~ 𝑺𝒆𝒔𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒆 ~

~ Hace aproximadamente trece años ~

 —Pah, ¿Dónde vamos?

 —Ahora lo verás.

Aquel niño grandullón caminaba hacia delante, agarrando la muñeca de la que hacía poco era su nueva amiga y arrastrándola con él hacia el lugar donde él habituaba a pasar las tardes.

 —Si voy muy lejos de casa la abuelita se va a enfadar... ¿queda mucho? 

La niña no paraba de girar su mirada hacia atrás, su abuela siempre le repetía una y otra vez que no quería que saliese del barrio, pero parecía que, desde que ese nuevo amigo apareció, la mujer se volvió algo más permisiva.

 —¡No pasa nada! Ya estamos a la vuelta de la esquina 

El muchacho soltó la delgada muñeca de su amiga y ambos caminaron un poco más rápido hacia un grupo de muchachos que jugaban a la pelota en un pequeño parque de tierra. 

Un chico pelinegro, con el pelo algo alborotado se acercó corriendo hacia ellos, pegando un traspié que por poco no le hizo caer y que a la pequeña niña consiguió sacarle una ligera risita.

El pelinegro hizo una mueca y, mientras se rascaba la nuca algo avergonzado, con la cara tan colorada como algunas de las franjas de su camiseta y la mirada desviada hacia la derecha, terminó de acercarse a los otros dos.

 —Hola, Pah... —murmuró, aún sin dirigir la mirada hacia ellos—. ¿Ella es de quien nos hablaste?

 —Sí, ella es la pequeñaja que os dije —Pah la miró antes de continuar—. Este es Baji, Baji Keisuke.

Ella le devolvió la mirada, pero se giró hacia el pelinegro casi al instante y sonrió:

 —Hola, Baji... oye, ¿se te había caído algo? —bromeó y al pelinegro le sorprendió aquella osadía de la muchacha, pero pareció caerle bien desde ese mismo momento, por lo que se situó al lado de ella y los tres se encaminaron hacia donde esperaban los demás, que habían dejado de jugar a la pelota y los miraban fijamente.

Mientras se acercaban a ellos, Baji no paró de hablar con la chica. Le contó de su gato, de lo bonito y bueno que era, y, aunque ella le escuchaba, parecía estar distraída mirando hacia todos lados; no era como si se sintiese incómoda con aquellos chicos, pero se le hacía raro.

Era la primera vez en su vida que se encontraba a gusto entre personas de su edad. Y eso la reconfortaba

De esta manera, Pah le presentó a los amigos que restaban, un pelinegro de ojos enormes con un lunar muy característico bajo uno de ellos. Otro con el pelo grisáceo con mirada aburrida pero que, por alguna razón y una vez este le dedicó una sonrisa, ella supo que sería con el que más cómoda podría sentirse. Por último, un chico rubio de pelo corto que parecía estar comiendo una paleta se acercó a ella.

 —¿Y tú quién eres? —ese mismo chico la miraba de arriba abajo mientras le daba vueltas a la paleta en la boca.

 —¿Ah? —A la chica no pareció gustarle la expresión con la que la miraba, así que imitó su cara y sus ojos, al igual que los del contrario, recorrieron el cuerpo del chico—. Pah, este chico no tiene modales, ¿no? 

Miró hacia su amigo, señalando al chico de ojos oscuros con su índice.

El rubio cambió la expresión al instante y esbozó una enorme sonrisa:

 —¡Emma! Ven —se dirigió hacia una pequeña niña que jugaba sola en unos columpios algo más alejados de ellos—. ¡Esta chica te va a caer bien! —el rubio volvió a dirigir su mirada hacia ella—. Yo soy Mikey, ¡el invencible Mikey!

 —Ya, ya... eso de invencible hay que demostrarlo antes de decirlo...

Ella miraba hacia la chica que se acercaba sonriente hacia ellos mientras Mikey la observaba con la boca abierta y sin saber qué responder ante ese comentario. Los demás no podían hacer otra cosa que soltar ligeras risitas de fondo, pero de manera que el rubio no los escuchase.

