~ 𝑺𝒆𝒔𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 ~

~ 1 de enero de 2013, 14:17 p.m. ~

Me desperté pensando en la noche anterior. No en la fiesta, sino en lo que hicimos cuando nos fuimos de allí. 

No sé de qué manera... Bueno, sí, porque nos habíamos bebido casi dos botellas entre Shuji y yo, pero terminamos volviendo a casa a pie. Ran y Rin nos acompañaron la mayor parte del camino, aunque ellos iban igual o peor incluso que nosotros. Sumire se había quedado dormida en mitad de la fiesta a causa del alcohol y Ran la llevó a su habitación. En definitiva, estábamos todos fatal. 

Por suerte, Sumire tenía el mismo número de pie que yo, y Ran volvió con un par de zapatillas para que pudiese quitarme los zapatos de tacón, los cuales terminó cargando Shuji en las manos durante todo el camino.

Rindou insistía en que deberíamos haber tomado un taxi para volver a casa, pero no queríamos, nos negamos en rotundo; cuando íbamos de esa manera, nos gustaba ir por la calle haciendo tonterías y, además, así se nos bajaría un poco la borrachera con el fresco de la noche. Quizá nos costaba un constipado al día siguiente pero, ¿qué más daba? Mañana era fiesta. Por lo que si estábamos malos podíamos quedarnos todo el día en la cama.

Cantábamos por las calles a todo pulmón. Yo iba dando saltos por la calle. Ran y Shuji se pusieron a hacer gracias mientras Rin y yo los mirábamos. Esos dos se parecían más de lo que me gustaría; se estaban tirando puyitas como solía hacer con Draken, pero eran más sutiles y Ran le seguía el juego muchísimo más de lo que lo hacía el otro. 

Pensaba que quizá, si los hubiera conocido antes, ese tipo de noches podrían haber sido mi vida diaria. Si hubiera sabido que ellos eran de mi familia, hubiera tenido una infancia diferente. Pero también si hubiera sido así, quizá nunca hubiese conocido a Shuji. Por lo que no tenía ninguna pena en cuanto a eso, si las cosas habían sido así, sería por algo, y en ese momento estaba contenta de que hubiera sido así.

Al final tuvimos que separarnos a mitad de camino porque Ran, con todo el jaleo, se puso a vomitar en unos setos de un parque y Rindou no hacía más que reírse de él. Por lo visto siempre acababa vomitando y con una resaca increíble al día siguiente y Rindou amanecía fresco como una lechuga. Así que Shuji y yo los dejamos ahí para que pudieran volver a casa y nosotros a la nuestra.

Para cuando llegamos el sol estaba a punto de salir y, en vez de irnos a dormir, nos pusimos algo más cómodo de ropa y subimos al tejado de la casa para ver amanecer. 

Hacía mucho que no subía ahí, pero teníamos una pequeñísima azotea que, por mi dejadez, estaba llena de polvo y ramitas que los pájaros habrían dejado al hacer los nidos. Pero no importaba, nos sentamos en el suelo, ambos enrollados en una manta que nos cubría y esperamos a que los primeros rayos de sol del primer día del año nos rozaran las demacradas caras que llevábamos. 

Nos manteníamos en silencio, jugueteando con nuestras manos por debajo de las mantas, hasta que el sueño pudo conmigo y en algún momento cerré los ojos quedándome dormida en el hombro de Shuji. Imaginaba que, en algún momento, Shuji me habría despertado para bajar a la habitación, pues por la escalerita que daba a esa azotea era imposible cargarme y bajarla, pero no recordaba haberme despertado en ningún momento, sin embargo, ahora estábamos en la cama, por lo que por fuerza tendría que haber sido así.

Aún mis ojos no se habían abierto del todo, pero ya tenía una sonrisa en la cara al recordar todo aquello. Miré hacia un lado, donde Shuji aún dormía. No tenía ni idea de qué hora sería, pero si nos habíamos quedado dormidos de madrugada, seguramente el mediodía ya habría pasado.

