~ 5 de septiembre de 2019, Ukimido Gazebo, Nara ~ 

(Un gazebo es una estructura hexagonal, normalmente utilizada para descansar. Suele ser de madera y se encuentra en algunos parques de Japón, el que se menciona es este de la imagen)

Hoy hace especial calor. Algo parece volver a estar empujándome a abandonar este sitio, como si una palma presionara sobre mi espalda para que avanzara y continuase sin mirar atrás.

Sólo uno más... y todo habrá terminado.

Dicen que lo último que se pierde es la esperanza, pero yo creía haberla perdido toda desde hacía tiempo ya.

Enana... te estoy buscando... ¿Dónde estás?... ¿Ya me has abandonado?... O acaso... ¿me olvidaste a mitad del camino?

Volví a tirar, una vez más, aquel cigarrillo consumido únicamente hasta la mitad y me detuve a mirar la pequeña herida que tenía en la muñeca.

 —Puto ciervo... Manda cojones que lo único que me llevo de recuerdo de aquí sea esto.

~ 20 de agosto de 2019, al Sur de Nara ~

 —Tenga un buen día, señor —La mujer de la recepción me detuvo antes de salir del hotel—. ¿Quiere un mapa de la ciudad?

¿Un mapa? Me detuve, mi idea era ir directamente en coche a los tres o cuatro sitios que tenía planeado visitar, pero al comprobar que la temperatura era lo bastante buena, decidí que, esta vez me lo tomaría con calma. Podría ir caminando a todos los sitios, recorriendo las calles y pasajes de Nara. Eso me despejaría la mente un poco, pues llevaba desde Kioto intentándolo; tratando de no darle importancia al hecho de que, al final, este viaje no resultó ser como me había imaginado.

Yo, que esperaba encontrarme con ella en todos lados, y no la encontré allí. Por más que la buscase, no apareció por ninguna parte. 

Mi miedo comenzó a crecer tras dejar atrás ese lugar. El miedo a que no hubiera más, a que me hubiese abandonado a mi suerte, haciéndome dudar de, si de verdad, debería dejar y olvidar la idea de perseguir su recuerdo. Y justo entonces haber conocido a esa chica... Shimizu... sinceramente, no sabía muy bien qué pensar de aquello.

Agradecí a la recepcionista por el mapa y abandoné el hotel para comenzar a caminar sin un destino fijo por las calles. Observaba todo a mi alrededor; las personas pasando, con más o menos prisa, los coches, niños correteando, intentando esquivarme en su camino a quién sabe dónde.

¿Dónde vas, Shuji? Eso es... ¿A dónde iba? ¿Dónde me quería dirigir primero?

Saqué la lista de destinos del bolsillo de la sudadera que, aunque hacía calor, la llevaba puesta casi siempre, menos las veces que tuve que echarla a lavar por razones obvias.

Sonreí para mí mismo recordando la primera vez que tuve que echarla a la lavadora, pues no quería que el ligero olor a su perfume que se había quedado impregnado desapareciera... De esa sudadera que casi a la fuerza le obligué a ponerse el último día que la vi...

Pero tampoco podía ir por ahí oliendo a muerte si no lavaba la ropa... ya me bastaba con que mi mote fuera el "Dios de la Muerte"... pero no podía tomármelo tan literal e ir emanando el olor a ella por ahí.

Una ligera carcajada resonó en mi garganta. Parecía como si me estuviera contando chistes a mí mismo para animarme. Sacudí la cabeza y me fijé en el mapa y busqué a donde acababa de decidir que iría primero. No tenía muchas esperanzas de encontrar nada a la primera, pero por probar, y para tentar a la suerte, decidí empezar por el lugar más obvio, esta vez no quería alargarlo.

 —Está bien, decidido —murmuré al localizar en ese mapa el maldito templo al que ella quería haber ido y lo fijé como destino—. Venga, vamos al puto templo Todai-ji.

Fue un camino largo, no me había siquiera fijado en que, la ubicación donde escogí el hotel quedaba lejos de todo lo que quería visitar. Pero bueno, si la idea era darme unos buenos paseos, al menos eso se iba a lograr, aunque mis pasos eran más largos que los de otras personas y llegar a los sitios me llevase menos tiempo, pero igualmente, podría disfrutar un poco del aire fresco. 

