía ningún mensaje y me parecía raro.
La última vez que fuimos a una fiesta de estas me envió una foto de sus pies con los tacones. Sonreí para mí mismo, el recuerdo de ese mensaje me puso nervioso, ¿iría igual que aquella noche?
Empecé a notar un calor recorriéndome el cuerpo al recordarla con aquel vestido. No sé qué puta obsesión tenía con su espalda; me encantaba verla, y que mis manos la recorrieran era aún mejor, solo con imaginármela de nuevo con algo así ya me encendía, pero no...
Shuji, relájate, solo vamos a estar un rato en la fiesta y nos iremos a dormir, ya queda poco para que vuelva a tomárselas, aguanta solo un poco más, me repetía una y otra vez para mis adentros, pero tenía un mal presentimiento, ¿o quizá no era tan malo?
La sala ya estaba llena de gente, pero no la veía por ningún lado. Miré hacia Ran, él parecía estar buscando a Sumire también.
—Se lo estarán pasando bien —terminó por decir Rindou, interrumpiendo nuestra búsqueda.
Aquella fiesta no parecía como la de fin de año. Sí que era cierto que muchas de las chicas que allí había iban tan arregladas como aquella noche, sin embargo, muy pocos chicos eran los que iban en traje; solo un par de ellos y que hasta parecían estar incómodos vestidos así.
Pude ver que en una de las esquinas de la sala estaban aquellos tipos de Agatsu, incluyendo al que le estampé la cara contra la farola. Decidí no posar mi vista más en esa zona, pues con solo recordar aquello me hervía la sangre y hacía que mi mano, instintivamente, acariciase mi costado izquierdo, donde desde aquella pelea tenía una pequeña cicatriz.
No quería arruinar la noche, pero ganas no me habían faltado. Cada vez que veía a aquel tipo del que ni siquiera conocía el nombre y el cual tampoco me importaba en lo más mínimo saber, sentía mil demonios creciendo en mi interior.
—¿Qué pasa? —Ran interrumpió mis pensamientos.
—Nada —desvié el tema de conversación—. ¿Crees que les falte mucho a esas dos?
—Pues ni idea —me dio un ligero codazo mientras yo me estaba sirviendo una copa—. ¿No puedes separarte de ella ni unas horas o qué? ¿Tan huevón eres?
Alcé una ceja indignado. Él era exactamente igual con su novia, así que no sé a qué mierda venía aquello.
—No, no es eso... Solo quiero ver con qué me sorprende. Ayer se tiró todo el día probándose ropa y me tenía loco.
—Sumire estaba igual, para qué mentirte...
Igualito. Ran estaba deseando ver a Sumire tanto como yo a la enana.
Escuché a Rin resoplar a nuestro lado.
—Parecéis dos viejos, ¿podéis callaros de una vez? Además, ya no hace falta que os comáis tanto la cabeza, mirad —Rin señaló con el dedo de la mano en la que sostenía una copa hacia la enorme puerta de aquella sala—. Ahí las tenéis, pesados.
Mientras le daba un sorbo a la copa giré mi cabeza hacia la entrada y, antes de fijarme en ella, pude ver que venía agarrada del brazo de dos chicos. Sin embargo, en ese momento ni me importó, pues, al igual que me pasó hace un año, me atraganté con la bebida una vez mis ojos se posaron en su cuerpo.
Dios...
~ Unos minutos antes ~
Nos habíamos entretenido bebiendo y hablando en la habitación, así que sí, como siempre, íbamos tarde. Pero no importaba. Al menos ya me había puesto a tono y tenía en mi cuerpo unas ganas increíbles de bailar. Me había animado y tenía ganas de pasármelo bien; dejar de pensar por una noche en todo y disfrutar de una buena fiesta como hacía tiempo.
Estábamos en el hall del edificio, a punto de subir al ascensor con Sumire, cuando noté dos presencias detrás de mí.
—¿Bananita? —una inconfundible voz que me hizo girar de golpe.
Koko y Sanzu estaban detrás nuestra. Ambos con una sonrisa de oreja a oreja. Mi mente reaccionó en ese momento al ver a Sanzu sin el cubrebocas.
—Sanzu ¿no llevas...?
—Nah, para una fiesta no va a hacer más que agobiarme, así que mejor así.
Le sonreí y me fijé mejor en ellos; ambos iban guapísimos. Se me hizo hasta raro ver a Sanzu así, con un pantalón algo holgado de color blanco, una camisa de un tono similar al de su cabello semiabierta y dejando su pecho al aire y, sobre esta, una especie de sobre-camisa más larga de color oscuro.
—¿Qué? ¿Vienes a ligar o qué? Estás mejor que nunca Sanzu —le halagué.
—¿Y tú qué? —él se acercó y me agarró de una mano para que diese una vuelta sobre mí misma—. ¿Ya te ha visto Hanma?
—Aún no —reí pícaramente—. Pero no puedo esperar a ver su cara.
Sanzu me acompañó en esa risa antes de mirar hacia uno de mis lados. Podía jurar que se quedó boquiabierto al ver a Sumire, además, la nuez en su garganta se movió bruscamente al pasar saliva por ella. Tras eso, se acercó a mi oído.
—¿Quién es ella? —preguntó casi en un susurro.
—Ah, cierto. Sanzu, Koko —agarré a Sumire de la mano y la atraje hacia nosotros—. Esta es Sumire, es la novia de Ran.
Sanzu no dejaba de mirarla ¿acaso le había gustado?
—Encantado, Sumire —el pelirrosa parecía estar embobado, pero dijo aquello como si se tratase de una especie de príncipe.
A mí me dio algo de repelús, pero la expresión de Sumire me indicó que a ella parecía haberle caído bien en ese mismo instante pues, casi en un pestañeo, ambos empezaron a hablar y se dirigieron al ascensor, dejándonos a Koko y a mí unos pasos más atrás.
Koko no había dicho nada, solo me miraba de arriba abajo y parecía analizar cada pedazo de mi cuerpo.
—¿Qué pasa, Koko?
—Nada, nada —sonrió y sacudió la cabeza—. ¿Quién me hubiera dicho a mi que debajo de aquel uniforme...
Se me subieron los colores a la cara sin yo quererlo. Era la primera vez que él me decía algo en ese tono. Por eso le acababa de cortar el discurso dándole un manotazo en el pecho.
