━━━━━━ 𖥻 ix. the burrow
✧ 𓈒 ⠀𝆬 ، 𝑖𝑥. 𝙲𝙷𝙰𝙿𝚃𝙴𝚁 𝄒 ᗁ !
⠀ 𖦹 𓄹 ִ ۫ 𝗅𝖺 𝗆𝖺𝖽𝗋𝗂𝗀𝖾𝗋𝖺 ˚ ✦⠀⠀ֹ
EL INCIDENTE DEL TROL HABÍA AYUDADO A QUE LOS DÍAS RESTANTES DE CASTIGO CON MALTHEA FUERAN MENOS INCÓMODOS. De hecho, habían sido "casi divertidos" en las propias palabras de la Slytherin. Nuestra relación con ella se había convertido en revolverle el cabello amistosamente al encontrarnos en los pasillos y ponernos el pie para hacer tropezar al otro de vez en cuando al estar en la misma sala común. A pesar de lo que se veía por el exterior nos habíamos vuelto tan cercanos como para mantener una conversación en el Gran Comedor, donde la idea de aprender a hacer bromas ya no sonaba tan espantosa para la niña. Incluso para navidad nos había regalado un paquete de plumas de caramelo a cada uno.
El tema de su padre desaparecido no había sido resuelto aún y añadido a todo, de vez en cuando se volvía el objeto de burlas e insultos de sus compañeros Slytherin. A veces intentábamos mantenerla distraída pidiéndole consejos de bromas en la sala común o en el gran comedor. Ahora éramos oficialmente una amistad extraña.
De camino a la estación King Cross a final de año la niña se presentó en nuestro vagón.
—Fred, George y.... olvidé tu nombre —saludó con las manos detrás de la espalda.
—Lee, Lee Jordan —se presentó mi amigo por quinta vez desde que se conocían.
—Lo recordaré la próxima vez, lo prometo —dijo a modo de disculpa.
La niña parecía nerviosa, como si quisiera decirnos algo y no encontrara la forma o las palabras correctas para expresarlo.
—Sólo venía a despedirme —habló después de un momento de silencio.
—¿De nosotros? —se burló George— Debimos haber hecho algo grandioso para merecer tal honor.
—Lo hicieron —respondió ella con un gesto aún más serio— no les había agradecido por preocuparse por mi vida aquel día con el trol —retiró la mirada.
—Seguramente no habríamos podido con la culpa de saber que te dirigías a criatura peligrosa y no hicimos nada —bromeé.
—Aun así, gracias —cuando sus mejillas se pusieron coloradas y su semblante se entristeció supe que no había entendido la broma.
—No fue nada —volví a hablar—, sería mayor el pesar de perder una amiga —añadí para consolarla— amigos de castigo ¿no?
Althea sonrió y nos dio un abrazo a cada uno, incluyendo a Lee.
—Les enviaré una postal desde la embrujada mansión Rosier —bromeó como última palabra antes de salir.
El tren se detuvo casi justo después que la niña se perdió de nuestra vista. El año me había parecido tan corto que en cada recuerdo que tenía ella parecía estar presente.
Mamá había mandado a Severus para llevarme así que sabía que no había nadie en casa; ella seguramente estaría ocupada en el ministerio y papá seguía desaparecido. Pero me quedé ahí, en el centro del recibidor, mirando a mi alrededor a la vieja mansión Rosier, con su estética barroca y su silencio habitual; esperando que alguien me diera la bienvenida y me dijese lo mucho que me extraño.
Me resigné a que no pasaría, no me importaba mucho de todas maneras. Estaba tan cansada que subí dispuesta a sumirme en un profundo sueño a penas toqué la cama.
—Joven ama.
—¿Qué pasa Alda?
—Sólo quería asegurar que haya llegado con bien señorita Amalthea. También quería saber si tenía hambre — asentí — iré a preparar algo para usted ¿Desea algo en específico? — negué.
Cuando la elfina se dio la vuelta pude ver las marcas ya cicatrizadas de heridas que en algún momento pudieron ser profundas. Sabía que ninguno de mis padres se regulaba cuando de castigar a Alda se trataba.
Alda fue un regalo por mi nacimiento, prácticamente ella me había cuidado desde que nací y la quería mucho. Para una niña cuya inocencia dependió de una elfina que se había encargado de alimentarla y cambiarle los pañales, le debía mucho. Ella sin pretenderlo me había enseñado que cualquier criatura es digna de respeto y cariño.
La semana siguiente las señales de presencia de mi madre eran casi inexistentes y para mí eso parecía ser más un alivio que un pesar.
Aunque había sido yo la que había dicho de escribir a los gemelos, ellos fueron los primeros en hacerme llegar una carta preguntándome si ya los echaba de menos, junto a una bolsa con el denominado "truena lenguas" que había probado por primera vez en nuestro castigo juntos. Les había respondido con una carta haciendo énfasis sarcástico en que claramente mi existencia dependía de ellos, junto a una caja de dulces de hipotós.