Si hubiese venido con ella, tendría que haber acompasado un poco el ritmo al de ella y sus cortas patas. Maldita enana, siempre llegábamos tarde a todos sitios por no poder avanzar rápido. 

Volví a sonreír, melancólico.

El templo se ubicaba en el norte del parque de Nara, el cual tuve que cruzar para poder llegar a las enormes puertas que daban la bienvenida a aquel lugar. En mi camino a través del verdor del parque, pude ver a los ciervos a lo lejos, así como alguna que otra estructura que llamó mi atención; parecían un par de pagodas que estaba seguro de que ella también habría visitado. Pero no quería detenerme ahora allí, había decidido descartar el templo primero, y eso iba a hacer, no podía volver a caer en la tentación de dejarlo para el final.

 —Jo-der... 

Mi rostro elevó la mirada, pues de lejos, aquellas enormes puertas no parecían tan grandes, pero una vez frente a ellas pude darme cuenta de que de verdad eran enormes. Si bien a mí el tema de las construcciones me daba un poco igual, hasta comprendía el porqué de que ella tuviese la insistencia de venir aquí.

Ojeé el mapa. En él aparecía información sobre esa puerta y sentí curiosidad por saber desde qué año llevaba eso ahí puesto, pues parecía bastante antigua.

"Puerta Nandaimon (南大門). Patrimonio de la UNESCO... construcción de aproximadamente mil años de antigüedad..."

 —¿Mil putos años? —miré hacia la vieja madera que había en la parte superior, pero que, aún siendo antigua, parecía mantenerse en buen estado—. Joder, pero si esto se conserva mejor que mi puta casa.

Sacudí la cabeza y decidí cruzarla, para encontrarme con algo aún más impresionante. Ese puto templo era enorme.

Di algunas vueltas por el templo, buscando alguien con quién poder hablar y preguntarle. Durante ese camino, pude ver la enorme estatua de Buda que descansaba bajo uno de los pilares del edificio, así como a varios niños cruzando una puta viga de madera por un agujero que ahí había, hecho que no entendía y pensé que quizá los padres de esos niños deberían vigilarlos mejor.

 —No te preocupes, no pasa nada —la voz de una persona, claramente anciana, hizo que mi vista se girase a la derecha—. Eso es normal. Ese hueco, según dicen, tiene las mismas dimensiones que los orificios nasales de buda.

Por su vestimenta, ese hombre parecía ser alguien del templo. El señor se encogió de hombros antes de continuar hablando:

 —También dicen que todo aquel que pueda pasar por ahí será bendecido en su próxima vida... pero solo las personas flacuchas y los niños caben por ahí —noté que sus ojos me recorrieron el cuerpo—. ¿Por qué no pruebas?

 —¿Yo? —me señalé el rostro con el dedo, pero reí en alto e hice un aspaviento con la mano—. No, deje, deje, yo ya estoy mayor para esas cosas.

El hombre volvió a encogerse de hombros y comenzó a alejarse, pero, ya que lo había encontrado de casualidad, no podía dejarle ir así como así, no sin antes preguntarle. 

Lo que no esperaba, era que la primera decepción me llegaría de manera tan arrolladora. Una vez más, no había nada en ese templo. Me dijeron que por allí pasaba demasiada gente y con lo poco que les pude decir de ella, no podían acordarse, ni recordaban que nadie hubiese dejado nada similar a lo que le mostré a aquel señor, que tan amablemente me acompañó junto con los demás encargados del lugar.

Bien... supongo que tendré que continuar con la búsqueda...

~ Actualidad, 5 de septiembre de 2019, por la tarde ~

Había pasado de nuevo los días recorriendo otra ciudad. Visitando todos los lugares emblemáticos, aquellas pagodas del mismo parque donde se ubicaba el templo y algunos lugares más de la ciudad.

Pero en ninguno hallé mi preciado tesoro.

Ya sólo me quedaba una cosa por hacer allí, una de las cosas que yo apunté en esa lista: ver a esos ciervos que, no sabía por qué, pero en aquella época pensé que verla a ella corretear detrás de esos animales me haría gracia. 

Seguramente todos se habrían acercado a ella y la enana se hubiera agobiado al tener tantos bichos a su alrededor. Y tenía más claro aún que se hubiera puesto a soltar mil y una maldiciones por la boca intentando quitárselos de encima... Sí... esa fue la imagen mental que tenía en aquel momento que, con una sonrisa en la cara, escribí este destino en el papel.

