~ 𝑪𝒐𝒅𝒂 ~ 𝑬𝒙𝒑𝒐𝒔𝒊𝒄𝒊𝒐́𝒏

Recomendación de canción: If you're not the one - Daniel Bedingfield

Había pasado un mes desde que volví y las cosas no podían haber cambiado más.

De vez en cuando me venían recuerdos que antes no tenía, como si los hubiese vivido, pero yo no lo sabía y que ahora tomaba por ciertos.

A pesar de todo, aún creía estar viviendo en un sueño.

Cada mañana que me despertaba y la veía, justo como ahora mismo, a mi lado, durmiendo tranquilamente con los mechones alborotados y por la cara, pensaba que estaba dormido. Que de verdad había muerto y estaba en el cielo. Que todo había sido fruto de mi imaginación o que me había vuelto loco.

Pero no era así. Todo esto era real. 

Al principio me costó creerlo, pero así era. Y ya no me preocupaba ni me pellizcaba por las mañanas, ahora era ella quien lo hacía para despertarme cuando dormía más de la cuenta.

Ella me contó todo lo que mi mente aún no recordaba. 

Cómo, después de aquel día, el tema de las pandillas se fue calmando poco a poco, aunque estuvimos un par de años más dando tumbos y metiéndonos en peleas sin sentido ninguno. Pero eran tonterías y, la mayor parte de las veces, eran piques internos en la ToMan, en la que todos terminamos una vez Tenjiku se disolvió. Esos conflictos se debían, sobre todo, a que Draken y yo nos enzarzábamos en peleas por ver quién aguantaba más el tipo. O porque Mikey retaba a Izana a una pelea de pataditas que no tenían ningún fin más que cuando las chicas y los Kawata daban el aviso de que la cena estaba lista.

¿Qué por qué la ToMan terminó por disolverse también? 

Bueno... ya todos estábamos mayorcitos para andar con juegos de niños. Empezamos a tener cada vez más responsabilidades —algunos más que otros—, y, sobre todo, porque el golpe de realidad que se llevó Mikey al enterarse de que Hinata se había quedado embarazada le hizo cambiar de opinión.

Por lo visto, toda su atención iba ahora para la pequeña de Takemichi: la pequeña Emma.

Esa niña que yo creía desaparecería al haber cambiado el futuro, y que, para mi sorpresa volvió a presentarse. Como si ella siempre hubiera estado destinada a existir, de un modo u otro... al menos en los dos futuros posibles de los que yo tenía conocimiento.

Izana, que, finalmente lo que estaba era falto de familia, al igual que muchos de nosotros, la encontró aquel día y se dio cuenta gracias a la estupidez que cometió la enana, que, al final, resultó no ser una idea tan mala. 

Pues al haber visto aquel día a Emma algo pareció conmoverlo y hacerle cambiar de opinión con respecto a todos los planes que tenía en mente. Y, si hoy lo miraba, era un chico totalmente diferente; amable y más hablador. Aunque no mucho, seguía callando en muchas ocasiones pero, aun así, las veces que nos habíamos juntado, sí había notado que intentaba entablar alguna que otra conversación.

Los demás fueron haciendo su vida, igual que todos. Algunos se habían echado pareja y ahora vivían felices sus historias de amor. 

Algunos eran unos pastelosos. Demasiado. Y la enana y yo nos la pasábamos burlándonos de ellos.

Por otro lado, los dos que estaban presos salieron de la cárcel. 

Pah fue el primero, seguido al tiempo de Kazutora. A este último, por lo visto, nosotros dos habíamos ido también a recogerlo cuando salió de prisión y, al parecer, se formó una buena en la salida.

Reika no quiso darme muchos detalles al respecto del porqué, aunque me lo imaginaba.

Tonta, te recuerdo que me lo dijiste en las cartas, sé más cosas de las que te piensas... algún día te sacaré el tema... quiero ver la cara que se te queda...

Por supuesto, Draken y Emma seguían juntos. Esos dos no se separaban, aunque les echases agua hirviendo, y últimamente parecían más unidos que nunca. 

Habíamos quedado con ellos en unas horas, iban a darnos una noticia a todos y querían que nos reuniéramos para cenar todos juntos.