—Lo siento Koko, ya tuviste tu oportunidad —guiñé un ojo y le agarré del brazo—. Pero oye, un baile sí que podemos echar, ¿te parece?
—Eso tenlo claro —contestó y sonrió sin maldad.
Y así, agarrada de su brazo, nos acercamos a aquellos dos que continuaban charlando como si se conocieran de toda la vida frente al ascensor. Agarré con mi brazo libre a Sanzu y todos nos pusimos en marcha hacia la sala donde nos esperaban todos.
Comenzaba el plan, que, en realidad, era una tontería. Pero conociéndole, seguro que no iba a poder terminar la fiesta sin sacarme de allí a rastras. Quizá se enfadaba, aunque sinceramente me daba igual. Yo llevaba mosqueada ya unos días, así que, si con esto le hacía reaccionar, me servía.
No me solté de los brazos de esos dos mientras que entrábamos a la sala. La música estaba a todo volumen, pero se escuchaba el murmullo de las conversaciones que los grandes grupos de personas que allí había. Sumire se acercó a mí antes de alejarse corriendo hacia aquellos tres que divisé al lado de las mesas donde estaban sirviendo el alcohol.
—Suerte con tu plan, toma —susurró y me dio unas llaves—. Por si te hacen falta, son las llaves del piso —dejó un beso en mi mejilla y se alejó.
—Bueno, ¿vamos? — pregunté a los otros dos y caminamos tras ella.
La tela del vestido me acariciaba las piernas con cada paso que daba, y se movía de una manera grácil a la par que avanzaba. Conforme nos fuimos acercando, noté que unas miradas se clavaban en mí desde la esquina de la sala. Giré mi vista y vi a aquel tipo; aquel desgraciado que un día me miraba con ojos de odio, ahora lo hacía de manera lasciva y sin ningún tipo de reparo en que los demás pudieran darse cuenta de ello.
Un escalofrío me recorrió la espalda e hizo que toda la piel se me erizara. Ese tío me daba asco. Sin embargo, no quería tampoco joderme la fiesta por estar pensando en algo que pasó hacía casi un año. Simplemente me divertiría con los demás y punto.
Aparté la vista y seguí caminando hasta llegar a donde estaban los otros.
Los ojos de los tres se clavaron en mi vestido, aunque ya me había dado cuenta de que Shuji llevaba recorriéndome con la mirada desde que volví a girar mi vista hacia ellos un instante antes.
Solté mis brazos de Koko y Sanzu y fui directamente hacia él, mirándole también de arriba abajo y sonriéndole ingenuamente.
—Hola, guapo. Cierra la boca, ¿no? —me burlé y le di un ligero toque en el mentón que hizo que sus labios se cerraran.
Él pasó su mano por la cadenita que colgaba de mi oreja y fue hacia mi cara, acariciándome la mejilla suavemente mientras ponía esa mirada que calaba hasta los huesos.
—Salúdame bien.
Sonreí y me acerqué a su boca, rozando mis labios con los suyos, él los entreabrió, pero no iba a ponérselo tan fácil. Si quería que me deseara no podía ser de otra manera, aunque me costó horrores no besarle tras eso que me había dicho.
—Tienes los labios dulces. ¿Has bebido algo ya? —susurró antes de intentar besarme.
Asentí y pasé mi lengua ligeramente por su labio inferior.
—¿Qué estás bebiendo? —contesté, con una pregunta en el mismo tono y me alejé al instante para probar lo que fuera que él estuviera tomando.
Shuji se quedó ahí parado y con los ojos abiertos como platos mientras yo probaba de su bebida.
—Agh, esto está muy fuerte ¿qué es? ¿Whisky? —espeté algo asqueada y haciendo una mueca. Sin embargo, pude ver cómo él se relamía el labio inferior de nuevo.
—Sí. De ese de ahí. ¿Tú qué quieres?
Me llevé un dedo a los labios y me acerqué un poco más a la mesa, pasando por su lado y rozándole el torso con mi mano antes de alejarme un poco de él. Me quedé mirando todas las botellas, había estado bebiendo un licor de cereza con Sumire hacía un rato y, la verdad, me había gustado bastante.
—¿Buscas esto? —Sumire apareció a mi lado con una botella similar a la que se había quedado en aquella habitación y dos vasos en su otra mano. Mis ojos la miraron, brillando como si me acabaran de hacer el mejor regalo del mundo.
—Sabía que iba a gustarte. Toma —sonrió mientras me servía un vaso con aquel licor.
—Ey, ey, nosotros también queremos de eso —Ran se situó detrás de Sumire, abrazándola por la espalda y dejando un ligero beso en su cuello. Vi como ella se estremeció y rió de manera risueña.
—Venga, vasos para todos. Vamos a brindar antes de que no sepamos ni cómo nos llamamos. Pienso cogerme la borrachera del año hoy —Ran fue hacia la mesa gritando y cogiendo vasos para todos, los cuales repartió mientras Sumire iba sirviendo un poco de ese licor a todos los demás.
No sabía la de botellas que nos habíamos bebido entre todos, pero Sanzu y Sumire se reían de cualquier cosa que Rin soltara por la boca. No sabía si era que se estaban peleando entre ellos y a cada que el rubio decía algo los otros se reían, o era que Sanzu andaba soltando comentarios de burla hacia su pelo.
Ran y yo mirábamos la escena de cerca mientras que Koko y Shuji hablaban detrás de nosotros, ellos estaban más tranquilos. Pero Ran y yo no. Los dos estábamos dando vueltas a los otros tres, mirándolos y de vez en cuando dándoles toquecitos a los dos en la cabeza; yo se los daba a Sanzu y él a su hermano, pero ellos estaban tan metidos en la conversación que lo único que hacían era echar las manos hacia atrás como para apartar las nuestras.
De ahí pasamos a más y empezamos a darles pellizcos a los costados, ahora nos turnábamos, a veces yo se los daba a Rin y él a Sanzu, y viceversa. Hasta que Rin por fin reaccionó y se giró hacia su hermano:
—Imbécil, te vas a estar quieto ya o te tengo que partir la cara aquí mismo —espetó el menor de los Haitani.
Ran estalló en una carcajada que resonó por toda la zona donde estábamos.
—Eso, eso, venga, acción aquí, que nos aburrimos —dije en un tono más alto y fui hacia donde estaban Koko y Shuji—. Oye, vosotros dos, venid aquí, que si nos peleamos vamos a necesitar alguien que nos separe.