Volví un día más a aquel parque, dirigiéndome directamente a donde la mayor cantidad de aquellos bichos de cuatro patas correteaban detrás de las personas que tenían galletas de arroz en sus manos. Me acerqué a uno de los puestos donde vendían aquellas galletas y pude leer el cartel que daba algo de información sobre ellos mientras la señora me cobrara.

"Colonia protegida de ciervos Shika, considerados mensajeros de las deidades del sintoísmo. TENGA ESPECIAL CUIDADO: Los animales no suelen ser agresivos, pero pueden llegar a morder"

Ya... que lo intenten...

Me acerqué a los ciervos, bueno, más bien ellos se acercaron a mí en el momento en que me di la vuelta y parecieron verme con comida en las manos. Siquiera había abierto el paquete y ya tenía como a cinco de esos animales a mi alrededor. Alguno de ellos me intentaba dar con la pata, pero yo me echaba a un lado para esquivarlo mientras abría la bolsa de las galletas.

 —Toma —le di una galleta a uno de ellos que parecía ser el más ansioso, y tras eso, se retiró de mi lado. Los otros no hacían más que empujarme, al final iban a tirarme y tampoco quería eso.

 —Tomad, coño. Joder, dejadme un momento. Que me vais a tirar, con vuestros muertos.

Al final, el que estaba maldiciendo el haber tenido la genial idea de esto era yo.

Tiré unas cuantas galletas a un lado para que se alejaran de mí y me dejasen respirar, pero uno de ellos no pareció moverse de donde estaba. Era una hembra. Esa cierva se había quedado un poco por detrás de los demás mientras me habían estado empujando segundos atrás, y solo se había dedicado a mirarme fijamente con esos enormes ojos.

 —¿Y tú qué miras? ¿No quieres galletas o qué? 

La cierva se giró y empezó a apartarse de mí.

 —¿En serio no quieres? 

Sacudí un poco la bolsa, a la que le quedaban ya pocas galletas y ella volvió su cabeza, como si me estuviera mirando con desprecio. Pero se acercó de manera altiva, como si casi le estuviese obligando a comer.

 —Toma, estúpida. Todos los demás andan comiendo y tú mirando —el animal, con cierto recelo, comenzó a olisquearme la mano que le tendía la comida—. Si no te lo comes, alguno de tus amigos va a venir a quitártelo 

Sus ojos se elevaron y parecían mirarme, como si me estuviera entendiendo y, sin darme tregua, me mordió la muñeca, haciendo que las galletas se cayeran al suelo, donde ella empezó a cogerlas con la boca. Una vez hubo terminado, se alejó del lugar dando pequeños saltos, pero antes de desaparecer entre la manada, volvió a girar su mirada hacia mí.

 —Joder.

Me miré la muñeca. Me había hecho sangre, y mira que tampoco me había mordido tan fuerte, pero había dejado unas ligeras marcas de las que brotaban algunas gotas carmesíes.

 —Toma —la mujer del puesto de las galletas apareció a mi lado con un paño para limpiarme, cosa que hice de inmediato mientras la mujer miraba mis manos. Ella rió en alto:

 —Ya hacía tiempo que no mordían a nadie. Y para colmo ha sido la misma cierva. Quizá ese animal tenga algún trauma con los tatuajes.

 —¿Cómo dice?

 —Sí... La última vez, que yo recuerde, fue a una chica que tenía unos tatuajes en las muñecas. Ella estaba tan tranquila acariciando a esa cierva y de repente le mordió la mano —volvió a reír—. No puedo olvidarme de eso. La chica no paraba de correr de un lado para otro con todos los ciervos detrás mientras ella iba tirando las galletas que le quedaban para que los demás animales la dejasen en paz. Lloriqueaba a causa del daño que le había hecho la mordida. También tuve que limpiarle la herida, por eso recuerdo que llevaba tatuajes.

No creo que...

 —Señora... —ya no perdía nada por preguntarlo una vez más—, ¿qué eran esos tatuajes?

 —Uhm... —la mujer se llevó la mano a su mentón y cerró los ojos, parecía estar intentando hacer memoria—. ¡Ah! ¡Ya! —dio un golpe con el puño de una de sus manos en la palma de la otra—. Era una frase en inglés... algo del cielo y la muerte... no recuerdo muy bien exactamente qué decía, pero algo así...

Se me encogió el pecho.

