❥︎ Primer día de Novios.
Era medianoche en aquel pueblo olvidado entre gigantes montañas, bosques espesos y fríos, campos en hierba alta con grandes cultivos.
En medio del más fondoso bosque, se hallaba un joven pelirrojo vestido con un kimono blanco tradicional, elaborado con las mejores telas y bordado con los hilos más artesanales qué podrían tener. Sus cabellos —algo— largos rojo fuego reflejaban lo sedosos y suaves que eran; estaban sueltos, dejando que la brisa del bosque los sacudiera en movimientos suaves, logrando expandir la fragancia de shampoos y aceites que se encontraba en ellos.
Su piel lechosa brillaba bajo el seno de la Luna, haciendo notar lo blanca y tersa qué era, los aceites y cremas que fueron puestos en su cuerpo lograron hacerla más brillosa y gustosa al tacto; además, de los perfumes en los que fue bañado.
Sus labios eran carnosos y suaves, además de estar bañados en un bálsamo que los hacía ver más rojos y apetecibles. Ocultaban también lo agrietados que estaban por haber sido mordidos tantas veces.
Sus pestañas largas y rojizas chocaban con su piel cada que cerraba con fuerza sus párpados debido a las fuertes ventiscas, resguardando así el azul eléctrico de sus ojos. Aquellos que guardaban valentía, orgullo, lealtad, sueños, pasión y fortaleza.
Sin embargo, su fortaleza se iba cayendo conforme el frío de la noche comenzaba a calarle hasta los huesos. Su valentía se perdía en la oscuridad y las aterradoras sombras de tan tétrico lugar. Su orgullo de cayó en la sumisión cuando fue obligado a ponerse aquellos ropajes y ser arreglado porque vidas dependían de que se viera hermoso.
Sus sueños se apagaron más rápido que una vela al ser escogido por su pueblo como tributo al espíritu protector del bosque en busca de otra temporada con buenas cosechas, paz y fertilidad. No se le dio la oportunidad de negarse o tan siquiera escapar, en cuanto los sacerdotes más viejos y sabios de la aldea dictaron que era perfecto para ser ofrecido como ofrenda a la deidad que los protegía.
Apenas la orden fue transmitida fue llevado a la fuerza al templo mayor, donde fue preparado por las mejores estilistas y modistas del pueblo durante semanas. Estuvo cautivo en ese lugar para ser educado por institutrices sobre cómo debía actuar cuando estuviera frente al Dios.
Su madre no pudo abogar por él, fue silenciada con canastas de fruta, joyas tradicionales, pescados frescos y algunas carnes rojas. Además de que su hermana Kyouka tuviera la oportunidad de ser educada por las mejores institutrices. Eso es lo único que podía agradecer de su sacrificio.
Ahora solo podía pensar en los silbidos del viento taladrando sus tímpanos con una melodía que relajaba miedo y desdicha. Su cuerpo solo era refugiado por un haori color turquesa con bordados de flores en tonos pastel.
Había perdido la luz de las lámparas Chōchin de los aldeanos que lo habían dejado en medio del bosque. No habían sido tontos, puesto que, conocían lo impulsivo que era el ojiazul y podría escapar fácilmente. Le vendaron los ojos durante todo el camino, después, lo dejaron abandonado dentro de una cueva sbandonada, logrando que no supiera el camino de regreso.
La Luna parecía burlarse de su mala suerte, dejando su luz sobre él como un reflector a una estrella. Empezó a dar algunos pasos sin rumbo fijo.
El collar de plata con un dije de zorro con nueve colas comenzaba a darle picazón en el cuello. Se los advirtió desde un principio cuando se lo probaron la primera vez.
Las nubes empezaron a moverse en el cielo, anunciando una tormenta próxima.
Suspiro abrazandose a si mismo, en busca de calor, su nariz comenzaba a tornarse algo roja, a causa de las bajas temperaturas. Sus pies temblaban a cada paso que daba, no sabiendo si se estaba adentrando o alejando del bosque.
Un relámpago iluminó el cielo, con un fuerte ruido de impacto, seguido de eso, grandes gotas de lluvia mojaron el suelo terrenal y empaparon todo a su paso.
Elevó su rostro al cielo, observando como la gravedad jalaba las gotas abajo, aprovecho para soltar las lágrimas que llevaba guardando en semanas, sintiendo el alivio de librarse de una carga inexistente en sus hombros.
Nadie iba a regresar por él.
Y nadie iba a ir a buscarlo.
Su cuerpo temblaba, ya no soportando el frío de llevar horas a la interperie sin prendas abrigadoras, o algún refugio donde encontrar calor.
Grito de impotencia, sintiendose inútil por morir de una forma desgarradora.
——¿Por qué lloras lindo petirrojo? —Pronunció una voz calmada y —levemente— burlona. Sonando como un eco entre tantos árboles.
Chūya paso saliva nervioso, con sus iris azules repasaba el lugar, dando giros en su propio eje para ver completamente.
Sin embargo, por más que buscaba, no encontraba nada, solo troncos huecos y ramas marchitas.
—¿Estás solo?
Soltó una jadeo de miedo cuando la voz se hizo presente. Juguetona y cruel; cazandolo y azechandolo.
