~ 𝑪𝒐𝒅𝒂 ~ 𝑪𝒐𝒏𝒄𝒍𝒖𝒔𝒊𝒐́𝒏


~ 11 de febrero de 2021, 23:00 p.m. ~ 

Volvimos a Tokio y, obviamente, fuimos al día siguiente al médico por insistencia de Shuji, a pesar de que yo me encontraba de maravilla. No había tenido los típicos vómitos ni nada por el estilo. Aunque sí hubo un par de días después de la visita a la clínica en la que me encontré algo mareada, pero nada destacable.

Eso sí, debido a todas las pruebas que ya me había hecho con anterioridad y los resultados que habían obtenido de ellas, los médicos vieron conveniente que fuera a revisión de manera periódica y más frecuentemente de lo habitual. Además, me habían mandado una cantidad exagerada de suplementos para que me tomara todos los días.

La sorpresa no duró mucho en secreto, porque Shuji se lo dijo a Ran y este empezó a gritarlo a los cuatro vientos a todo el mundo. No paraba de decir que Ren iba a tener un primito con el que podría jugar y crecer... eso significaba que mis primos iban a estar más tiempo en mi casa que en Roppongi, pero no me importaba realmente. Yo no pude crecer acompañada de ningún tipo de familia cercana, y no quería que nuestro hijo pasara por lo mismo.

No solo iba a tener a Ren, tendría también a la tropa de los niños de mis amigos y, además, estos, al tener más edad, cuidarían de los más pequeños como si fueran sus hermanos mayores.

Había ido pasando el tiempo casi sin darnos cuenta, y cada día que pasaba era una experiencia nueva; iba viendo como mi barriga crecía cada vez más y cómo los motes que Shuji cambiaron de meterse con mi altura, a hacerlo con esto. 

Ahora era "pelota de ping-pong", "carga-bebé", "sandía en miniatura" ... Y mil cosas más que iba soltando por la boca según se le ocurrían.

En estos meses, Emma había estado ayudándome a preparar la habitación del bebé, aunque yo le regañaba y le decía que no era necesario. Ella ya tenía bastante con tener que estar organizando todo lo de la boda con Draken. Cosa que aproveché yo también para ir dejando algunas cosas organizadas para cuando nosotros nos casásemos tras dar a luz.

Y sí, nos estábamos encargando nosotras casi de todo, porque esos dos imbéciles nos lo habían pedido, pero en cuanto ambas les decíamos que teníamos que organizar algo de las bodas, los dos parecían esfumarse con cualquier excusa... De repente eran los mejores amigos del mundo y se escapaban de nosotras para no tener que lidiar, por un lado con mis revolucionadas hormonas y, por otro, con la ira que brotaba de Emma cuando no se decidía por algún tipo de decoración o arreglo para el día señalado.

La verdad, todos se sorprendieron cuando se enteraron de que estaba embarazada, pues nunca pensaron que ser madre fuera algo que yo hubiera deseado, y, la verdad, tenían razón.

Siempre lo había pensado, que si en algún momento me quedaba embarazada pues ya vería si tenerlo o no... pero quizá la cara de Shuji fue lo que más me hizo cambiar de opinión aquella vez. Cuando lo vi preocuparse por alguien más que no fuese él mismo o yo, el día que salvó a Emma... Ese fue el día que me di cuenta de que sí podría llegar a formar una familia si era con él. 

Casi siempre he adivinado lo que pensaba y, aquella vez, recordaba cómo acariciaba mi abdomen con una melancolía que no era normal, lo que me dio a entender que él también querría haber tenido aquel bebé.

Y, justo ahora, lo tenía igual que una lapa, pegado a mí en la cama. 

Había cogido la costumbre desde que volvimos del viaje, de quedarse dormido en mi pecho con una mano en mi barriga, como queriendo tocar todo lo que le era preciado. Al principio no me molestaba pero, cuando fueron pasando los meses y mi barriga aumentaba había veces que me agobiaba y tenía que quitármelo de encima casi a patadas. 

Como creía que estaba a punto de hacer a continuación.

 —Shuji, quita de encima, me estoy agobiando.

 —No quiero.

 —Quítate.

 —Que no —se acomodó en mi hombro y dio un beso en mi cuello.

 —No me des besitos, eso no va a funcionar —resoplé y él empezó a reírse contra mi cuello, abrazándome más fuerte para que le dejase quedar ahí. 