Mamá, quien últimamente parecía estar hecha un manojo de nervios, aquella noche se había desocupado lo suficiente para cenar conmigo y aunque parecía algo bueno, el silencio que se apoderaba en la mesa lo hacía sentir como un momento lleno de tensión en el que algo estaba a punto de explotar.
—Tendrás que pasar el resto de tus vacaciones con tu tía Agatha —habló rompiendo el silencio y antes de que pudiera decir alguna cosa volvió a levantar la voz— y no puedes objetar ni negarte, está decidido. Mañana por la tarde partiremos hacía allá.
Agatha Yaxley era la hermana mayor de mi madre. Jamás se había casado, pero había heredado la fortuna de su novio quien había muerto por razones desconocidas.
Desde que la conocía, mi madre y ella jamás se habían llevado bien, pero aun así asistía a todas las cenas navideñas y reuniones que se celebraban en familia.
Por motivos de mi reciente amistad entablada con los gemelos Weasley y nuestras constantes cartas intercambiadas había decidido que sería conveniente no usar más su vieja lechuza pues no resistiría volar tales distancias y podría tener el peligro de morir en el camino.
Ese era el otro asunto con enviar cartas a los pelirrojos: mi madre recibía más correspondencia de lo usual y por lo tanto cualquier lechuza de la familia era recibida primero con ella para asegurarse de que sus cartas no fueran mezcladas con las mías; por ese motivo habíamos tenido que usar al viejo Errol para poder mantenernos comunicados, pues mi madre jamás pensaría que esa vieja lechuza sería asunto nuestro. Por ahora entonces, lo único bueno de ir a casa de la tía Agatha sería llevar mi lechuza y hacer más rápidas nuestras entregas ya que la mujer jamás interceptaría mi correspondencia.
La mañana siguiente después de escribir a los Weasley sobre las recientes noticias, me concentré en hacer mis maletas y llevar todo lo necesario, incluyendo las cosas del colegio pues era claro que regresaría a Hogwarts antes de regresar a casa.
Llegar a nuestro destino me había hecho pensar que el camino no había parecido tan largo ni tan corto, sobre todo con el constante parloteo de mi madre sobre lo que podía y no podía hacer. Por ejemplo: no tenía permitido escribir a casa bajo ninguna circunstancia, pero podía escribir a mis amigos con mi propia lechuza. Tampoco podía acercarme a las mascotas de tía Agatha, pero tenía permiso de llevar a Alda conmigo para hacerme compañía.
La tía Agatha vivía en una mansión alejada de las personas junto a tres Augurey que tenía como mascotas. Había visitado su casa una sola vez y en cuanto había puesto un solo pie en la entrada el olor a sahumerio de Jazmín combinado con tabaco había inundado mis fosas nasales la cuales con sólo recordar hacían volver ese olor.
La mujer nos había recibido con una bata de dormir ostentosa de color negro, con pliegues y peluche en exceso. Sostenía en la mano derecha una pipeta plateada y en la izquierda una copa de vino tinto.
Mamá, quien se mostraba siempre molesta ante la presencia de su hermana le arrebato la copa de la mano entrando a la casa sin decir palabra.
Después de asignarme una habitación ambas brujas fueron a otro lugar a conversar sobre Merlín sabe qué. Preciso fue el momento en que recostada en la cama escuché un picoteo en la ventana causado por mi lechuza. Traía la respuesta de los gemelos donde cuestionaban sobre si pasar unos días en su hogar haría enloquecer a la tía Agatha. Había contestado de forma sarcástica que la tía Agatha no se daría cuenta que no estoy aún si saltara de la ventana de camino al borde del mundo y que aunque se diera cuenta parecía que tampoco podría acusarme con madre, pues ninguna de las dos teníamos permitido comunicarnos con ella.
Después de enviar la carta, la dueña de la casa entró, esta vez usando un vestido negro con la misma pipeta con la que nos recibió.
—Tu madre se ha ido y dejó a tu elfina en mi cocina —anunció sin mirarme.
Se hizo un silencio en el que me di cuenta que no me parecía tan importante despedirme de madre, pero de alguna manera me hacía sentir mal.
—¿Quieres una copa de...? —comenzó a decir la mujer para romper el silencio.
—Tengo 12 años— le interrumpí con seriedad.
—¡De jugo! por Merlín yo jamás le ofrecería alcohol a una menor —reparó con incomodidad y después de negar con la cabeza la mujer volvió a intentar romper el hielo— ¿Quieres ir a alimentar a mis retoños?
—Mi madre dijo que no podía acercarme a... —comencé a decir.
