Enemy

𝟑𝟒: 𝓔𝓷𝓮𝓶𝔂.

Oc y pedido de haccubi_chan

  



Había entendido a la perfección la misión que se me había encomendado desde el día en que llegué a este mundo.

Mis padres la heredaron de sus padres. Y sus padres de sus padres, todo a raíz de mi bisabuela, una mujer poderosa con un don que decidió emplear para ayudar a los demás, manteniendo oculto un secreto a voces que, de salir a la luz, haría que la humanidad entera temblara de miedo.

Sí, lo había entendido.

Cuando mi madre me dijo que debía ir al bosque a cazar lo que fuera que estaba llevándose a la gente, pensé que era lógico. Ya había pasado la mayoría de edad, mi entrenamiento había concluido y necesitaban una prueba de que yo ya estaba lista para continuar con el legado de cazadores.

—Lo harás bien, mucha suerte— mamá me abrazó por detrás cuando yo estaba guardándome el cuchillo.

—Sí, porque no puedo fallar, o moriré— concluí. Mi madre me miró con tristeza. Por lo que ella me ha contado, lo pasó bastante mal durante su adiestramiento y su educación. Y cuando le pidieron la prueba, falló, pero sobrevivió a cambio de un pequeño precio.

Aquella cosa que fue a cazar se llevó su brazo.

—María... sabes que no tienes que hacerlo si no quieres.

Tragué saliva y sonreí.

—Estaré bien— ella me retiró el cabello de la cara y besó mi frente. Entonces, salí de casa. 

  
 
Anochecería pronto, y esa sería la señal para comenzar.

Un rastro bastante notorio me había llevado hasta las entrañas del bosque, bastante lejos de mi hogar. Sin embargo, había marcado los árboles para estar segura de que no me perdería a la hora de encontrar el camino de vuelta.

Algo se movió entre los árboles y azotó las hojas de las plantas más bajas. Se escondía en la oscuridad mientras me acechaba, pero yo ya había notado su presencia.

Estaba lista cuando se abalanzó sobre mí, pero no cuando me fijé en las enormes garras de sus manos.

Me rasgó la manga de mi camiseta y vi unas cuantas gotas de sangre caer sobre la hierba seca.

Gemí de dolor y retrocedí rápidamente.

El bicho que tenía delante de mí tenía forma humanoide y estaba desnudo, su piel, pálida como la de un muerto, estaba llena de marcas y cicatrices. Se colocó en una posición cuadrúpeda, apuntando sus garras hacia mí, mirándome a través de sus ojos blancos nacarados y sin iris, enseñándome sus dientes deformes y afilados con una sonrisa torcida.

Saqué el cuchillo.

—Vamos— lo animé —. Tú te llevaste el brazo de mi madre.

Volvió a correr hacia mí a una velocidad que me fue imposible percibir. Bloqueé todos sus ataques con dificultad y logré hacerle un corte en el tronco. La bestia gimió y saltó hacia atrás para alejarse de mí.

—¿Te ha gustado?— inquirí.

Ahora no sonreía, sino que parecía furioso.

Los ataques se hicieron más violentos y rápidos. Retrocedí mientras los bloqueaba hasta que mi talón tropezó con una raíz saliente de un árbol y caí al suelo justo cuando El Rastrillo iba a saltar sobre mí.

Mi instinto me guió poniendo el cuchillo en punta: logré atravesar su hombro huesudo.

El grito que soltó encima de mí me dejó sin sentido del oído durante unos largos segundos. Luego, sentí que me clavaba las garras en el brazo.

Chillé cuando sentí dolor ardiente de mi piel siendo perforada y la sangre gotear.

—No voy a irme sin tu brazo, cabrón— gruñí, girando el cuchillo y haciendo fuerza para seccionar su extremidad. Empujé el mango hasta que la punta del cuchillo asomó al otro lado. Pero algo golpeó con fuerza a la criatura que me rasguñaba encima de mí, con tanta fuerza que lo alejó unos cuatro metros de distancia.

Sentí que las heridas me ardían como las llamas del infierno. No había soltado el cuchillo en ningún momento. La sangre manchó mis dedos mientras yo enfocaba lo que tenía delante de mí.

Un chico. Llevaba una litrona de cerveza en la mano y, por su forma de tambalearse, no había sido la primera. Estaba justo delante de mí, de pie y con la pierna con la que le había dado la patada al Rastrillo adelantada. Estaba vestido con unos pantalones y unas deportivas oscuras y una sudadera blanca manchada de sangre. Reconocí su rostro mutilado, con una sonrisa artificial y sin párpados, en cuanto lo vi; cubierto por un cabello azabache, quemado y descuidado.

Jeffrey Woods, aunque se hacía llamar Jeff the killer. Había visto sus datos en los archivos de El Consejo una vez junto a los de su hermano: su foto antes de que se hiciera todo aquello y algunas captadas por cámaras de desgraciados que lo avistaron y no pudieron vivir para contarlo.

—¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Por su forma de hablar, juguetona, parecía de bastante buen humor.

No dije nada. Sólo me levanté y fijé mi mirada en El Rastrillo, que se lamía la herida del hombro como un perro herido.

—No tengo tiempo para ti— le gruñí. No podía ocuparme de dos monstruos a la vez, por lo que tenía que barajar bien las cartas para no acabar muerta aquella noche. El chico amplió su sonrisa fabricada.

—¿Ah, no? Yo creo que sí— le lanzó una mirada al Rastrillo. Y con eso fue suficiente para que la criatura saliera corriendo sobre sus cuatro patas.

—¡Eh! Era mío— exclamé, indignada. Cuando me giré a verle, estaba muy cerca de mí. Había tirado su botella al suelo y esta se había roto en pedazos, derramando el poco líquido que le quedaba.

—Shhhh— su mano se alzó y me retiró el pelo de la cara —. Eres una chica muy guapa. Dime tu nombre.

Parecía una obligación.

Le apunté con el cuchillo al estómago. Clavé la punta justo debajo de sus costillas. Ya sabía dónde apuntar para llegar al corazón.

—No juegues conmigo— gruñí.

—Ni tú conmigo, niña— respondió —¿No sabes quién soy?

—Lo sé muy bien.

Iba a apupalarle, cuando me cogió de los hombros y me empujó contra el suelo. Caí de espaldas. Su mano me inmovilizó la muñeca y me arrebató el cuchillo. Después, me apuntó con él al cuello.

Empujé su brazo y rodee sus pantorrillas con la pierna para obligarle a cambiar de postura. Quedé encima de él, pero todavía me seguía apuntando con mi cuchillo.

Él rio una vez más.

—Eres buena.

Le enseñé los dientes, enfurecida.

Esperaba que terminara con mi humillación y me asesinara ahí mismo con mi propia arma. Sin embargo, se apartó de mí, se puso de pie y tiró el cuchillo al suelo.

—Sé que nos divertiremos mucho juntos, María.

Tragué saliva en cuanto vi que se alejaba. Recogí el cuchillo y sentí el puñal caliente de sus manos.

En la goma de color negro del mango estaba tallado mi nombre: María.

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