~ 𝑫𝒊𝒆𝒄𝒊𝒐𝒄𝒉𝒐 ~
~ 19 de noviembre de 2011, 19:30 p.m. ~
Me negué en rotundo a que me ayudase.
Cuando digo que tengo la casa hecha un desastre no es por exagerar, es que es literalmente como si me hubieran entrado a robar y hubieran sacado todo de los cajones. Tenía ropa por toda la parte de arriba de la casa, ropa que estaba limpia, pero que bueno, guardarla no era una opción en el momento en el que la quité del tendedero.
Y, para colmo, tenía toda la ropa interior por guardar. Ni de coña iba a dejar que Hanma hurgase con mis bragas y sujetadores.
Le dije que si de verdad quería ayudar —después de veinte minutos diciéndole que no—, que podía lavar las tazas de té y la tetera y que después me esperase en el salón, ahí tenía la tele y podía encenderla y entretenerse mientras yo terminaba arriba.
—¿Qué pasa ahí arriba que no quieres que suba? —me dijo intentando subir las escaleras mientras yo le detenía en los últimos peldaños de esta, por lo que en ese momento estábamos más o menos a la misma altura—. Venga, quiero ver que tan exagerada eres cuando dices que tienes todo hecho un desastre.
Él no quitaba esa sonrisita ladeada y empezaba a crisparme los nervios.
—Hanma —le miré amenazante—, literalmente puedo tirarte escaleras abajo ahora mismo, así que deja de jugar conmigo.
Se quedó mirándome fijamente por unos segundos para después reírse en voz alta mientras bajaba las escaleras.
—¿Qué es tan gracioso? —le pregunté asomándome desde arriba.
—Nada, nada, luego te lo digo. Mejor me voy a fregar las tazas como ha ordenado, jefa —espetó mientras hacÍa un aspaviento con la mano.
—¡Ten cuidado y no las rompas! Yo bajo en un rato, cuando termine aquí —grité desde arriba mientras buscaba en mi móvil algo de música para poner mientras recogía.
—¿Qué pongo?...Esta no...algo más movido, no quiero dormirme mientras recojo, pero tampoco puedo poner la música muy alta por los vecinos...— murmuraba mientras bajaba en la lista de reproducción del móvil — mhm...sí...¡esta!
Dangerous - Kardinal Offishal
Empecé a recogerlo todo y podía escuchar a Hanma en la cocina, del grifo estaba corriendo agua, por lo que parecía que estaba allí haciendo lo que le había dicho. Aproveché y me cambié de ropa, me puse unas mallas cortas por encima del muslo y una camiseta ancha que me llegaba casi hasta las rodillas. Ahora estaba más cómoda que antes y podía empezar a recoger el zafarrancho que tenía allí montado. Puse toda la ropa sucia en la lavadora y la programé para un lavado corto. Limpié el baño de la planta de arriba, no muy en profundidad pero por lo menos para que estuviese decente.
Guardé todas las camisetas y sudaderas que había por allí mientras bailaba y cantaba. Ya solo quedaba por guardar la ropa interior que la tenía doblada encima de la cama, a la que le tenía que cambiar las sábanas. Al escuchar música todo se me hacía más ameno, ya que iba bailando mientras guardaba las cosas y recogía y así no era tan tedioso tener que estar de un lado para otro.
—Mírala ella, la fiesta que tiene montada aquí arriba —escuché unas risitas desde la puerta de la habitación, que desaparecieron en cuanto me giré.
Hanma estaba allí, con un brazo apoyado en el marco de la puerta y en la otra sostenía un cigarro que estaba fumando.
No querría haber sido él en ese momento, y creo que él también deseó no serlo.
—¡Te dije que no subieras! ¿¡Eres tonto!? ¿¡Qué confianzas son estas!? —me abalancé sobre él aún con unas bragas de las que iba a guardar y la almohada que había cogido en ese momento.
Él empezó a correr escaleras abajo mientras yo le arreaba con la almohada en la espalda.
—¡Serás cotilla! ¡Malnacido! —él iba escaleras abajo mientras reía.
