Kyung no supo cómo, pero su miedo a morir volvió.
Un latigazo de adrenalina la sacudió, corrió como si amara la vida que tenía fuera de ese juego. Delante de la muñeca, y dos guardias rojos, solo pensaba: está vivo, está vivo, ¡está vivo!
Cuando el último dígito del reloj cambió a cero, se tiró con los brazos abiertos hacia la línea, rodando a tierra segura. Docenas de personas ya habían muerto en la primera prueba, había cadáveres apilados en las puertas cerradas, en el campo...
Se tomó un momento para respirar, notando que le ardía el pecho.
Quiso volver hacia Gi-Hung, que estaba en el otro extremo de la línea, pero había corrido con tanto miedo que los músculos de las piernas no le respondían.
—Gi-Hung... —Jadeó sin aliento, todavía en el suelo—. Lo siento...
—Tú.
Una voz de hombre apareció en su espalda, y antes de que pudiera reaccionar le dieron una patada, girándola boca arriba.
Se sostuvo las costillas como pudo, observando a un máscara-cuadrado.
—He ganado. —Jadeó, sin recuperar el aliento—.
Él pareció pensarlo, ladeando la cabeza. Levantó el arma que llevaba en las manos y, por segunda vez en sus cincuenta y tres años, Kyung vio el final de sus días a un gatillo de distancia.
—Los pies. —Le dijo—. Mírame los pies.
El guardia agachó un poco la máscara, observando que sus zapatillas blancas estaban en el límite de la línea roja.
Kyung tomó bocanadas de aire, sosteniéndole la mirada.
Eso pareció contentarlo, porque bajó el arma. O eso pensó ella.
Ocho minutos después, ese mismo guardia la había arrastrado del cuello de la camiseta hasta un hueco de las escaleras retorcidas, pintadas de un suave rosa.
La empujó contra el rincón, poniéndole una mano en el cuello. Kyung, ahogándose, tuvo que ponerse de puntillas para no acabar colgada.
El hombre se quitó la máscara, desvelando unos ojos oscuros, muy oscuros.
Do-Yung.
—Vaya, pensaba que teníamos un trato. —Le dijo, acercando la cara a la suya—.
—Afgh... —Clavó las uñas bajo su piel, intentando apartarlo—.
—Tú no volvías a escaparte y yo te ponía un anillo en el dedo. ¿No era eso lo que habíamos hablado?
Puesto de ira, apretó y apretó tanto el puño alrededor de su garganta que la hizo ver luces de colores, poniendo los ojos en blanco. A pesar de llevar un arma, prefirió hacerle daño con las manos.
—Te quería, Kyung. —Casi gesticuló, porque no le salían las palabras a través del nudo del rencor—. Te quería tanto, joder.
—¡Affgjh!
La soltó, tirándola al suelo con fuerza. A Kyung se le encogió el corazón contra los pulmones, llevándole un jadeo mudo a la boca.
—Mi hermano... —Corrió a decir, porque no podía moverse para escaparse de ahí—. Mi hermano...
—Sí, sí, tu hermano.
La rodeó, mirándola desde arriba cuando ella se encogió, llevándose las rodillas al pecho.
—Siempre te ha importado más él que yo.
—Do-Yun... —Intentó calmarlo, alargando un brazo—.
Él le apartó la mano.
—Abortaste a mi hijo, puta.
Le escupió, provocando el acto reflejo de protegerse la cara.
—¿Para qué quieres el dinero del premio, eh? Puta desagradecida...
—Número seis.
Do-Yun se giró hacia la voz robótica, otro guardia. Por un segundo, solo se escuchó la respiración agitada de Kyung en el suelo.
—Acompaña a la jugadora 455 de vuelta. —Le ordenaron—.
—Había visto algo raro. —La levantó del brazo, empujándola delante de él—. Pensé que hacia trampa.
Se la llevó de nuevo hacia las escaleras, fingiendo que no la escuchaba llorar como una niña.
El otro guardia rojo los siguió con la mirada, sin moverse de su sitio.
—Camina.
Do-Yun la pinchó en la espalda con el cañón. Ella se limpió la capa espesa de lágrimas de la cara, y cuando faltaban diez escalones notó una mano en su hombro.
—¡Camina!
Perdió el equilibrio, y al caer por las escaleras se le abrió una herida en la ceja, haciendo temblar sus pobres rodillas.
—Vamos.
—Por favor... —Sollozó—.
La arrastró lo que quedaba, metiéndola en la sala con el resto de jugadores.
Kyung, al ver de nuevo las literas, una sensación de descanso le alivió el dolor. La ausencia a su espalda fue como un bálsamo.
Se había arruinado intentando mantener a su ex marido lo más lejos posible, y la encontraba justo cuando quería volver a vivir.
—Gi-Hun. —Murmuró, intentando caminar erguida—.
—Jugadora 455. —La llamaron—. Por favor, vote.
Se giró hacia el guardia, con los labios entreabiertos al mirar hacia el panel con dos números diferentes. No entendía nada, ni siquiera podía recordar como se llamaba su madre.
Se giró lentamente, encarando la mirada de cientos de personas. En la sala había dos grandes grupos, unos con el círculo y otros con la x.
