𝐔𝐍𝐄
Las puertas de oro abrían paso a la de vestido esmeralda, su melena oscura como el carbon caía por sus hombros para no llegar más allá de su cintura. Su piel pálida brillaba con el oro que predominaba en todo el salón. Sus ojos verdes se encontraron con los del apuesto caballero, que, con una camisa negra y pantalones grises, la esperaba al frente. El cabello despreocupado del azabache podía deslumbrar su sedosidad desde la distancia, sus ojos marrones brillaban como turmalina en fuego, donde solo admiraba y estiraba su mano a su compañera de baile. De un lugar desconocido, hizo sonar el violín para desencadenar esa melodía que los envolvía cada noche. Las manos de la ojiverde acariciaban el suave cuello de su pareja, mientras que el olía el perfume de su doncella. Un baile donde sus pies nunca se agotaban, ni el sol nunca salía. Las velas nunca se consumían y la melodía nunca se detenía. Así era cada noche para Corinne y Edmund, donde lo único que no era eterno, era su sueño.
—¡Leah! —llamo la madre de Corinne a su puerta.
—Estoy despierta —dijo mas para si misma que para su madre.
—Se hace tarde, apresúrate. —Se le escucho bajar de las escaleras después de esa última advertencia.
Corinne disgustada por su forma tan poco gentil de despertarla, bajos sus pies de la cama dejando que el frio suelo en la planta de sus pies terminara de despertarla.
Desvió la vista al uniforme de su nuevo internado, al que justo esa mañana debía partir. La noche anterior había terminado de hacer su maleta. No podía negar que le desilusionaba la idea de no ir al internado en Francia, para ella, había desperdiciado mas de tres veranos estudiando por su cuenta ese nuevo idioma.
Termino de asearse para vestirse, había terminado con su cabello que lo recogía una delicada coleta y listones. Al verse al espejo, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran, ahora tomaba un rumbo distinto al que tanto había anhelado y por el que había luchado. Giro sus ojos al techo y con cuidado limpio sus lágrimas, aceptando lo que el destino le preparaba, con cierto reproche.
Una vez en el auto, su madre le advirtió que no podría despedirla, solamente la acompañaría a las afueras de la estación. Para Corinne no era desilusión ni extraño, sabía que, en toda la lista de prioridades de su distinguida madre, ella no formaba parte de las primeras.
Con una cara larga y monótona, Corinne se despidió de su madre, cerrando con fuerza la puerta del coche, y suspirando con peso al ver la entrada de la estación. Su mañana no había sido nada complaciente, y el hecho de que grandes masas de chicas y chicos corrieran y se acumularan obstruyendo su paso no lo hacía mucho más llevadero.
—¡Cuidado! —Escucho gritar.
Se dio la vuelta y vio a una niña con un lindo gorro y trenzas disculparse con el conductor que por poco le pasaba encima.
La observo un momento al verla tan preocupada, después se incorporó con una chica que parecía mayor a ella, se dio la vuelta viendo que no necesitaba ayuda.
Pasando de largo la advertencia vio correr a ambas chicas frente a ella bastante preocupadas. —Lo siento —dijo una de ellas al rozarla con un poco de fuerza, solamente le sonrió mostrando que no había problema alguno.
Mientras avanzaba por las escaleras vio una gran masa de jóvenes y borlotes, estaba por maldecir para si misma por su gran suerte. Cuando de un momento a otro un gran golpe la llevo al suelo, a pesar de las decenas de chicos que pasaron frente a ella, pudo identificar exactamente que desconocido la había arrojado sin consideración alguna.
La chica de ojos claros que había visto antes se percató del incidente, y se acerco con rapidez para ayudarla.
—Cuanto lo lamento, ¿estas bien? —La ayudo a levantarse. Su suave voz apenas se podía percibir con tanto grito.
—Tranquila, estoy bien. Ese idiota ni siquiera se dio cuenta —soltó con frustración.
—Mi hermano no es tan idiota como parece —dijo apenada la amable desconocida.
Corinne apenada se levanto con su rostro lleno de vergüenza. Sin embargo, la amable chica se lo había tomado con gracia.
El sonido del silbato de los soldados hizo que la multitud se disipara. Mientras la ayudaba a caminar por su rodilla raspada, la linda chica ojiazul se había presentado; Susan Pevensie, era su nombre. Se dirigía al mismo internado que Corinne al igual que su hermana menor, tenía 17 años y estaba a un año de concluir sus estudios para finalmente entrar a una universidad, claro, si ella así lo deseaba.