—A nadie le interesa lo que diga Sapphira ¿de acuerdo? ella no está aquí así que vamos.
Después de alimentar a Aiko, Akiko y Akira, tía Agatha me dejó salir al jardín a esperar que el almuerzo estuviera listo. Cuando lo estuvo fue Alda quien me notificó y me llevó al comedor, donde la mujer se sentó en un extremo de la larga mesa de caoba y yo en el otro.
Me preguntaba para que querría una mesa con tantos lugares si vivía sola y seguramente yo era su primera visita en un largo tiempo cuando la bruja alzó la voz.
—¿Y cómo va la escuela? ¿Tienes muchos amigos? —la mujer no me dejó responder cuando volvió a hablar— Sapphira nunca fue tan popular, era yo quien llamaba la atención. —soltó una risita— Espero que tu no seas igual —negué en silencio y siendo notable el hecho de que la mujer llevaba encima más de una copa de vino me vino a la idea debido a la reciente insistencia de los gemelos.
—Disculpe tía ¿sería posible que la próxima semana pueda pasar unos días en casa de una... amiga? —pregunté tímidamente sin quitar la vista de mi plato.
—Niña, sé que no soy la persona más simpática del mundo, pero ¿De verdad soy tan terrible como para huir de mi apenas unos minutos de estar conmigo? —dijo en tono serio y antes de poder contestar arrepentida la bruja soltó una carcajada— es una broma, es una broma. Pero dime ¿Qué amiga es esta de la que me hablas?
Dudé un segundo en inventar una mentira pues me dio la impresión de que tía Agatha lo descubriría de inmediato, pero supuse que sí lo decía con la suficiente seguridad podría convencerla.
—Alice Greengrass —dije con firmeza.
—¿Greengrass, hum? Me parece que nuestro historial de interacciones con ese apellido no ha sido del todo agradable. Dime ¿Qué opinaría Sapphira?
—Creí que lo que pensara madre no era importante —repuse sin pensar y una vez más antes de poder retractarme la mujer rio con diversión.
—Niña astuta. Bien, dado el hecho de que yo no tengo ánimos para cuidar de una niña tanto tiempo y seguramente tú no tienes ánimos de quedarte con tu desconocida tía, tienes permiso de salir pasado mañana y regresar la próxima semana si a esa amiga tuya no le importa. Ni una palabra de esto a tu madre.
No se habló mucho en aquella cena y dado que no podía hacer más que esperar con ansias el regreso de mi lechuza para anunciar las buenas nuevas a los hermanos Weasley, la noche después de pasar todo el día dibujando las flores del jardín de tía Agatha me fuí a dormir pensando en las posibles soluciones para cubrir mi mentira.
La mañana siguiente fueron los picotazos en mi brazo por parte de Gardian quienes me hicieron levantarme, después de llamar a Alda para que lo alimentase pude tomar la carta que traía consigo, claramente de los gemelos Weasley. En ella afirmaban que en todo caso, podrían raptarme de la mansión sin dejar rastro y a tía Agatha le daría igual, así que la idea no les parecía tan mala.
Me apresuré a escribir una respuesta, por más imposible que sonara, a mi parecer con los gemelos Weasley no siempre se podía saber si bromeaban o no. Por si acaso les escribí contándoles que tía me había dado permiso de irme el día siguiente a primera hora si me apetecía, pero que ahora tendríamos que idear una forma de encubrir mi mentira y averiguar una forma de hacerme llegar a su hogar. Luego dejé descansar a mi lechuza un par de horas y para antes del desayuno ya se encontraba emprendiendo de nuevo el viaje a la madriguera.
El día transcurrió de maravilla. Antes de la comida tía Agatha me había pedidl sembrar unas semillas de violetas y en la cena me había permitido comer todos los pastelillos que quisiese.
Pero la noche no me pareció tan emocionante como me habría imaginado. Los pensamientos intrusivos de lo que podría llegar a pasar al día siguiente atravesaban mí mente y alteraban mi descanso.
Después de intentar contar del uno al cien, el sueño ahora parecía querer entrar por mis ojos.
No pasaron ni cinco minutos cuando escuché que llamaban a mi ventana y una gran luz pasaba por ella, iluminando toda la habitación. Caminé para abrirla y cuando lo hice encontré un viejo auto flotando al otro lado.
—¿Están locos? ¿Qué hacen aquí? —pregunté entre molesta y adormilada.
—Este es nuestro plan, te llevaremos antes de que tu tía despierte —respondió Fred.
—¿Y qué hará cuando se despierte y no encuentre a la sobrina que se supone debe cuidar? —pregunté incrédula.
—Por eso trajimos esto —habló George del asiento del copiloto mostrándome un frasco con un líquido morado— sólo debemos hacer que beba esto y no despertará hasta después de diez horas, tiempo suficiente para que "Los Greengrass" vengan a recoger a su pequeña invitada.