—Eun-Kyung.
Dijeron su nombre. Una voz que conocía.
Volvió a girarse hacia el público, y un hombre dio un paso fuera del grupo. Un hombre feo y moreno que se parecía a ella.
—Gi-Hun. —Sonrió—.
¿Sonrió?
Su hermano quiso correr hacia ella, pero uno de los guardias le impidió seguir.
—Jugadora 455. —Volvieron a decir su número, por encima de las quejas de Gi-Hun—. Por favor, vote.
Kyung, sin perder tiempo, se convenció de que no le dolía la pierna derecha y caminó hacia la máquina. Aplastó el puño en la cruz roja y volvió hacia la gente.
—¡Eun-Kyung!
La llamó como si fuese un insulto, como si estuviese enfadado, pero cuando volvió con él la abrazó antes incluso de respirar. La apretó de una manera que los moretones de Kyung no pudieron soportar, y ella misma se empujó para apartarse.
—¿Qué haces aquí? —La cogió de los hombros, sacudiéndola—. ¿¡Estás loca!? ¡Me has...!
Kyung lo calló, dándole una bofetada que le giró la cara.
Entonces lo dejó perdido, mirándola con sus grandes ojos castaños.
—¿Cómo te atreves? —Le dijo entre dientes—.
—¿Eh...? —Se frotó la mejilla—.
—Desapareciste. No me dijiste nada, ¡creí que estabas muerto!
Le pegó en el brazo, gritándole con lágrimas en los labios.
—¡Creí que estabas...! —Sollozó—. ¿Cómo puedes gritar a tu hermana mayor delante de toda esta gente? ¿Eh?
—Yo no... —Se cohibió—.
—¿Hermana mayor?
Un hombre interrumpió, saliendo de detrás de Gi-Hun.
Un hombre alto, pero de mirada amable, con el número uno en el pecho.
—Sí. —Kyung asintió, mirando hacia su hermano—. He venido a sacarlo de aquí.
—Vaya. —El hombre sonrió, dándole una palmada en el hombro a Gi-Hun—. Parece que no eres el único ganador.
—No deberías estar aquí, Kyung.
—He venido a ayudarte. —Dio un paso hacia él, poniéndose seria—. Siento mucho no haberte creído, todo esto... Es mi culpa. Debería de haberte ayudado mucho antes, pero no... ¡Te vi cortándote con un bisturí, buscando un chip! ¡Hablabas de un hombre con máscara negra y gente que pagaba por ver esto! Joder, tampoco era fácil de creer.
—No te preocupes. —Miró al suelo, incómodo—.
—¿Un hombre con máscara negra? —El 001 volvió a hablar, frunciendo el ceño—.
Kyung levantó la mirada hacia el jugador 001, que ahora parecía más interesado en su conversación.
—Sí —Respondió, volviéndose hacia él—. Mi hermano decía que lo vigilaban, que alguien con una máscara negra lo seguía siempre. Creí que... Bueno, pensé que se lo estaba inventando para ocultar que seguía apostando en las carreras.
El jugador 001 soltó una risa suave, una que no alcanzó sus ojos.
—Parece una historia sacada de un libro, ¿no crees? —Dijo, casi condescendiente—. Si fuésemos tan importantes, no nos tendrían así.
Gi-Hun no parecía notar el cambio de tono.
—No importa lo que creías antes, no deberías haber venido aquí. —Gi-Hun la miró con severidad, como si él tuviera alguna autoridad moral después de todo lo que había hecho—. Esto no es un lugar para ti, Kyung.
Ella frunció el ceño. Más le dolieron sus palabras que los moratones.
—¿Y para ti sí?
Antes de que Gi-Hun pudiera responder, el sonido de un megáfono resonó por toda la sala.
—Atención, jugadores.
Anunciaron los resultados de las votaciones, donde la mayoría quiso seguir jugando. Una respuesta que podían intuir de antemano. Ese cerdo de cristal sobre ellos otorgaba el poder de la duda, incluso para matar.
—¿Estás bien, Kyung?
Su hermano le tocó la cara, rozando el corte de la ceja.
—Ah... —Siseó, apartándolo—. Sí, sí.
Los guardias comenzaron a quitar la máquina de votaciones, y una voz de mujer anunció que en diez minutos llegaría la comida. Kyung apenas tuvo tiempo de intercambiar una última mirada con su hermano antes de que un guardia la apartara.
Intentó saltar hacia el lado, ahogando un grito en cuanto notó una mano tocándola sobre la ropa.
—455, ven conmigo.
—¿A dónde me llevas ahora? —Preguntó, con los ojos bien abiertos—.
—Eun-Kyung. —Su hermano le cogió el otro brazo para que se quedara—.
No tardaron en apuntarle, diciéndole amablemente y sin palabras que dejara de molestar.
—No pasa nada. —Se esforzó por sonreírle, sudando por el miedo—.
El guardia no respondió nada más, pero al pasar junto al jugador 001, Kyung sintió una ligera presión en su hombro. Él había extendido la mano, como para ofrecerle apoyo.
—Tranquila, estarás bien.
La calidez en su tono era desconcertante, casi tranquilizadora. Pero Kyung sabía que en este lugar, nada ni nadie era lo que parecía.
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