 —Oye... —acerqué mi dedo a su cara y le presioné el mentón suavemente—. "Dios de la Muerte" —hablaba casi en un susurro—, ¿piensas dormir todo el día o qué? 

Terminé metiéndole el dedo en la boca, él se despertó al instante y mordió el dedo suavemente, pero no me dejaba sacarlo de ahí.

Se revolvió en la cama, aún con mi dedo en la boca, y terminó por colocarse encima de mí, dejando caer todo su peso sobre mi cuerpo.

 —¡No! Me asfixio. Me aplastan. Ayuda, por favor. ¡Que vengan los bomberos! Se me ha caído una palmera encima —bromeé entre risas y eso hizo que él, aún sin haberse aclarado la voz, emitiera una ronca carcajada que liberó mi dedo de la prisión de sus dientes.

 —¿Por qué tienes la manía de despertarme de esas formas?

 —Oye, no te quejes. Es el distintivo de la marca. Además, no parece que te disgusten —pasé mis piernas por su cintura y lo aprete contra mí—. ¿Verdad? —susurré en su oído.

 —Agh... De verdad que eres desesperante... —refunfuñó y empezó a dejar besos en mi cuello. Una de sus manos comenzó a introducirse por mi camiseta e ir directamente a uno de mis pechos para apretarlo suavemente. Esa misma mano bajó hacia mi pantalón y lo bajó de golpe—. Demasiado molesta... —bromeó en mi oído y mordió de nuevo mi cuello—. Buenos días, tonta.

~ 1 de enero de 2013, 15:50 p.m. ~

 —¿Vamos al templo?

Estábamos terminando de comer lo primero que habíamos visto en el frigorífico y Shuji me miraba con la boca llena. Tenía unas ojeras de campeonato y seguro que yo estaba igual, pero curiosamente no nos dolía la cabeza tanto como otras veces que habíamos tenido resaca. Imaginaba que sería debido a que el alcohol que estaban sirviendo en aquella fiesta no era como el barato que yo habitualmente compraba.

 —¿Y eso? ¿Te ha apetecido ir a rezar de repente o qué? ¿Quieres confesar todo lo que has hecho conmigo? —soltó mientras me miraba con media sonrisa que hizo que me sonrojara.

 —¡No, idiota! Es por salir un rato esta tarde. Aunque si lo prefieres podemos ponernos a limpiar.

Eché un vistazo rápido por todo el salón. Estaba hecho un desastre; la ropa que llevábamos anoche aún estaba tirada de cualquier forma en el sofá. Y no solo de aquella noche pues, desde el día que nos pusimos a limpiar, no habíamos atendido de nuevo a la casa y ya le iba haciendo falta, pero me daba pereza solo de pensarlo.

 —No, no. ¿Qué dices, loca? Ni de coña me pongo a limpiar hoy pero, ¿para qué quieres ir al templo entonces?

No le contesté y le miré sonriendo como una niña pequeña. Él rodó los ojos mientras resoplaba:

 —Está bien, lo sabré cuando lleguemos allí ¿no?

 —¡Exacto! Oye, deja, voy a avisar a Kisaki, igual le apetece, ¿sabes qué hizo él anoche?

 —Ni idea. Se quedaría en casa, supongo.

 —No le gustan mucho las multitudes, ¿verdad?

 —Nah —dijo con desgana y se recostó en el sofá estirando los brazos con un cigarro en la boca. Dio un quejido cuando le crujió la espalda—. Él prefiere pasar el rato solo con sus pensamientos de persona inteligente.

Dejé que una ligera risita saliera de mi boca y él me miró de reojo. Terminó por soltar otra risita él también.

 —Bueno, escríbele tú. Yo voy a ir a ducharme y a vestirme, ¿vienes ahora?