 —¡Hola! ¿Ya te ha molestado mi hermano? —la rubia se acercó a ella dando saltitos—. Soy Emma, encantada de conocerte.

 —Hola... —en realidad, la pequeña estaba totalmente abrumada—. Yo soy Ryoko...

Pero no paraba de sonreír. Y eso a Emma le conmovió.

 —¡Decidido! Mikey, a partir de ahora Riri es mi mejor amiga, así que más te vale no hacerla enfadar o no te lo perdonaré jamás —bromeó y tomó a su nueva amiga de la mano, alejándose de esta manera de ellos y volviendo a los columpios, donde pasaron las horas que restaban de la tarde hablando y riendo.

Una tarde, en la que aquella chica que aún no conocía nada sobre ella ni sobre su verdadera familia, pudo más tarde volver a casa con la sensación de haber encontrado unas personas a las que quizá, algún día, podría llamar de esa manera... la familia que se elige, unos amigos con los que poder pasar el resto de su vida, descubriendo nuevos mundos y experiencias a diario, afrontando y superando todos los problemas que les surgirían, pero siempre unidos.

Y, si de todos ellos, ella tuviera que destacar a alguien, sin dudarlo la escogería a ella. A la primera chica que, sin ningún tipo de prejuicios le tendió la mano y aceptó ser su amiga, a una rubia que llenaba sus días de risas y tonterías, y, con la que jamás tuvo ninguna discusión más allá que el día que ambas conocieron a aquel chico rubio con el que Mikey se presentó un tiempo después.

Aquel chico, que removió el corazón de ambas, pero que, con el afán de atesorar a sus amigos, ella decidió retirarse a tiempo de una batalla que sabía no podría ni quería ganar. Siempre lo juró y lo perjuró, el hecho de que su felicidad dependería siempre de que su buena amiga sonriera, de que Emma fuera feliz. 

Y si eso implicaba apartar sus sentimientos por el "niño loco del tatuaje", lo haría.

¿Se arrepintió de aquello? Jamás.

Los adoraba. Adoraba la relación que ambos tenían entre ellos, y la que esa parejita tenía con ella, quien no podía ser más feliz de saber que, el destino en el que ella siempre había creído, había unido a esos dos rubios para estar juntos para siempre; preguntándose también, si ese caprichoso destino, en algún momento, le sorprendería con alguien así para ella.

~ 22 de febrero de 2013, 9:30 a.m. ~

 —Shuji... — me acurruqué un poco más cerca de él, aún me dolía el abdomen, pero parecía haber disminuido un poco tras tomarme anoche un antiinflamatorio.

 —¿Qué haces?

 —Tengo frío... abrázame.

 —Ya, la típica excusa —le escuché reír de manera payasa, pero sus brazos me rodearon y acercaron a su pecho—. Coño, pues es verdad, estás helada —el tono de su voz cambió de risa a sorpresa en un segundo.

 —Te lo he dicho, gilipollas. Yo nunca miento, ya lo sabes —notaba que hundía su cara entre mi pelo, para después apartarla y colocar su mentón sobre mi cabeza.

 —¿A qué hora has quedado con Emma?

 —En una hora, me llevas, ¿no?

 —Sí, pero vamos a ir en el coche —él levantó un poco la mirada, parecía que estaba mirando a través de la ventana—. Parece que hoy también nevará y no quiero que te pongas mala otra vez.

 —No digas eso, si te encantó cuidarme la otra vez —bromeé mientras mis dedos acariciaban el tatuaje de su pecho.

 —No te creas... fue un coñazo... —habló entre dientes y en voz baja.

Le pellizqué un pezón con fuerza.

 —¿¡Cómo!? —repliqué.

Él se quejó y dio un pequeño espasmo en la cama, momento en el que solté mis dedos de ahí.

 —Eres más bruta que un bocata de tornillos —rio y me abrazó con más fuerza—. Es mentira... sabes que sí me gusta cuidarte, enana...

Tras esos pequeños y tontos "buenos días", ambos nos levantamos y nos aseamos. Él había quedado con Kisaki un poco más tarde de la hora a la que me llevaría con Emma, así que al final hasta le venía bien acercarme allí.