Al menos, sabía que ella había estado aquí, que no había dejado el viaje a medias. Al menos, tenía una última esperanza en este sitio.

 —Oiga... ¿sabe si ella le dijo o dejó algo aquí con estos kanjis? 

Le mostré mis manos, pero la cara de la mujer hizo que mi sonrisa se borrara al instante.

 —Qué va, hijo. Nada de nada. Solo se despidió de mí y ya. Al parecer estaba solo de pasada en Nara. Mientras la estaba curando me contó que tenía bastante prisa, su autobús salía en poco tiempo.

 —Comprendo... 

Resoplé y agradecí a la señora por acudir tan rápido a ayudarme con la herida. Necesitaba fumar y, a lo lejos, vi un sitio donde podría hacerlo tranquilo: una estructura de madera que se levantaba en un pequeño lago.

Tras un rato allí, comprendí que en Nara no quedaba nada para mí. Ese miedo volvió a apoderarse de mí. Pues, si en Himeji no quedaba nada, definitivamente me volvería loco.

Quizá no debí tentar a la suerte... pero... ¿Qué más daba? 

No importaba que dejara para el final los lugares más evidentes, o que empezase por ellos. Daba todo igual, pues la pequeña luz que eran sus palabras se estaba apagando con cada carta que no encontraba. 

~ 20 de septiembre de 2019 ~ 

A pesar de saber que no quedaba nada para mí allí, me quedé unos días más en Nara. 

Ya, preso de la locura, me puse a visitar los museos y las tiendas, a la desesperada. Pero todo era decepción tras decepción. 

Y ya no podía soportarlo más. 

Si el maldito destino no quería que volviera a leer sus palabras necesitaba que me lo confirmase de una vez por todas. Y solo quedaba este lugar que se erguía frente a mis ojos. Este enorme castillo que se alzaba ante mi vista, de un color tan blanco que no hacía más que reflejar los rayos de sol que incidían en él, haciendo que mis ojos tuviesen que entrecerrarse tras observarlo por unos minutos.

No te eches para atrás ahora, Shuji... 

Si aquí no quedaba nada para mí, tendría que hacerme a la idea de que ya nunca volvería a escuchar su voz en mi cabeza. 

Entré a la zona del castillo y el camino serpenteante que llevaba hasta él fue aún más impresionante. Y largo, sobre todo largo.

Había muchísimos turistas de todos los rincones del mundo por los alrededores; algunos tomaban fotografías del edificio, otros se maravillaban con algunas figuras que había en el tejado de este y otros hacían cola para entrar a hacer una visita por dentro del mismo. 

Decidí unirme a este último grupo. Ya que estaba aquí creí que sería buena idea despedir el viaje conociendo este lugar.

Mientras estaba en la cola, noté un empujón por la espalda que me hizo perder un poco el equilibrio, pero no me tiró al suelo, para eso hacía falta más fuerza. Giré mi cuerpo para ver qué era lo que pasaba.

 —¡Norio! ¡Eres una nenaza! —un chico de unos once años, con el cabello teñido de rubio le gritaba al pelinegro que se había chocado conmigo—. ¡Ven si tienes lo que hay que tener!

 —Osamu, siempre estás igual, ya te he dicho que paso. Me aburres con tus tonterías —el pelinegro se giró hacia mí—. Disculpe, señor. Este imbécil no sabe lo que hace.

Me quedé mirándole extrañado. Imaginé que se estarían peleando por cualquier cosa, pero ese no era el lugar ni el momento para que esos dos formasen un escándalo. Además, apenas eran unos críos. 

El rubio hizo el amago de abalanzarse sobre el otro con el puño en alto mientras el pelinegro estaba de espaldas, pero fui más rápido y detuve su brazo agarrándole por la muñeca y agachándome hacia ambos.

 —Enanos... —ellos me miraron las manos y pareció que mis tatuajes les provocaron algo de terror, pues sus caras de espanto me lo confirmaban—. ¿Podéis dejar de pelearos aquí? Sí queréis hacerlo os vais fuera —los miré de manera penetrante, intentando infundirles miedo—. Además, habéis ido a chocar con el peor que podéis encontrar aquí. Así que mejor iros con vuestros padres y estaos quietos. Seguro que por lo que andáis peleando no tiene ninguna importancia.

 —S-sí, señor, lo sentimos.

