03 | lando norris vs. la cafetera

「 ✦ CAPÍTULO TRES ✦ 」

❛¿Sabías que mi vida se está
reproduciendo en flashback
cada vez que giras así?❜



Julio del 2023
📍Paris, Francia 🇫🇷

Charlotte se removió un en el colchón, con la sensación persistente de un leve pero molesto dolor de cabeza. Por inercia, deslizó su mano por el cubrecamas, pero se detuvo al notar que la tela estaba cálida, como si alguien hubiera estado allí hasta hace poco. Su corazón dio un brinco y se sentó de inmediato, tratando de poner orden a su mente aún nublada por la resaca.

Un aroma irresistible llegó a su nariz, sacándola de su estado medio adormilado... ¿Comida?. El desconcierto se transformó en alerta. ¿Había alguien en su casa?

La noche anterior estaba borrosa en su mente, fragmentada en música y un par de margaritas de más.

Ignorando la punzada en su cabeza, Charlotte se levantó rápidamente, tambaleándose un poco mientras trataba de estabilizarse. Al hacerlo, bajó la vista y notó que llevaba puesta una pijama de satén color rosa pálido, con el logo de Victoria's Secret bordado en un costado. Frunció el ceño. No recordaba haberse puesto eso.

Pasó una mano por su cabello desordenado, tratando de domarlo lo mejor posible mientras se dirigía a la cocina.

La escena que encontró al llegar la dejó inmóvil. Allí estaba él, con el cabello ligeramente revuelto y todavía sin suéter, moviéndose frente a la estufa mientras batía algo en un sartén. La luz matutina lo envolvía de forma casi ridícula, como si estuviera posando para una revista de cocina.

Charlotte se quedó inmóvil por un momento, tratando de procesar lo que estaba viendo. Finalmente, carraspeó, llamando su atención.

―¿Qué... estás haciendo? ―preguntó, con la voz ronca de recién despertada.

Lando giró la cabeza y le dedicó una sonrisa.

―Buenos días para ti también, dormilona ―respondió, ―no quería que murieras de hambre esta mañana, así que estoy asegurándome de que comas algo decente. Espero que te gusten los huevos revueltos.

Ella lo miró, todavía un poco incrédula, mientras cruzaba los brazos y apoyaba el peso en una pierna. ―¿Qué clase de persona se levanta temprano en casa ajena para cocinar?

―Una persona increíblemente encantadora, evidentemente. Anda, siéntate, el desayuno estará listo en un minuto.

La muchacha suspiró, esbozando una pequeña sonrisa mientras tomaba asiento. Todavía tenía muchas preguntas, pero el olor a desayuno recién hecho y la visión de Lando sin suéter, las empujaron al fondo de su mente. Por el momento.

―¿Quieres algo de café? ―preguntó a sus espaldas.

―Sí, por favor ―respondió sin mirarlo.

Lando se acercó a la cafetera espresso con curiosidad, examinándola como si fuera un complicado artefacto extraterrestre. Frunció el ceño mientras pasaba los dedos por los botones y palancas, intentando descifrar cómo funcionaba.

―Bien... esto no puede ser tan difícil ―murmuró para sí mismo, tomando una de las cápsulas que encontró cerca. La introdujo en el compartimiento que parecía correcto, pero la máquina emitió un pitido. ―Oh, vamos, dame un respiro ―gruñó, revisando el manual pegado a un lado de la cafetera. 

Está en francés. Perfecto.

Después de varios intentos fallidos y un botón que parecía estar de adorno, el piloto suspiró frustrado. La máquina, en lugar de ayudar, parecía burlarse de él con cada pitido que lanzaba. Finalmente, giró la cabeza hacia donde Charlotte estaba sentada, de espaldas a él.

―Ehm, Char.

Ella giró la cabeza, y al ver la escena, no pudo evitar soltar una risita.

―¿Qué pasó? ―preguntó, acercándose con curiosidad.

―No sé cómo usar tu máquina ―admitió Lando, dando un paso atrás y señalando el objeto de su frustración. ―Esto parece más complicado que las configuraciones del volante de mi coche.

