Axes

𝟗: 𝒜𝓍ℯ𝓈

 

Habían pasado ya varios años desde la mudanza y todavía no te habías acostumbrado a tu nueva casa. Construida el sesenta por ciento de madera, de vez en cuando el suelo cirugía o había goteras los días de lluvia. Había sido reformada anteriormente, pero ya os habíais percatado de bastantes defectos. Tu habitación era el sitio más húmedo e imperfecto de la casa. El papel con el que habían sido decoradas las paredes era horrendo, la cama era demasiado pequeña y se le notaban los muelles cuando te acostabas en ella. El baño estaba del piso de arriba estaba atrancado, la vendedora no os explicó muy bien por qué, y era muy oscura. La luz nunca terminaba de iluminar ninguna de las habitaciones, en especial la tuya.

Lo que sí os había contado la vendedora era que aquel barrio en el que ahora vivíais había sido reformado por completo debido a un incendio que lo devastó hace ya varios años, nunca encontraron al pirómano. A pesar de todo, tú misma habías dado tu visto bueno y habias sido la primera en empezar a instalarte. Pero pasaron las noches y comenzaste a escuchar ruidos extraños por toda la casa. Ruidos en las ventanas, en el jardín, en las paredes. Era como si alguien estuviera intentando entrar en la casa.

Alguna que otra vez habías intentado entrar en el baño, pero de ninguna de las mneras lograbas abrir la puerta. Incluso habías intentado acerca palanca con un cuchillo cuando tus padres se iban de casa, pero ni por esas.

—¿Qué estás haciendo?— tu madre apareció por la puerta de tu habitación cuando te habías asomado por la ventana a primera hora por la mañana para averiguar de dónde procedían aquellos ruidos.

—Yo...— te separaste lentamente de la ventana —, solo estaba viendo si había algún nido de golondrinas en el tejado...— mentiste, desviando la mirada de tu madre y volviéndote a sentar en la cama. Ella te examinó lentamente con la mirada, viene que aún llevabas el pijama.

—Deberías prepararte— Te aconsejó —, dentro de unas semanas empiezas el instituto, no puedes seguir acostándote a las tantas de la mañana y levantándote a las siete, ¿me has oído?

—Sí, mamá.

—Lo digo en serio, cariño. Deberías empezar a hacerte un horario de sueño para que el primer día no te quedes dormida.

Pusiste los ojos en blanco.

—No me voy a quedar dormida, mamá.

—Eso ya lo veremos— siguió su camino por el pasillo y tú decidiste cerrar la ventana al escuchar el taladro inalámbrico de tu padre.

Por la tarde, llamaste a un par de maigas tuyas que se habían quedado en tu antigua ciudad mienteas tus padres salían para comprar más materiales con los que arreglarían la casa. Pronto se hizo de noche.

En cuanto finalizaste la llamada con tus amigas, debido a que se te había acabado la batería, empezaste a escuchar los mismos ruidos que solían sonar por la noche. Los ruidos sordos empezaron a escucharse en la planta baja, en las paredes. Alguien estaba intentando entrar en la casa.

Tragaste saliva. Habías pasado mucho miedo por la noche. Pero, ese día, los ruidos eran mucho más fuertes y potentes.

Te atreviste a salir de la habitación solo para coger el teléfono fijo que había en la habitación de tus padres para marcar el número de la policía. Cerraste la puerta y te atrincheraste en tu cuarto, sentada en una esquina de la habitación, debajo de la ventana. Tus piernas temblaban debido al miedo que estabas pasando. Te quedaste mirando la puerta mientras te acercabas el auricular del teléfono a la oreja y esperabas a que alguna operadora te cogiera la llamada.

Un estruendo te hizo sobresaltarte. Fue como una pequeña explosión. Te diste cuenta de que alguien había entrado en casa y aquello solo empeoró tu estado. El miedo evolucionó al pánico y comenzaste a rezar que tus padres volviera pronto. Que todo fuese una alucinación o que la policía llegara lo suficientemente rápido como para que no te pasara nada.

—911: emergencias— por fin, una operadora te cogió la llamada. Pero, al mismo tiempo, empezaste a escuchar pasos que subían las escaleras. Se estaban acercando.

—Hola, creo que alguien ha entrado en mi casa. Estoy yo sola, mis padres se han ido...

—¿Cuál es tu dirección, cariño? Una patruya de policías va a ir para allá.

Diste tu dirección con la voz temblorosa y un nudo en la garganta. Casi no podias hablar mientras sentías la presencia del intruso cada vez más cerca. Te planteaste incluso salir por la ventana, pero sabías que te matarías.

Dejaste de hablar con la operadora cuando la luz del pasillo se encendió y viste la sombra de dos pies a través del hueco de la puerta. Te cubriste la boca con una mano y sollozaste en silencio. Súbitamente, la puerta se abrió.

Te abrazaste a ti misma, aferrándote a tu ropa como si no pudieras aferrarte a otra cosa. No estabas lista para morir.

Los pasos firmes y pausados del intruso eran una tortura para ti. Sabías que te estaba buscando.

Le pediste por favor a Dios, al cielo o a cualquier ente existente. Que no te encontrara, que te salvaran.

Pero el intruso se posó frente a ti; te había encontrado. En lo primero en lo que te fijaste fue en las dos hachas gigantescas que llevaba en cada mano. Llevaba unos pantalones holgados y una sudadera mron con rayas en los brazos. Guantes de cuero negros, tenía cabello castaño y rizado y un vozal grisáceo con gafas de cristales amarillo. Su cabeza se movía de forma errática, como si tuviera un tic.

Ibas a gritar, pero se te cortó la voz y la respiración cuando se agachó y quedó a pocos centímetros de tu rostro y se llevó el dedo índice a donde debería estar su boca.

—Ssshh...

Lloraste más fuerte cuando acercó la hoja de una de sus hachas a ti.

Casi sentías su frío tacto mordiéndote la piel, pero la puerta de entrada de abrió. Tus padres gritaron tu nombre, horrorizados y preocupados.

—¿¡Por qué está la policía en la entrada!?— gritó tu padre.

Tú no te atreviste a responder. El intruso todavía te mirba a través de los cristales amarillos de sus gafas. Sin embargo, te percataste de que bajaba la hoja de su hacha, se las colocaba en su cinturón y se volvía a poner de pie. Noi siquiera lo viste venir, cuando abrió la ventana y, prácticamente, se arrojó al vacío. Cuando te alzaste y asomaste lo la ventana, él había desaparecido en la oscuridad.

 
𝚃𝚒𝚌𝚌𝚒 𝚃𝚘𝚋𝚢.

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