—Perdona, perdona —decía entre risa y risa—. Es que tenías tal fiesta ahí arriba y te escuchaba cantar de una manera, que me ha sido imposible no subir —le aporreé aún más fuerte con la almohada—. ¡Ay, ay! Para, para que al final te vas a-
Resbalé de la escalera. Terminamos los dos abajo del todo, con mi cuerpo encima del suyo y, por supuesto, las bragas que llevaba en la mano acabaron en su cara.
—¡Puta escalera! —grité mientras me incorporaba un poco encima de él—. Joder, qué daño.
Me había torcido un poco el tobillo y me estaba dando unos calambrazos terribles. Aunque peor fue cuando miré hacia Hanma, quien se había incorporado debajo de mi apoyando un brazo contra el suelo y con la otra mano se quitaba mis bragas de la cara. Mi rostro pasó de blanco a rojo en menos de un segundo, para luego volver a palidecer.
—¿Me das mis bragas? Gracias.
—Mira que habían hecho cosas raras para ligar conmigo —dijo mientras evitaba que yo le quitase esa prenda de la mano y se reía—, pero jamás me habían tirado unas bragas a la cara, ¿vas muy rápido no? —pude notar todos como todos los demonios se adueñaban de mi ser.
—Yo te mato, ve rezando a todos los dioses que conozcas —lo miré seriamente y conseguí arrebatarle la prenda de las manos. Las tiré escaleras arriba. Un problema de paños menores resuelto. Respiré tranquila.
Noté sus manos en mis muslos y un ligero apretón de los dedos en mi piel.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —al decir eso fue cuando me di cuenta de que aún estaba encima de él.
—Ya te gustaría —me apoyé en el suelo con las manos para intentar levantarme y otro pinchazo volvió a sacudirme el tobillo, haciéndome perder el equilibrio, y, de no ser porque Hanma se había levantado en ese momento y me agarró para no caerme, de seguro la hostia contra el suelo hubiera sido tremenda.
—Oye, oye, ¿estás bien?
—¿A ti qué te parece? Creo que me he doblado el tobillo. Ayúdame a llegar al sofá —alcé la mirada y él tenía sus orbes puestos en mí, como esperando a que le dijese algo más. Rodé mis ojos y resoplé—. Por favor.
—Eso está mejor, venga, vamos —sin pensárselo dos veces, me cargó en sus brazos como quien carga a un niño pequeño y se encaminó al salón.
—Puedo andar —espeté de mala gana—, con que me sirvieras de apoyo es suficiente.
—Cállate ya y déjame ayudarte al menos en esto —su voz sonó algo cortante. Me quedé callada al no esperarme esa contestación y simplemente permanecí así hasta que él dejó que mi cuerpo descansara en el sofá.
—Gracias... —musité.
—Déjame ver —se agachó enfrente de mí y me levantó el pie para ver el tobillo. Mientras lo miraba yo observaba sus hombros, eran anchos. Bajé mi mirada hacia la pierna, él sostenía mi pie con aquellas grandes manos tatuadas. Noté como me sonrojaba y decidí mirar hacia otro lado. Mi respiración se había agitado solo con ver cómo recorría sus manos por el tobillo, que estaba empezando a hincharse y a enrojecerse—. Se está hinchando.
—¿Qué? —volví a dirigir mi mirada hacia él, instantáneamente.
—El tobillo, se te está hinchando, ¿tienes hielo? —preguntó mientras dejaba mi pie en el suelo con cuidado.
—Ah, sí, debe quedar algo de la última fiesta que hicimos aquí —señalé a la cocina con el dedo, mientras con la otra mano intentaba ocultar mi rostro, aún colorado.
Él fue a por el poco hielo que quedaba en la nevera, lo puso en un paño y me lo colocó en el tobillo, no sin antes poner mi pierna en el sofá. Deja de tocarme de esa manera, que me pierdo. Pensaba para mis adentros. Con solo el roce de sus manos tocándome la piel sentía unos escalofríos que no había sentido nunca con nadie.
Pareció que me leyó la mente. Pues tras dejar los hielos bien colocados en mi tobillo de manera que no se cayeran, apartó sus manos y se sentó en la otra punta del sofá.
—Bien, con eso debería bastar —se recostó un poco en el sofá mientras intentaba estirar la espalda y movió el cuello de un lado a otro, haciendo que este crujiese—. Ah...