Era imposible. Cuando se ponía pesadito era una tontería discutir con él y, al final, siempre terminaba resignándome:

 —Al menos déjame incorporarme un poco.

Me senté en la cama, apoyando la espalda contra la pared y posé mis manos en la barriga. Estaba enorme, ya faltaba nada para tenerlo. O tenerla. Porque no teníamos ni idea de si era un niño o una niña. Habíamos decidido no averiguarlo hasta que naciera. 

Por si acaso, aunque eso no fue ningún problema porque fue algo que los dos soltamos al unísono, elegimos un nombre que le iba bien a ambos sexos y, por lo que respecta a esto, a mí me daba igual, pero Shuji sí tenía preferencias.

 —Hola, enanita... 

Todas las noches hacía lo mismo; acercaba su cara a la barriga y se ponía a hablarle y a contarle estupideces mientras yo leía un libro o simplemente me quedaba mirándole.

 —Shuji, no sabemos aún si es niño o niña, así que no te emociones.

 —Yo sé que es una niña. Ya verás.

 —Más vale, si no te vas a llevar el chasco de tu vida.

Agarré una revista de la mesita de noche y me puse a hojearla mientras él seguía a lo suyo, parecía que no le prestaba atención, pero sí lo hacía, aunque disimuladamente.

Giró su rostro hacia mí, aún apoyado en la barriga y me miró alzando una ceja:

 —Me da igual si es una cosa u otra... mientras no saque el carácter de mierda de su madre seré feliz....

Le di con la revista en la cara al instante, pero no hacía más que reírse.

 —¿Ves? Eres una agresiva.

 —Ah, perdón Señor "Dios de la Muerte" —hablé en tono de burla mientras le seguía dando toquecitos con la revista en la cara—. No era yo la reconocida por mis ansias de pelea y caos.

 —No, ese era yo. Pero es un secreto —dio un beso a la barriga—. Eso tú nunca lo vas a saber.

Que no, dice... no te preocupes, que ya me encargaré yo de que se entere.

 —Bueno, duérmete ya, ¿vale? Quédate ahí o haz lo que quieras, pero intenta no moverte mucho, que no para de dar patadas y me están llevando los demonios... 

En momentos como esos, cuando el bebé no paraba quieto, era cuando más de menos echaba mi cigarrito y un poco de ansiedad se apoderaba de mí. Pero intentaba no pensar mucho en el tema. Igual el embarazo me servía como excusa para dejar de fumar definitivamente... aunque me extrañaba. Estaba de ocho meses y pico y, cada vez que veía a alguien fumando, aunque fuera al lejos, mis ojos hacían brillitos.

Y ya no hablemos del alcohol, es más, es que no quiero ni tocar ese tema.

Por suerte Shuji no fumaba dentro de casa. Se iba al patio o a la pequeña terraza del tejado para que a mí ni me rozase el humo del tabaco. Al menos era considerado en eso... Mentira. Era considerado en muchísimas cosas más, solo que yo no le daba cancha a que se le subiese a la cabeza y lo único que hacía era chincharle, no hacía falta que le echase flores, pues él mismo se las echaba.

Sin embargo, aunque yo no le dijera nada, sí pensaba que estaba siendo un buen padre.

Se había preocupado de que todos los días me tomara las pastillas, que no tuviera que hacer esfuerzos muy grandes, más que los que por mi propia cabezonería no dejaba ni que él me quitara las ideas de la cabeza. Si me apetecía comer cualquier cosa, él no dudaba en ir corriendo a buscarlo, aunque la mayoría de las veces venía con otra cosa totalmente distinta y terminaba riéndome en su cara. 

Daban igual los años que hubieran pasado, él seguía siendo el mismo payaso imbécil que no se enteraba de la mitad de las cosas.

Comencé a acariciarle el cabello que en algún momento decidió modificar, dejando atrás esa mecha rubia al frente, la cual parecía haberse esparcido por su pelo, adornando ahora varios mechones de este y dejando que el pelo le creciera un poco más para poder dejárselo hacia abajo. Le vi bostezar mientras daba las últimas caricias a la barriga y se quedó dormido casi al instante. Le quité las gafas, las dejé junto a la revista que yo tenía en las manos a un lado y posé mi mano sobre la suya.