—¿Y eso lo haremos cómo?
Ron quien se encontraba en el asiento trasero arrugó el entrecejo y apretó los labios, concentrado en dar una respuesta. Pero no tuvo tiempo de pensarlo mucho porque Alda entró a toda prisa agitando un sartén por encima de su cabeza.
—¡Ladrones, rufianes! —gritaba y antes de que pudiese lanzarles el sartén salté para taparle la boca.
—Shhh Alda, has silencio. No son ladrones, son amigos —aclaré y sólo cuando estuve segura de que no volvería a gritar quite mis manos. Entonces se me ocurrió una idea— Alda, necesito que des esto algo a tía Agatha— dije pidiéndole el frasco a George, quien cuidadosamente bajó del automóvil para dármelo— Debes asegurarte que lo beba ahora ¿De acuerdo? —la elfina asintió tomando el frasco y saliendo de la habitación.
Enseguida escribí una nota para tía, diciendo que los Greengrass habían venido por mí temprano, pero que ella estaba totalmente dormida.
Luego de dejar la nota en mi cama pedí ayuda a George para llevar mi baúl. Fred bajó para ayudar también.
Entonces la elfina apareció de nuevo, con el frasco vacío.
—¿Alda qué...?
—La tía de la joven ama me ordenó traer un vaso de whisky de fuego y Alda se aseguró de que lo bebiera todo.
—¿Le pusiste..? —Alda asintió energéticamente — Bien, era todo lo que necesitaba ¿Te pregunto por el escándalo?
—La señora ha puesto un hechizo silenciador desde la media noche, cuando comenzó a beber.
Fred terminó de cargar todo y en cuanto estábamos listos para partir miré a Alda, no podía dejarla ahí.
—Hey, uhm ¿Creen que habrá problema alguno si llevo a Alda conmigo?
—¿A la elfina? —Cuestionó Fred, no muy convencido.
Sentí una mano tirando de la mía. Alda me veía desde abajo con ojos de cachorro.
—Joven ama, usted puede marcharse, no tenga cuidado de mí. Me quedaré aquí escondida y si usted me llama acudiré de inmediato.
—¿Estás...? —antes de poder terminar mi pregunta la elfina asintió.
Aún no muy segura de dejar a Alda con la tía Agatha, subí al automóvil con ayuda de los gemelos camino a la madrigera.
En el camino, Amalthea se quedó dormida pegada a la ventana; cuando el auto hacía un movimiento brusco su cabeza se golpeaba suavemente, así que Ron tuvo que recargarla en su hombro hasta que llegamos a Privet Drive por Harry, dónde se despertó por el ruido del auto despegando los barrotes en la ventana y tuvo que ayudar a subir las cosas del niño para ser rápidos y evitar ser descubiertos. Aun así sus tíos muggles se dieron cuenta e intentaron detenerlo sin éxito.
Luego de que Ron le preguntara porque no había respondido ninguna de sus cartas y preguntar por qué había recibido una amonestación oficial por utilizar magia delante de los muggles, Harry explicó lo de Dobby, la advertencia que le había hecho y el desastre de un pudín de violetas. Cuando terminó hubo un silencio prolongado.
—Muy sospechoso —dije finalmente.
—Me huele mal —corroboró George— ¿Así que ni siquiera te dijo quién estaba detrás de todo?
—Creo que no podía —dijo Harry—, ya les dije que cada vez que estaba a punto de irse de la lengua, empezaba a darse golpes contra la pared ¿Creen que me estaba mintiendo?
—No —alzó la voz Amalthea— Si se estaba castigando constantemente al decirte todo eso significa que está desobedeciendo o haciendo algo que afecte a sus amos. Tengamos en cuenta que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero normalmente no lo pueden utilizar sin el permiso de sus amos.
—No lo sé, igual me parece sospechoso. Él fue quien me metió en problemas con el ministerio
—Me da la impresión de que enviaron al viejo Dobby para impedirte que regresaras a Hogwarts. Una especie de broma ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ti?
—Sí —respondieron Amalthea, Ron y Harry al unísono.
—Draco Malfoy —dijo Harry— Me odia
—¿Draco Malfoy? —dijo George, volviéndose— ¿No es el hijo de Lucius Malfoy? —Amalthea asintió y Harry alzó los hombros confundido—He oído a mi padre hablar mucho de él. Fue un destacado partidario de Quien-tú-sabes.
—Y cuando desapareció Quien-tú-sabes —dije, estirando el cuello para hablar con Harry por el espejo retrivisor—, Lucius Malfoy regresó negándolo todo. Mentiras... Mi padre piensa que él pertenecía al círculo más próximo a Quien-tú-sabes.
—No sé si los Malfoy poseerán un elfo —dijo Harry y por inercia volteó a ver a la niña, quien alzó los hombros negando tener idea.