Por lo visto, nuestra casa nunca dejó de ser el punto de encuentro para este tipo de cosas hasta que decidimos hacer una cosa, y por eso esta noche habíamos quedado todos allí, absolutamente todos iban a ir. Hasta los Haitani.

Ran y Sumire se habían casado hacía un año. Y ahora ella esperaba un hijo. 

Ya le tenían todo preparado: el nombre, su habitación, montones de ropa y muchísimas cosas más. Ese niño iba a ser el más mimado del mundo.

Ran estaba como loco. No paraba de mirar cosas por internet, inservibles la mayoría de ellas, pero que decía que eran "totalmente necesarias" para que ese niño fuera único. Si seguía así, lo que iba a ser único e inigualable serían las broncas de Sumire, pues, desde que se quedó embarazada, estaba siempre de un humor de perros y a mí solo me daba risa cómo cada vez que discutían ella le empezaba a tirar casi media casa encima. 

Y yo no era el único que se reía, cuando íbamos a Roppongi, la enana y Rindou me acompañaban en las risas y no hacíamos otra cosa que picar más aún a Sumire y pasarle más cosas que pudiera tirarle a Ran mientras este huía de ella.

El único que no pudo estar en este futuro, que pudiera decir que era cercano a mí, era él... Kisaki... 

A veces lo recordaba.  Pero también rememoraba todo lo que nos había hecho pasar, y, justo como ahora, mi mente alejaba su recuerdo inconscientemente.

¿Y nosotros?

En nuestro caso, las cosas no es que hubieran cambiado mucho con los años.

El bar donde trabajaba por lo visto cerró y yo me quedé sin trabajo. Bueno y Wakasa también. Pero él encontró otro puesto en uno de los gimnasios de la ciudad, que era donde me decía que solía pasar la mayor parte del tiempo cuando no estaba con su novia.

El tema del matrimonio nunca había ido mucho con él, así que así seguían a día de hoy. Como pareja a la que nosotros visitábamos de vez en cuando porque a la enana le hacía ilusión pasar tiempo con él. Decía que le recordaba a cuando era pequeña.

Además, fue curioso cómo el destinó jugó sus cartas de nuevo. 

Yo conocía a esa chica. A la novia de Wakasa. Y joder, creo que en el momento que nos la presentó, nadie se alegro más que yo al verla.

Pues era ella, la que me ayudó en lo que pudo cuando mi madre faltó. 

Pero eso es tema que daría para otra historia.

Por suerte, a la vez que el bar cerró, la dueña de la tienda donde ella trabajaba dijo que ya no podría seguir encargándose ella misma, que estaba demasiado mayor y que tenía dos opciones; o cerrar la tienda, o dejársela a Reika para que se hiciera cargo.

Eso sí, había que comprarla. Pero la dejó a un precio casi irrisorio, así que decidimos afrontar ese pequeño gasto con algunos de los ahorros que teníamos para el viaje.

Sin embargo, hicimos un pequeño cambio.

Aprovechamos que teníamos numerosas manos que podían ayudarnos y decidimos que ese local ya no sería una tienda de barrio. Por lo visto, a Reika se le ocurrió la genial idea de transformarlo en un bareto, con la excusa de que, así, al menos, todos sus amigos tendrían un maldito lugar donde juntarse que no fuera nuestra casa y, que además, así, cuando estuviéramos en casa, no nos interrumpirían más cuando nos encontrábamos en momentos íntimos.

Al parecer a Mikey nunca se le quitó esa manía de presentarse en casa justo en los momentos más indicados. Y, por lo visto hasta un día terminé peleándome con él por eso. Pero como todavía no me acuerdo, me dijeron que los dos estuvimos como una hora dándonos puñetazos y patadas y que, al final, terminamos tirados en el suelo del patio reventados.

Que le jodan, se lo merece, por joderme el polvo. 

En fin, que la enana y yo básicamente seguíamos en las mismas. Con la única diferencia de que habíamos decidido vender la casa de mi madre para no tener que preocuparnos por el dinero por un tiempo.