Estaba tranquila, todo iba bien y dentro de unas semanas tendríamos unos llantos que no nos dejarían dormir tan tranquilamente como lo hacíamos ahora, pues tenía claro que iba a dar guerra desde bien pequeño. 

Desde que comencé a notar como se movía en mi interior, no había día que no me diera una patada más fuerte que la otra y Mikey siempre se cachondeaba diciendo que, en cuanto creciera, lo llevaría al Dojo de su familia para enseñarle a darlas aún más fuertes.

Sonreí una última vez antes de volver a dejar que mi espalda reposara sobre el colchón y, aun con Shuji entre mis brazos, consiguiera conciliar el sueño.

~ 12 de febrero de 2021, 3:40 a.m. ~ 

 —¡Shuji, despierta! ¡Me cago en mi puta vida! ¡Despiértate y ven a ayudarme!

Estaba profundamente dormido, pero sus gritos me despertaron. No estaba en la cama, ahí solo estaba yo, aún medio dormido palmeando la cama.

 —¿Dónde estás?

 —En el pasillo, ven a ayudarme de una puta vez.

Me levanté corriendo, agarré las gafas y fui lo más rápido que pude, aún restregándome los ojos hacia donde ella estaba.

Estaba ahí tirada, con la espalda apoyada sobre la pared y resoplando cada vez más fuerte. No sé por qué me salió una risa al verla ahí tirada.

 —¿Qué coño haces ahí? ¿No estabas cómoda en la cama?

 —¡Cállate! —resopló y pegó un grito de dolor—. Dios, mi puta vida... coge el bolso del hospital, me he meado encima, bueno no me he meado, básicamente, estoy pariendo. Así que déjate de mierdas y llévame al hospital.

 —¿Qué? —me quedé helado por un momento.

Aún faltaban unas semanas para que saliera de cuentas. 

Sacudí la cabeza para hacerme reaccionar y terminar de despertarme. Fui al baño y vi que el suelo estaba empapado, imaginé que se levantaría para ir al baño y sin previo aviso había roto aguas.

 —¿Puedes darte prisa, por favor? —rogó.

Agarré el bolso que habíamos preparado hacía apenas unos días por si esto pasaba y que contenía todo lo necesario para cuando este momento llegara. Me lo eché a la espalda y la alcé en brazos para ir al coche lo más rápido posible.

Una vez la había montado en el asiento del copiloto, me monté con la intención de conducir, y como siempre, algo nos tenía que pasar. Había estado nevando, como nunca, y el coche no arrancaba.

 —No arranca... ¡Joder! —me estaba empezando a poner nervioso.

Ella no paraba de quejarse y de doblarse sobre sí misma, gemía y resoplaba cada vez más fuerte.

 —Tranquila, tú respira tranquila —volví a intentar arrancar el motor y nada, no funcionaba. Con la helada se habría quedado tan frío que esto no iba a funcionar hasta que le diera algo de calor, pero no teníamos tiempo para eso—. Enana, respira, voy a llamar a alguien para que nos lleve-

 —¡Ni de coña! ¡Llévame en la puta moto! ¡Pero llévame ya! —me estaba gritando y parecía enfadada, pero no se lo tuve en cuenta, tenía pinta de estar doliéndole muchísimo—. Dios... Siento que se me va a romper el coño...

 —Pero... —empecé a reírme como nunca por ese comentario, pero no lo dudé más.

Salí corriendo de nuevo hacia la casa y cogí las llaves de mi moto. Esa vieja moto que por lo visto Draken reparó después de que tuve el accidente. 

Quizá no era el mejor vehículo para transportar a una embarazada, pero era el único que teníamos a disposición en ese momento, así que no lo pensé mucho.

Nos montamos en la moto y empecé a conducir rápido, asegurándome de que ella iba bien en todo momento y teniendo el máximo cuidado a la hora de girar o atravesar los cruces de la carretera. No quería otro imprevisto ni ningún otro accidente.

Esta escena me recordó un poco a la primera vez que estuvimos más tiempo juntos, cuando la llevé de la misma manera bajo la lluvia hacia el hospital porque a su amigo le habían apuñalado... y ahora, mis prisas por llegar a ese hospital tenían un motivo totalmente diferente.

Sonreí al recordar la fecha que era hoy, y pensé que quizá estaría bien distraerla un poco.

 —Enana, va a nacer el mismo día que el cumpleaños de tu amiguito el peli–raro.