—Bueno, sea quien sea, tiene que tratarse de una familia de magos de larga tradición, y tienen que ser ricos —observé.
Amalthea se acomodó en su asiento, incómoda. Supuse que no querría sacar a colación el hecho de que ella poseía una elfina. Por desgracia, ni Ron y tampoco George lo habían entendido.
—Sí, mamá siempre está diciendo que querría tener un elfo doméstico que le planchara la ropa —dijo George—. Pero lo único que tenemos es un espíritu asqueroso y malvado en el ático, y el jardín lleno de gnomos. Los elfos domésticos están en grandes casas solariegas y en castillos y lugares así, y no en casas como la nuestra.
—Es una lástima que no hayas traído tu elfina, mamá hubiera quedado maravillada —añadió Ron.
—¿Tienes un elfo domestico? —le preguntó sorprendido Harry, ella asintió con una sonrisa incómoda.
La conversación se tornó en el trabajo de papá el resto del camino, donde a mitad de conversación Amalthea se volvió a quedar dormida.
—¡Aterrizamos! —exclamó Fred despertándome cuando, con una ligera sacudida, tomamos contacto con el suelo.
Aterrizamos junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral, y vi por vez primera la casa de los Weasley. Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia, probablemente así era. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.
—No es gran cosa —dijo Ron.
—Me gusta —respondí saliendo del auto, seguida por los muchachos.
—Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer el menor ruido —advirtió Fred—, y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo: «¡Mamá, mira quién ha llegado esta noche!» Ella se pondrá muy contenta, y nadie tendrá que saber que hemos tomado el auto.
—Bien —dijo Ron—. Vamos, Harry, yo duermo en el...
De repente, Ron se puso de un color verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa. Nos dimos la vuelta para mirar lo que había puesto a Ron de esa manera. La señora Weasley iba por el corral espantando a las gallinas, y para tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de rostro bondadoso, era sorprendente lo que podía parecerse a un tigre de enormes colmillos.
—Ay no —musitó Fred.
—¡Dios mío! —exclamó George.
La señora Weasley se paró delante de ellos, con las manos en las caderas, y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.
—Así que... —dijo.
—Buenos días, mamá —saludó George, poniendo lo que él consideraba que era una voz alegre y encantadora.
—¿Tienes idea de lo preocupada que he estado? —preguntó la señora Weasley en un tono aterrador.
—Perdona, mamá, pero es que, mira, teníamos que...
Aunque los tres hijos de la señora Weasley eran más altos que ella, se amilanaron cuando descargó su ira sobre ellos.
—¡Las camas vacías! ¡Ni una nota! El coche no estaba... podían haber tenido un accidente... Creía que me volvía loca, pero no les importa, ¿verdad?... Nunca, en toda mi vida... Ya verán cuando llegue a casa su padre, un disgusto como éste nunca me lo dieron Bill, ni Charlie, ni Percy...
—Percy, el prefecto perfecto —murmuró Fred, le di un puntapié.
—¡PUES PODRÍAS SEGUIR SU EJEMPLO! —gritó la señora Weasley, dándole golpecitos en el pecho con el dedo—. Podrían haberse matado o podría haberlos visto alguien, y su padre haberse quedado sin trabajo por su culpa...
Me pareció que la reprimenda duraba horas y yo no podía hacer más que quedarme ahí, con mis dedos congelándose y la vergüenza subiendo por mi rostro. La señora Weasley enronqueció de tanto gritar y luego se plantó delante de Harry, que retrocedió asustado.
—Me alegro de verte, Harry, cielo —dijo, luego se plantó delante mío — Tu debes ser Amalthea. Los muchachos no han parado de hablar sobre ti — Acarició mi rostro —Pasen a desayunar.
La señora Weasley se encaminó hacia la casa, seguida por nosotros.
La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. Me senté tímidamente, siendo abrazada por el calor hogareño. El reloj de la pared de enfrente sólo tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas» y «Te estás retrasando». Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres. Y la vieja radio que había al lado del fregadero acababa de anunciar que a continuación emitirían el programa «La hora de las brujas, con la popular cantante hechicera Celestina Warbeck».
La señora Weasley preparaba el desayuno sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír las salchichas echó unas cuantas miradas de desaprobación a sus hijos. De vez en cuando murmuraba: «cómo se le pudo ocurrir» o «nunca lo hubiera creído».
—Tú no tienes la culpa, cielo —aseguró a Harry, echándole en el plato ocho o nueve salchichas—. Arthur y yo también hemos estado muy preocupados por ti. Anoche mismo estuvimos comentando que si Ron seguía sin tener noticias tuyas el viernes, iríamos a buscarte para traerte aquí —dijo mientras le servía tres huevos fritos. Luego, pasó a mi plato.