La lluvia se intensificó, haciendo que Chūya lo tomara como un mal presagio. Uso el haori como un "paraguas", tratando de que la lluvia no impidiera su visión.
—Los chicos bonitos no deben de estar solos en lugares tan feos.
Sintió un escalofrío recorrer su columna cuando aquella voz se escuchó a sus espaldas, abrió los ojos como platos y frunció el ceño dispuesto a enfrentarlo.
Sudo frío cuando no vio a nadie.
—Ooh~, ya veo eres mi ofenda.
Unas manos se aferraron a su cintura delineando las curvas y la tela del kimono.
No tardó mucho en apartarse bruscamente de un empujón.
Se giro a encarar al pervertido qué lo había tocado, topandose con la figura de un hombre alto castaño, de ojos café en motas carmin, un kimono azul que dejaba al descubierto parte de su fornido pecho vendado. Lo que más resamtaba en aquel hombre eran unas orejas de zorro blancas, junto a nueve colas del mismo color.
Su cuerpo entró en pánico. Sus sentidos se desconectaron y su mente dejó de razonar.
Tal vez fue culpa del shock.
Pero su vista se nubló al punto de hacerlo perder consciencia y caer desplomado como un saco viejo.
Despertó debido al insistente aroma a melocotón, hizo un gesto de asco por la empalgabte y persistente fragancia. Abrió sus ojos con pesadez, teniendo de primera vista un techo de madera con un candelabro de cristales azules colgando a los pies de la cama.
Se incorporó con algo de trabajo, notando la cama de gran tamaño en la que había estado acostado, las mantas que cobija an su cuerpo eran suaves y bordadas con resistentes hilos rojos.
Sus ojos azules observaron con terror el resto de la habitación, era algo reducida, pero cómoda, la puerta de la habitación parecía ser hecha a mano y de madera de pino.
Aún se sentía madereado y sin fuerzas para levantarse, su cuerpo seguía algo frío a pesar del calor de las mantas.
La puerta de la habitación fue abierta, el hombre de la noche anterior estaba frente a él con un plato de arcilla blanca, parecía haber algún caldo o sopa en él por el vapor que desprendía.
—¡Despertaste! —Saludo el espíritu castaño con alegría —. Con ese cuerpo tan pequeño yo ya te daba por muerto, no creí que resistirias la hipotermia.
Chūya estaba paralizado en su lugar, las palabras no tenían la fuerza para escapar. —¿D-dónde estoy? ¿Quién eres tú? —Cuestionó con voz ronca y pausada, siendo apenas audible, probablemente ya había pescado algún resfriado.
—¡Guau! Alguien no se escucha muy bien —La criatura avanzó a la cama, sentándose al borde de esta. El pelirrojo por instinto se hizo para atrás, chocando su espalda con la cabecera de madera; pareciendo ser una cachorro asustado. El zorro rió divertido por tal acción —. Tranquilo, no planeo lastimarte, de haberlo querido te habría cortado el cuello cuando te abandonaron en el bosque.
El ojiazul paso saliva con trabajo. —¿Cómo sabes eso?
—Ay por favor, si los humanos piensan darme regalos mínimo debo de aprenderme la fecha en que lo hacen —Un brillo escarlata apareció en sus ojos, acompañado de una sonrisa gatuna afilada —. Debo admitir que las doncellas que me han enviado me han satisfacido. Muy bellas debo decir. —Puso su mano en su mentón e hizo una pose pensativa. Chūya realizó una mueca de asco por la insinuación —. Sin embargo, nunca me habían enviado a un hombre, un cambio significativo en realidad... Pero creo que no me desagrada.
Miro al joven frente a él. El pelirrojo se encogió en su lugar con miedo.
¡¿Lo habían mandado para satisfacer el libido sexual de ese espíritu?!
Su cuerpo tembló con pánico al imaginar lo que tendría que hacer, su rostro deformado en asco.
El castaño rió burlonamente, sosteniendo su estómago por el esfuerzo. —Descuida, no haremos eso. Los hombres no son lo mío.
Chūya suspiro de alivio.
—Pero me temo que no podrás irte —Eso freno las esperanzas de huir —. El clima allá afuera es una locura, los ríos corren riesgo de desbordarse. Y parece que la lluvia va para largo.
El castaño señaló la única ventana de la habitación, las cortinas estaban corridas, dejando ver como una fuerte tormenta bañaba los bosques con agua.
—Además, la condición de las ofrendas es mantenerlas conmigo hasta que el periodo de satisfacción termine. —Agregó moviendo su dedo índice de izquierda a derecha.
Chūya frunció el ceño. —¿Y eso cuánto tiempo es?
El zorro sonrió burlón. —Hasta que se me de la gana.
«Maldito.» Pensó el ojiazul mientras apretaba las cobijas.
—Descuida. En cuanto te cures de esa hipotermia, te dejaré libre pequeño petirrojo —Agarró la cuchara en el plato con algo del caldo adentro, soplo un poco antes de acercarla al rostro del menor —. Come, te encogerás del frío y el hambre.
Con algo de molestia y desconfianza, dejo que le diera bocado.
Era un rico caldo de rábanos y zanahorias frescas. Similar al sazón de su madre.
El sabor le gustó tanto que no reprochó qué el castaño le siguiera dando de comer.
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