—¿Y si mejor vamos a bailar? ¡Vamos, Reika! —Sumire, que también iba ya bastante mal y las palabras le bailaban en la boca, comenzó a tirar de mí hacia la pista de baile, donde había montones de gente bailando, pegadas unas a las otras.
Eché mi vista hacia atrás para mirar a Shuji, él me hizo un gesto para decirme que saldría al balcón a fumar. Rin parecía que también iría con él mientras que Koko hablaba con un tipo que se había acercado y, tanto Ran como Sanzu, nos seguían hacia la pista de baile.
—Venga, que hoy no bailáis solas, si no se os van a pegar todos los babosos —Ran agarraba a Sumire por la cintura mientras nos hacíamos paso entre el gentío y Sanzu tomó mi mano.
¿Sanzu? ¿Bailando? Esto sí era nuevo para mí. Lo más que hacía en las fiestas era volverse loco y empezar a gritar liándola, intentando animar a los demás a hacer locuras. Pero hoy parecía una persona diferente y, sin embargo, parecía estar cómodo allí.
—Ran, pero si tú eres el primer baboso —escuché como Sumire le reprendía a mi primo y yo reí.
Cuando llegamos a un espacio en el que parecía que cabríamos bien, comenzamos a bailar al ritmo de la música, Ran y Sumire bailaban algo más pegados, mientras que Sanzu y yo nos limitábamos a seguir el ritmo, rozándonos de vez en cuando. Pero solo era un baile, nada más. Además, eran canciones animadas que incluso de vez en cuando me invitaban a dar un pequeño saltito sobre esos tacones.
Sonaron un par de canciones que podían bailarse de una manera más atrevida, por lo que, en esos momentos, dejaba que mis brazos abandonasen su firmeza y se rozasen por los hombros de Sanzu, mientras mis caderas se mecían de un lado para otro con cada latido de la canción.
Empecé a sentir calor. El alcohol que había bebido cada vez estaba haciendo más efecto, y el hecho de que cada vez más gente se amontonaba a nuestro alrededor, rozándose y chocándose con nosotros, solo hizo que esa sensación fuera mayor. De hecho, en una de esas noté como alguien me había agarrado el culo, pero no me dio tiempo a girarme para ver quien había sido, aquello estaba lleno de manos y brazos que se movían de manera caótica.
Decidí volver a donde estaba Koko y tomar un poco de beber para hidratarme.
Durante todos esos bailes solo había estado pensando en una cosa, mientras escuchaba todas aquellas canciones hablar de posturas, sexo y mil maneras de hacerlo, de mi cabeza no se borraba la imagen de las manos de Shuji recorriendo mi cuerpo, quitándome ese vestido y pasando su boca por todos y cada uno de los rincones de mi piel. Otra vez volvía a sentir esa presión en mi interior, ese deseo, pero si me acercaba a él directamente iba a tener otra negativa... tenía que salir de él... e iba a hacerlo.
Acababa de darme cuenta que Shuji y Rin entraban por la puerta del balcón, así que no lo pensé mucho y, aprovechando que la canción que estaba sonando era una que podía bailarse de manera provocativa, fui hacia donde estaba Koko y le agarré de una de sus manos.
—Tú me debías un baile, ¿no?
—Ahora iba a ir a buscarte, bananita. ¿Quieres bailar esta?
Sonreí, pues ya ni me molestaba que me llamara así. Tiré un poco más de él y nos metimos entre la gente de nuevo. Pasé mis manos por sus hombros y él posó sus manos en mi cintura, ambos bailábamos pegados, salvo en los momentos en que mi cuerpo se giraba de manera sensual, buscando la mirada de Shuji que, como bien sabía estaba fija en mí, en todos los movimientos que estaba haciendo con mi cuerpo, igual que aquella fiesta en la que no podía tocarme delante de los demás por miedo a que lo nuestro se supiera, encendiéndole solo con mis actos. Pero la diferencia era, que si quería, ahora no tenía por qué reprimirse.
—Oye, oye... —Koko empezó a susurrar en mi oído cuando, mientras seguía moviéndome, había quedado de espaldas a él—. Sabes que Hanma te anda mirando, ¿verdad?
—Sí, lo sé, pero me da igual, solo estamos bailando, ¿no? —respondí en el mismo tono girándome hacia él sonriendo—. Oye, Koko —recordé que el otro día él iba a decirme algo, pero Shuji le cortó para irnos de aquel edificio—, ¿qué era aquello que ibas a decirme el otro día?
Él sonrió levemente, tenía la cara algo colorada y los ojos más cerrados de lo que ya eran. Quizá el alcohol también tenía sus efectos hasta en las personas que parecían más calmadas.
—Mira...
No siguió hablando, la canción había cambiado y él miraba por encima de mi hombro hacia arriba, a donde dirigió una mirada burlona.
—Aparta, tacaño —esa voz me heló la sangre por un momento. Había sonado más ronca que de costumbre y con una autoridad como nunca había escuchado.
—Oh, venga ya, encima que te he contado en confianza mis trapicheos...—Koko se separó un poco más de mí y levantó ambas manos—. Vale, vale. Toda tuya, mechita.
Unas manos me agarraron de la cintura mientras Koko, que estaba enfrente, se apartaba y se iba entre el gentío de nuevo hacia donde estaban las bebidas.
Noté una respiración en mi cuello y unos labios acercándose a mi oído lentamente:
—¿Qué pretendes?
Recomendación de canciones
Downtown – Aniita ft J Balvin.
X.O – The Limba, Andro
Loveeeee Song – Rihanna ft Future
Cálmate, solo está bailando.
No puedo.
Shuji, deja de mirarla, lo está haciendo para provocarte, ¿no lo ves?
De nuevo, no podía.
Había vuelto de fumar en el balcón con Rindou y me la encontré bailando con el tacaño de una manera que no me gustó nada. Sólo era un baile, sí, pero me estaba revolviendo por dentro, volvía a estar celoso de que otras manos estuvieran rozándole la piel, aunque solamente fuese para bailar, pero ella lo estaba pasando bien y no quería montar una escena. No cuando lo que me habían provocado esos celos era nada más que un simple baile algo subido de tono.
La tela roja de ese vestido me estaba llamando desde que la vi entrar por la puerta. Pedía a gritos que mis manos lo apartasen de ahí para dejarme ver lo poco que le quedaba cubierto. Mis labios, de la misma manera, se sentían más secos de lo normal.