Shuji asintió y continuó fumando. Antes de salir del salón le di un beso en la mejilla y me dispuse, una vez en la planta de arriba, a escoger qué ropa me pondría y a dejarla encima de la cama bien colocada. Nada fuera de lo normal; los vaqueros con una camiseta y un jersey de lana. Hacía frío, así que encima de todo aquello iría mi abrigo, por lo que verdaderamente no importaba lo que llevase debajo.

Mientras el agua caliente resbalaba por mi cuerpo me quedé pensando en qué habrían hecho los demás la noche anterior. ¿Habrían ido a ver los fuegos artificiales? ¿Habrían montado una fiesta? No, no creía que lo hubieran hecho. Seguramente Emma le habría insistido a Draken para ir a ver los fuegos artificiales. No hay un año que se los pierda. Y seguro que Takemichi ha ido también con Hina... esos dos siempre me han parecido dos personas tan normales que no me extrañaría que en cualquier momento y no dentro de mucho nos dijeran que van a formar una familia o algo así.

Me miré las manos. El pequeño moratón que tenía en el nudillo y que me había salido por el puñetazo que le di a Draken ya era casi imperceptible.

Aún me cuestionaba si de verdad había reaccionado bien o no a todo aquello. Pero en el momento fue lo que me salió hacer y, estaba segura de que, tras aquel día, ellos quizá no querrían saber más de mí.

No había vuelto a hablar con Emma desde aquella llamada. Tampoco había recibido ningún otro mensaje. Ni ninguna felicitación de año nuevo. Ni un "¿Cómo estás?".

Pero no podía quejarme, pues yo tampoco había dicho nada a nadie.

Mirar al frente es lo que me quedaba de aquí en adelante. No podía girar mi vista hacía atrás, hacía mi yo del pasado. A partir de ahora tenía decidido que mi vida sería totalmente diferente.

Por eso quería ir al templo. Quizá era una tontería, pero hacía años que no pedía ningún deseo de año nuevo. Y hoy quería hacerlo. Quería pedir un poco de tranquilidad. Al menos hasta que mi cabeza se deshiciera del lío que tenía en ella. Sentía como si tuviera una pelota de cables dando botes en mi interior, con varios cabos sueltos que podían desatar los nudos que se habían ido formando con cada bote, pero lo complicado sería averiguar cuál era el correcto para tirar de él.

Tendría que hablar con los Haitani, eso sería lo primero, pues necesitaba conocer más sobre aquella mafia y ellos parecían los únicos que tenían algo de información al respecto.

No sabía muy bien cómo se suponía que debería actuar después; no era más que una mocosa. No podría conseguir mucha cosa yo sola si decidiera ir contra esos criminales... pero también y desde aquel día, otra pregunta rondaba mi mente.

¿Y si mis padres murieron por ser los malos? Si estaban metidos con ese grupo, no creía posible que su vida fuera la de un par de trabajadores normales; ¿y si ellos también se dedicaban a los asuntos más turbios de ... ¿Cómo era? El "Lirio de la Muerte", eso. Si ellos eran igual que los demás de la yakuza, no tendría ningún motivo para tomar venganza... no tendría sentido.

Recordaba que Rin me dijo que había gente que esperaba que la "hija perdida" regresase de alguna manera... pero si solo eran personas que querían quitar de en medio a la familia principal, no me extrañaría que lo único que quisieran hacer sería utilizar mi apellido y ya está. Utilizarme para hacer que esos otros subieran al poder y luego prescindirían de mí.

Y tampoco pensaba dejarme utilizar por nadie. Ni mucho menos dejarme engañar de nuevo.

 —¿Aún no te has lavado el pelo? Verás la factura del agua el próximo mes... Quita de ahí, que me estoy pelando de frío.

Otra vez había decidido que la mejor manera de venir era en silencio, sin hacer ningún ruido para darme un susto que agradecí, pues volvía a sacarme de mis pensamientos una vez más. Lo mejor de todo era que lo hacía sin ni siquiera darse cuenta.

Me había apartado del agua y se había metido él debajo. Ahora la que tenía frío era yo.

 —Shuji, me congelo, date prisa.

