~ 𝑪𝒊𝒏𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒂 ~
(Recomendación de canción Sia - Helium)
—¡Mami!... —una niña sollozaba corriendo hacia los brazos de su madre, quien la esperaba sentada en una de las sillas de aquella enorme sala—. No quiere... —la niña se sorbía la nariz—. Uji... no quiere jugar conmigo... dice que mi ibujo es feo...
La madre tomó a la pequeña en brazos, secándole las lágrimas con un pañuelo.
—¿Qué pasa mi vida? —la mujer sonrió—. Es que él es mayor, es normal que no quiera jugar a lo que tú juegas —la consolaba, acariciándole el cabello .
—Dice que soy una aburida —decía la pequeña, que apenas sabía pronunciar algunas palabras para comunicarse.
—¡Una enana aburrida! —se escuchó la voz de un niño al fondo de la sala, quien estaba sentado en el suelo mirando en dirección a ellas.
La escena cambió.
—Cariño, papá y mamá te quieren muchísimo, no lo olvides —una madre abrazaba a su hija en la parte trasera del coche, envolviéndola y protegiéndola entre sus brazos—. ¡Cariño! ¡Para!
—¡Siguen sin funcionar! —gritaba el hombre que conducía—. ¡No responden! ¡Agarra a la niña! ¡¡Cariño, aguanta a la niña!! ¡¡Malditos hijos de-
Ya no se escuchaba más que gritos y lamentos entre golpes secos de aquel automóvil girando sobre sí mismo, todo, inundado por los llantos de una pequeña niña.
~ 2 de noviembre de 2012, 5:30 a.m. ~
Notaba una fría brisa rozar mi cara. Me había despertado a causa del frío, estaba medio destapado. Miré hacia mi lado y vi que ella no estaba acostada a mi lado.
—¿Dónde estás?
No obtuve respuesta, pero escuché un ruido proveniente del porche, como si alguien se sorbiese la nariz y emitiera un ligero gemido. Era ella. Me levanté sin hacer mucho ruido y fui a gatas hasta la puerta, que estaba entreabierta. Me asomé por el poco espacio que quedó sin cerrar y la vi ahí, sentada en los tablones de madera con las piernas rodeadas por sus brazos y con su frente posada en las rodillas. Se tambaleaba como un péndulo.
—¿Por qué justo hoy...? —estaba sollozando—. No quiero esto más... no quiero más...
Con el último quejido que le escuché emitir salí de mi escondite y fui hacia ella, quien notó mi presencia pero no movió ni un músculo. Me agaché detrás de ella y la giré por los hombros para que me mirase. Tenía los ojos hinchados y no paraban de salirle lágrimas, el color de su cara, de un tono casi tan rojo como la sangre, me indicó que llevaría ahí un rato aguantándose el llanto para no romperse y hacer ruido... ¿no quería despertarme?
—¿Qué te pasa enana?
No habló. Solo me abrazó, más fuerte que nunca.
Agarraba la camiseta de mi pijama con fuerza en la espalda, abriendo y cerrando las palmas de las manos. Hundió su cara en mi pecho y empezó a gritar ahí, dejando que mi cuerpo sirviera de escudo para que su voz no se escuchara, como quien llora contra una almohada, empecé a notar mi camiseta mojarse con sus lágrimas.
No la había visto nunca así, y me estaba doliendo más que nada en el mundo, más aún sin saber lo que pasaba, aunque me lo imaginaba por la de veces que me lo había contado.
—Tranquila, oye —tomé su cara con mis manos y dirigí la vista hacia mí—. Mírame, estoy aquí, tú sólo mírame a mí.
Seguro notó que mi expresión no era otra que la de preocupación. Pasé mi mano hacia detrás de su cabeza, enterrándola entre su pelo y volví a acercarle la cabeza hacia mí. Me mantuve en esa postura hasta que noté que ella se había calmado un poco, pero permaneció quieta. Sabía que se había relajado, pues sus manos acariciaban mi espalda de manera discontinua, aún tenía la respiración entrecortada y yo no sabía ni qué podía decirle para calmarla, quería hacerlo, pero, la verdad, nunca he sabido manejar este tipo de situaciones.
—Lo siento, no es por ti —se disculpó, entrecortadamente y en voz baja.
—Lo sé. ¿Quieres contarme? Si quieres yo me quedo callado y te escucho, o si quieres te hablo, o te cuento un chiste, ¿qué prefieres?
Rio como buenamente pudo.
—Mira que eres tonto Shuji... Sólo déjame estar así un poco más... me relajas... es como si... —se detuvo y noté que restregaba un poco su moflete contra mi pecho, acomodándose.
—¿Cómo si...?
—Nada, déjalo... —volvió a callar.
Estuvimos así unos minutos, en silencio y abrazados. Me senté mejor en el suelo y pasé mis piernas a sus lados, así al menos no pasaría frío ahí fuera. Su respiración cada vez iba mejorando. Sólo se escuchaba el ruido de la pequeña cascada y los sonidos del agua de la terma chocando con las oscuras piedras de alrededor.