De verdad que hacía un frío que pelaba así que, tras tomarnos un café y despejarnos, volvimos a la planta de arriba para ponernos algo de ropa abrigada, así como un par de chaquetas que echarnos por encima.

Estaba nerviosa. 

Iba a volver a verla después de poco más de dos meses... y me recordó a aquel día en el que, aún con alguna inquietud en mi cuerpo, Pah me presentó a los demás. Era exactamente la misma sensación: como si fuese de nuevo a conocerlos por primera vez... Pero quizá eso estaba bien. Sería como empezar de cero, como si nada de todo esto hubiera pasado.

Pero era obvio que tampoco podía dejarlo atrás así como así.

Lo primero sería hablar con ella y preguntarle cómo estaban las cosas. Con suerte, podría hablar con Mikey y con Draken y, como si de otra de nuestras tontas discusiones se hubiera tratado, intentaríamos arreglarlo hablando. O, si la cosa se torcía mucho, las ganas de patearle el culo a Mikey no me faltaban. Eso tampoco estaría mal.

Me sorprendí a mi misma al encontrar una leve sonrisa en mi rostro, que se reflejaba en el espejo de la entrada.

Así que... al final sí que los echas de menos, ¿no? 

Mi mente ocupó las palabras que sentía en lo más profundo de mi ser.

 —¿Nos vamos? —Shuji pasó su mano por mi cintura y me dio un beso en la mejilla, alargó el brazo y agarró las llaves del coche. 

No lo notaba muy convencido del hecho de que yo quisiera volver a hablar con ellos, y eso me ponía más nerviosa incluso que el hecho de tener que verlos de nuevo. 

En ese momento, era incapaz de averiguar qué era lo que se le pasaba por la cabeza, y me inquietaba, porque siempre había podido hacerlo, y hoy me parecía imposible... Quizá fueran mis nervios los que no me dejaban vislumbrar con claridad qué era lo que le rondaba la mente.

Estuvimos todo el camino en silencio, mi pie traqueteaba en el suelo del asiento del copiloto y él no dejaba de mirar al frente, con ambas manos puestas firmemente en el volante. De vez en cuando parecían destensarse y mover los dedos, como intentando liberar con ese gesto algo de tensión acumulada. Yo lo miraba de reojo. No sabía qué decirle, en mi mente solo tenía la imagen de Emma y de cómo podría sacarle el tema de conversación.

Ya estamos llegando. Vuelve a darme pinchazos el estómago, joder. Luego tendré que tomarme otra pastilla, menuda mierda esto.

El coche giró la curva que llevaba a la calle donde se encontraba el cementerio, pero no vi a nadie en la puerta, ¿igual habíamos llegado demasiado temprano? Miré la hora en el teléfono y, efectivamente, aún era pronto, quedaban unos quince minutos para que diese la hora a la que había quedado con ella.

Bueno, así podré calmarme un poco y quizá en ese tiempo paren los pinchazos.

Shuji paró el coche sin apagar el motor y ambos nos bajamos del vehículo para apoyarnos en el capó. Él sacó un cigarro y empezó a fumar mirando hacia la puerta del cementerio.

Cuando llegó a la mitad, me pasó el cigarro y comprobó su teléfono. Ya había pasado de la hora en la que se suponía que Emma y yo nos encontraríamos y él pareció impacientarse:

 —Enana, tengo que irme —dejó un beso en mi frente—. Tranquila, habla lo que tengas que hablar con ella y me avisas, ¿vale? Ya te dije, no creo que tarde mucho.

Asentí y él me sonrió, dejando una ligera caricia en mi mejilla, para después volver al coche y montarse en él. Me asomé por la ventana del copiloto y le lancé un beso con la mano a modo de burla e intentando que dejase la tensión a un lado y parece ser que eso funcionó un poco, pues hizo un gesto como si agarrase ese beso y se lo comiese. 

Sonreí al verle así y él sacudió la cabeza, no podía oírle, pero seguramente había dejado salir esa risita en su garganta antes de hacer avanzar el coche y desaparecer de mi vista.