Charlotte rio aún más fuerte, acercándose para inspeccionar el desastre. ―Es una cafetera espresso, Lando, no un simulador de F1.

―Pues lo disimula muy bien ―bromeó, observándola tomar el control. ―¿Entonces cómo funciona este artefacto del demonio?

―Es más fácil de lo que parece.

―Ajá, seguro ―respondió, cruzándose de brazos, ―porque nada dice "simple" como diez botones y una pantalla digital que parece medir tu ritmo cardíaco.

―Mira, solo necesitas seleccionar esto, poner el café aquí y... voilà ―explicó mientras le mostraba los pasos.

Lando se inclinó un poco para seguir sus movimientos, pero su mirada terminó más en Charlotte que en la cafetera. En cuestión de segundos, un chorro de café perfecto comenzó a salir, llenando la cocina con un aroma cálido y reconfortante.

―Bueno, eso fue humillante ―murmuró.

Charlotte le pasó la taza con una sonrisa triunfante. ―Si te sirve de consuelo, hasta yo batallé las primeras semanas. Pero ahora ya sabes, maestra del café.

―Sí, claro ―respondió, tomando un sorbo y sonriendo, ―de todos modos, creo que preferiría un volante.

Poco después, se sentaron a desayunar, y el silencio se instaló entre ellos, pero estaba lejos de ser incómodo. De vez en cuando, sus miradas se cruzaban, y Charlotte no podía evitar que se le escaparan unas cuantas sonrisas tontas, especialmente cuando Lando hacía muecas.

A pesar de la ligereza del momento, su mente seguía dándole vueltas a lo ocurrido anoche. La incertidumbre la carcomía, y finalmente, armándose de valor, rompió el silencio.

―Nosotros no... hicimos nada, ¿cierto? ―la pregunta salió más insegura de lo que pretendía.

―No, no hicimos nada ―respondió, con una tranquilidad desarmante, ―tu estabas borracha, y yo no podía dejar que nada pasara, aunque quisieras.

Ella lo miró sorprendida, pero aliviada. No sabía si debía sentirse avergonzada por no recordar ciertos detalles, o agradecida de que él se hubiera comportado con tanta cautela.

―¿Y mi pijama? ―volvió a preguntar, ―porque no recuerdo habérmela puesto.

―Digamos que te ayudé un poquito, solo hasta donde fue estrictamente necesario ―aseguró, haciendo énfasis en las últimas palabras, ―tuve que sujetarte un par de veces porque no dejabas de tambalearte.

―Bueno, eso explica por qué no amanecí con mi vestido puesto.

―Y por qué no tienes una resaca peor ―añadió, señalándola con el tenedor, ―también me aseguré de que tomaras agua antes de dormir.

―¿Así eres siempre o fue un servicio especial? ―bromeó.

―Solo con las personas que me invitan a pasar y luego se desmayan en el sofá ―le siguió el juego, guiñándole un ojo.

Ella negó con la cabeza mientras reía, antes de volver su atención al desayuno.

―Creí que tenías que tomar un vuelo temprano ―dijo de repente, recordando haber escuchado a Lando decirlo anoche.

El piloto levantó la vista de su plato con una sonrisa. ―Bueno, puede ser que mentí un poquito para poder irnos.

―¿Y a qué hora es en realidad tu vuelo?

―Mas tarde, a las nueve ―admitió él, llevándose un trozo de tostada a la boca.

Ella apoyó el codo en la mesa y lo miró pensativa, mientras una idea le cruzó por la cabeza. ―Entonces tenemos todo el día para que te muestre París, ¿qué dices?

―¿En serio? ―preguntó incrédulo, y ella asintió, ―claro, me encantaría.

Charlotte terminó su desayuno y, tras un último sorbo de café, se levantó para llevar su plato al fregadero. El suave tintineo de la porcelana al colocarlo en la pileta llenó el breve silencio que había entre ellos. Se giró hacia Lando con una sonrisa divertida y una ceja ligeramente alzada.