 —¿Eh? ¿Mitsuya? —hablaba entre quejidos, pero empezó a reírse—. ¿Sabes que hoy no es su cumpleaños? El de Mitsu digo.

 —¿Ah? Pero si... nosotros nos acostamos por primera vez en la fiesta de su cumpleaños.

Rio más alto aún.

 —¿Sabes? Al principio, cuando los conocí, Mikey siempre creyó que su cumpleaños era ese día. Vete tú a saber qué cable se le había cruzado y el primer año de estar juntos se lo celebramos en febrero, y parece que se quedó como costumbre —se agarró más fuerte a mí, le habría dado una contracción más fuerte—. Pero el cumple de Mitsuya en realidad es en junio.

 —Sois todos unos raritos...

 —Sí, sí... lo que digas, pero, por favor, date prisa...

No hablé más y me centré en llegar lo más rápido posible al hospital. 

Cuando llegamos, aparqué de cualquier manera y volví a levantarla en brazos, corriendo dentro del hospital para llamar la atención de alguno de los médicos, los cuales se pusieron en marcha enseguida y nos pasaron al ala de maternidad, a esperar que ella estuviese preparada para entrar al paritorio.

Le habían colocado una bata de esas de hospital y ahora estábamos en una habitación los dos solos, ella no hacía más que dar vueltas de un lado para otro.

 —Joder... puta nieve... puta nieve... por venir en la maldita moto ahora no me pueden poner la epidural... —habíamos tardado y, por lo visto, ya estaba más dilatada de lo que se permitía para poder inyectarle la epidural.

Yo no sabía que hacer. Solo la miraba e intentaba no hacer ningún comentario que pudiera volverse en mi contra. Estaba preocupado por ella, pero me estaba aguantando la risa como nunca a causa de todo lo que estaba soltando por la boca.

 —Pues nada... A sufrir... Como siempre. Como si no hubiera tenido suficiente... Shuji... yo quiero mucho a tu madre... Pero hoy me estoy acordando de toda tu estirpe... Ah...

Se dobló un poco sobre sí misma y yo me levanté de inmediato para sujetarla:

 —Venga, Reika, tranquila. Intenta no alterarte, ¿quieres algo?

 —Sí, partirte la cara, ahora mismo me apetece muchísimo darte una hostia. Pero te quiero mucho, no me lo tengas en cuenta.

Ya no lo aguanté más y me eché a reír.

En ese momento entró de nuevo el médico para comprobar de nuevo los centímetros de dilatación y nos avisó de que ya estaba preparada. Yo no le había soltado la mano en ningún momento y alzó la vista para mirarme, no esperaba que tuviese esa mirada... estaba asustada.

 —Shuji... tengo miedo... —estaba empezando a llorar—. No quiero que salga mal...

Me agaché hacia ella mientras varias enfermeras entraban para llevársela a la sala.

 —No te preocupes... tú no tienes miedo nunca, no lo tengas ahora... Además, estoy aquí contigo. No va a pasar nada, eres la más fuerte que conozco... si tuviste la fuerza de partirme la cara una vez, seguro que puedes con esto.

 —¿Cuándo te he partido yo la cara? —detalle que siempre omití para que no se metiera conmigo.

 —Te lo cuento cuando tengamos a nuestra hija en brazos, así que venga... —eché un vistazo y las enfermeras ya habían empezado a tirar de la camilla para llevarla a la sala correspondiente—. Vamos a ello.

 —¡Qué no te hagas ilusiones de que sea una niña! ¡Coño!

 —Y tú deja de preocuparte por mí. A parir, venga, fus, fus —bromeé y al menos eso le sacó una sonrisa mientras recorríamos el pasillo. 

Los médicos nos miraban con cara rara por la conversación que estábamos teniendo, pero imaginaba que ellos ya habrían visto y escuchado todo tipo de cosas en estas situaciones.

 —Señor, ¿usted entrará con ella? —una de las enfermeras se dirigió a mí una vez la pasaron a la sala y escuchaba como estaban preparándolo todo.

 —Claro, no pienso quedarme fuera —me dieron una bata azulada, un gorro y una mascarilla y tan pronto me los coloqué entré con ella, que ya estaba en la camilla y haciendo todo lo que las enfermeras le iban diciendo.