Y llevábamos con la mudanza al menos un puto mes, que yo recuerde. Pero ella me dijo que no, que en realidad eran más de dos meses moviendo todo lo que había allí a la casa donde siempre nos habíamos quedado: la de su abuela.

Por un lado, me aliviaba. Pues era una casa que, si bien estaba pagada, sí había que mantenerla, las facturas de agua y luz seguían llegando, así como la comunidad, la contribución... En definitiva, gastos, que en el otro futuro no me suponían ningún problema pero ahora mismo sí, pues no teníamos el dinero con el que contaba por entonces.

Pero eso me daba igual.

Podría vivir en la mayor de las miserias, no me hacía falta nada más. Se lo dije en aquello que escribí; hasta debajo de un puente sería feliz si ella estaba a mi lado. 

Aun así, quería lo mejor para ella y tampoco iba a dejar que nos ahogaran las deudas y los préstamos. Imagino que por eso accedí a vender aquella casa a la que en verdad casi no le daba uso, solo cuando necesitaba estar solo para desahogarme.

Por eso ya era una tontería mantenerla... ya no estaba solo. Ni iba a estarlo nunca más. Nos teníamos el uno al otro y vivíamos en esa casa, que, además, contaba con una habitación más que la de mi madre. 

Y quizá podía venirnos bien en algún momento si es que lo conseguíamos.

Parecía que todo nos iba todo lo bien que podía, y con eso me bastaba. No. Me sobraba. Con tal de ver el rostro que mi mano ahora mismo acariciaba, haciéndola despertar poco a poco para que no se sobresaltara.

 —Enana, despierta —empecé a darle toquecitos en la frente y ella se removía.

 —Un poco más... Aún es temprano...

 —Se han colado en casa... nos han robado todo.

 —¿Qué? —ella abrió los ojos de golpe—. ¿Otra vez con tus bromas?... Eso es imposible. Si hubieran entrado estoy segura de que tú les habrías hecho salir por patas...

 —Nah,... Creo que al verte esa cara se habrían asustado, fea —puse un tono burlón.

 —¿Tú quieres que de la hostia que te dé te mande de vuelta al pasado? ¿No, verdad? Pues ya, cállate y abrázame cinco minutos más anda... y ahora hacemos café y todo eso... No hables más.

 —Pero si eres tú la que ahora no paras de hablar... —murmuré, pero le hice caso y volví a abrazarla por un rato más, que, al final, se convirtió en dos horas porque volvimos a quedarnos dormidos y ni nos dimos cuenta de que el despertador se había puesto a sonar.

Pero no importaba, era domingo, hoy teníamos el bar cerrado, así que no teníamos ninguna prisa, lo único que íbamos a hacer era seguir trayendo cosas de casa de mi madre, y, la verdad, prefería quedarme con ella en la cama antes que tener que ponerme a cargar cajas... la pereza que me daba hacer cosas aburridas era algo que no había parecido desaparecer ni con el paso de los años.

 —Bueno... pues esto ya está listo, ¿no, Smiley?

 —Sí, solo falta echarle la salsa y puede servirse. Gracias por dejarnos usar la cocina, Riri.

 —Como si fuera la primera vez... —le despeiné un poco el moño—. Oye, Angry, eso tiene una pinta increíble —miré a ambos gemelos y sonreí—. Gracias a vosotros por preparar la cena para todos, somos muchos y aún así siempre os ofrecéis a hacerlo.

 —No nos cuesta nada, es nuestro día a día. Además, esto no es nada en comparación a la cantidad de comida que tenemos que preparar en el restaurante.

 —Pues también tienes razón. Oye, voy fuera un momento, ¿vale? A ver si Shuji ha terminado de prepararlo todo.

 —Claro, ve, no te preocupes por nosotros.

Salí de la cocina del bar, miré a mi alrededor y esa sensación que últimamente se había hecho mi fiel compañera volvió a darme un azote al cuerpo. Felicidad. Desde aquel día de hace años, era la más feliz del mundo.

Nunca llegaron a contarme qué fue lo que pasó y qué era lo que querían cambiar. Shuji no abría la boca cuando le preguntaba, pero tampoco era que me importara. Y ninguno de los demás parecían saberlo.