O quizá era mi imaginación. Pues mi lengua no paraba de humedecerlos mientras la observaba mover la cintura y el culo de aquella manera.
Cuando me daba la espalda era aún peor, ese vestido le dejaba al descubierto gran parte del tatuaje gracias al escote en pico que llevaba en la parte trasera y mi mente solo fantaseaba con besarle todas y cada una de las motas de tinta que tenía ahí.
La desesperación y los celos habían ido creciendo conforme ese baile con Koko avanzaba y el alcohol que había bebido hacía cada vez más efecto en mí, hasta que mi cuerpo se movió automáticamente. Casi como si fuese un animal queriendo marcar territorio, me había acercado a ella para echar al pelinegro de su lado.
Solo yo podía tocarla de esa manera. Solo yo quería ser el que le hablase al oído entre la multitud. Solo yo.
Ejercí un poco de presión con mis dedos en la piel de su cintura que ese vestido dejaba al aire y la giré para que quedase frente a mí. Me estaba mirando con media sonrisa en la cara y acerqué mi rostro al suyo, pasando una de mis manos de su cintura hacia sus lumbares, las yemas de mis dedos se posaron en la parte alta de su culo, ejerciendo un poco de presión ahí para atraerla más hacia a mí.
—Tú planeas volverme loco hoy, ¿no? —susurré con mi nariz pegada a la suya y le mordí el labio inferior.
La música sonaba y ella posó su mano en mi pecho. Comenzó a mover su cuerpo entre mis manos, mientras esa presión que hacía en él con la palma fue subiendo hasta mi cuello, donde dejó una caricia que me hizo ladear la cabeza al sentir la electricidad que recorrió mi espalda. Se giró, dejando su mano en mi cuello y rozando su culo con mi entrepierna al ritmo de la música. Mis manos acariciaban la piel de su cintura y una de ellas se movió sola hacia un poco más arriba, pero ella la detuvo, bajándola de nuevo a donde estaba.
—No, no calientes la comida si no te la vas a comer, Shuji.
—Eres tú la que me lleva calentando desde que ha cruzado esa puerta —volví a decirle al oído y vi como se le erizaba el vello de la nuca. Le di un beso en el cuello y mi lengua le recorrió ese trozo de piel hasta llegar al lóbulo de donde colgaba la cadenita que de nuevo me había vuelto a robar—. Esto es mío.
La escuché soltar una risita y girarse de nuevo hacia mí, ahora su rostro estaba pegado al mío. Mis manos le recorrieron toda la espalda y se posaron en su culo, que seguía moviéndose. Una de sus manos fue hacia la cadenita y me miró directamente a los ojos.
—¿El qué? ¿Esto? —preguntó, jugando con el pendiente entre sus dedos.
—No —le aprete el trasero más fuerte que de costumbre—. Todo esto, todo es mío.
De su boca se escapó un ligero gemido.
A la mierda, que les jodan a las pastillas, que le den a todo.
Acerqué mi boca a la suya por instinto.
—Pienso quitarte todas esas ganas que tienes de que te folle ahora mismo, así que prepárate.
—Ya... —sus labios rozaban los míos, sin besarme—. ¿Y piensas hacerlo aquí mismo o qué?
Sonreí y una risita ronca salió de mi boca contra la suya.
—Seguro que tú ya tenías pensado esto. Así que solo dime a dónde vamos —dejé que mi cabeza se moviera suavemente de izquierda a derecha, rozando sus labios con los míos—. Pero el resto me lo vas a dejar a mí, y no quiero ninguna queja.
Habíamos empezado a calentarnos el uno al otro en mitad de todas las personas que estaban bailando a nuestro alrededor, totalmente desinhibidos a causa del alcohol. Aunque tampoco es que nunca a ninguno nos hubiera importado si había gente delante, y más cuando era desconocida. De todas formas, nadie parecía darse cuenta de que, si se acercaba más de la cuenta a donde nosotros nos encontrábamos, hubiera podido notar un aumento de la temperatura inmediato en el ambiente.
Ella no dijo nada más, me agarró de la muñeca y, tras hacerle una señal a Sumire, la cual en respuesta sonrió y le hizo el símbolo de victoria, abandonamos la sala de la fiesta.
No lo dudé ni un segundo.
Nada más salir y ver que en ese pasillo no había nadie la aprisioné contra la pared y empecé a devorarle la boca como llevaba queriendo hacer desde hacía varios días. No era un beso suave, había estado reprimiendo mis impulsos por demasiado tiempo y no me apetecía ser blando con ella.
Eso era lo que me provocaba, lo que hacía crecer en mi interior, con esos juegos, esas idas y venidas como cuando acabábamos de conocernos, esa tensión que a lo único que me invitaba era a arrancarle la ropa y hacerle todo lo que se me pasara por la mente en ese momento.
Mientras nuestras lenguas seguían con su movimiento frenético, jugando y enredándose la una con la otra cuando nuestros labios se lo permitían, mi mano levantó una de sus piernas. Me acerqué a ella y mi entrepierna apretaba la suya, ansiando que la tela que separaba nuestras pieles desapareciera.
La deseaba como nunca lo había hecho, por eso mi boca abandonó la suya y pasó a su cuello, para atacarlo nuevamente con mis labios y colmillos.
Su respiración iba haciéndose cada vez más notable. Su pecho subía y bajaba frenéticamente, podía verlo si miraba de reojo aquel pronunciado escote que llevaba y al que no tardé en llevar mi otra mano para jugar con el contorno del vestido.
—Shuji... —jadeó en mi oído—, aquí no... Ven.
Se zafó de mis brazos y comenzó a arrastrarme hacia el ascensor. Estaba toda colorada y miraba hacia todos lados, seguramente buscando que nadie hubiese visto todo aquello. Mis ojos no paraban de recorrerle todo el cuerpo: sus piernas, su pecho, su espalda, absolutamente todos esos trozos de piel empezaron a aparecer en mi mente, imaginándome un sinfín de escenas mentales con ellos y las mil maneras en las que podría hacerle sentir placer solo con tocárselos.
Mientras el ascensor nos llevaba a la planta de destino, no había dejado de jugar con ella en ningún momento. Había apoyado su espalda en mi pecho y mis labios continuaban recreándose con su cuello, mientras que una de mis manos le tocaba un pecho por encima de aquella tela del mismo color que el que tenía en sus mejillas en ese instante, la otra iba bajando lentamente por su abdomen para, una vez llegó a donde quería llevarla, apartar aquellos tejidos que le cubrían las piernas y acariciar el interior de su muslo.