Pasó un rato, entre gritos y alaridos de ella, que cada vez me apretaba más la mano y se iba poniendo más colorada con cada empujón que daba.

 —Venga, enana... ya casi está... 

 —¿¡Qué ya casi está!? ¡Más le vale que se porte bien! ¡Su puta madre! —volvió a empujar con más fuerza.

 —¿Por qué te llamas a ti misma así? ¿Eres puta acaso tú? Venga coño, empuja, que tú puedes.

Me puso una cara de querer matarme allí mismo, pero lo solventó apretando las uñas en mi mano y haciendo un último esfuerzo, dejando salir un último grito que provocó el silencio en aquella sala.

Silencio en el que solo se escuchaban los jadeos de ella, y que fue interrumpido por un llanto.

Me empezaron a temblar las manos, pero mi vista aún no se separaba de su cara, había cerrado los ojos, parecía exhausta, demasiado exhausta.

 —¿Reika?

 —¿Qué?

 —¿Estás bien?

 —No... me duele todo... pero... el bebé...

Los médicos se acercaron a nosotros y lo dejaron en sus brazos dándole la enhorabuena. Ella comenzó a llorar como nunca, aun jadeando, pero sonreía. Mi mano se posó en su cabeza y por fin miré hacia sus brazos... y el mundo me dio la vuelta en un momento.

 —Shuji... —se estaba riendo a duras penas—. Te dije que no te ilusionaras... es un niño.

 —No, enana... —posé mi mano sobre la diminuta cabeza que ella sostenía en sus brazos—. Mi plan ha funcionado... como tengo tan mala suerte para estas cosas... estaba intentando manifestar lo contrario a lo que decía.

Se rió de nuevo, aunque débilmente y posó su mirada en el niño que aún no abría los ojos del todo:

 —Hijo, tu padre es imbécil... pero te quiere mucho.

Que tonta eres.

Dejé un beso en la frente de ella.

 —Lo has hecho muy bien, enana... gracias... —bajé mi rostro hacia el bebé para verlo más de cerca—. Enanito... tu madre es intensita... te lo voy avisando desde ya... pero ella también te quiere mucho... 

Los rodeé con mis brazos a ambos. Sentía que eso era todo lo que quería en mi vida. A ellos. Que se sintieran protegidos entre mis brazos. Que este momento fuera eterno.

La sensación que tenía en mi interior era una que nunca sentí con tanta intensidad, la creencia de que, con ellos, estaba completo de una vez por todas.

Se me salieron un par de lágrimas y la miré a esos enormes ojos que ahora estaban enrojecidos a causa de las lágrimas.

 —Os amo, a los dos... Más que a nada en el mundo.

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Recomendación canción: Our Dream - Hiroaki Tsutumi

Había pasado el tiempo de nuevo... pero esta vez más rápido que nunca.

Hubo varias bodas de por medio, entre ellas, la nuestra... Que bueno... Dejémoslo en que al final no tuvimos que lamentar heridos porque fue un tremendo desmadre. 

Aún hoy me pregunto cómo es que terminamos todos en otra ciudad a la mañana siguiente y, de la misma manera, sigo agradeciendo a los Kimura que vinieran y pudieran quedarse en casa con nuestro hijo durante esa noche. Si no, no hubiéramos podido celebrarlo de aquella manera.

Emma y Draken también celebraron su boda unos meses antes que nosotros, y al poco tiempo la rubia quedó embarazada. 

Habían tenido una niña, a la que le encantaba pasar los días en nuestra casa con nuestro hijo... y a mi todo eso me daba mala espina.

Se llevaban poco tiempo, y jugaban juntos igual que yo lo hacía con la enana cuando éramos pequeños; mi hijo la chinchaba y le hacía las mismas cosas que yo le hacía a su madre... a la hija de Draken, a la hija del chucho. 

Y no quería imaginarme cuando esos dos crecieran. Siempre que lo pensaba un escalofrío me recorría el cuerpo, pero bueno... si así tenía que ser, yo no podía hacer más que esperar lo inevitable. Draken parecía sentirse igual y a veces ambos nos mirábamos con la misma cara, pero nunca hablábamos del tema.

Volvía a ser verano, y habíamos tomado la costumbre de pasar esta estación aquí con ellos, en Shirakawa, pues nos venía bien para apartarnos durante una temporada del bullicio de Tokio.