Nadie, salvo Draken. 

Ese maldito sí sabía algo. Pues a él cuando le preguntaba siempre ponía la misma cara de estar mintiendo, pero no iba a insistirle... Por fin aprendí que si no me lo decían era por mi bien... y que a veces no tenía que ser tan cabezota con quererlo saber todo. Así que simplemente y con el paso del tiempo lo dejé pasar, olvidándome del tema por completo.

Estábamos en el bar, preparándolo todo antes de que empezasen a llegar los demás para recibir la noticia que quería darnos Emma. No sabía a qué venía tanto misterio, aunque yo ya me llevaba oliendo lo que era desde que nos lo dijo pero, aún así, no quería aguarle la sorpresa a los demás y dejar que fuera ella la que lo anunciara.

Pasaba por las mesas del bar, rozando las yemas de mis dedos por esas sillas de madera y las mesas de este oscuro material, mirando hacia las paredes, donde habíamos colgado miles de fotografías en blanco y negro de todos nosotros.

Estaban todos, no faltaba nadie, y yo me tiraba horas mirándolas y sonriendo como una boba.

Ordenadas cronológicamente sobre aquella pared de tablas amaderadas que Draken e Inupi me habían ayudado a colocar cuando compramos la tienda. Todas las imágenes, desde que éramos unos críos hasta el día de hoy. Y me gustaba ir viéndolas en ese orden y ver cómo, poco a poco, se iban sumando algunas personas más a esas fotografías... 

Y pasando mi dedo por las caras de aquellos que en un punto desaparecían de ellas.

Chifuyu me había devuelto la fotografía que le regalé aquel año por su cumpleaños. Bueno, más que devuelto, la trajo un día y la colocó en la pared sin que yo me diera cuenta. Esa fotografía en la que salíamos los tres juntos... Sin duda, esa era una de las imágenes que más me quedaba mirando. No pasaba un día en que no me acordara de él.

Y más porque Fuyu había tenido la genial idea de ponerle su nombre al hijo que tuvo con aquella chica. 

Aunque ese niño no se parecía en nada a Baji. El niño era pelinegro como su padre y como nuestro amigo, pero tenía los ojos de Chifuyu. De hecho... al que más gracia le hacía ese niño era a Shuji. Y los motivos eran más que obvios.

 —Hombre, mira quienes son los primeros en llegar. Si es que no falla —escuché a Shuji decir en voz alta.

La puerta del bar se había abierto y justo era Chifuyu el que cruzaba la puerta, con el niño a cuestas, que en cuanto vio a Shuji salió disparado hacia sus brazos. El niño tenía apenas cuatro años, pero era más espabilado que cualquier otro que hubiera visto, y siempre estaba con la pequeña Emma, la hija de Hina, jugando y alborotándolo todo.

 —¡Hanma!¡Agua! —el niño intentaba subirse a una de las sillas altas de la barra. Solía hacerlo, jugaba a ser adulto.

 —Marchando un agua para el peluche en miniatura —él siempre le seguía el juego.

El porqué de que ese niño y Shuji se llevaran tan bien no era otro que el hecho de que ambos se ponían a meterse con su padre llamándolo peluche. Al pequeño Keisuke no parecía molestarle que él lo llamase "peluche en miniatura", pero sí se meaba de risa cuando le decía a su padre aquel mote que le puso hace años.

Yo me moría al verlo así con ese niño. Me enternecía en cierto modo que se comportara de manera diferente con los niños. Aunque no me extrañaba. Porque él era otro crío encerrado en un cuerpo de casi dos metros.

Quizá algún día...

Poco a poco fueron llegando los demás. Algunos vinieron solos sin sus parejas, y otros sí eran acompañados por ellas. Era increíble como había pasado el tiempo y todo se había vuelto tan normal, tan tranquilo... éramos una enorme familia unida...

 —¡Hanma! ¡Tu putísima madre! ¿Qué me has echado aquí?

Bueno... quizá no tan unida, pero al menos nos lo pasábamos bien.

 —¿Pues lo que me has pedido no, chucho? Un zumito —Shuji se descojonaba detrás de la barra y Draken agitaba un vaso en alto con un líquido anaranjado—. Ya sabes que los caninos no podéis beber alcohol.