Pasarían otros veinte minutos y yo empezaba a impacientarme. Daba vueltas sobre mí misma, andando de un lado para otro en la puerta de aquel lugar mientras le daba ligeros toquecitos a una piedra con la punta del pie. Resoplé y dejé caer mi cabeza hacia atrás un momento, me fijé en que Shuji tenía razón, el cielo se estaba poniendo cada vez más oscuro.

 —¡Ey! —un gritito a mis espaldas me sacó de mis pensamientos—. ¡Perdón! ¡Perdón! Nos hemos entretenido ahí dentro.

Emma salía del lugar, acercándose apresuradamente hacia mí sin aminorar su velocidad en ningún momento y, al llegar a donde yo me encontraba, sus brazos rodearon mi cuello dándome uno de esos cálidos abrazos que solo ella sabía dar. Yo no sabía qué hacer, pero mis brazos se movieron solos y correspondieron su gesto de la misma manera.

Por encima de su hombro, pude ver que Takemichi también estaba ahí, pero se mantuvo alejado de nosotras y nos miraba fijamente. Parecía estar en su mundo, como siempre; con esa mirada perdida que me causaba tanta inquietud y curiosidad. No por nada, sino porque este chico era indescifrable y tan cambiante como la noche y el día. Rarito.

Emma se separó de mí y se quedó mirándome con una amplia sonrisa:

 —Te he echado de menos, tonta. No vuelvas a estar tanto tiempo sin hablarme.

Se me hizo un nudo en la garganta y no pude contestarle. Por mucho que hubiera querido decirle que yo también me había sentido igual con ella; echaba de menos sus tonterías y los mensajes sin sentido que a veces me mandaba, había echado de menos escucharla reír a causa de mis bromas y piques, incluso echaba de menos el que ella me riñera por cualquier mínima cosa que hiciera mal.

 —Emma... ¿Cómo estás?

 —¿Yo? Pues bien, lidiando con estos imbéciles como siempre —rio, pero me pareció que ella también estaba algo nerviosa.

 —¿Qué te pasa? —le di un toquecito en la frente con el índice—. Tienes cara de preocupada.

 —Ah... —giró su vista hacia los barrotes del muro tras el cual se encontraba el cementerio y donde Takemichi aún permanecía apoyado—. Es que... creo que he visto a alguien.

 —¿A quién? Emma, parece que hayas visto un fantasma, sé más específica.

 —¿Te acuerdas cuando te conté sobre que tenía otro hermano?

 —Sí, claro que me acuerdo —acaso... no, no podía ser —. ¿Qué pasa con eso?

Ella sacudió la cabeza.

 —Creo que es él... Está ahí dentro hablando con Mikey... 

Takemichi se acercó a nosotras lo suficiente como para escucharnos, pero parecía no querer entrar en la conversación.

 —No sé, Emma... pero, ¿qué te preocupa?

 —Que van a pelear dentro de poco, ¿verdad? Tú seguro que lo sabes... Siempre sabes todas esas cosas... —había vuelto a poner la misma cara que hacía unos segundos, y, con eso que acababa de decirme, ya podía averiguar qué era lo que le pasaba. 

Ella, a pesar de estar siempre al margen de todo el tema de las peleas, a pesar de tener que escuchar una y otra vez todas las historias que los chicos y yo le contábamos —y tras las cuales siempre terminaba echándonos la bronca a todos por ser unos inmaduros por no saber hacer más que una vida entre puñetazo y puñetazo—, a pesar de todo, ella siempre nos apoyó.

Y a Mikey más que a nadie.

Siempre se preocupaba por él como nadie... Si hubiera alguien a quien el rubio enano debería de estar agradecido por tener, sería a ella. Ella era su ángel.

 —Siempre vigilando a Mikey, ¿eh? —bromeé y le revolví un poco el cabello con la palma de mi mano. Ella sonrió de manera tierna.

 —Ya sabes que sí. 

En ese momento oí a Takemichi murmurar algo, pero no le entendía bien, estaba aún demasiado lejos como para poder escuchar lo que decía con nitidez. 

Dios... Acababa de darme otro pinchazo en la tripa y mi cuerpo se dobló un poco hacia delante.

 —¿Estás bien? —Emma se agachó para verme la cara.

 —Sí... no te preocupes, es solo que me tiene que venir la regla y ando fatal con los dolores. 

