The box

𝟓: 𝒯𝒽ℯ 𝒷ℴ𝓍

  

Golpeaste la parte de atrás de un cochecito de juguete rojo con el dedo índice para que se moviera con aburrimiento mientras escuchabas al pequeño Ryan imitar con los labios el sonido del motor de un Mercedes plateado que tenía en las manos.

El pequeño Ryan y su dramática madre solían visitaros a ti y a la tuya muy a menudo en tu casa. Mientras tu agotada madre aguantaba los dramas de la recién divorciada señora Johnson, tú tenías que distraer al niño y llevarlo a jugar con sus juguetes a tu habitación para que no pueda los ruidosos llantos de su madre, lo que era complicado. Pues, aunque la puerta de tu habitación estuviese cerrada, todavía podías escuchar cómo la dramática mujer se sonaba los mocos con un pañuelo.

—Oye, ¿y si vemos una película?— preguntaste. Estabas cerca de cumplir los veintiún años, aquello de jugar con juguetes se te había quedado muy atrás. Quizá demasiado. Los ojos azules del niño se te quedaron mirando y te dió un escalofrío. El niño solo tenía siete años y tú madre y tú ya habíais deducido que sería un joven hermoso cuando creciera. Cabello rubio, corto y rizado, ojos azules claros y unas pestañas largas y doradas que lo hacían un ángel. Por no hablar de su dulce inocencia.

—Vale— respondió, con una sonrisa radiante. Ibas a levantarte para encender el televisor de tu mesa, pero Ryan te cogió de la mano y sus deditos te hicieron darte la vuelta —Pero, es que antes tengo que contarte un secreto.

¿Un secreto?

Sonreíste con dulzura y asentiste tranquilamente mientras volvías a sentarte en el suelo con las piernas cruzadas, a su lado.

—¿Qué es? ¿Hay una niña en tu clase que te gusta?— preguntaste, sin dejar de utilizar un tono dulce e inocente para no hacerle sentir incómodo. El pequeño negó con la cabeza y gateó hasta su mochila. Siempre que iban a tu casa, él llevaba consigo una mochila de color naranja en la que llevaba sus juguetes. Observarte en silencio cómo la abría y sacaba una caja de color negro y desgastada y te la enseñaba cogiéndola con las dos manos.

En ningún momento pensaste en cogerla, solamente estiraste un poco el cuello para acercarte y apreciar mejor sus detalles: era de color negro, parecía antigua y desgastada por las esquinas. Tenía un cierre de metal típico en las cajas de música que estaba oxidado, una manivela para hacer sonar la melodía y dibujos de payasos tallados en la madera negra de la caja. Alargaste la mano para acariciar el relieve, pero Ryan la alejó pucho antes de que tus yemas la rozaran siquiera.

—A él no le gusta que toquen su caja sin su permiso.

—¿A él?— preguntaste.

—A Jack— respondió el niño.

Trataste saliva y sentiste que tu cuerpo se tensaba. ¿Jack? ¿Tal vez tenía algún amigo imaginario?

Llegaste a la conclusión de que aquello estaba tornándose demasiado siniestro para tu gusto y para un niño de tan solo siete años.

—Bu-bueno...— hablaste —¿Quieres ver la película?

—Él quiere verte mejor.

Te quedaste paralizada. En blanco y sin saber qué decir. Bajaste la mirada para ver a Ryan, que te observaba como si te hubiera dicho algo tan normal como que tenía hambre y quería algo dulce. Aquello era algo normal en los niños,lo que te había dicho no.

—Ryan, esto no es gracioso...

—No es broma— te interrumpió —, Jack dice que no te puede ver bien desde la caja.

El corazón te dió un vuelco y te empezaste a poner nerviosa. Empezaste a sentir el miedo. Miraste de un lado a otro hasta que tus ojos se clavaron en la caja que todavía sostenía Ryan entre sus manitas.