Solté el agarre y ambos se disculparon haciendo una reverencia y comenzaron a caminar alejándose de mi posición mientras hablaban en voz baja. De vez en cuando giraban sus cabezas hacia mí.

Sonreí para mis adentros.

 —Malditos críos... Si de verdad supieran que existen mayores problemas... 

No me había dado cuenta de que la cola había seguido avanzando. Algunas personas se habían fijado en la escena, pero no parecían haberle dado ninguna importancia.

 —En fin... hora de entrar.

Fueron casi cuatro horas recorriendo multitud de estancias y pasillos por el interior del castillo, y estaba realmente cansado. Caminaba de manera pausada dirigiéndome hacia la salida y dándole vueltas a todo lo que había visto en ese tiempo. 

Este lugar estaba lleno de referencias a seres mitológicos y a antiguas historias. Cada punto en el que nos deteníamos parecía tener un relato que contar o un hecho pasado que recordar.

Pero, de todas ellas, sin duda, la que más iba a recordar fue la de cuando salimos de nuevo al exterior y nos contaron sobre el pozo Okiku, y cómo tenía tras él una historia de traición y asesinato a una pobre mujer enamorada de quien no debía. 

Putas referencias.

Sacudí mi cabeza una vez más y por fin me acerqué a la zona por donde horas antes había entrado para comenzar la visita. Ahora la idea era buscar a alguien al cargo del lugar.

 —¡Señor! —una chica algo bajita, con el pelo rubio recogido en una coleta alta se acercaba a mí.

 —¿Sí? —le respondí una vez estuvo lo bastante cerca.

Pude comprobar que llevaba una chapa con su nombre en el pecho, pero no le presté atención al nombre, solo pensé en que quizá ella trabajaba allí.

 —Disculpe... igual le suena raro, ¿puede enseñarme un momento las manos?

 —¿Perdona? —sonreí y pude ver que su cara se tornó de un color rojo intenso.

 —No me malinterprete, señor —se tapó un poco la cara con una de sus manos—. Es que... Antes, a mis compañeros y a mí nos pareció ver algo en ellas y no sabemos si...

No lo dudé ni un segundo y le mostré el dorso de ambas manos. Ella sonrió ampliamente:

 —¡Por fin! ¿Puede acompañarme?

Lucía demasiado contenta, pero sin dudarlo iba a acompañarla. Era la primera vez que las cosas parecían salir contra lo previsto. 

La chica me guio hasta una sala que había detrás de la entrada del castillo, donde parecían tener unas pequeñas oficinas acondicionadas al lugar. Algunos de sus compañeros se asomaban cuando ella les llamaba la atención refiriéndose a mí con gestos quizá demasiado notorios.

 —Espere aquí un momento —Se dirigió a un escritorio y sacó algo del primer cajón. 

El corazón comenzó a irme a mil por hora, presionándose sobre mi pecho cada vez más. Mis manos habían comenzado a sudar y me las sequé en la sudadera antes de agarrar lo que ella tendía en sus manos.

 —Esto es para usted, ¿verdad?

Acaricié el dorso del sobre. Esta vez no sólo aparecían los kanjis. 

En una esquina inferior de aquel pedazo de papel, escrito con esa misma letra que llegué a amar tanto como a su persona, estaba su inicial junto a la mía; la de ese nombre que evitaba recordar día tras día... Intentando volver a la época cuando nos conocimos y aún no sabíamos nada de todo aquello.

 —Reika... —murmuré, inconscientemente.

La chica me miró de arriba abajo. Yo tenía los nervios a flor de piel y ella parecía haberse dado cuenta de aquello.

 —Ella sabía que vendrías... nos hicimos amigas, ¿sabes? Tras estar aquí y ser su guía por el castillo me ayudó con un problemilla con el jefe... Menudo temperamento tenía —rio alto—. Pero bueno, el caso es que pasamos varios días juntas, yendo de bar en bar cuando mi turno del trabajo terminaba, y en una de esas en las que estaba borracha me contó un poco la historia entre lágrimas. Antes de irse me pidió el favor de guardar esto. Te describió a la perfección. Bueno, aunque con esas manos es fácil reconocerte, pero aún no sé si quizá sea casualidad y no seas tú... —pareció dudar y su cuerpo se inclinó hacia delante demasiado rápido—. ¡Disculpe! He empezado a tutearle sin pensar, disculpe. Pero... ¿Es usted, verdad? ¿El destinatario de esto?