Todo su cuerpo estaba temblando y, cuando uno de mis dedos acarició su piel, yendo cada vez más arriba por esa zona, vi que de nuevo se le pusieron los vellos de punta.
Sonreí. Aún quedaba noche por delante y, si ella había estado jugando conmigo de esa manera, yo no me iba a quedar atrás. Iba a hacérselo desear de verás. Aún más. Incluso que llegase a rogarme que la follase como nunca.
Estaba diferente. Esta no era como las otras veces, pues me transmitía un aura que me intimidaba pero, a la vez me encantaba. Y lo único que estaba haciendo es que cada vez me sintiera más atrapada entre sus palabras, sus miradas y el roce de sus dedos.
Al final parecía que mi plan de ponerle celoso y hacer que se fijase en mí de aquella manera, en la que sabría que no iba a poder contenerse, había tenido éxito. Sin embargo, ¿por qué me daba la sensación de que el plan se había vuelto en mi contra? Tenía la sensación de que era yo la que ahora estaba sujeta a todo lo que él quisiera o deseara en aquel momento.
Pero me gustaba.
Habíamos salido jadeantes del ascensor en la planta donde estaba el piso en el que nos habíamos estado vistiendo hacía unas cuantas horas. Saqué las llaves con las manos temblorosas, y el hecho de que él continuase dejando besos y mordidas en mi piel no ayudaba en nada a que mi pulso se calmase.
La puerta se cerró a nuestras espaldas y dejé las llaves en una cómoda que había a mi derecha. Shuji me agarró de la muñeca y volvió a atraerme hacia él para besarme de nuevo. Avanzábamos sin separar nuestros labios por toda la estancia, casi sin mirar por dónde íbamos, sin importarnos si chocábamos con algún que otro mueble, hasta que llegamos a una mesa alta en la que no había más que un jarrón de cristal con unas cuantas flores frescas y un enorme bol de cristal lleno de caramelos.
Me alzó agarrándome por los muslos y dejando caer mi espalda en el frío cristal de la mesa. Había dejado de besarme, y ahora sus dos manos se habían posado en el interior de mis muslos, separándome las piernas para que él pudiese colocarse entre ellas. Sólo me miraba con esa penetrante mirada, parecía admirar todo mi cuerpo, que yacía en la mesa enfrente de él. Subió sus manos lentamente, acariciándolo y deteniéndose en todas las partes de mi piel que quedaban al aire, donde apretaba con sus pulgares en repetidas ocasiones, uno de sus dedos acarició todo el camino que había por en medio de mi pecho hasta mi cuello, y de este hacia mis labios.
—Abre la boca.
Entreabrí mis labios y él pasó ahora dos de sus dedos por ellos, saqué un poco mi lengua, para que esta se rozara ligeramente con sus yemas y lo vi sonreír.
—Chupa —ordenó antes de introducir sus dedos en mi boca, acercando su rostro al mío, parecía querer ver aquello desde cerca.
Comencé a lamer sus dedos, cerrando mis labios alrededor de estos y pasando mi lengua por ellos, humedeciéndolos poco a poco mientras le miraba directamente a los ojos.
Escuché un ligero gemido, ahogado y ronco, que resonó en su garganta. Apretaba su entrepierna contra la mía, rozándose, más fuerte cuando mis labios ejercían presión sobre sus dedos. La mano que no tenía en mi boca empezó a bajar de nuevo hacia mi ropa interior, haciéndola a un lado para acto seguido, sacar esos dedos de mi boca y bajarlos a donde la otra mano había dejado mi entrada al descubierto y esperando por que él empezase a jugar con ella.
—No te creas que tu boca se va a quedar así mucho tiempo, te lo aviso.
Iba a contestarle, pero volvió a morderme el labio inferior, tirando un poco de él entre sus colmillos, momento que aprovechó para introducirme esos dedos que habían estado en mi boca hacía apenas dos segundos y que, al estar humedecidos de mi saliva, se habían sentido aún mejor al tocar mi piel.
Se apartó de mi boca y daba estocadas con sus dedos, metiéndolos y sacándolos cada vez más rápido, mientras su otra mano se posaba en mi abdomen e impedía que arquease la espalda, estaba presionándome contra la mesa impidiéndome todo tipo de movimiento. Mis manos se habían posado en su muñeca, intentando quitarla de ahí. Necesitaba poder mover el cuerpo, lo que me estaba provocando sus dedos no se parecía a nada que hubiéramos hecho antes, estaba jugando con mis paredes, había introducido un dedo más y los movía como si de verdad supiera qué hacer con ellos en cada momento.
Él se limitaba a observar mi cara, parecía estar disfrutando del hecho de que no pudiera moverme.
Por un momento, su vista se posó en el bol que tenía los caramelos y su mano liberó mi abdomen, pero continuaba tocándome. En ese momento fue en el que mi espalda por fin se pudo separar de aquella mesa y me incorporé un poco apoyando las palmas de mis manos en ella.
Me quedé mirando como se relamía los labios mientras su mano rebuscaba entre aquellos caramelos.
—¿Qué haces? —pregunté en un jadeo, él soltó una ligera risita y sacó sus dedos de mi interior, miré hacia donde él hacía—. ¿No encuentras el caramelo que quieres o qué?
—No es para mí.
—Ya sé que no es para ti, no soy tonta... pero coge uno cualquiera y ya, ¿no?
Por fin sacó su mano del bol, con un caramelo envuelto en un papelito negro.
—Te encontré —sonrió triunfante hacia el caramelo.
Acto seguido lo desenvolvió y tiró el envoltorio al suelo. Sostenía el caramelo entre los dedos de una mano mientras la otra fue hacia mi cuello y apretó un poco mi mandíbula, haciéndome entreabrir la boca. Mis manos habían empezado a jugar por encima de su pantalón, acariciándole y apretando la erección que había debajo de ellos, pero me apartó las manos de ahí y metió ese caramelo en mi boca.
Era refrescante, demasiado incluso.
Me arrastró hasta una de las habitaciones, tirando de mi muñeca y, una vez dentro, cerró de un portazo y echó el pestillo. Tiró de mi muñeca hacia abajo.
—De rodillas. Ya.
¿Me estaba dando órdenes? Sí, lo estaba haciendo. Pero no iba a pararle. Nunca lo había visto tan dominante, pero no me desagradaba, solo hacía que mi temperatura subiera más con cada palabra que salía de su boca.