 —¿Ah? —se quejó con los ojos llenos del champú que le resbalaba del pelo—. No me metas prisa, que llevas aquí un buen rato.

 —Tú lo has querido.

Le pellizqué el culo, puse el grifo para que saliera el agua fría y salí de la ducha corriendo envolviéndome con una toalla. Cerré la puerta del baño y apagué la luz.

 —¡Tú! ¡Pequeño demonio! ¡Enciende la puta luz, que voy a matarme! ¡Y ven a ducharte de una vez! —él gritaba desde dentro del baño y yo no podía hacer más que reírme apoyada contra la puerta—. ¡Ya me ha entrado jabón en los ojos! ¡Joder, Reika!

El grifo de la ducha dejó de sonar y escuché cómo corría la cortina del baño. Abrió la puerta y me lo encontré de frente, empapado de agua con una toalla enrollada a la cintura.

 —¿Esas tenemos? Bien, a la ducha por la fuerza —esas palabras sonaron prácticamente a sentencia.

No me dio tiempo de salir corriendo, Shuji me agarró del brazo y me levantó del suelo, encaminándose de nuevo a la bañera, donde me dejó sentada y volvió a abrir el grifo con agua fría. Cogió la manguera y empezó a rociarme con ella mientras se reía en alto.

Yo no hacía más que quejarme, obviamente.

 —¡Para! ¡Shuji! ¡En serio! —Intentaba lanzarle algo del agua con mis manos y eso solo hacía que se riera más alto aún— ¡Luego vas a limpiar tú el baño, que lo sepas!

 —Eso me da igual. Esta es mi dulce venganza.

Para mi suerte, le di con el pie a la manilla del grifo y el agua empezó a correr a una temperatura adecuada, aunque aún me estaba muriendo de frío por la bromita.

Al menos, ahora los dos estábamos más tranquilos sentados en aquella bañera mientras el agua caliente nos daba a ambos y nos mirábamos en silencio, sonriéndonos de vez en cuando.

Éramos como dos niños pequeños en esos momentos; jugando entre nosotros sin saber lo que pasaba a nuestro alrededor, o al menos, sin entender que, el mundo y las personas que nos rodeaban tenían una complejidad mayor de la que creíamos.

 —¡Kisaki! ¡Feliz año! —La enana me había soltado la mano y fue corriendo hacia el rubio, que acababa de llegar y se acercaba a paso lento—. ¿Qué hiciste ayer?

 —Feliz año, Reika. Y a ti también, Hanma —volvió la cara hacia ella y esbozó una sonrisa—. Poca cosa, ¿vosotros lo pasasteis bien en la fiesta?

 —Pues la verdad es que al final estuvo bien, ¿verdad, Shuji?

 —Sí —fui bastante seco.

A ver, la fiesta estuvo bien, pero yo tenía un malestar de cojones. Llevaba todo el día acordándome de todos y cada uno de los antepasados de Ran. El cabronazo no tuvo otro plan que picarse conmigo a ver quién aguantaba más el alcohol y acabé mezclando de todo. Llegó un punto que ya ni sabía que era lo que estaba bebiendo. Aún así, creo que gané, porque él terminó vomitando cuando volvíamos a casa; consideraría aquello como una victoria.

 —¿Te pasa algo? —Kisaki se había quedado unos pasos atrás conmigo mientras subíamos las escaleras del templo y ella iba unos metros por delante.

 —Nada, creo que tengo un poco de resaca, solo es eso —la vi tropezar y adoptar una postura como diciendo "aquí no ha pasado nada". No pude evitar esbozar una sonrisa.

 —..., ¿vale? —Kisaki me había estado hablando en ese momento, pero no estaba prestando atención.

 —¿Qué? Perdona, estaba distraído.

 —No estás a lo que estás desde hace tiempo, ¿sabes? —Kisaki se quejaba mientras uno de sus dedos colocaba mejor las gafas sobre su nariz—. En fin, imagino que ayer en la fiesta no hablaríais de nada con aquellos dos, ¿no?