―Bien, déjame arreglarme, y tú... bueno, tendrás que reutilizar tu ropa de anoche, porque dudo que encuentres algo aquí que te quede ―comentó, haciendo una mueca con los labios.

―No me importa, seguro nadie notará que no huelo a lavanda fresca ―bromeó, aguantándose una carcajada al ver cómo la muchacha puso los ojos en blanco.

―Dame diez minutos, ―respondió ella, girándose hacia el pasillo para dirigirse a su habitación. Sin embargo, se detuvo de repente, recordando un detalle importante. Se asomó por el marco de la puerta y añadió: ―puedes usar la televisión si quieres.

Ahora sí, desapareció por el pasillo, dejando al británico solo. Desde su habitación, mientras se aseaba y empezaba a arreglarse, escuchó un grito.

―¡¿Solo tienes películas de Barbie?!

Charlotte rio para sí misma antes de contestar a viva voz: ―¡Sí, y novelas mexicanas, pero tienen subtítulos!

Veinte minutos más tarde ―porque no era precisamente rápida arreglándose, y le gustaba tomarse su tiempo―, Charlotte regresó a la sala, usando un conjunto cómodo pero estiloso, ideal para recorrer la ciudad. Lando, por otro lado, seguía con la ropa del club, pero había hecho un esfuerzo por al menos peinarse con los dedos.

―Muy bien, estás presentable ―bromeó ella tomándolo por el brazo mientras salían por la puerta.

―Es lo mejor que puedo hacer sin mi arsenal completo ―respondió, ajustándose la chaqueta.

Charlotte condujo a Lando por las calles de París, con el cielo ligeramente nublado, pero sin amenaza de lluvia. Empezaron su recorrido en el barrio de Montmartre, donde Charlotte le mostró la Basílica del Sacré Cœur, seguida de las callejuelas llenas de artistas callejeros, pintores y pequeñas cafeterías.

Tras pasar un buen rato explorando el barrio, decidieron rentar una motoneta para desplazarse un poco más rápido. Se turnaban para conducirla, pero cada vez que Charlotte tomaba el volante, Lando no podía evitar sentir que su corazón escapaba por su garganta. Aunque disfrutaba del paseo, no podía dejar de pensar que la muchacha no era precisamente la conductora más cuidadosa.

La motoneta zigzagueaba de cerca entre los coches, y Lando pensaba, medio bromeando y medio en serio, que probablemente sobrevivirían a todo, menos al estilo de manejo de la francesa.

―Creo que este tour sería más seguro si yo manejara ―comentó el británico, aferrándose al manillar.

Charlotte soltó una pequeña risa, sin quitar los ojos de la calle.

―Si tú manejas, seguro terminaríamos en el Sena, y no por tomar un paseo en barco ―bromeó, acelerando un poco más mientras tomaba una curva con destreza.

Decidieron detenerse en un par de puestos de artesanías locales que encontraban a lo largo de su camino. Los vendedores ofrecían todo tipo de souvenirs, desde pintorescos sombreros, hasta pequeñas esculturas en llaveros.

Charlotte le explicó a Lando cómo los artesanos tenían una larga tradición y cómo algunos objetos reflejaban realmente la esencia de la ciudad.

―Es increíble como algo tan pequeño puede tener tanto significado ―dijo él, mientras observaba una pequeña escultura.

―Sí, eso es lo bonito de aquí. Cada pieza es única ―respondió, sonriendo al ver a su nuevo amigo fascinado por el lugar.

En uno de los puestos, la muchacha se detuvo frente a un precioso collar hecho a mano. El diseño era simple: una cuerda negra que se ajustaba delicadamente alrededor del cuello, con un pequeño colgante en forma de corazón de plata colgando en el centro. 

Tras pedir permiso al vendedor, quitó el collar de su lugar y se lo probó. Al verse en el espejo del puesto, se dio cuenta de que lucía muy bien en ella.

―¿Te gusta? ―preguntó Lando, observando el collar en su cuello.

―Sí, es muy lindo, pero no lo necesito ―respondió, tocando el colgante con su mano. 