Me hinqué en el suelo, aún excitada por cómo me había estado tocando sobre la mesa de esa otra sala. Mi lengua jugaba con el caramelo que él había dejado en mi boca.
No era tonta, sabía lo que quería y el por qué de que me lo hubiera dado.
Sus manos se desabrochaban el cinturón del pantalón, podía ver la tensión que tenía gracias a que todas las venas de sus manos se marcaban con cada movimiento. Sin darme mucha tregua y una vez hubo dejado su miembro frente a mí, me agarró del pelo y acercó mi cara a él. Alcé mi vista por un momento, para mirarle de manera burlona.
—¿Esto es lo que querías, no?
Asentí y tomé su miembro con una mano mientras seguía mirándole, empecé a masturbarle lentamente y pude ver que su respiración estaba casi tan agitada como la mía. Me coloqué lo que quedaba de aquel caramelo en el lateral de mi boca, de manera que no me molestase, y mi lengua comenzó a jugar con su glande, excitándolo aún más antes de que terminase por introducirlo en mi boca para que sintiera el frescor que en ella había dejado el caramelo.
Mi cabeza se movía hacia delante y atrás, apretando los labios cada vez más, él me agarraba fuertemente del cabello y acompañaba mis movimientos con su mano.
—Abre la garganta —soltó en un quejido y casi no me dio tiempo a hacerlo, ya que él atrajo mi boca con fuerza, introduciéndola por completo, y fue ahí, cuando su miembro tocó fondo con mi garganta, que le escuché soltar un gemido ahogado más fuerte que los anteriores. La sacó de mi boca y me levantó del suelo agarrándome del brazo. Me estaba arrastrando hacia la cama, donde me tiró de mala manera junto al borde de ésta, de manera que mi pecho cayó sobre el colchón y mis pies aún tocaban el suelo.
Alcé mi vista por encima del hombro y vi que se había agachado detrás de mí. Sus manos volvían a recorrer mis piernas desde los tobillos hasta mis muslos. Había levantado la tela de mi vestido, dejándolas al aire, y su boca comenzó a dejar los mismos besos y mordidas en ellas que hacia un rato había dejado en mi cuello.
—Primer aviso, esto es lo que pasa cuando me provocas de esa manera.
Estaba desfogándome con ella. Toda la rabia y todos los celos que había sentido antes se habían convertido en un deseo y unos impulsos imparables. No sabía ni dónde poner las manos ni mi boca; quería tocarle todo el cuerpo a la vez, morderle, besarle y rozar mi lengua por toda ella al mismo tiempo.
Mi lengua recorría el interior de sus muslos mientras mis manos le comenzaron a bajar la ropa interior de encaje que llevaba puesta, porque ya no iba a necesitarla más.
Le apreté el culo con mis dedos antes de que estos fueran de nuevo a su cadera y volvieran a hacer presión hacia abajo, para que levantase un poco más el culo y dejara que mi lengua llegase fácilmente a su clítoris, para poder dar unas cuantas pasadas por él mientras volvía a introducirle un par de dedos. Ella no hacía más que agitarse y gemir cada vez más de seguido.
Separé mi boca, pero mis dedos continuaban moviéndose en su interior.
—Segundo aviso —le di una nalgada que resonó en toda la habitación, pero no le había dolido, estaba seguro, pues sentir eso junto con mis dedos dándole placer, solo pudo hacer que su excitación aumentase—. Como te quejes, pienso darte y follarte más fuerte aún.
Ella no contestaba, solo ahogaba jadeos y gemidos con cada cosa que salía de mi boca. Sabía que le ponía de más que le hablase y le dijese esas cosas mientras lo hacíamos, pero hacía tiempo que por mi mente no se pasaban pensamientos tan sucios como los de ahora.
Me levanté del suelo y le di la vuelta en la cama bruscamente, le elevé las piernas para que sus pies se apoyasen ahora sobre la cama y poder verla así, frente a mí, indefensa y con las piernas abiertas, ofreciéndome su cuerpo solo a mí.
Volví a subirle la falda de aquel vestido y, sin pensarlo dos veces, me acerqué a ella, le alcé ambas muñecas con una de mis manos, aprisionándoselas contra las sábanas. No quería que se moviera lo más mínimo.
Jugué con mi miembro en su entrada, antes de introducírselo, haciéndola sufrir un poco más. Aunque mentiría si no dijera que yo también estaba sufriendo al ver las caras que ponía; se mordía el labio, se removía, como suplicando por favor que dejara de jugar con ella de esa manera y se la metiera de una vez.
Pero esta era mi pequeña venganza por todo lo que había estado haciendo esa noche.
—Tercera y última advertencia... —empecé a introducir la punta, pero volvía a sacarla inmediatamente.
—Shuji... ya... por favor.
—Cállate, te he dicho que no te quejes... pero... tú lo has querido.
Mordí su labio inferior y dejé mi boca pegada a la suya.
—Tercera y última advertencia —le pasé las manos hacia detrás de su nuca, aún agarradas por mis dedos en sus muñecas. Con mi otra mano le levanté un poco el cuerpo tirando de ella hacia arriba por su espalda baja—. Mañana te va a doler el cuerpo, no me pienso contener .
Tras avisar aquello, se la metí bruscamente y el gusto que me provocó hizo que mi cabeza se dejase caer sobre su pecho.
Comencé a mover mi cintura, dejándola dentro y recorriendo todo su interior, para luego empezar a embestirla cada vez más rápido. Gracias al toque de mis dedos estaba lo suficientemente húmeda para que aquello no costara lo más mínimo. De hecho, estaba más lubricada que de costumbre.
Me incorporé un poco y agarré su cadera, apretando el hueso de esta con uno de mis pulgares, ayudándome de esta manera a poder hacer los movimientos más fuertes.
Al cabo de unas cuantas embestidas, solté sus muñecas para poder incorporarla y bajarle los tirantes del vestido. No quería nada de por medio. Solo necesitaba que su piel estuviera en contacto con la mía, toda su piel.
Le bajé las piernas de nuevo al suelo e hice que se levantase para ahora sentarme yo al borde de la cama. Volví a meterle los dedos mientras le besaba el pecho y terminaba de quitarle el vestido, ella se quitó también en ese momento los tacones usando únicamente sus pies y yo me recosté en la cama apoyándome en uno de mis codos. La atraje hacia mí e hice que se sentase a horcajadas sobre mi erección.