 —No... O sea, sí... —tenía la voz entrecortada— No te preocupes por tutearme...

¿Cómo podría demostrarle que era yo? 

 —Sí, soy yo... 

Una idea se cruzó por mi mente. Bajé el cuello de la sudadera, de manera que ella pudiera ver el tatuaje de mi pecho y, tras eso, se llevó ambas manos a la boca. Hasta me pareció ver que sus ojos se humedecían.

 —Es increíble... pero, ¿sabes qué? ¡Corre! ¡Vete! —volvía a tutearme, pero no me importaba.

Empezó a empujarme débilmente afuera de la sala mientras seguía hablando:

 —Por como ella hablaba de ti, aún podrías tener una oportunidad. Aunque han pasado algunos años, pero estoy segura de que ella sigue pensando en ti 

Había conseguido sacarme de toda la zona de las oficinas, intentando animarme a hacer la locura de ir a buscarla. Cuando paró de empujarme, volvió un poco la puerta para cerrarla con ella detrás:

 —Dale recuerdos, y ¡ah! —se dio un golpecito en la frente—. Lee eso en el parque Shiromidai, ahí hay dos estatuas reconocibles... ¡Casi me olvido de que fue la indicación que me dejó! —volvió a reír— ¡Buena suerte! ¡Y ve a buscarla!

Abandoné el castillo, en silencio, con el sobre entre mis manos y la cabeza baja. 

Antes de bajar la colina en dirección a aquel parque, eché un vistazo hacia atrás y una lágrima recorrió mi mejilla.

 —Créeme...que no hay nada que más quisiera que volverla a ver.

Había podido leer el nombre de la chica en su placa una segunda vez, y entendí todo. Esa chica se llamaba igual que la que en su día fue su mejor amiga.

~ 20 de septiembre de 2019, Parque Shiromidai, a las afueras del Castillo Himeji, al atardecer ~ 

Shuji, llevas aquí horas, ábrelo ya.

La vista era genial... Cómo se ve el castillo entre las dos figuras...

Es el final, ábrelo ya.

El Sol caía cada vez más, tiñéndolo todo de colores dorados.

Respiré profundamente y giré el sobre, para que uno de mis dedos que no agarraban el cigarrillo despegase la solapa que lo mantenía cerrado. Saqué poco a poco el papel que lo contenía.

Suspiré.

Bueno, enana... al final, te encontré... ahora... ¿Qué será lo último que querías decirme?

...

Recomendación de canción: Carry me home - Jorja Smith  y Maverick Sabre

~ Interludio ~ Décima

Hola, Shuji...

Supongo que esto es una despedida, ¿no?

Sinceramente, me gustaría poder seguir "hablando" contigo de esta manera, pero solo va a hacerme más daño. Ya he comprendido que tengo que dejarte ir... de una manera u otra tengo que dejar de hacer estas cosas que solo hacen que tu recuerdo permanezca día tras día junto a mí.

Sé que ya te lo dije anteriormente, lo de que iba a olvidarte, quizá lo he dicho demasiadas veces... pero aquella vez era la ira la que hablaba por mí, imagino que sería una de las etapas por las que hay que pasar cuando pierdes a alguien que quieres, ya sabes, el punto donde todo te jode tanto y te parece tan irreal que solo puedes enfadarte y pelearte con absolutamente todo el mundo... sí... aquella vez creo que fue lo que me pasaba.

Pero esta vez es diferente, Shuji... me gustaría no tener que retractarme de esto que estoy escribiendo y tomármelo en serio por una vez... porque ya no puedo más, en serio, no puedo seguir llorándote todas las noches, ni puedo seguir imaginándote aquí a mi lado, agarrada de tu mano y caminando por todos estos sitios. 

Me duele demasiado.

Creo que este pensamiento empezó a surgir en Kioto, donde estuve un tiempo recorriendo los templos y dándome un tiempo de descanso de ti, aunque no lo consiguiese, pues te seguía pensando igual. Pero me forcé a no escribirte nada, Shuji. Y me costó, como no te haces una idea, pero lo conseguí... aunque... hoy en día quizá me arrepienta de no haberlo hecho.

¿Sabes por qué? Por esa puta obsesión mía de pensar en qué quizá algún día vayas a leer esto, que vayas a hacer este viaje, de alguna u otra manera, creo que guardo esa ligera esperanza de que nos volvamos a reencontrar... O al menos que tú vengas a buscarme, y me saques de donde sea que esté, cargándome en tu hombro como solías hacer cada vez que me encontraba mal... pero quizá ahora sería diferente y mis puñetazos no se clavarían en tu espalda... no... quizá ahora lo único que me gustaría sería acariciar esa enorme espalda de gigante que tenías...