Además, los viejos habían tomado al niño como si fuera su propio nieto, y eso me hizo feliz. Que, de alguna manera, él tuviera esas figuras en su vida, aunque no fueran de sangre... lo mismo que le pasó a ella... una abuela que sin ser de sangre y que casi la recogió por compromiso, y aún así, pareció haberle dado todo el amor que no pudo darme a mí.

Miré hacia el frente y lo vi al lejos, corriendo por el camino de tierra y azotando el verde pasto que se elevaba a ambos lados de este, todo inundado por los toques anaranjados de un sol que empezaba a caer sobre Shirakawa.

¿Qué coño hace dándole con un palo al aire?

 —¡Oye, enano! Ten cuidado con eso, ¿o quieres que tu madre te eche la bronca después?

 —¡Papá! ¡El abuelo me ha enseñado muchos bichos! ¡Mira! —el pequeñajo venía con una cesta de esas que le había comprado el señor Kimura para guardar los bichos que atraparan.

El viejo venía caminando unos cuantos pasos por detrás de él mientras se reía y hablaba con el niño que, en cuanto llegó al porche de la casa me puso esa maldita caja llena de bichos en toda la cara.

 —Ni se te ocurra acercarme eso, enano ... Qué asco... —aparté un poco mi cara y me quedé mirándole el rostro, a esos enormes ojos que había sacado de su madre, pero que tenían el mismo color que los míos.

 —¡Pues a mamá le gustan!

 —Pues corre, llámala y ve a enseñárselos...

 —¡Enanaaa! ¡El poste con patas no quiere ver mis bichos! —había ido corriendo dentro de la casa, y sí... de escucharnos a nosotros que nos llamábamos esas cosas, cuando empezó a entender y a saber pronunciar alguna que otra frase con sentido, cogió la costumbre de referirse a nosotros así a veces... Sobre todo cuando quería llamar la atención.

Sonreí y me quedé mirando hacia dentro de la vieja casa de madera en la que habíamos creado tantos recuerdos que ni yo era capaz de enumerarlos.

Dios... tengo a dos intensitos en casa...

Físicamente se parece muchísimo a mí... pero lo que es en personalidad... es la enana. Dios... Es que son iguales.

Mi pequeño pelinegro se acercaba con su madre de la mano mientras le contaba todas y cada una de las aventuras que había tenido ese día con el viejo por el pueblo. Se creía que era un explorador y le encantaba subirse a los árboles para fingir que exploraba los alrededores desde las alturas. 

A mí me hacía gracia, pero la enana andaba siempre detrás de él por si se caía, aunque sabía que no tenía que preocuparse por eso, pues yo siempre andaba detrás de ellos por si algo pasaba y poder cogerle al vuelo.

Apagué el cigarro que estaba fumando al ver que ella se sentó entre mis piernas en aquel porche de madera mientras el renacuajo volvió a salir corriendo hacia el pasto de enfrente de la casa, donde el viejo Kimura se había quedado recogiendo algunas herramientas de la huerta.

Bajé mi cabeza a su oído y le di un beso en el cuello:

 —¿Cómo estás hoy?

 —Bien... hoy está más tranquila, por lo que parece. Dentro de poco vamos a cenar.

 —Qué bien... tu hijo casi me tira todos los bichos en la cara.

 —Tendría que haberlo hecho, hubiera pagado por verte correr asqueado quitándote mariposas de encima —rió y se recostó aún más sobre mi pecho, mis brazos la abrazaron y comencé a acariciar su abdomen.

Ambos nos quedamos en silencio, mirando cómo el enano corría de un lado para otro, escuchándole reír entre el sonido de las cigarras y de algunos grillos que a esta hora de la tarde ya empezaban a salir.

Aún me preguntaba si yo de verdad merecía todo esto; una familia, a ella, este niño que se había convertido en mi perdición y una tranquilidad que nunca llegué a creer desear, no hasta que estuve aquí antes de viajar al pasado.

Ese pensamiento me llevó a otro. 

Nunca me había parado a pensar en el momento en que empecé a ser feliz. Y me sorprendí, pues la respuesta era sencilla; fue el mismo momento en el que me enamoré de ella.

No sabía por qué, ni cómo, pero recordaba bien que, uno de esos días, cuando aún nos estábamos conociendo, cuando aún nada había pasado, la vi sonreír y mi pecho se llenó de felicidad.