Empezó a botar encima de mí, mientras yo observaba como se le movían los pechos y como cada vez se iba cansando más de hacer fuerza con las piernas. Mis manos la ayudaban y la apretaban contra mí cada vez que daba un bote. Mi cadera se movía al mismo compás, haciendo que, cada vez que se la metía por completo, por su boca se escapase un gemido más fuerte a los que lo habían precedido.
Le empezaron a temblar las piernas y sus movimientos empezaron a ser más lentos encima de mí. Seguro que se estaba cansando de aquella postura, así que decidí cambiar. Me incorporé e hice que nuestros cuerpos girasen; ahora yo quedaba encima de ella otra vez.
Junté sus piernas y las pasé a mi hombro, volviéndosela a introducir. Sabía que esa postura podía con ella, su cara en ese momento era digna de cualquier película porno, toda jadeante, colorada y con el cabello revuelto.
Mis sacudidas eran cada vez más fuertes, mientras mi brazo le sujetaba las piernas y con mi otra mano le tocaba un pecho, masajeándoselo con la palma de mi mano y de vez en cuando pellizcándole el pezón.
Sentí que tensó las piernas por un instante y empezó a gemir cada vez más de seguido. Además, pude notar los ligeros espasmos que sus paredes habían comenzado a dar alrededor de mí, y eso lo único que consiguió fueron que mis ganas de correrme en ese mismo momento aumentasen. Pero no iba a ser así.
Miré a mi alrededor un momento y vi que en esa habitación había un pequeño sofá.
La imagen mental de ella, dándome la espalda subida en ese sofá mientras yo seguía follándola había hecho que, sin darme cuenta, los dedos que en ese momento le estimulaban el clítoris se apretasen más contra este, haciendo los movimientos circulares más rápidos y que además, le apretase demasiado con el brazo que sujetaban sus piernas. Eso tampoco pareció dolerle, emitió una especie de quejido mientras seguía gimiendo de placer, volví a mirarla y tenía la boca entreabierta, una de sus manos se tocaba un pecho y la otra agarraba la sábana con fuerza.
—Shuji... —gemía mi nombre una y otra vez.
Fue en el momento en el que inclinó un poco la cabeza hacia atrás en el que sabía que estaba a punto.
Aún no... te he dicho que iba a dolerte el cuerpo, y no estaba bromeando... mañana no vas a poder ni andar de lo cansadas que vas a tener las piernas...
Con ese pensamiento, salí de ella y la levanté de la cama para llevarla a aquel sofá.
—Las rodillas aquí —le indiqué que posara sus rodillas en los reposabrazos y así hizo, dejando caer sus codos sobre el respaldo de este para apoyarse.
Había quedado tal y como me la imaginé unos segundos antes, con la espalda dibujando una curva hacia abajo, levantando la cadera para mí y con las piernas bien abiertas.
Me deleité mirándola en esa postura.
Ella no paraba de menear el culo arriba y abajo suavemente, rozándose contra mí, deseando que volviese a metérsela, pero no lo hacía todavía, quería contemplarla así: deseosa de mí, obediente ante mis indicaciones, sumisa, hoy había querido tener yo el control, y parecía ser que así había resultado. Ella no rechistaba, solo se limitaba a seguir y acompañar los movimientos que le iba indicando.
Mientras ella seguía rozándose, las piernas volvieron a temblarle, estaban demasiado abiertas, pero me daba igual, pasé mi mano desde su espalda hacia su abdomen, y, conforme fui entrando en ella nuevamente, esa mano bajó a su clítoris, para tocarlo una última vez antes de que, por causa de esa estimulación de mis dedos, y las fuertes embestidas que estaba dando, ella estallase en el orgasmo que había estado a punto de soltar en la cama. Mientras lo dejaba salir, no pude contenerme, mis estocadas aumentaron la potencia al sentir como su interior se contraía y relajaba alrededor de mí, le agarré del pelo e hice que su cabeza se inclinase hacia atrás.
—Sigue gimiendo así, no pares —las palabras salían de mi boca sin pensarlas.
Notaba una presión en la parte baja de mi abdomen que deseaba liberarse, esos gemidos que emitía cuando se corría, solo hacían que por mucho que yo quisiese aguantar más, mi cuerpo no pudiera resistirlo. Le di dos o tres embestidas más y lo noté.
—Dios... ven aquí —gemí.
La bajé rápidamente del sofá y volví a hacer que se hincase de rodillas en el suelo. No hizo falta que le dijese nada, ella directamente abrió la boca, la cual aún conservaba algo del frescor de aquel caramelo. Solamente con un par de movimientos de su cabeza y de sus labios apretándomela hizo que mi garganta liberase un gemido de placer y terminase por correrme en su boca.
—Trágalo —di una última orden.
Ella me miró con lascivia y, una vez más, volvió a obedecer.
Podía conmigo. Cuando me miraba de ciertas maneras era superior a mí, a pesar de tenerla así, de rodillas frente a mí, acatando todas y cada una de las órdenes que le daba, tenía la sensación de que si ella fuera quien daba las órdenes, yo las tomaría sin ningún problema y sin ninguna duda.
Se levantó y fue al baño a asearse un poco, momento que aproveché para hacer lo mismo y recostarme en la cama a recobrar el aliento mientras ella terminaba. Al poco, ella apareció y se tiró a mi lado en la cama, abrazándome sin decir nada mientras jugaba con sus dedos en el tatuaje de mi pecho.
—Estoy muerta...
Sonreí, yo lo único que había hecho era recostarme para recobrar las fuerzas.
—Enana, esto no ha acabado aquí...
Recomendación de canción: Mia & Sebastian Theme – Kim Bo
~ 15 de febrero de 2013, 4:30 a.m. ~
—Vale, ahora sí, el que está muerto soy yo, no puedo más —jadeé, pues mi pecho iba a mil por hora.
Habíamos vuelto a hacerlo dos veces más, con la misma intensidad o incluso más que la primera; posturas diferentes, otros tipos de juegos y con otras mil maneras de encendernos el uno al otro.
Miré hacia un lado, ella parecía estar igual que yo: el dorso de una mano en su frente y con la otra se tocaba el pecho, el cual subía y bajaba incesantemente, tratando de recuperar el aire que le faltaba.