Creo que nunca te lo dije, pero siempre me dio miedo que me subieras a tu hombro, maldito poste de luz... eras demasiado alto, cabronazo, ¿no ves que no todo el mundo ve siempre el mundo desde casi dos metros de altura?

En fin... después de lo de Kioto casi no continúo el viaje... pero no podía volver a dejar las cosas a medias, así que compré los billetes más baratos que había para Nara y aproveché para comprar los que irían posteriormente desde Nara hacia Himeji... así, ya que me había gastado el dinero, tendría la obligación de terminar todo el recorrido, o si no el hecho de perder lo que había gastado me iba a doler. Bueno, quizá no a mí, pero sí a mi bolsillo.

Pero, como siempre me tienen que pasar estas mierdas, al llegar a Nara, el hombre de la compañía de autobuses nos informó que las personas que teníamos billetes para Himeji al día siguiente nos habíamos visto afectados por un cambio de horarios... y solo podríamos quedarnos en Nara unas cuantas horas.

No lo pensé dos veces y fui corriendo al parque donde estaba el templo que tanto quería ver... pero me paré en seco al ver a esos bichos... Fue lo único que dijiste que querías ver... así que sí... adivina quien se quedó sin ver el templo por ver a los putos ciervos que tanta gracia te hacían. Exacto, aquí tu enana.

De verdad, maldigo el día en que dijiste lo de los ciervos, ¿sabes que uno de esos cabrones me mordió la mano? Todo el mundo se rió de mí por andar gritando y asustando a los demás ciervos para que ni se me acercasen, y de paso, claro, ¿por qué no? Pisar unos cuantos excrementos de los "bambis" tampoco venía mal en ese momento, así que venga... todos los tenis llenos de mierda...

Ahora me río, pero en su momento no me hizo ninguna gracia, ¿sabes? Menos mal que aquella señora me ayudó con la herida, aunque casi ni pude agradecerle como debía, pues cuando me quise dar cuenta, quedaba bien poco para que el bus a Himeji saliese.

Llegué realmente cansada a Himeji, pero aquí he podido descansar y pensarlo todo mejor.

Sé que aún te quiero, Shuji, porque mi corazón me lo sigue susurrando cada día; cuando me levanto y el olor a café me llena los sentidos, o cuando enciendo un cigarro y me encuentro como tonta pasándole la mitad a la nada, o tirándolo al suelo, o cuando estoy bebiendo una lata de cerveza y no te escucho ir a la cocina a coger una para ti... son demasiados recuerdos, demasiados sonidos y aromas que me recuerdan a ti.

Hasta el ligero aroma que tiene el mechero al encender la llama me recuerda a ti, joder.

¿Estoy loca? Un poco, pero me da tan igual... Sé que es algo que tengo que superar por mí misma y, sobre todo, mentalizarme. Aquí hice una amiga que me dijo que tenía que intentar seguir adelante, pero que también escuchase a mis sentimientos, que me tomase el tiempo necesario y no me forzase a nada... es buena chica, aunque ha tenido que soportarme borracha un par de veces... y ya no es cómo antes... ahora es horrible cuando me emborracho, pobre de quien tenga que aguantarme, la verdad, creo que también voy a dejar de beber.

Eso es mentira, el alcohol me puede. Pero sí voy a intentar cambiar de ahora en adelante, para que cuando quiera pasármelo bien no termine en una esquina llorando cuando solo llevo dos o tres copas encima...

...

Quiero decirte tantas cosas... y ahora parece que no encuentro las palabras. Pero tengo que dejar esto aquí...

Estoy en un parque con dos estatuas raras enfrente. Son curiosas, ¿no crees que nuestra cultura es curiosa? Creo que no te interesaban estas cosas, pero quiero contarte algo que pone en el mapa que tengo en las manos. Según dicen, estas estatuas invocan de alguna manera a la lluvia, para proteger de incendios los castillos y estructuras... por eso suelen encontrarse en estos sitios.