 —Claro que no. No era el momento. Ya tendrá tiempo de hablar con ellos.

 —No tanto.

 —¿Por qué dices eso? —pregunté, confundido.

 —¿Te acuerdas del aviso que fui a dar el otro día cuando me acompañaste? Ha surgido tal y como esperaba; los de la ToMan van a querer vengarse de esas palizas... Lo que aún no saben es que van a perder a más miembros antes de que nos enfrentemos.

 —¿Qué dices?

 —¿Te acuerdas de Muto?

 —¿El tío grande que no hablaba casi nada? —asintió—. ¿Qué pasa con él?

 —Seguramente deje a la ToMan por Izana. Él también fue un fundador de Tenjiku.

Me sorprendió, pero no me extrañaba tanto. Kisaki empezó a contarme resumidamente la historia del grupito que se formó en cierta correccional. Grupito en el cual Izana era considerado el líder. Al parecer este último se ganó el respeto de los demás hasta tal punto que lo seguirían con los ojos vendados.

No podía decir ni opinar nada respecto a eso, pues entendía esa sensación a la perfección.

 —Por eso, Hanma —Kisaki continuó—, necesito que ella tome una decisión de lo que va a hacer. Sé que no le ha gustado separarse de sus amigos, puedo notarlo.

 —¿Acaso estás preocupado por ella?

 —No es tanto así —sacudió ligeramente su cabeza—. Ya sabes qué es lo que me preocupa. Y no quiero que se nos eche el tiempo encima. Así que sería mejor si elige pronto lo que quiere hacer. ¿Captas lo que digo? Porque no parece que estés avanzando en nada.

Sus ojos se afilaron al instante, dirigiéndome una mirada acusatoria. No pude hacer más que resoplar pesadamente:

 —No me agobies, ya te dije que no es tan fácil.

Sin embargo, la realidad era otra.

No estaba haciendo nada de lo que me dijo que hiciera. Ni siquiera le sacaba el tema de conversación a la enana. No quería presionarla ni estresarla más de lo que seguro estaba.

 —¿Por qué tardáis tanto? —su voz resonó a nuestro alrededor. Para mi suerte, fue como haber sido salvado por la campana en ese instante.

Había interrumpido nuestra conversación y se colocó en mi espalda, empujándola para que acelerase el paso hacia delante.

 —Oye, llaverito, que puedo caminar solo —me burlé.

 —Parecéis dos viejos andando. ¡Venga! Daos prisa o tendremos que esperar una cola enorme.  ¿No veis que está llegando muchísima gente?

Ella tenía razón. Las personas empezaban a colocarse en fila esperando su turno para realizar el ritual antes de pedir sus deseos de año nuevo. Y esa fila cada vez era más larga.

 —¿Me vas a hacer pedir un deseo? —le pregunté.

 —Si no quieres no tienes porqué. Pero yo si voy a ir.

Sacudí la cabeza y los tres nos colocamos en la fila esperando nuestro turno. Por suerte no tardamos mucho y, tras hacer toda la parafernalia previa a la petición, se hizo el silencio por nuestra parte.

Y ahí me encontraba, con las palmas juntas y los ojos cerrados, pensando en qué coño pedir.

Elevé un poco los párpados para mirarla de reojo. Estaba toda concentrada; cerraba los ojos y las palmas con cierta fuerza, como si eso hiciera que su petición cobrase más intensidad.

Sonreí al verla así y finalmente pude pensar en algo por lo que valdría la pena orar.

Lo que nos esperaba ahora era recoger el papelito de la fortuna, así que los tres nos dirigimos a la zona donde se ubicaban.

 —¿Qué has pedido ahí atrás? —le cuestioné señalando la zona donde ahora otras personas realizaban sus peticiones.

 —Shuji, si te lo cuento no se cumple. Así que no me preguntes, estúpido.

 —Pues yo he pedido...

