𝟎𝟎𝟐

Kyung se llevó una mano a la ceja, tocando la herida reciente mientras observaba al jugador 001:  Oh Young-Il, desde su litera. Habían intercambiado palabras cortas mientras comían, y aunque él se mostraba amable, algo en sus gestos, parecía que siempre estaba en alerta, parecía tenso y su risa le resultaba extraña. "Vaya, te llamas como cero y uno", le había dicho Kyung, intentando sonar casual, aunque la coincidencia no le gustó nada.

Él solo se había reído, restándole importancia.

—Supongo que sí. No soy tan especial como para que el número signifique algo. —Su tono fue ligero, antes de volverse hacia su litera—. Un placer, Kyung.

No creyó que estuviese siendo sincero, pero no tenía fuerzas para seguir cuestionándolo. A duras penas le importaba algo más allá que poder dormir con el dolor de espalda. Que un hombre mintiese sobre su nombre porque le avergonzaba ser un adicto al juego le daba igual.

Le costó quedarse dormida, porque el corte de su ceja palpitaba.

"Durante el juego anterior, caí de cara", había dicho con desdén cuando Young-Il le preguntó cómo se lo había hecho. Su mentira pareció pasar desapercibida, pero por como la miró supo que no se lo tragó. Al igual que su hermano.


🦑🦑🦑


La hierba le acariciaba la cara. El rocío le besaba las mejillas y el sol se derramaba sobre su piel frágil, viéndose a través de sus párpados las venas.

Lo que creía que eran pájaros, era el recuerdo lejano de unos gritos.

Y sangre.

Mucha sangre.

Do-Yun.

Kyung abrió los ojos de golpe, completamente inmóbil. Por un instante tuvo que recordar de dónde era ese techo alto, las literas, ese cerdo colgando lleno de dinero, y miró al hombre feo que roncaba a su lado.

Su hermano no era el más atractivo durmiendo.

Pero era él, estaba ahí. Casi como si fuera una herida cosida, se acercó con cuidado y lo abrazó, hundiendo la cara en su espalda.

—...sí.

Levantó la mirada al escuchar voces. A lo lejos vio el número 001 en una chaqueta verde, y a un guardia rojo que lo dejaba pasar por una puerta.

Ahora que pensaba en esa presión en la vejiga, ella también se levantó.

Caminó en silencio entre las literas, esquivando cuerpos acurrucados, hasta llegar a la puerta que conducía al baño.

—Tengo que ir al baño, por favor. —Se tocó la herida—. Me duele...

Después de darle pena al guardia, la dejó pasar al laberinto de tonos rosas suaves. La misma sensación de incomodidad la envolvió. Siempre había algo extraño en la quietud de ese lugar retorcido.

—Rápido.

El hombre que tenía detrás, el cual sabía de antemano por su amabilidad que no era Do-Yun, la empujó del hombro.

Una vez dentro, el silencio era espeso, roto solo por el goteo intermitente de un grifo. Se acercó al lavabo, engullida por la soledad, para intentar arreglarse la herida de la ceja. Aunque ya se había coagulado el corte, formando una capa que supuraba sangre, y desistió.

Después se encerró en uno de los cubículos rosas. Incluso cerró los ojos, con paz ante el silencio. Se subió la ropa interior, el pantalón, y se abrochó la chaqueta, ignorando que en ese sitio había calefacción.

Pero, al coger la cremallera, de repente, algo azotó el suelo.

—¡No, no...! ¡Por favor!

Alguien sollozó.

Luego golpes, piel contra piel, gemidos y llanto.

—¿Por qué...?

Era la voz de Do-Yun.

Ella ahogó un grito y subió encima del baño incluso antes de pensar, apretándose la boca.

¡Clonck!

Eso sonó muy fuerte.

Pero los golpes no pararon. Ahora solo se escuchaba a un hombre.

Kyung, con el corazón palpitándole en la garganta, abrió unos milímetros la puerta para ver qué estaba pasando.

Cortándole el aire.

Oh Young-Il estaba sobre un cuerpo. Había roto el lavamanos de mármol, abriendo la cañería, y su puño bajaba una y otra vez, directo al rostro del hombre caído, que ya no parecía consciente. Los gruñidos sordos apenas se distinguían de los golpes. La figura en el suelo gimoteaba, retorciéndose, y Kyung no tardó en reconocer esa voz rasposa y odiosa una vez más.

Su exmarido.

Se llevó una mano a la boca, conteniendo un grito.

Do-Yun escupió sangre y balbuceó algo ininteligible. Young-Il lo miró con desprecio antes de enderezarse, sacudiendo la mano como si quitara el polvo.

Kyung retrocedió, chocando suavemente contra la pared del baño. Su respiración era rápida, pero no hizo ruido. No podía moverse, no podía intervenir. Si Young-Il era capaz de eso, ¿qué más ocultaba?

Sin emitir un sonido, se quedó en el sitio, temblorosa, hasta que escuchó una puerta abriéndose y cerrándose. 

No tardó en correr hacia fuera, sin encontrar ningún guardia. ¿Dónde coño estarían?

No podía saberlo, pero el cuerpo ya no estaba ahí.

Al regresar a su litera, se cubrió con la delgada manta hasta la cabeza, detrás de su hermano.
Cerró los ojos, pero la imagen de Oh Young-Il descargando golpes seguía fija en su mente.

No dijo nada.

Solo esperó que él nunca descubriera que lo había visto.


🦑🦑🦑


Antes de que el altavoz hablara a los jugadores, Kyung abrió los ojos lentamente, el sueño se despegó de ella con facilidad. La luz amarilla seguía iluminando la habitación, revelando los rostros agotados de algunos jugadores que estaban por ahí.

A su lado, Gi-Hun seguía dormido, con la respiración profunda. Kyung lo observó unos segundos, recordando la razón por la que estaba allí. Había venido para protegerlo, pero ahora el peso de sus propias decisiones la asfixiaba.

En un segundo de realización, las imágenes de la noche anterior la golpearon con fuerza.

Sus manos temblaron al recordarlo, pero se obligó a respirar hondo, con un leve escozor en las costillas.

Con cuidado, se levantó de la litera, pero volvió a estar rígida al encontrarlo de frente. Oh Young-Il estaba sentado en una esquina, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Con una expresión serena, como si la violencia de la noche anterior nunca hubiera ocurrido.

Kyung dudó.

Parte de ella quería enfrentarlo, preguntarle cómo era capaz de hacer algo así a un desconocido, por qué, cómo los guardias lo permitieron...

Pero otra parte... La otra parte reconocía que había sentido alivio al ver a Do-Yun reducido a nada.

Young-Il alzó la vista de repente, y sus ojos se encontraron. De una manera directa, sin desviar la cabeza.

Kyung se había fijado en que a veces también miraba a su hermano de esa manera, como estudiándolos, así que no pudo controlar mantener la respiración. Él le sonrió un poco, una sonrisa calmada pero con un matiz de complicidad que la incomodó.

Era atractivo. No podía negarlo. Y había algo en la violencia de un hombre, algo visceral e incoherente, que la atraía.

Antes de que pudiera reaccionar, el altavoz resonó:

—Jugadores, prepárense para el siguiente juego. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top