 —¿Te has tomado algo? —negué con la cabeza y ella empezó a rebuscar en su bolso—. Mira, aquí tengo una pastilla, toma.

Me incorporé y le quité la pastilla de las manos. Me la tomaría más tarde, primero necesitaba quitarme ese peso de encima cuanto antes.

 —Esto... Emma... ¿podemos hablar sobre-

 —¿Ellos? —Emma se frotó la nuca—. ¿Sabes? He ido preparando el terreno antes de venir... Draken parece haberse dado cuenta por fin de que no puede seguir evitando la conversación... así que...

 —Pero... Emma... —volví a sentir el nudo en la garganta, pero respiré profundamente y decidí soltarlo de golpe—. Emma, yo no sé cómo puede terminar esa conversación. Quiero hablar con ellos, sí, pero aún sigo enfadada por todo eso...

 —¿Sabes qué? —me interrumpió—. Siempre le das demasiadas vueltas a todo, y eso te pasa factura, así que... cálmate y tú solo dime cuando quieras hablar con ellos, ¿vale? Si es necesario me los llevo a rastras hasta donde tú estés. Incluso  si hace falta darles una paliza, yo te ayudo. Tú se la das a Draken y yo a mi hermano —expresó todo aquello con una sonrisa.

Se estaba comportando como siempre, y eso me estaba calentando el corazón de una manera que nunca había sentido. 

Todo podía volver a ser igual que antes, quizá podríamos volver a ser amigos... aunque para eso tuviese que dejar Tenjiku... y aunque ellos no me dejasen entrar de nuevo en la ToMan... me bastaba con vivir como Emma: fuera de ese mundo, pero con ellos a mi lado. 

El enfado que tenía con todos ellos se veía amainado sustancialmente por las palabras de ella, de la que siempre fue mi amiga a pesar de todo.

Pero la disyuntiva era Shuji... No quería separarme de él... ni tampoco quería obligarle a hacer nada que no deseara... aunque tenía la sensación de que él me acompañaría a cualquier lado, tampoco quería interferir en sus decisiones. Eso era algo que tenía que salir de él, y algo de lo que tendríamos que hablar.

Ya le había dicho mil veces que no éramos unos críos para seguir en temas de pandillas y, en estos últimos meses, él parecía estar entendiendo aquello. No podíamos seguir así, si no, cualquier día, iba a pasar algo de lo que nos arrepentiríamos. 

Ese presentimiento siempre estuvo conmigo. Aunque lo hubiese alejado de mi cabeza, siempre estaba ahí, en un rincón, escondido bajo todos los otros problemas a los que consideraba de mayor importancia.  

 —Venga, tonta, anima esa cara. Voy a comprarte algo para que te tomes la pastilla —me sonreía de nuevo con los ojos cerrados y una brisa le removió la dorada melena mientras se alejaba de mi lado hacia la máquina de refrescos que había a escasos metros de nosotras. Yo le sonreí de vuelta y mi vista se posó en Takemichi.

Empecé a caminar hacia él, pero su semblante se tornó blanco cuando ambos escuchamos el rugir de un motor que me pasó por la espalda.

Ese rugido precedió a un golpe seco que se escuchó a la misma distancia en donde me había separado de ella. 

Me quedé helada por un momento. Un tenebroso escalofrío recorrió mi espalda antes de que mi cabeza pudiera reaccionar y girar la mirada hacia el lugar de donde había procedido aquel ruido. 

Quizá ese fue el momento en el que más me arrepentí de desviar la mirada del frente.

Lo había visto de reojo, pero mis ojos se mantuvieron hacia la carretera. Vi una motocicleta alejarse cada vez más con dos personas subidas a ella, que no se detuvieron ni un instante antes de girar la esquina del final de la calle para desaparecer.

Volvía a repetirse. Esa escena volvía a suceder una vez más. Delante de mis ojos. Sin que yo hubiera podido hacer nada por evitarlo.

 —¿Emma? —murmuré, muy para mis adentros.

 —¡¡¡Emma!!! 

El grito de Takemichi, quien pasó a mi lado a la velocidad de la luz hacia mi amiga que yacía en el suelo inmóvil, me sacó del trance en el que me encontraba. 