Ese fue el momento en el que ya no pude pensar más que en ella. En que su sonrisa era lo más preciado que podría tener alguien en esta vida, y era para mí. Ella me había dado todo y más de lo que jamás pude soñar.

Y volvió a sorprenderme al principio del verano, antes de venir a Shirakawa de vacaciones.

Yo creía que mi felicidad no podía completarse más... de no ser por lo que mis manos acariciaban en este momento... esta vez sí quisimos saber qué era, por lo que antes de venir fuimos a la clínica para averiguarlo.

Una niña. Ella volvía a estar embarazada, de una hija mía... por si no era suficiente con el terremoto que ya teníamos, ahora me esperaba otro más. Pero no me importaba, de hecho, deseaba que naciera ya. Porque quería verla. Quería ver si sería tan preciosa como su madre, y si me robaría el corazón igual que ella y nuestro hijo lo habían hecho.

Ahora podía comprender a Ran un poco más, aunque yo no era tan exagerado como él, pero lo comprendía.

Es mi familia, y podría dar mi vida una y mil veces por ella, como lo hice por la enana una vez.

Si hubiera hecho falta, podría haber muerto cada día de esa mísera existencia que tenía con tal de llegar hasta donde estamos hoy. Juntos, como siempre debimos estar, con un niño correteando y otra en camino.

 —La cena está casi lista —Kaiyo nos llamó desde el interior, pero no dejé que Reika se levantase de donde estaba, en lugar de eso, la abracé un poco más fuerte.

 —Gracias, enana. Gracias por darme esta vida... por vosotros. No me cansaré nunca de decírtelo.

Ella rió suavemente y alzó su mano para acariciarme la mejilla, donde posteriormente dejó un suave beso.

 —Nada de esto sería posible sin que tú te hubieras sacrificado, Shuji... Ya lo sabes. Y tampoco hace falta que te lo diga siempre, pero te amo. Siempre lo voy a hacer —se separó un poco de mi y la ayudé a incorporarse—. Ahora, será mejor que volvamos adentro si no queremos que Kaiyo nos regañe —se giró hacia el pasto—. ¡Enano! Venga, a cenar.

 —¡Voooy! —el crío empezó a correr hacia nosotros sonriendo y yo me quedé mirando a ambos por un momento.

Ella me daba la espalda, con los brazos abiertos para subir en brazos a nuestro pequeño. Los rayos del escaso sol que iba escondiéndose tras las montañas aún la alumbraban, con ese dorado que a ella tanto le gustaba.

Una vez lo elevó, me acerqué a ellos y los abracé una última vez antes de entrar.

 —¡Papá! ¡Mamá! ¿Podemos venir todos los años? ¡Porfa, porfa! —ambos asentimos sonriéndole—. ¡Bien! ¡Os quiero mucho!

Esta era la vida que el destino nos tenía preparados a nosotros dos.

Esta había sido la manera de jugar con nosotros que había tenido. Ese juego en el que nosotros al final resultamos vencedores, merecedores de ese cielo en el que vivíamos... y en el que habíamos vivido en el pasado.

Ese cielo, que siempre nos cuidó, que siempre había estado presente en mi vida, siendo la persona que la puso a salvo, un ángel más que ella podía añadir a su lista.

Ese cielo, del que brotaba toda la nieve, trayendo consigo los recuerdos más dolorosos, pero también los más bonitos de nuestra historia. Sobre el que también el sol hacía su presencia, y ya no solo para ella, si no porque ahora ese color dorado también significaba algo para mí, pues lo veía todas las mañanas al girarme en la cama y ver el rostro de mi hijo.

Ese cielo, que, hoy día, daba nombre a lo más bonito que teníamos en este momento. Él.

— Y nosotros a ti, Sora.

... つづく ...

.

.

.

Haiku de Ransetsu Hattori

<< Ume ichirin, ichirin hodo no, atatakasa>>

(A cada nueva flor de ciruelo el calor monta)

Un paisaje que va volviéndose más cálido con cada flor de ciruelo que florece, al final del invierno y mientras aún persisten las nevadas.

Aquellos que son capaces de sonreír ante las dificultades son comparados con la capacidad del ciruelo de florecer en mitad de un frío glaciar.


Se acabó, me voy de la vida, ando llorando muchísimo.

Gracias por quedaros a leer esta historia hasta el final.

Os quiero mucho. 



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