—Gracias...—volví a decirle. No me había percatado hasta ese momento en que él recibió todo el golpe de la caída por las escaleras—. ¿Tú estás bien? Lo siento por eso... —dije señalando a la escalera—, cuando pierdo los nervios soy algo...
—¿Intensita? Sí, algo me habían dicho —estaba sonriéndome y puso su mano fuertemente, sin darse cuenta, sobre mi malherido tobillo.
El chillido que pegué debió escucharse hasta en el burdel donde vivía Draken.
—¡Hostia! Lo siento, ha sido sin querer —dijo con cara de total arrepentimiento.
Estaba casi aguantándome las lágrimas por el dolor.
—Bueno, supongo que ahora estamos en paz —bromeé.
Nos quedamos mirando por un momento hasta que él habló.
—No, aún me debes una por ponerme las bragas en la cara —pude ver que se aguantaba la risa.
—Por eso deberías estar agradecido.
Volvió a hacerse el silencio por unos momentos hasta que los dos rompimos a reír hasta el punto de casi llorar.
Cuando las risas cesaron volví a preguntarle.
—Pero, ya en serio, ¿no te has hecho daño?
—Me duele un poco la espalda del golpe, pero no es nada, estoy seguro.
—Déjame ver —le dije moviendo la mano indicándole que me mostrase la espalda.
—¿Ah? —me miró con esa sonrisita insinuante—. Ya te digo yo que vas muy rápido.
—Imbécil, solo quiero ver que no te has hecho nada para poder dormir tranquila esta noche —levanté el puño en forma de amenaza—. Aunque igual si le pego al "Dios de la muerte" alguien más aparte de mí dormirá tranquilo esta noche, eso seguro.
Él me miró con la boca abierta.
—¿Dónde has escuchado ese mote?
—Así te llamó Draken el otro día, ¿no? —le miré pensando que quizás me había confundido al escuchar aquello—. "Dios de la muerte" ¿Qué clase de mote es ese?
—Uno bastante viejo —su expresión cambió. Ahora una melancólica seriedad se había adueñado de su rostro.
Decidí invadir lo que fuera que estaba pensando.
—Bueno, venga, déjame verte la espalda, sin segundas intenciones, solo quiero ver que no tienes nada, al fin y al cabo...—señalé mi tobillo—, tú me has ayudado con esto.
Volvió a sonreír como siempre.
—Está bien, en cierto modo me gusta cómo aprovechas este momento para verme sin camiseta.
—No hace falta que te la quites, sólo levántala por la parte de atrás. Mira que eres creído, ¿te funciona esto con otras chicas o qué?
—Definitivamente, hasta ahora sí —contestó burlón mientras se ponía de pie.
—Pues vete olvidando, "Dios de lo que quiera que seas" —mientras decía eso, se levantaba la parte de arriba para mostrar su espalda.
Vale, sí puede que sea un Dios, de la muerte o lo que sea que quiera. Pensé mientras le miraba la espalda y cómo se le marcaban algunos de los músculos de su parte alta.
—¿Tengo algo o no? Hace frío —volvió a interrumpir mis pensamientos y pegué un pequeño brinco en el sofá. Me fijé mejor en su piel y alcé mi mano para tocarla.
—¿Te duele aquí? —acaricié una zona que parecía enrojecida.
—Un poco.
—Te va a salir un moratón, seguro...lo tienes enrojecido.
Me dispuse a apartar mis manos, no sin antes fijarme en algunos rasguños y arañazos que tenía. No eran de la caída, pues parecían estar cicatrizando desde hacía algunos días. Los acaricié con las yemas de los dedos. De perdidos al río, decidí preguntarle.
—¿Y estos arañazos?
Me pareció verlo sonreír.
—Ya te dije que esas cosas me funcionaban con otras.
Aparté mis manos inmediatamente y la poca tensión sexual que había en ese momento, si es que era eso lo que allí había, se esfumó en un segundo.
—Ah, vale —contesté y me quedé mirando hacia el televisor mientras él se bajaba la camiseta y se sentaba de nuevo en el sofá.
Nos volvimos a quedar en silencio durante unos instantes.
—Es broma, tonta.
—¿Qué? —le miré de nuevo.