¡Ah! ¿Y sabes qué? Durante la visita al castillo me dijeron que el edificio en sí es el original, ¿no es increíble? Lo bien que se ha conservado a pesar de las guerras, las bombas que le han caído, los incendios... ¡e incluso los terremotos! ¡Ha aguantado todo!... y mira que es de madera...

Parece que hay cosas que no se pueden destruir tan fácilmente, ¿verdad?

Ni aunque mil maneras diferentes de destrucción se hallen a sus puertas...

Y por muy frágiles que se vean... no se vienen abajo...

Quizá me busque un colgante de un pescado de estos... quizá me venga bien un talismán protector para combatir el incendio que quedó en mí cuando te fuiste... Necesito que amaine de una vez... y que se convierta en cenizas de una vez por todas, Shuji...

Pero... si nunca amaina... creo que siempre guardaré la vaga esperanza de que vuelvas y avives aún más las llamas con tu voz...

No... si es lo que yo digo, te estoy diciendo que voy a intentar olvidarte, ahora en serio, y al final termino igual que siempre... así que... ya sí debo despedirme... y aunque ahora te diga todas estas cosas bonitas... En serio, voy a intentarlo... y voy a conseguirlo.

Me gustaría poder quedarme aquí a esperarte, para ver juntos esta puesta de sol que tengo ante mis ojos... pero creo que el único que se quedará aquí será él... Shuji... ese astro del mismo color de tus ojos... él es el único que se mantendrá aquí, subiendo y bajando cada día en el cielo, esperando que, quizá algún día, sus rayos te iluminen y acaricien el rostro como lo hacen ahora mismo con el mío... ojalá encuentres algo de la calidez de mis manos en ellos...

Aunque... antes de irme me gustaría decírtelo una vez más.

Te amo, Shuji.

Aunque espero que esa sea la última vez que te lo diga...

...

Te amo. Joder...

...

Adiós, Shuji.

Esta era la última moneda del tesoro.La que faltaba en aquella caja negra que ahora se asimilaba al más preciado tesoro de un pirata loco. 

Pero yo no era el pirata ni el capitán. Solo volvía a ser el navío que transportaba ese cofre de un lado a otro en la inmensidad de un océano que, a diferencia de por aquel entonces, ahora parecía estar en calma. Sin interferir en el rumbo de ninguna manera, dejando que el buque se moviese únicamente según la voluntad del viento y de quien manejaba el timón.

Mi vida, al igual que el rumbo que ese barco tomaba hoy en día, había caído en la mayor de las monotonías.

Porque, sin ella, sin sus turbulentas aguas que me hacían virar de dirección una y otra vez, todo, absolutamente todo, se había vuelto aburrido. Un sinsentido que ahora tendría que enfrentar por mí mismo. 

Y ahora, sin un motivo por el que hacerlo. 

Escuché unos aplausos detrás de mí. Estaba tan absorto en mis pensamientos, que no me había dado cuenta de que en ese momento, un grupo de turistas se situaba a mis espaldas. 

Giré mi vista y lo vi: un hombre con una rodilla hincada delante de una mujer que se tapaba la boca y con los ojos llenos de lágrimas mientras asentía de manera frenética antes de que la figura masculina que tenía enfrente se levantase del suelo y la elevase por los aires en un fuerte abrazo.

Envidia. Arrepentimiento. Dolor. Frustración. Odio. Tristeza.

Todo a la vez.

No lo pude contener. Miré al frente, sentado en aquel escalón, y mi cara volvió a enterrarse en las palmas de mis manos para dejar que estas se inundaran una última vez con el dolor que brotaba de mis ojos.

Ya... Ya podía volver.

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~ 27 de octubre de 2019, Tokyo ~

Me despertó el teléfono. Miré la pantalla y era ella, otra vez, ¿qué quería ahora?

 —Dime, Shimizu.

 —Buenos días, Hanma. Oye, estoy hoy por Tokyo. ¿Quieres que nos veamos? Desde que te fuiste del hospital no nos vemos.

Entreabrí los ojos un poco más.

 —No puedo, Shimizu... Justo hoy tengo algo que hacer...

 —Ah, está bien, no te preocupes, en otra ocasión será.

 —Sí... bueno, adiós.

Colgué y volví a cerrar los ojos un momento. Llevaba en esa vieja casa encerrado casi un mes. Había fingido seguir de viaje cuando Koko me llamaba por teléfono.

Pero hoy tenía que salir, sí o sí... Hoy tenía que ir a verla.

Hoy... hoy hace un año que ella se fue.

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