p a r t e ú n i c a
Estrellas.
Que cosas maravillosas.
-¿Qué opinas de las estrellas? ¿Te gustan?- acabé con el silencio, cosa que aparentemente te sorprendió.
-Si, supongo.- dijiste sin mirarme, continuabas mirando el cielo oscurecerse.
-¿Qué opinas de las estrellas fugaces? ¿Será real lo de los deseos?- me invadió la curiosidad y sonreí como niña pequeña recordando las estrellas. Mis ojos se iluminaron y mi corazón latía frenéticamente.
-Pues, una estrella fugaz es... una estrella quemándose por la velocidad. Una estrella que se apaga.- tú nunca te apagarías, brillabas tanto como mis ojos en ese momento; cuando volteé a verte.
-Las estrellas... no mueren. Ellas viajan por todo el espacio, conociendo nuevos lugares y persistiendo en el tiempo. Son muy bellas para morir.- tú superabas la belleza y luminosidad de aquellas estrellas.
-Te amo.- soltaste de repente, dejándome en shock.
"Yo a ti" quise decir, pero de mi garganta salían ruidos sordos. Podría gritártelo en braille, en un lugar lleno de gente tan ruidosa que podrías oírme con claridad. O bajo la tenue luz de la luna que a duras penas divisábamos en las noches. O en un rincón de tu estudio, mientras te susurro al oído que todo estará bien y mientras empapas mi camiseta, balbuceando incoherencias sin sentido. Yo entendía esas incoherencias, yo te entendía mejor que nadie.
El cielo ya era totalmente negro y con suerte distinguíamos nuestros rostros en la oscuridad de aquella terraza. Pero yo estaba feliz y seguía sonriendo.
-Yo también te amo.- logré soltar, con una voz casi inaudible en el silencio que nos adornaba.
¿Así se sentía el amar a alguien? ¿Dónde estaban las mariposas, el sonrojo y la inevitable sensación de euforia?
Definitivamente no entendía el amor, pero te amaba. Yo te amaba más que nadie. Más que a mí misma.
Mi error fue creer que todo sería como en las películas, que moriríamos juntos. Y, aunque una parte de mí murió cuando tú me dejaste, otra sigue aquí; amándote.
No sé cómo ocurrió; tomaste pastillas, te rajaste las muñecas, o te colgaste de una soga. Quizá fue aquella arma de la cual jalamos el gatillo, cuando las palabras se hicieron audibles.
Al principio, no creí que fueras la gran cosa. Hasta que te acercaste a mí con esa apariencia helada y esos sentimientos de oro. Eras hermoso y no sólo por fuera, tu alma también lo era.
¿Te corrompí?
Yo no podía verte con claridad hasta que te tuve entre mis brazos, hasta que te acurrucaste y te acuné. En ese momento te comprendí; comprendí tu dolor, el porqué de tus llantos, las pesadillas, las noches que te acompañaba el insomnio, comprendí aquella tristeza que traías contigo y llevabas a todos lados, comprendí tu ira; pero no comprendía tu amor.
A veces eras retorcido y me llegaba a preguntar si realmente hacías lo dicho. ¿Me amabas? ¿Realmente lo hacías? Se sentía raro.
Cedí a tus súplicas y tus llantos cuando fuiste demasiado lejos. Realmente no sé cómo ocurrió; solo en tu habitación, llorando y gritando en silencio un auxilio desesperado, en medio de una crisis. Pero fue mi culpa que te quedaras en sequía, yo olvidé regarte con mi amor. Olvidé que me amabas, pero no olvidé amarte.
Te amé tanto...
No volví a verte. Ahora los papeles se había invertido, ya que yo empapaba la almohada y balbuceaba incoherencias que nadie lograba entender. Pero no estabas a mi lado para acallarme y susurrarme con esa voz tan peculiar que todo estaría bien, que te tenía para mí, que estabas conmigo. Para acurrucarme en tus fríos brazos.
Sentí que cada músculo de mi cuerpo se desgarraba lentamente por cada lágrima que caía. Mi corazón estaba, como quien dice, hecho trizas. Mis palabras morían en mi garganta incluso antes de pensar qué decir. Ya no podía dormir pensando en que te había perdido, había perdido a quien más amaba, y eso me mataba poco a poco. El dolor que sentía y siento es inexplicable, y ruego todas las noches que algún día desaparezca.
Entonces, perdida en mis pensamientos ahogados entre lágrimas, sentí que alguien tocaba mi hombro y volteé a verte. Realmente estabas ahí. No pude evitar que mi llanto se volviese escandaloso, me sentía tan feliz de verte de nuevo. Y te abracé como jamás había abrazado a nadie.
-Hoy habrá estrellas, algo imposible, ¿quieres ir a la terraza?- simplemente asentí mientras mi cabeza me mostraba aquellos recuerdos que tan olvidados había tenido.
El cielo estaba tan oscuro que me preguntaba si realmente cabía la posibilidad de ver estrellas. Pero no me importaba eso, estabas a mí lado después de tanto tiempo sola. Después de tanto dolor, de tanto extrañarte.
Aún te extraño...
¿Por qué aparecías en ese momento? ¿Por qué no antes?
Dejé de pensar cuando, tomada de tu mano, sentí un susurro de aquella voz que ya conocía como propia.
-Pide un deseo.- y, después de tanto tiempo, mis ojos se iluminaron, mi sonrisa re-apareció en el mapa. Recordé lo que se sentía ser amada y amar, cuando vi aquella estrella fugaz pasar por delante de nuestros ojos.
-Te deseo a ti, Min Yoongi.- dije con mis ojos cerrados, concentrándome en mi deseo. Quería que se haga realidad cuanto antes, realmente te extrañaba. Pero dejé de sentir tu fría mano tomando la mía, y me alarmé.
Cuando di la vuelta en tu dirección, no estabas ahí.
Y lloré de nuevo, lloré tu ausencia y llegué a llorar los recuerdos felices. Porque, aunque de una forma extraña, te amaba.
Aún te amo...
Pero mi deseo se cumplió; cada noche regresas y me abrazas hasta quedarme dormida. Pero eres una estrella Yoongi, y una fugaz.
No me importa,
aún así puedo sentir
tu mano sobre la mía.
Una vez más.
Una fugaz vez más.
Son las 3 AM y, curiosamente, Yoongi me inspira en demasía.
S I L K Y;
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