—Son de la pelea de hace unos días. Me refiero a los arañazos... —dijo mientras se rascaba la nuca y miraba hacia el frente, para luego echar la cabeza hacia atrás dejándola caer sobre el respaldo del sofá—. Ese Draken, tiene las manos muy largas... aunque pelea bastante bien.
—Más te tenía que haber hecho.
—¿Tú nos viste?
—Sí, desde lo lejos distinguí a Draken y me di cuenta de que estaba peleando contigo, me pregunté qué hacías tú allí, pero tardé poco en averiguarlo...—se vinieron recuerdos a mi mente de aquel día—. Pero, ¿podemos cambiar de tema?
No quería recordarlo, había conseguido superar todo lo de aquel día hacía poco y volver a sacarlo de seguro no iba a acabar bien.
—Sí... —él parecía comprender que no quería hablar de aquello—. Oye, ¿tienes hambre?
—Pues, si te digo la verdad, sí. ¿Quieres cenar algo?
—Veamos que tienes por ahí —se levantó del sofá y se dirigió a la cocina.
—¡Oye! —le detuve llamándole—. ¡Tú como en tu casa! ¿eh?
Estaba siendo sarcástica.
—No pensarás en ponerte de pie con el tobillo así, ¿no? Déjalo que repose. Además, tú misma me dijiste al entrar que me sintiera como en casa, así que eso estoy haciendo —dijo mientras escuchaba como investigaba todo lo que tenía en el frigorífico y en la despensa—. Bueno, algo se podrá hacer, busca algo para ver mientras cenamos si te apetece... ¡Hostia! Cerveza ¿puedo coger una?
Me enseñó una lata de esa bebida.
Yo lo miraba desubicada. ¿Iba a ponerse a cocinar? ¿Así como así? Es decir, no es que nos acabáramos de conocer, pero esto ya era pasarse ¿no?
Tonta, literalmente ha tenido tus bragas en la cara hace un momento, ya no es tan desconocido como crees.
Reí para mis adentros.
—¿Puedo o no? —Cuando me quise dar cuenta, tenía su cara a escasos centímetros de la mía.
—S-sí, coge lo que quieras —respondí agitada.
—Gracias, enana —sonrió mientras abría la lata e iba de nuevo hacia la cocina.
No sé qué estaba haciendo, pero fuera lo que fuese, olía bien. Ya era de noche. Mientras él cocinaba yo saqué mi teléfono del bolsillo. La música se había parado en el momento que nos habíamos caído de la escalera y el teléfono se había cascado un poco. Me puse a buscar en la agenda del teléfono hasta llegar al contacto de Hanma y lo miré un par de veces.
"H.S. Amable Desconocido"
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"Hanma "Dios de la Muerte""
Seguía riéndome para mis adentros por el mote, pero noté una respiración detrás mía y me giré de inmediato para encontrarme con él, que estaba ahí mirando lo que hacía con el teléfono mientras sostenía dos tazones de arroz que tenían lo que parecía el caldo de las sopas instantáneas. Tenía buena pinta.
—¿Qué haces ahí detrás cotilleando? —pregunté sobresaltada mientras dejaba que el teléfono se escurriera de mis manos.
—Nada, traer la cena —Hanma sonreía mientras colocaba los tazones en la mesa y me ayudaba a incorporarme para cenar.
Al final no encendimos la tele y empezamos a comer en silencio.
—Así que Hanma...¿Dios de la Muerte? ¿Así me tienes guardado?
—¿Mhm? —le miré mientras le daba un sorbo al caldo del tazón—. Ah, bueno, ahora sí. Aunque quizá debería cambiarlo de nuevo y ponerte algo como "Hanma el cotilla" o "Hanma el braga-cara".
Seguí comiendo, riéndome en voz baja.
—¿Has dicho ahora? ¿cómo me tenías antes?
—"H.S. Amable Desconocido"
—Pffffffttttt...—empezó a reír—. Definitivamente me gusta más ahora.
—¿Por? Aún no sé si dejarlo así o no —contesté.
—No sé, piénsalo —dejó el tazón en la mesa. Me miró fijamente mientras sonreía y sacaba su teléfono para mostrarme su lista de contactos. Vi mi nombre con un emoticono de unas alitas al lado—. El "Dios de la Muerte" ... y "El Ángel de la ToMan". Suena bien. ¿No?
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