—Espero no causar molestias —la señora Weasley me miró con ternura.
—¡Para nada! Estábamos esperando tu visita, pero no sabíamos si vendrías por tu cuenta o habríamos de ir por ti. No me esperaba que esos tres te traerían de esa manera. Cualquiera podría haberos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley —La cólera le volvió a subir por las orejas, los gemelos rodaron los ojos en el momento que su madre se dió la vuelta.
Dio un golpecito con la varita mágica en el montón de platos sucios del fregadero, y éstos comenzaron a lavarse solos, produciendo un suave tintineo.
—¡Estaba nublado, mamá! —dijo Fred.
—¡No hables mientras comes! —le interrumpió la señora Weasley.
—¡Lo estaban matando de hambre, mamá! —dijo George.
—¡Cállate tú también! —atajó la señora Weasley, pero cuando se puso a cortar unas rebanadas de pan y a untarlas con mantequilla para Harry, la expresión se le enterneció.
En aquel momento apareció en la cocina una personita bajita y pelirroja, que llevaba puesto un largo camisón y que, dando un grito, se volvió corriendo.
—Es Ginny —dijo Ron a Harry en voz baja—, mi hermana. Se ha pasado el verano hablando de ti.
—Sí, debe de estar esperando que le firmes un autógrafo, Harry —dijo Fred con una sonrisa, pero se dio cuenta de que su madre lo miraba y hundió la vista en el plato sin decir ni una palabra más.
—También está emocionada por conocerte —declaró George en voz baja, esta vez para mí —, en una casa llena de hombres, le da curiosidad convivir con otra niña.
No volvimos a hablar hasta que terminamos todo lo que teníamos en el plato. A los chicos les tomo menos en acabar. Yo estaba satisfecha a la mitad del plato, pero no quería parecer malagradecida, así que termine todo con una sonrisa.
—Estoy que reviento —dijo Fred, bostezando y dejando finalmente el cuchillo y el tenedor—. Creo que me iré a la cama y...
—De eso nada —interrumpió la señora Weasley—. Si te has pasado toda la noche por ahí, ha sido culpa tuya. Así que ahora a ordenar tu habitación y luego vete a desgnomizar el jardín, que los gnomos se están volviendo a salir de control.
—Pero, mamá...
—Y ustedes dos, vayan con él —dijo ella, mirando a Ron y George—. Ustedes pueden irse a la cama —dijo acariciando una mejilla mía y otra de Harry—. No pidieron los llevaran volando en ese maldito coche.
Pero yo, que me había permitido dormir un poco en el camino ya no tenía sueño.
—Ayudaré a los chicos, nunca he presenciado una desgnomización.
—Eres muy amable, cielo, pero es un trabajo aburrido.
—Aun así, no me gustaría quedarme sin hacer nada.
La señora Weasley no reprochó más, pero volvió a mandar a sus hijos a ordenar su habitación. Mientras tanto, me ofrecí para ayudar a recoger la mesa. Luego subí mis cosas a la habitación de Ginny, donde no encontré ni rastro de la pelirroja.
El gorjeo de Gardian en la ventana me recordó que aún debía notificar a Alice sobre mi pequeña mentira, así que le escribí una carta y la envíe.
Salí al jardín, encontrándome con Harry y Ron en una partida de ajedrez mágico a punto de finalizar.
—¿Acabó la desgnomización? —pregunté sentándome al lado de Harry, quien llevaba las de perder.
—No, Fred y George aún no terminan con su habitación y si me ven haciéndolo me dejaran todo el trabajo a mí.
—Hablando mal de nosotros ¿eh, Ron?— anunció su llegada Fred.
Ron quién ya había asegurado su victoria contra Harry y no se veía particularmente inclinado a sumar otra comenzó a guardar las piezas dentro del tablero.
—¿Dónde está George? —pregunté.
—Dijo que vendría en un rato.
—Iré por el.
Aún no sabía bien cuál era la habitación de los integrantes de la familia, así que me detuve en la que sospechaba era la indicada, rogando por no estar tocando una puerta vacía. Sin embargo, cuando un pelirrojo de aspecto cansino me miró desde el otro lado de la puerta comencé a pensar que una puerta vacía hubiese sido el menor de mis problemas.
—Esto es raro...— dijo el chico— nunca había llamado una niña a mi habitación, sin contar a Ginny.
—Lo siento, buscaba la habitación de los gemelos, me iré ahora.
—¿Eres amiga de los gemelos? me parecía que eras más de la edad de Ron.
—Lo soy, de hecho —pause— quiero decir que soy casi de la edad de Ron, tengo 12.
—¿Y eres amiga de los gemelos? —volvió a preguntar.
—Algo así.