—¿Sabes? —ella rompió ese silencio.
—¿Mhm?
—He vuelto a soñar con ellos —ya imaginaba que sería eso lo que le pasaba—. Con el accidente... ¿Sabes qué es lo peor? Que todo es tan borroso que ni reconozco las caras, es como si les hubieran borrado el rostro, los nombres, la existencia propia...
—Eso pasa mucho en los sueños, enana.
—Lo sé Shuji... pero lo peor no es el hecho de que no los recuerde... —hizo una pausa—. Se siente tan vacío... Cuando intentas conocerlos y nadie te dice nada, más viendo que todos parecen saber más de mí que yo misma... Es como si me hubiese quedado en la época de ser una niña pequeña a la que no se le pueden contar las cosas de los mayores... No sé... todos... la abuelita... la gente del barrio... mis amigos... —levantó su mirada hacia mí—, siempre evitan hablar de ello, pasan de mí o cambian de tema de conversación —vi que una lágrima volvió a recorrerle la mejilla—. ¿Tan difícil es decirme algo? ¿Lo más mínimo? Joder...
Se separó un poco de mí y mantuvo la mirada baja, agarró mis manos y empezó a jugar con ellas entre sus dedos, como muchas veces hacía; pasando su dedo índice por mis tatuajes.
—Estoy más que acostumbrada a estar sola... pero en realidad nunca quise estarlo... sí... tenía a la abuelita... pero cuando ella se fue, la casa se me echó encima... Al principio fue horrible, la sensación de soledad y de silencio en esa casa... de hecho, pensé en venderla, pero, ¿dónde iba a ir? No tenía un sitio al que acudir, no tenía a nadie con quien quedarme... No iba a irme con ninguno de mis amigos, no quería ser una carga... Así que ahí me quedé.
Dejé que hablara mientras yo la escuchaba, se estaba desahogando y parecía no haberlo hecho nunca con nadie, así que permanecí atento a todas y cada una de las palabras que pronunciaba.
—¿Sabes lo que sí es malo de verdad? —me preguntó, esperando que le respondiera.
Le hice un gesto interrogante con la mirada y ella continuó:
—Esa sensación, la de sentir que no tienes a nadie lo suficientemente cerca como para... como para que sea un sitio al que volver cuando estás mal, como cuando te hacías una herida y tu madre venía a curarla... Un sitio o una persona al que llamar "hogar"... —se puso colorada—. Bueno, ya, me callo, que me pongo cursi y no me gusta... Perdona...
Posé otra vez mi mano en su cara y le quité una lágrima de la comisura de sus labios con el pulgar. Dejé un fugaz beso en ese mismo sitio y mantuve mi rostro cerca del suyo unos segundos.
—Entonces no eres tan dura como quieres aparentar ,¿no? —se puso seria por un momento, si es que ya digo que no soy bueno para estas cosas, ni para muchas otras, pero esto es lo que peor se me da, sin embargo...—. No te lo estoy diciendo a malas, no soy tan frío como crees, pero... ¿Sabes qué?
—¿Qué? —susurró ella, que había empezado a pasar sus dedos por mi pecho, en la zona donde tenía aquel otro tatuaje y que, a causa de que me había dejado la camiseta empapada de lágrimas, se transparentaba un poco a través de la tela.
—Que ya no hace falta que te hagas la dura, no conmigo —hice una pausa—. Ni yo contigo, aunque yo no lloro nunca, soy un tío hecho y derecho —bromeé y le agarré la mano que estaba en mi pecho—. Pero este tío hecho y derecho ha encontrado un lugar del que no se quiere ir, tú.
Sonrió. Me dio vergüenza decir aquello, volvía a decir cosas que no eran propias de mí y que jamás pensé que saldrían de mi boca, pero con ella me salían solas. Sin embargo, esas palabras parecieron animarla un poco.
—Qué romántico te has vuelto —le di un toquecito en la cabeza a modo de reproche.
—Calla, no veas que vergüenza, joder —noté que se me subían los colores a la cara y me la tapé con una de las manos. Ella reía en alto, hasta que volvió a poner esa expresión risueña y me sonreía.
—Ojalá nunca dejes de abrazarme, Shuji —dijo, pasando sus brazos por mi cuello y acercando su rostro una vez más.
—Nunca —afirmé, totalmente en serio.
—Mira que si me dejas me verás llorar otra vez, ¿eh? —bromeó, dejando un beso en mi cuello—. O igual te pego, no sé, tendría que pensarlo...
—Bueno, pues no me dejes tú a mí tampoco —resoplé—. Siempre con la manía de que es el chico el que deja a la chica —levanté su rostro y la besé en los labios—. Y ya, vamos a dejar de hablar de esto, me está poniendo nervioso.