Una vez los dos nos tranquilizamos, nos pusimos la ropa interior y nos metimos en la cama a descansar. Habíamos quedado con los demás en que pasaríamos la noche allí, para no tener que darnos de nuevo el camino a casa como el día de la fiesta de fin de año, pero parecía que a los dos se nos había olvidado traer ropa para dormir. De verdad que a veces éramos un desastre.
La oscuridad nos rodeaba, ya no se escuchaba nada de la fiesta y lo único que a veces iluminaba esa habitación era el reflejo de las luces de la ciudad cuando algún coche pasaba por la carretera.
Estábamos despiertos, pero en silencio, los dos mirando hacia el techo y ella, como usualmente hacía antes de dormir, jugaba con sus dedos sobre el tatuaje de mi mano izquierda, la cual solía levantar en el aire y quedarse mirando, rozando la yema de sus dedos con sumo cuidado por todos los trazos de aquel kanji.
—Shuji... —dijo casi en un susurro, parecía haberse puesto algo melancólica.
—¿Sí? Dime.
—Mañana me gustaría hablar con Sanzu y Koko... quiero preguntarles cómo están en la ToMan después de que nos fuéramos... —sacudió la cabeza por un momento—. No, no es eso. Quiero saber si aún se acuerdan de mí... Eso es lo que de verdad quiero saber...
Había bajado el tono de voz conforme las palabras salían de su boca.
—¿Y qué quieres averiguar con eso?
—No lo sé, Shuji... Aquel día no les dejé siquiera explicarse. Me limité a dejar salir toda mi ira contra Draken, solo eso... y no me lo quito de la cabeza... creo que necesito hablar con ellos en cierto modo, pero aún así, no quiero verlos... es un poco contradictorio, ¿verdad?
—Sí. Sí que lo es... —Me giré hacia ella, le pasé mi brazo por el pecho y mis dedos le acariciaron la mejilla suavemente—. Pero si eso puede hacer que te tranquilices igual sí deberías hablar con ellos. Ahora, eso sí —agravé el tono de mi voz—, no quiero que sus palabras te hagan más daño, ya sabes que a mí tu eres la única de ese grupo que me importaba, bueno, y que me importa...
Ella se giró también hacia mí, me miraba fijamente con esos enormes ojos, esperando a que continuase hablando:
—Así que no puedo prometerte que, si te veo igual que aquella noche, no vaya a actuar. Ya sea Draken o el mismísimo Mikey el que te hagan sentir así, no puedo verte de esa manera, no otra vez —resoplé y mi mano se movió hacia su cabello, pero en el camino desde su mejilla hacia este, noté que algo me humedeció la yema de uno de mis dedos—. ¿Por qué lloras?
—No estoy llorando, es solo una lágrima —estaba sonriendo ligeramente—. ¿Sabes? Quitando el hecho de que siempre estés pensando en pegarles y en sembrar el caos a donde quieras que vayas —me dio un toquecito en la nariz—. Cuando quieres eres un amor, al menos conmigo. Me gusta pensar que solo yo puedo ver esa parte de ti.
No le dije nada, pero sí sentí como mis mejillas habían aumentado un poco su temperatura.
—¿Te has puesto rojo? —preguntó sorprendida y con los ojos como platos.
—No —mentí.
—Venga, voy a encender la luz, seguro que estás más rojo que el uniforme de Tenjiku. Déjame verte .
Se había incorporado y hacía por darle al interruptor de la luz.
Ni de coña, no lo vas a lograr.
Le agarré de la mano y tiré de ella, atrayéndola de nuevo hacia mí.
—Estate quieta, que la curiosidad mató al gato.
—Yo no soy un gato.
—Ni yo estoy colorado, venga, a dormir.
Dejó salir un par de risitas y se acomodó entre mis brazos, apoyando una mano en mi pecho y volviendo a dibujar con sus yemas el otro tatuaje que tenía, el que me había hecho en el pecho por ella.
—Oye, Shuji...
—¿No tienes sueño o qué?
—Sí, sÍ tengo —bajé mi mirada hacia ella, sus ojos estaban fijos en mi pecho y no los movió de ahí—. Pero quería decirte una cosa antes de dormir.
—¿El qué? ¿Lo mucho que me quieres? Eso ya lo sé, venga, a dormir.
—Imbécil... no es eso —me dio un golpe en el pectoral con el puño cerrado—. Ya he tomado una decisión.
El poco sueño que tenía me abandonó de repente, ahora mis ojos se fijaban en los suyos directamente.
—¿Y bien?
—He estado pensándolo mucho... pero de verdad creo y siento que podríamos intentar vivir más tranquilamente. No tiene por qué ser ahora mismo, pero sí en un tiempo... —soltó un pequeño bostezo—. Ya sabes... apartarnos de todo el tema de las pandillas, quizá sea aburrido al principio, pero ya encontraríamos la manera de divertirnos... Y en esa idea, teniendo en cuenta que tampoco sé que es lo que pasó en realidad con mis padres y tampoco parece que podamos conseguir información de manera sencilla... —hizo una breve pausa—, creo que lo mejor es no hacer nada al respecto de eso. Dejar las cosas tal como están. Hacer algo solo complicaría todo... ¿no? ¿Cómo lo ves? Sinceramente, me gustaría hacer algo, pero estoy ya muy cansada de todo esto, Shuji...
Un escalofrío recorrió mi espalda. Pero este no fue provocado por el hecho de que me hubiera hecho feliz que se imaginase viviendo conmigo tranquilamente.
Fue pavor.
Una sensación fría que me heló la sangre. Un presentimiento de que esa decisión podría influirnos de alguna manera.
...
Sí...un presentimiento... al que debí haber dado más importancia en lugar de decirle a ella que, si esa era su decisión, la apoyaría hasta el final de mis días.
Un presentimiento de que a cierta persona no iba a gustarle aquella negativa.
Aquel día... si no me hubiese quedado tranquilamente dormido, alejando ese sentimiento de mi cuerpo, escondiéndolo con el hecho de que ella parecía más calmada tras haberme contado aquello, quizá... si le hubiese prestado más atención... las cosas que hubieran pasado a partir de ese momento habrían sido diferentes.
Holita.
Buaf, largo el capítulo, pero bueno, no podía partirlo en dos. Espero que os haya gustado.
Muchas gracias por leer esta historia, de verdad, no sabéis lo feliz que me hace leeros en comentarios y ver vuestras reacciones, opiniones y teorías, osq mucho <3
PD: Mirad, un Sanzu en la fiesta.
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