 —¡Que no me lo digas! No quiero saberlo —gritó, se tapó los oídos y caminó hacia delante con un paso acelerado hasta llegar a la zona de los papelitos.

No iba a decírselo, pero me gustaba hacerla rabiar de esa manera. Ella, aún refunfuñando, recogió su fortuna y nosotros dos hicimos lo mismo al llegar a la urna de donde había que sacarla.

 —¿Qué te ha tocado? Déjame ver —La muy  bruta me arrebató el papelito de las manos y lo comparó con el suyo y empezó a reír en voz alta sin que yo entendiera el porqué lo hacía—. Pues estamos apañados.

Me mostró sendos papeles: el suyo y el mío. Ambos coincidían, mostrando la misma fortuna para los dos.

"Gran mala suerte"

 —Bueno, al menos es mejor que la suerte que hemos tenido hasta ahora, ¿no? —decía mientras me devolvía el papelito y lo colocaba el suyo en el mural donde estaban los de todas las demás personas. Imité su acción mientras ella me sonreía.

 —¿Por qué sonríes? Nos ha tocado lo peor, vaya idea la tuya la de venir aquí —me quejé.

 —Bah, ¿quién cree en estas cosas? La suerte se la crea uno mismo, Shuji —contestó rápidamente y dirigió su mirada hacia Kisaki, a quien le arrebató el papelito de las manos—. ¿Qué te ha tocado a ti?

"Buena suerte incierta"

 —¡Mira! Al menos a uno de nosotros le toca algo bueno —la enana sonreía al rubio—. Corre, Kisaki, pon el papelito en su sitio.

Kisaki hizo caso de sus palabras, aunque no parecía estar muy contento con lo que le había tocado. Tras ello, fuimos a casa pasar lo que quedaba de tarde los tres juntos, como otras tantas veces, hasta que la noche cayó y volvimos a quedarnos ella y yo solos.

Vi que estaba distraída con el teléfono en las manos.

 —¿Qué pasa? —pregunté cuando le vi poner una mueca un tanto extraña. 

 —Emma me ha mandado un mensaje felicitándome el año.

 —¿Y qué tiene de malo? Con ella no te peleaste, ¿no?

 —No es eso... —hizo una pausa y suspiró—. Draken también me ha enviado uno, quizá Emma le haya obligado.

 —¿Le vas a contestar?

 —A Emma sí. A Draken ni loca. ¿Qué pregunta es esa?

Me quedé pensando por un momento si de verdad no quería contestarle a él. Si de verdad quería alejarse de ellos ¿por qué no simplemente les bloqueaba del teléfono para que ni siquiera pudieran mandarle mensajes? Es lo que yo hubiera hecho. 

Justo eso era lo que me diferenciaba de ella: el hecho de que a mi me importaría bien poco, o incluso nada, el cortar la relación con alguien que me hubiera hecho tanto daño. Pero ella no. Seguía de la misma manera, decía que pensaría más en ella desde aquello, pero continuaba sin hacerlo.

Y, por algún motivo, esa parte de ella no me gustaba. En esos momentos me gustaría poder entrar a su cabeza y decirle que, si seguía así, lo único que iba a hacer sacrificándose por los demás y perdonándolo todo era hacerse más daño aún... aunque fuera en silencio.

Si en mi mano estuviera, podía darle por culo a todo el mundo con tal de que ella estuviera bien.

~ 30 de enero de 2013 ~

Casi había finalizado el mes de enero y las cosas seguían igual.

Para mi desconcierto, las cosas en Tenjiku habían resultado ser mucho más diferentes a como lo eran en la ToMan, no habíamos vuelto a tener ninguna reunión ni nada por el estilo, y tampoco había vuelto a ver a los Haitani desde fin de año, de vez en cuando hablaba con Ran por teléfono, pero no era la gran cosa, solo me preguntaba cómo estaba y poco más.