Tras decir aquello nos fundimos en un beso largo, de esos nuestros en los que ninguno queríamos separarnos y fuimos hacia el futón para acostarnos de nuevo. No hicimos nada. Simplemente seguimos besándonos de vez en cuando hasta que me cercioré de que ella se había dormido.
Me quedé un rato más despierto, pensando en sus pesadillas y en lo que me había contado acerca de cómo se sentía... no llegaba a entenderlo del todo, pero la comprendía a ella... pensé que quizá podría intentar averiguar algo más acerca de su pasado y... quizá si era seguro... se lo contaría...
Tenía el presentimiento de que el motivo de tener esas pesadillas era el desconocimiento de sus padres... y si podía ayudarla al menos con eso, iba a hacerlo. Empecé a dudar de sus amigos.
¿Ellos no sabían nada tampoco o están fingiendo no saber?, preguntaba para mis adentros.
Agh... esto de pensar tanto las cosas no era lo mío. No sabía ni organizar mis ideas, siempre me había dado mucha pereza tener que comerme la cabeza con algo... pero haría un esfuerzo esta vez.
No quería verla llorar más, no así, no de otra manera que no fuera de felicidad.
El último pedazo de la conversación que habíamos tenido cruzó mi mente, pero no iba a suceder jamás...
Esa pequeña idea, la de verla llorar por mi culpa, hacía que mi corazón se sumiera en el pozo más profundo.
¿Alejarme de ella? ¿Dejarla? ¿Acaso es tonta?
La abracé un poco más fuerte. Cerré los ojos y me calmé notando su cuerpo contra el mío, volviendo a conciliar el sueño.
Mañana nos esperaba un viaje largo de vuelta y, lo peor de todo, es que no quería volver a nuestra ciudad.
~ 15 de diciembre de 2012 ~
El frío calaba y el inicio de otro invierno se iba acercando cada vez más. ¿Mis amigos? Bueno, me había acostumbrado a verlos cada vez menos. Lo que me extrañaba era el hecho de que Mikey no hubiese convocado ninguna reunión desde hacía ya bastante.
Pero era mejor así, para perder el tiempo mejor que no organizara nada.
Hubo un día que Takemichi se presentó en mi casa, pero estaba serio. Vino solo de pasada, a preguntarme cómo estaba y que si todo iba bien. Se me hizo rara su visita, sobre todo porque venía solo, sin Hina. Me preguntó por Shuji, bueno, más bien cómo excusa para saber de Kisaki, por si lo había visto esos días o si lo notaba raro en algo.
La verdad es que desde que Shuji y yo vivimos juntos, Kisaki había venido alguna vez que otra a casa, pero solo para echar un rato y se iba. En esas visitas se le veía relajado; charlábamos de cosas banales y sin sentido, hasta se reía con las tonterías de Shuji.
Era extraño, tenía la sensación de que con aquel pintoresco par empezaba a tener más relación que con los demás, no hasta el punto de considerar a Kisaki mi mejor amigo ni mucho menos, pero al menos una persona con la que podría echar un rato tranquila sin pensar en nada más.
Nos poníamos muchas veces a jugar a juegos de mesa de estrategia, Shuji no entendía nada la mayor parte de las veces y se quedaba mirando cómo Kisaki y yo nos rebanábamos los sesos para derrotar al contrario.
Por otro lado, Shuji ese último mes y medio parecía concentrado en algo a veces.
Lo veía pensando profundamente mientras chasqueaba la lengua y daba vueltas por la casa. Además, había cogido la costumbre de acercarse hacia el altar de mis padres y la abuelita, decía que era para agradecerles el hecho de que le dejaran vivir ahí. Era una cosa tan tonta que me la creía, pues siempre parecía bromear con cosas como: "¿sabéis que vuestra hija casi quema la casa el otro día?" o "¿Sabéis que vuestra hija ha hecho aquello?". Siempre que hacía algo en la casa me amenazaba con contárselo a mis padres y a la abuela en el altar y a mí me hacía bastante gracia verlo ahí hablando solo.
Todo este tiempo habíamos estado tranquilos, pensando en qué haríamos Shuji y yo en navidades, que no sería otra que volver a emborracharnos y jugar de nuevo como el año pasado si surgía la ocasión. Pero, como todo lo que pasa en mi vida, cuando las cosas parecen ir bien, sucede algo. Este día, todo volvió a convertirse en un caos.
Me vibró el móvil en el bolsillo.
—¿Yuzuha? Coño, menos mal... estás súper per... —no me dejó terminar.
—¡Mi hermano!
—¿Hakkai? ¿Qué le ha pasado a Hakkai? —me levanté de un brinco del sofá y Shuji se asustó.
—No —su voz se entrecortaba—, él no...
—¿Él? ¿Qué ha hecho esta vez? Yuzuha, sabes que con que me lo digas me tienes allí en cinco minutos —estaba gritándole al teléfono.
—Casi mata... casi mata a Takemichi...
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