Mi cuerpo se movió de manera lenta hacia ellos, dejándose caer de rodillas al suelo al lado de mi querida amiga.

 —¿Emma? —repetí mientras le levantaba con cuidado la cabeza del suelo.

Ese olor ferroso volvió a inundar mi olfato.

 —¿Emma?

De mi boca no podía salir nada más. No sabía cómo me sentía. Mis ojos tenían la mirada perdida en el rostro de ella, que parecía estar plácidamente dormida.

 —Emma, despierta por favor —Takemichi la zarandeaba suavemente—. Si mueres en el pasado... no podré salvarte...

Mi vista se levantó hacia él ¿qué está diciendo? ¿cómo que salvarla? ¿Él sabía esto? No... no era eso... Reika... reacciona... necesitamos ayuda.

 —¡Ayuda! ¡Por favor! —reacciona—. ¡Emma! 

Por favor, despierta, Emma...

Mi vista iba de un lado a otro de la carretera. Por allí no pasaba nadie que pudiera ayudarme en ese momento. Takemichi se había quedado estático. No reaccionaba a mis gritos y solo se limitaba a mirar la figura de Emma.

Escuché unos pasos acercarse con prisas, pero se detuvieron en seco a los pocos segundos.

 —¿Emma? —preguntó una voz que reconocía tanto como la mía propia.

Las lágrimas empezaron a salir solas de mis ojos, con mi amiga en brazos, y comprobando como la causa de esos pasos se volverían, una vez más, en otra de las imágenes que no olvidaría jamás.

Mikey estaba ahí plantado, con esos oscuros ojos abiertos y fijos en nosotros:

 —¿Qué ha pasado aquí?

 —Mikey... yo... no sé... una... una moto... —no podía hablar entre las lágrimas. Pero Takemichi estaba ahí para ayudarme con eso.

 —¡Mikey, una moto vino de la nada y golpeó a Emma!

Notaba mi respiración agitarse y cómo mi pecho se contraía como si de un puño se tratase. Mis ojos, llenos de lágrimas no me dejaban a penas ver unos metros más allá de donde estábamos, los restregué con la manga de la chaqueta y, cuando pudieron vislumbrar algo por fin... Lo vi.

Shuji estaba ahí. Plantado a unos cinco metros de nosotras, con la boca abierta y mirando la escena con los ojos como platos. No decía nada, ni se movía, estaba montado encima de una moto que no era la suya y, al verme de esa manera, bajó la visera del casco y aceleró como nunca lo había visto.

Lo único que recuerdo de ese momento fueron unas manos elevándome, igual que aquel octubre; sacándome del lugar donde debería haberme quedado, pero mi voz no iba a abandonarla.

 —¡Emma! ¡Emma! —mi vocabulario se había visto reducido a ese nombre.

 —Reika, estáte quieta o nos vamos a caer.

Y, al igual que aquel Halloween, mi cuerpo volvía a ser cargado en ese hombro, mis manos volvían a presionar sobre aquella gran espalda y mi voz volvía a abandonarme, dejando paso a un mar de llanto ahogado sobre la chaqueta de él. Solo había una única diferencia: que ahora nos alejábamos muchísimo más rápido de todo.

Esta vez no eran sus pasos los que nos hacían avanzar, sino esa moto, que dejaba todo atrás a la misma velocidad con la que todo había pasado.

Emma...por favor... tú también no...

 —Olvídalo.

 —¿Estás seguro?

 —Te lo dije, Kisaki, olvídalo. Es una puta locura. No sé ni cómo se te ocurre que te piense ayudar en eso. Además, ¿qué coño haces? Tú nunca te manchas las manos.

 —Está bien, no te preocupes por nada. Al final... escogiste mal, Hanma. ¡Oye! ¡Yamanaka! ¡Ven conmigo!

 —¿De qué estás hablando? ¿Qué escogí mal el qué? 

 —No te preocupes, vas a entenderlo todo en breve. Tú solo ten el teléfono a mano.

Hola... 

No me matéis, es necesario para la trama.

Frase para que me digáis lo que queráis sin funarme.

Frase para teorías aquí. 

Os quiero.



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