En ese momento se escuchó un ruido proveniente de un guarda ropa al otro lado de la habitación el cual repentinamente se abrió dejando ver a una pequeña criatura algo aturdida.
—¡No te acerques mucho! —dijo el muchacho que parecía demasiado preocupado— ¡No le gustan los extraños!
—¿¡Tienes un dragón!?— exclamé sorprendida.
La pequeña criatura se me acercó un poco temerosa comenzando a acariciar mi pierna con su cabeza. El pelirrojo asomó la cabeza fuera de la habitación, mirando para ambos lados.
—Parece que le agradas —dijo esta vez con un tono más calmado— ¿Quieres pasar? Lo último que necesito es que mamá se entere de que he traído a otro dragón a casa.
Evite hacer un comentario sobre el énfasis que había puesto en "otro"
—¿Cómo se llama? —pregunté entrando a la habitación, permitiendo que la criatura trepara por mi brazo.
—No tiene nombre, no he pensado en uno aún—miré al pequeño dragón y lo acaricié— si quieres puedes intentar ponerle uno.
—¿Qué te parece Norgy? —la criatura gruñó— ¿No? Entonces ¿Docgy? —volvió a gruñir— ¿Deckteley? —Charlie ahogó una risa al mismo tiempo que el dragón gruñía nuevamente.
—Sin ofender niña, pero esos son nombres terribles —dijo mientras todavía reía un poco.
—¡Ya sé! Bushley —miré al dragón y no gruñó— ¿Bushley? —nuevamente silencio— ¡Bushley! ¡El Dragón Hocicorto sueco Bushley!
Fue entonces que me di cuenta que había pasado demasiado tiempo en el cuarto de un Weasley desconocido.
—Debería irme antes de que se pregunten dónde estoy —dije pasando al recién nombrado Bushley a su cuidador— Nos vemos luego.
—La habitación de los gemelos —dijo señalando la puerta de a un lado y agradecí con una sonrisa antes de tocar por fin la puerta correcta.
Casi enseguida el rostro del George se dejó ver.
—Amalthea ¿Necesitas algo?
—Me preguntaba dónde estabas ¿Hacías algo?
—Oh sí, yo estaba... No importa ¿Vamos afuera?
Asentí, comenzando a caminar a su lado. Por alguna razón la atmosfera se sentía tensa; no me gustaba estar en ese tipo de situaciones por qué cuando ocurrían mi boca soltaba lo primero que por mi mente se atravesaba.
—Acabo de conocer a tu hermano —George arqueó una ceja— Ya sabes, el de barba.
—Ah, Charlie.
—Tu familia es gigante, cada vez que me doy la vuelta hay un Weasley nuevo.
—Supongo que lo bueno viene en distintas formas —contestó rascándose la cabeza—, excepto Percy, ese no cuenta.
Llegamos al jardín y nos sentamos en el pasto. Cerré los ojos un momento, dejando que la brisa golpease suavemente mi rostro. Estar ahí me daba una sensación de calidez, relajación y armonía. Sin embargo, tuve que abrirlos al sentir una mirada encima mío; giré a todos lados en busca del responsable, pero no encontré a nadie mirándome.
—Es Ginny —comentó George a mi oído y discretamente apuntó con la mirada a una ventana de la casa.
Volteé y el rostro colorado de la pelirroja se escondió detrás de sus cortinas, asomándose después de unos segundos y volviendo a su escondite al descubrir que seguía mirándola.
—¡Me imagino que no hay más gnomos en el jardín! —gritó la señora Weasley desde la cocina.
—Demonos prisa —se levantó George, tendiendo su mano hacía mi para ayudar a levantarme.
—Agradezcamos que no se puso a leer ese estúpido libro otra vez —se unió Fred.
—¿Qué libro?
—Gilderoy Lockhart: Guía de las plagas en el hogar —me contestó Ron.
—A mamá le gusta —dijo Fred—. Siempre que vamos a desgnomizar saca ese estúpido libro, da la impresión de que aprovecha cada oportunidad para ver la fotografía de Lockhart en la portada.
Ahora que estaba más despierta, pude prestar especial atención al jardín de los Weasley: era grande, estaba lleno de maleza y el césped necesitaba un recorte, pero había árboles de tronco nudoso junto a los muros, y en los arriates, plantas exuberantes y un gran estanque de agua verde lleno de ranas.
—Los muggles también tienen gnomos en sus jardines, ¿sabes? —dijo Harry a Ron mientras atravesabamos el césped.
—Sí, ya he visto esas cosas que ellos piensan que son gnomos —dijo Ron, inclinándose sobre una mata de peonías—. Como una especie de papás Noel gorditos con cañas de pescar...
Se oyó el ruido de un forcejeo, la peonía se sacudió y Ron se levantó, diciendo en tono grave:
—Esto es un gnomo.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —chillaba el gnomo.