Draken movía el labio de manera nerviosa, seguro que estaba a punto de lanzarle el vaso, pero Emma lo detuvo en un instante.

Conforme iban llegando, todos iban ordenando algo de beber. Hasta Wakasa, Takeomi y Senju habían venido.

Ya estaban todos. Kazutora, que hablaba con Chifuyu sobre algo de la tienda de mascotas en la que ambos trabajaban. Mis primos, que no paraban de sobarle la barriga a Sumire, la cual cada vez iba poniendo la cara más seria, pues le agobiaba que estuvieran todo el día encima de ella. Y todos mis amigos. 

Mikey, obviamente, se había metido en la cocina del bar a fisgonear qué cenaríamos y se le escuchaba pelear con Smiley, seguramente estaría toqueteándolo todo.

Pero aún faltaba por llegar uno, que no tardó mucho más y apareció por la puerta, en la cual no dudé una vez entró en colocar el cartel de cerrado. No quería que nadie más estuviera esta noche. Solo nosotros, los de siempre.

Pah, junto con su esposa Mori y sus dos preciosas mellizas fueron los últimos que cruzaron la puerta. No era raro que llegaran tarde. Siempre lo hacían. Pues, con esas dos niñas, cualquiera llegaba a tiempo a los sitios. Además... tenían una... justo una, que daba una lata terrible y era la que siempre les hacía llegar tarde a todos sitios.

 —¡Reika! Por favor, pórtate bien y no toques nada... —su madre la reprendía mientras sostenía a la pequeña Dai en brazos. Eran de la misma edad que el hijo de Fuyu, y no podían ser más distintas la una de la otra.

Una castaña de ojos oscuros a la que habían decidido poner mi nombre, insistencia de mi amigo y al que yo le avisé desde el primer momento de que llamarla así no era buena idea, cosa que comprobó cuando la niña empezó a caminar.

Y una rubia de ojos bicolor cuyo nombre fue elección de Mori. 

Eran como la noche y el día; la castaña siempre iba dando tumbos y tirándose a los brazos de todos, sobre todo a los de Shuji. Decía que le gustaba que la cargara en los hombros y ver las cosas desde las alturas mientras se reía.

La pequeña Dai, en cambio, parecía tener más afinidad con Kazutora, que era el que siempre terminaba con ella en brazos y haciéndole tonterías para que esa niña sonriera.

Esto era lo que siempre quise para todos: que pudieran vivir tranquilos sin tener preocupaciones ni estar todo el día pensando en si la próxima pelea supondría algún problema en nuestras vidas. Esto era lo que de verdad me hacía feliz, que hubieran podido formar familias, tener hijos, casarse...

No me había dado cuenta, pero mientras seguía mirándolos desde detrás de la barra, pues me había levantado un momento a coger más bebidas ahora que todos se habían sentado, cenando lo más tranquilamente que los niños les dejaban, una sonrisa boba y una lágrima adornaron mi rostro.

Me giré de inmediato para tomar unas cuantas cervezas de la nevera y noté una presencia tras de mí, esa presencia que siempre me hizo estremecer.

 —¿Qué te pasa? —me había abrazado por la espalda y dejó un beso en mi cabeza.

 —Nada, estoy contenta Shuji, solo es eso...

 —Ya... no es por lo otro ¿no?

Se lo había contado, mi visita al médico. Y, tras aquel año, cambié un poco mi idea con respecto a los hospitales y fui a hacerme pruebas más periódicamente. 

Los resultados no estaban mal, pero sí mostraban que era complicado que quedara embarazada. Que el hecho de que perdiese aquel embarazo no era nada que yo hubiera podido detener y que, seguramente, si volvía a quedarme embarazada pasaría lo mismo.

Pero no todo estaba perdido, con visitas rutinarias y tomando todo lo que necesitara, sí puede que algún día llegara a poder tener hijos. 

Tampoco era nada que estuviéramos buscando, pero sí había dejado de tomarme las pastillas hacía ya dos o tres meses y aún nada... Quizá aquella vez fue solo un golpe de suerte que sirvió para que me hiciera darme cuenta de que debía haber ido al médico más de seguido.