Solo pareció preocuparse de cierta manera cuando le conté que, pocos días después de año nuevo, caí enferma y tuve que guardar cama por una semana, no podía con mi cuerpo, tenía fiebre y frío todo el rato. Lo poco que conseguía comer lo hacía a regañadientes para poder tomarme los antibióticos que me recetó el médico, al que le hicimos una rápida visita y me dijo que habría pillado una neumonía, al parecer había bastantes personas igual, pero yo le eché las culpas de mi malestar a Shuji y a su jueguecito de aquel día con el agua fría.

Sin embargo, él me cuidó como el que más, habían sido días hasta bonitos, por así decirlo, pude pasar más tiempo con él durante el día, ya que, evidentemente tuve que faltar al trabajo. Yo insistía en que no se acercase a mí si no terminaríamos los dos enfermos, pero parecía no importarle aquello y, al segundo día de estar enferma, y tras una pequeña discusión sin importancia, le dejé que hiciera lo que quisiera, pero le repetí mil veces que si se ponía enfermo no podría culparme a mí, sino a su cabezonería.

Pero ahora tenía otro problema del que preocuparme, mucho más grande.

 —Shuji, tengo un retraso.

 —Eso ya lo sabía —Me miró burlonamente.

 —Imbécil, que no me ha bajado la regla.

Lo vi palidecer como nunca.

 —¿Cómo? Pero si te estabas tomando las pastillas —me miraba fijamente y bastante serio, más que de costumbre—. ¿No?

 —Dejé de tomarlas hace un mes... —agaché la cabeza. No le había dicho nada, pero era cierto. Con todo lo que pasaba se me había olvidado por unos cuantos días y, al ponerme enferma, tampoco podía tomarlas junto a los antibióticos, pues no tendrían efecto ninguno.

 —¿Por qué no me dijiste nada?

 —No lo sé... se me pasó.

Suspiró y se dejó caer en el respaldo del sofá — Bueno... pues después de la reunión de hoy iremos al médico a que te vean.

 —¿Hay reunión?

 —Sí, venga, vamos a vestirnos.

Estábamos llegando al lugar donde sería la reunión e imaginaba que si se había convocado sería para algo importante. No veía a todos aquellos reuniéndose para decidir sobre qué hacer en vacaciones o en cómo repartir las tareas para organizar una fiesta.

Pero eso no me preocupaba ahora mismo. Lo que sí lo hacía era que, desde que le dije aquello hacía un rato, no me había vuelto a hablar e íbamos en su moto en el silencio más sepulcral del mundo.

Cuando por fin apagó el motor y ambos nos habíamos bajado de la moto, reuní el valor de hablarle:

 —Shuji, ¿te has enfadado?

 —No, no estoy enfadado.

 —Dime qué piensas.

 —No pienso nada, Reika. No creo que estés embarazada, la verdad. Pero bueno... —sin venir a cuento me abrazó, pero estaba tan sorprendida por ese gesto que me quedé quieta—. Si ese fuera el caso ya veremos qué hacer, ¿vale? De momento averigüemos qué pasa con Tenjiku y luego vamos al médico. No te preocupes.

 —Perdón...

 —No tienes que pedirme perdón, tienes muchas cosas en la cabeza. Es normal que se te pasase —se separó de mí y me tomó la cara entre sus dos manos—. Pero intenta acordarte al menos de contarme esas cosas.

Me dio un beso y eso me tranquilizó un poco más, aunque seguía algo nerviosa. Fuera lo que fuera, era lo que él decía: hasta que el médico no nos dijera nada no estaríamos seguros. Así que, de momento, no podíamos hacer nada más que esperar.

Comenzamos a subir las dichosas escaleras del edificio donde nos reunimos la última vez, pero esta vez, tras llegar arriba del todo y abrir la puerta de la azotea, mi sorpresa fue aún mayor que la de la otra vez al ver allí a unas caras no tan desconocidas para mí.

 —¿Koko? ¿Muto? Y... —Mi mirada se dirigió al último que se situaba al lado de ellos dos—. ¿Sanzu? ¿Qué hacéis aquí?

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