Desde luego, no se parecía a papá Noel: era pequeño y de piel curtida, con una cabeza grande y huesuda, parecida a una patata. Ron lo sujetó con el brazo estirado, mientras el gnomo le daba patadas con sus fuertes piececitos. Ron lo tomó por los tobillos y lo puso cabeza abajo.
—Esto es lo que tienen que hacer —explicó. Levantó al gnomo en lo alto («¡suéltame!», decía éste) y comenzó a voltearlo como si fuera un lazo. Viendo el espanto en el rostro de Harry, Ron añadió—: No les duele. Pero los tienes que dejar muy mareados para que no puedan volver a encontrar su madriguera.
Entonces soltó al gnomo y éste salió volando por el aire y cayó en el campo que había al otro lado del seto, a unos siete metros, con un ruido sordo.
—¡Lamentable! —dijo Fred—. ¿Qué apuestas a que lanzo el mío más allá de aquel tronco?
—Te daré un galeón si logras hacerlo —le dije.
El gnomo fue a dar de cara al tronco del árbol, así que no tuve que darle nada. No satisfecho, Fred lo intentó de nuevo, lográndolo esta vez.
—Es una pena, ya no cuenta —le dije alzando los hombros burlonamente.
—Bien, su turno majestad.
Ahora que estaba ahí supe que tendría que lanzar al otro lado del seto al primer gnomo que capturase, no contaba que mi inexperiencia combinada con el intento de tomar vuelo me haría tropezar con una piedra. Solté a la criatura para interponer mis manos para que mi rostro no fuera a dar al suelo, lamentablemente eso lo hizo peor.
—¡Por Merlín! ¿Malthea, estás bien? —exclamó Ron
El alboroto hizo salir a la señora Weasley, quien al verme en el suelo con las manos y una rodilla raspadas dió un grito y corrió a mi auxilio. Charlie, quien seguramente fue atraído por aquel grito también acudió a mí.
—¡Les dije que tuvieran cuidado con la niña! —reprendió a sus hijos ayudándome a levantar— Oh cariño ¿Estás bien?
—Estoy bien señora Weasley, fue mi culpa.
—Ven, vamos a limpiarte —interrumpió Charlie a su madre, antes de que pudiese seguir regañando a los chicos.
—¡No quiero ver ni un solo gnomo cuando regrese! —fue la última palabra de la mujer antes de llevarme al baño entre quejidos («oh, pobre criatura», decía ella acariciando mi cabello) Por cómo se quejaba, se podría jurar que a la señora Weasley le estaba doliendo más que a mí.
El ruido y olor de algo quemándose hizo que la mujer regresara a la cocina, con su hijo asegurándole que me ayudaría a limpiar.
—Con razón mamá no deja a Ginny jugar en el patio con ellos —se burló Charlie, enjuagando mi rodilla.
—Solo es un raspón —miré mis manos, que aún ardían.
—Tres —añadió el pelirrojo—. Puede que esto te duela un poco.
Charlie abrió un jabón nuevo y con un movimiento de varita lo puso a limpiar mi herida. De igual manera llamó a una toalla, que se encargó de secar a toquecitos el agua que escurría por mi rodilla.
Desde el baño logré escuchar los gritos de la mujer, que seguía reprendiendo a sus hijos y me sentí culpable. Yo sola me había ofrecido a ayudar en el jardín y yo sola me había tropezado con esa piedra, no era justo que recibieran esos gritos por mi culpa.
—No te preocupes, ella es así —me tranquilizó Charlie al notar mi rostro consternado.
—Pero no fue su culpa.
—Ella lo sabe, solo está preocupada— afirmó aplicándome un ungüento— Su hijo convive con dragones y le preocupan unos raspones, no tiene mucho sentido ¿Verdad?— me reí, negando con la cabeza.
Por último, cubrió mi rodilla con un vendaje adhesivo.
—Listo, ahora vamos a lavarte esas manos.
Está vez el proceso fue en silencio y cuando acabó le agradecí.
—No hay de que, pero la próxima asegúrate de mirar bien donde pisas.
Bajamos a la sala, donde los tres pelirrojos se encontraban alineados, con las mejillas sonrojadas y su madre frente a ellos, con los brazos cruzados.
—¿Y bien? —les regañó la mujer golpeando repetidamente la punta de su pie en el suelo.
—¿Estás bien? —se animó a decir Ron, su madre gruñó— Lo lamentamos, debimos ser más cuidadosos.
—No volverá a pasar —dijeron los gemelos al unísono.
—Está bien, no fue su culpa, yo debí mirar donde pisaba. Estoy segura que para mañana estos raspones habrán desaparecido.
Satisfecha con las disculpas, la señora Weasley se retiró a terminar la cena.
—La próxima te ponemos a recoger flores y no gnomos— se burló Fred, despeinando mi cabello.
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