―¿Por qué no? ―insistió, ―te queda perfecto, de verdad.

Charlotte sonrió suavemente, y, tras un breve vistazo al collar, lo devolvió al puesto. ―Tengo que ahorrar para un estetoscopio que vi hace meses, y créeme, cuesta un ojo de la cara.

Ella siguió caminando entre los puestos, sin saber que Lando se había quedado observando el collar con más atención. Al cabo de unos minutos, la muchacha notó su ausencia y se giró hacia donde estaba.

―¿Vienes? ―le dijo desde lejos, cruzándose de brazos.

Lando, sin perder el tiempo, corrió hacia ella.

La mañana pasó volando. Cuando el sol comenzó a asomarse entre las nubes, los dos paseaban por el parque, con la Torre Eiffel a lo lejos.

―Já, sabía que esto estaba en el tour ―comentó riendo.

―Sí, es uno de los lugares más típicos de París. Lo sé, soy un fracaso como guía turística, pero, en mi defensa, quería que recordaras esta imagen ―Charlotte lo miró con una sonrisa, señalando el paisaje frente a ellos.

Después de tomarse varias fotos frente a la torre, la muchacha lo llevó a una pequeña cafetería que conocía bien. Era el lugar donde solía ir antes de la universidad, y también después de sus prácticas clínicas.

Cuando entraron en la cafetería, los dueños, una pareja de esposos mayores, levantaron la vista y saludaron a Charlotte con un cálido abrazo.

―Charlotte, chérie, ¿comment vas-tu? ―saludó la señora Camille, con un tono afectuoso.

―Je vais bien, merci. ¿Et toi? ―preguntó, inclinando ligeramente la cabeza hacia ellos.

―Comme toujours, Charlotte, comme toujours. ¡Bienvenue! ―dijo el señor Gerard, mientras movía la mano hacia las mesas disponibles.

Lando los observaba en silencio, sin entender ni una palabra. Su expresión se mantenía amigable, pero por dentro estaba completamente perdido. Podrían estar maldiciéndolo en su cara y él no tendría ni idea. Solo veía las sonrisas y los gestos amables de los tres, pero no tenía ni la menor pista de lo que realmente se decían.

―C'est Lando, mon ami ―la francesa lo tomó del brazo y lo acercó a los señores. Aunque no sabía qué había dicho ella, el escuchar su nombre lo hizo reaccionar y levantando la mano en un saludo.

―¿Qué les dijiste? ―susurró, curioso pero intentando no llamar la atención.

―Que eres un vagabundo y te di posada en mi casa ―respondió en el mismo tono, con una sonrisa traviesa.

Lando la miró de reojo, poniendo los ojos en blanco. ―Eso no suena para nada convincente, ¿sabes?

Se sentaron cerca de la ventana, y, tras unos minutos, se decidieron por pedir el hachis parmentier, y Charlotte hizo el pedido mientras Lando la observaba.

―¿Coca-Cola o Pepsi? ―preguntó Lando, mirando el menú.

―Agua ―Charlotte no dudó.

―¿Es en serio? ―preguntó él, sorprendido.

―Por supuesto. ¿Qué clase de imagen de doctora les daría a estos señores si me ven tomando Coca-Cola a diestra y siniestra? ―respondió, provocándole una risa.

Mientras esperaban, comenzaron a conversar de todo y de nada. Lando intentaba conocerla mejor, y Charlotte, aunque más reservada, también se mostraba interesada en él. Poco después, la comida llegó

―¿Sabes qué? esto está increíble ―comentó el piloto, cubriéndose la boca mientras masticaba con satisfacción el gratinado de puré de patatas con carne.

―Lo sé, no puedo creer que nunca antes lo hayas probado ―respondió la francesa, riendo.

Mientras la veía disfrutar su comida, Lando no pudo evitar pensar en que hacía mucho tiempo que no se divertía tanto. No podía recordar cuando fue la última vez que se cruzó con alguien que lo descolocara tanto así, y lo más extraño era que ella no estaba haciendo nada. Solo estaba siendo ella misma, hablando sin parar como una cotorra con una dosis extrema de cafeína.