 —No... no es por eso —me giré y le abracé por la cintura—. Ya llegarán cuando tengan que llegar, si es que lo hacen en algún momento. Y, si no, al menos te tengo a ti. Con eso me basta.

 —Por eso, no te agobies... —él alzó mi vista y dejó un beso en mis labios—. Si tanto los quieres lo intentamos las veces que haga falta, por eso no hay problema —sonrió de esa manera que me volvía loca, pero aun así le pegué un pellizco en el abdomen.

 —Guarro.

 —Guarra, me vas a decir que a ti no te gusta acaso.

 —Pues tienes razón —me acerqué a su oído—. ¿Lo intentamos luego otra vez?

 —Ya te lo he dicho, las veces que quieras —bajó su mano hacia mi culo, menos mal que nadie podía verlo detrás de la barra. Aunque daba igual. Nos habían visto ya muchas veces en ese plan y no era nada nuevo. 

Sinvergüenzas nos llamaban.

 —Esto... sí... —Emma se había acercado a la barra e interrumpió nuestra pequeña conversación —. ¿Podéis volver a la mesa? Ya tendréis tiempo de eso cuando nos vayamos, que voy a daros la noticia.

No lo pensé dos veces, agarré las cervezas a por las que había ido y Shuji me ayudó con eso, repartiéndolas entre los demás. Cuando terminamos, nos sentamos y la pequeña Emma se subió en mi regazo.

 —Tita... tengo sueño...

 —Duérmete, cariño. Ya no queda mucho para que vayáis a casa, ¿ya no quieres jugar más con Kei y los demás? —la niña negó con la cabeza para apoyarla de seguido en mi hombro—. Está bien... Pues quédate aquí conmigo y cierra los ojos, vas a ver que dentro de nada te despiertas en la cama.

Shuji, en esos momentos, me miraba de reojo. Aunque no quisiera que me diera cuenta, sabía que lo hacía.

Me gustaba verle sonreír cuando yo tenía a la pequeña Emma en brazos.

Emma, mi amiga, y Draken estaban ahora de pie, al frente de todos.

 —¡Emma! ¡Como ese te haya dejado preñada, me lo cargo! —Mikey, que estaba ya algo borracho, alzaba su chancla con intenciones de tirársela a Draken, pero Mitsuya lo detuvo.

 —¡Mikey! ¡Para! ¡Déjame hablar, joder!

Yo miraba la escena con otra sonrisa en mi cara.

Draken se aclaró la garganta y le habló en voz baja a Emma, parecía preguntarle algo y ella lo empujó hacia delante:

 —Dilo tú, venga.

Shuji se inclinó hacia mí.

 —¿Le da vergüenza o qué? Me están dando ganas de decirle algo, ¿me vas a pegar si lo hago?

Le miré burlona.

 —¿Yo? ¿Pegarte? Nah... —miré a Draken—. ¡Tú! Dragoncito, venga coño, ladra y suéltalo ya.

Escuché la risita de Shuji, que aún estaba inclinado hacia mí.

 —Y por estas cosas te amo tanto.

Le devolví la sonrisa.

 —Lo sé.

Draken resopló y no se lo pensó más.

 —¡Emma y yo vamos a casarnos! Ala, ya lo sabéis.

Tampoco es que hubiera una reacción de sorpresa, era algo que todos esperábamos desde hacía tiempo. Aun así, no faltaron los vítores y los aplausos por parte de la mayoría de los que allí estábamos. Sobre todo, de los que más confianza tenían con la pareja.

Y, por supuesto, una celebración de la noticia.

Esa noche terminaron todos borrachos, hasta los que menos solían beber, esa noche lo hicieron sin ningún reparo.

Tuvimos que dejar que los niños se quedaran dormidos en lo que antes era la trastienda y ahora usábamos de despacho para el papeleo del bar. Teníamos un par de pequeños sillones ahí y por suerte todos los renacuajos cabían bien para poder dormir hasta que sus padres se fueran a casa.

Ran con diferencia era el que más borracho iba, y había entrado al pique que tenían Draken y Shuji. Pero él ahora solo hablaba de una cosa, que no era otra que de su futuro hijo.