—¿Jack... Jack está en la caja...?— te atreviste a preguntar. El niño asintió con una sonrisa, como si en vez de estar hablando de su escalofriante amigo imaginario, lo que quisiera enseñarte en realidad fuese una rana, o algún bicho feo —Pues yo no quiero verle— contestaste, siguiéndole el juego. Todavía no podías tomarte en serio lo que estaba diciendo.

—No puedes decirle eso a Jack...— murmuró él. Su rostro se ensombreció. Aquello hizo que te asustaras más.

—¿Por qué no?— preguntaste.

—Porque cuando él se enfada da mucho miedo...

Un sudor frío te bajó por la espalda. Rápidamente te levantaste y te colocaste la camiseta. Necesitabas salir de allí, dejar de hablar del extraño y siniestro amigo imaginario del niño. ¿Cómo habría afectado el divorcio al niño como para que empezase a alucinar de aquella manera? Tal vez era mejor no saberlo.

—Voy a bajar un momento... no salgas de la habitación, ¿vale?— Ryan solo asintió. Tú abandonaste la habitación cerrando la puerta. Soltaste un profundo suspiro en cuanto te diste cuenta de que habías estado aguantando la respiración. Después, te tapaste la boca con la mano mientras te preguntabas qué era lo que debías hacer ahora, porque la señora Johnson seguía llorando y lamentándose a cerca de por qué los hombres no se fijaban en ella.

El niño no se iría hasta que tu madre se hartara.

Aun así, bajaste las escaleras, saludaste a tu madre y a la señora Johnson, aunque estuviese llorando, bebiste un poco de agua y subiste con toda tranquilidad, aunque por dentro querías gritar que ya no querías que estuviesen más allí.

Te acercaste a la puerta de tu habitación y la abriste con cuidado, sin hacer ruido. Pero, cuando entraste en la habitación, Ryan no estaba.

—¿Ryan...?

Miraste de un lado a otro buscando el niño, y te diste cuenta de que faltaba un coche.

—Ryan, no me pegues ningún susto.

Tu cuerpo se quedó helado cuando cuando sentiste una presencia detrás de ti. Unos dedos fríos y alargados se posaron en tus hombros y un aliento gélido te hozo arquear la espalda en un escalofrío.

—Boo.

Un susurro de una voz que no habías escuchado nunca. Aun así, soltaste un grito y pegaste un brinco hacia atrás, pegándote a la puerta. Estuviste a punto de pegar otro grito, más fuerte, cuando viste a un ser similar a un payaso, pero sin colores. Extremadamente alto, de piel blanca y el pelo negro y enmarañado. Sus brazos eran tan largos que casi rozaban el suelo, sus manos eran gigantescas y tenía unas uñas enormes. Cuando te sonrió, unos dientes afilados como cuchillas aparecieron.

—¿Te sigo pareciendo un amigo imaginario?

No lo podías creer, no lo podías creer. ¿Ese era Jack?

No lo pensaste dos veces. En cuanto comenzó a acercarse a ti, abriste la puerta y saliste de un salto de la habitación. Ibas a salir corriendo escaleras abajo cuando encontraste a Ryan parado frente a ti, mirándote.

—¿Qué ocurre?— te preguntó.

—Ah...— querías contarlo, explicarlo, pero te habías quedado sin voz. Te habías quedado muda. Ryan parpadeó, como si todo estuviera bien y tú solo estuviera exagerando. Decidiste no decir nada y, directamente abrir la puerta. Mas cuando lo hiciste, no había nada en tu habitación. El payaso había desaparecido, y lo único que había eran los juguetes del niño y la caja negra.

—¡Ryan, vámonos!

La madre de Ryan ya había dejado de llorar y estaba lista para marcharse. Él entró en la habitación y recogió las cosas en silencio. Se despidió de ti con un abrazo y se fue junto a su madre. Tú no dijiste nada, te quedaste en silencio el resto del día, todavía preguntándote qué era lo que habías visto.

  
𝙻𝚊𝚞𝚐𝚑𝚒𝚗𝚐 𝙹𝚊𝚌𝚔.

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