Finalmente, la hora de despedirse llegó. Después de un día lleno de visitas a lugares turísticos y poner en riesgo sus vidas unas cuatro veces, Charlotte había accedido a acompañar a Lando a buscar sus cosas en el hotel donde se había hospedado ―aunque, en realidad, nunca llegó a hacerlo― y luego al aeropuerto. Habían pasado un buen rato charlando, sin prisa, hasta que finalmente anunciaron que el vuelo de Lando estaba próximo a salir.

―Bueno, supongo que este es el final ―dijo Lando, mirando a Charlotte mientras ajustaba su mochila.

―Creo que sí ―respondió Charlotte, sonriendo suavemente. ―Pero fue genial pasar el día contigo.

Lando rió, encogiéndose de hombros. ―Me alegra saber que te divertiste. Aunque debo admitir que, si no me bajaba de esa motoneta en una sola pieza, probablemente estaríamos en una historia diferente ahora mismo.

―O tal vez en el hospital. Pero, de cualquier forma, ya te las arreglaste bastante bien.

―Definitivamente lo hice ―contestó, ―me alegra haber venido. Espero que podamos vernos pronto.

Charlotte asintió. ―Lo espero también.

Lando, como si hubiese recordado algo, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña bolsita de terciopelo. La abrió frente a Charlotte, revelando el collar que ella había admirado en el puesto de artesanías.

―No puedo creerlo, lo compraste... ―dijo ella, sorprendida, sin poder evitar sonreír.

―Te gustó, y se te veía perfecto. Sería maldad no hacerlo ―respondió Lando con una sonrisa traviesa.

―Pero yo no puedo aceptar esto ―protestó Charlotte, dándole un toque al collar con la punta de los dedos.

―Hazlo, si no, me sentiré muy ridículo por haber comprado también un brazalete que hace matching ―dijo Lando, sacando de su muñeca una serie de pulseras de una marca prestigiosa, y con un gesto, dejó ver un brazalete rústico, similar al collar, solo que el corazón era mucho más pequeño, casi del tamaño de un imán.

―Eres un caso perdido, ¿sabes? ―comentó, guardando el collar en su bolsa.

―Lo sé, pero a veces la maldad tiene su recompensa ―respondió él, con una sonrisa burlona.

―Te agradezco mucho.

―Ya, ya, no te pongas sentimental ―bromeó Lando, poniéndose en pie. ―Si no, me vas a hacer pensar que realmente te caí bien.

―Lo haré, pero solo porque si no te vas ahora, perderás tu vuelo ―dijo ella, escondiendo sus manos en sus bolsillos.

Lando la miró por última vez, un destello de algo en sus ojos, y con un leve movimiento de cabeza, comenzó a alejarse. Charlotte hizo lo mismo, hasta que ambas figuras se desvanecieron entre la multitud. Ninguno de los dos se volteó a mirarse nuevamente.






―kala's note:

Reviví. Y sé que es un poco bastante tarde, pero igual espero que hayan pasado unas felices fiestas, y deseo que este año esté lleno de cosas buenas para ustedes.

Btw, me inspiré en un capítulo del libro de Alice Kellen "nosotros en la luna", para escribir la parte de la cafetería. Y lo admito, me encantó todo.

Tan bello Lando, comprándole a Char el collar que le gustó. Lloro. (si quieren hacerse la idea de cómo era el collar, busquen en bershka, de ahí saqué la inspo).

Por cierto, si ven alguna falta ortográfica o cualquier cosa extraña, me avisan en comentarios por favor. Esta soy yo escribiendo a las 4 de la mañana (otra vez) y mi vista puede fallar.

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Qué creen que pasa después?

En fin, eso sería todo por hoy. Sin más, me despido, no sin antes recordarles que dejen su estrellita, y si desean, un comentario, que igual a mí me encanta leerlos. Espero que les haya gustado el capítulo. Nos leemos pronto. Besitos ♥️♥️♥️

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