 —Cuando Ren nazca... le pienso regalar una vara como la mía...

 —Ran, Rin, Ren... os falta Ron y Run, ¿no? —Shuji estaba riéndose como siempre del nombre que habían escogido para el niño.

 —¡No! Ron ya está ocupado, lo tengo yo —alcé una botella de esa bebida y le di un sorbo riéndome. 

Mi gusto por el alcohol no había cambiado, aunque sí que había decidido moderarlo un poco.

Todos reían.

Volvíamos a pasarlo bien, como en los viejos tiempos. Con más gente que antes. Pues a los de siempre se habían unido más personas que también se convirtieron en importantes para mí; mis primos, Koko, Inui, Izana, Sumire, Kakucho... 

Y todos estaban invitados a la boda de esos dos, de mis mejores amigos. 

Verlos juntos y felices era el mayor regalo que ellos podían hacerme jamás, de no ser por que Emma aún tenía una sorpresa para mí.

 —Oye, Reika... ¿queréis ser testigos en nuestra boda? Hanma y tú.

 —¿Draken quiere que Shuji sea testigo de vuestra boda?

 —No, o sea, le da igual. Pero yo sí quiero que lo sea. Al fin y al cabo...

Shuji estaba de cotilla y lo escuchó todo. De hecho, él habló antes que yo, aunque poco se le entendió, ya que iba tan borracho como los demás. Pero me sorprendió aceptando al instante la propuesta.

De verdad... esto era mejor que todo lo que pudiera haber imaginado.

~ 1 de abril de 2020 ~

 —Por fin... Solo queda esta habitación...

Acabábamos de vaciar toda la casa, y ya solo quedaba un pequeño cuarto que había bajo las escaleras y que hacía de trastero, donde mi madre solía guardar todo lo que no usábamos o lo que iba quedando inservible.

Pasamos un rato largo vaciándolo y faltaba lo que estaba en los estantes más altos, de lo cual me encargué yo, pues ella no llegaba bien. Mientras yo iba bajando las cosas ella las iba llevando al coche.

Cuando lo había bajado todo, eché otro vistazo y me fijé en una pequeña caja que quedó al fondo.

 —¿Qué es esto?

 —Shuji, te espero en el coche, ¿vale? Voy a ir metiendo en el maletero todo lo que hay en la entrada.

 —Sí, no te preocupes, ahora voy.

Ella salió y yo me quedé con esa caja en las manos. Tenía curiosidad y la abrí para ver su contenido.

¿Qué es todo esto? ¿Mamá?

Un viejo álbum de fotografías y varios papeles con algo escrito. Todo lleno de polvo.

Abrí el álbum y mis ojos no se creyeron lo que veían. Se me aceleró el corazón como hacía tiempo no lo había hecho.

Y todo se aumentó cuando leí los papeles. 

Esto es una puta broma...

Empecé a reír en voz baja, no quería que me escuchara.

Salí de la casa y me quedé mirándola, manteniendo esa caja aún en mis manos. 

Saqué un cigarro y empecé a fumar para calmarme un poco mientras veía como ella continuaba metiendo cajas en el coche, se secaba el sudor de la frente y comenzaba a recoger su larga melena en una coleta alta.

Al final... voy a tener que creer a la fuerza en ese destino tuyo... porque parece que también es el mío...

Enana... siempre fuiste tú... siempre...

 —¡Oye, farola! —empezó a gritarme desde el coche—. ¿Me ayudas con estas cajas o te vas a quedar ahí mirándome?

Me acerqué a ella y guardé esa caja, asegurando que ella no la viese.

 —Enana... La casa se vende mañana... y vamos a tener dinero suficiente...

 —Sí, ¿qué pasa con eso?

Le sonreí y le acaricié la cabeza con cariño. Lo que le dije a continuación, le hizo poner una vez más esa cara de ilusión que tanto amaba, la que siempre quería verle en el rostro.

 —¿Quieres que hagamos el viaje de la lista? 

Me iba a esperar y publicar los 3 epílogos juntos, pero no puedo. JAJAJAJAJ

os quiero

besitos

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