Susan la llevo junto a sus hermanos con el pretexto de presentarla. Sin embargo, las intenciones de la ojiazul eran completamente otras.
—Somos niños — Escucho Corinne apenas llegando.
—Pero no siempre lo fuimos. —Vio levantarse a un apuesto chico rubio de ojos mares, su cabello estaba tan desordenado como su uniforme—. Ya paso un año.
—Edmund —llamo Susan.
Corinne vio reaccionar ante el nombre al chico azabache, de lindos ojos marrones y curpulentos labios. Este solo espero a que continuara hablando.
—Me parece que le debes a Corinne una disculpa —pronuncio el nombre de la de ojos verdes con acento francés.
—¿Quién? —pregunto extrañado.
—A la pobre chica que derribaste en las escaleras. —El de ojos marrones dirigió su vista a Corinne, sus ojos se encontraron por un momento, hasta que el desvío su vista hasta su rodilla sangrando.
Sus ojos se abrieron como platos y se acerco a la chica rápidamente, levantándose de su asiento en la banca.
—Lo lamento, pensé que habías logrado sostenerte —dijo apenado— Por favor, siéntate.
Corinne sin palabras acepto el asiento del azabache, mientras su bolso reposaba a lado suyo.
—Disculpa a mi hermano, por favor. —Se acerco a extender la mano el rubio frente a ella—. Soy Peter Pevensie.
—Corinne Roussel. —Estrecho la mano, apenada.
—¿Eres francesa? —pregunto el chico que la había derribado.
—Si, pero viví toda mi vida en Inglaterra. —Seguía con la mirada gacha al responder las preguntas.
—Soy Lucy. —Se acerco la pequeña a su lado. Una linda chica de ojos claros y cabello cobrizo según lograba apreciar—. Tienes un nombre muy lindo.
—Gracias, igual tu —sonrió y levanto su vista hacia ella—. ¿Estas bien? Te vi corriendo hace un rato.
—Oh, si. Era por Peter, en una pelea. —Condeno a su hermano con la mirada.
—Y yo iba a ayudarlo, por eso la derribada. Lo siento —Se disculpo una vez más el azabache, entregándole un curita que había sacado de su bolso.
—Esta bien, no importa —resto importancia mientras se ponía la pequeña gasa.
—Edmund... —Estiro la mano.
—Corinne... —Se quedo perdida en sus pensamientos al estrecharla—. Tuve un deja vu —dijo más para sí misma.
—Corin... —Espero la aprobación de la ojiverde ante la pronunciación.
—Corinne, el sonido que predomina en "rin" es la g... —explico.
—Coguinn, Corinne... —repitió hasta que el acento fue lo mas cercano posible al correcto.
—Muy bien —rio— O pueden decirme Leah solamente.
—Me gusta —acepto Susan.
—Prefiero seguir practicando Corinne... —respondió Edmund.
Corinne giro su vista a las vías del tren, encontrándose con la vista puesta en ella de Luther Andrews, acompañado de su amigo, desconocía su nombre y solo lo distinguía por sus gafas.
—Ay no —suspiro.
—¿Te duele? —pregunto Ed ante la queja.
—Finjan que hablan conmigo —les dijo Susan.
—Estamos hablando contigo. —Busco la vista de su hermana para decírselo.
—Hola Cori —dijo nervioso el chico ahora frente a ella, que no logro Leah descifrar como se escabullo hasta ahí.
—Corinne... —corrigió con pesadez.
—Te fuiste tan rápido la vez pasada que no me dejaste entregarte esto. —Estiro su mano con un papel doblado.
—Si... —pensó por un segundo—Es que mi novio me estaba esperando. —Con nada de agrado, tomo la mano del azabache a su lado, entrelazándola con la suya.
El chico frente a ella aún seguía con el trazo de papel en su mano, aunque la sonrisa en su rostro ya se había borrado. Una evidente tensión se hizo presente, ya sea por la declaración de Leah, los deseos rotos de Luther, o el rostro de confusión y sorpresa de Edmund sobre Corinne.
Leah solo apretó la mano de Edmund y lo vio a los ojos, condenando con su mirada a que siguiera su mentira.
—Yo tomare esto. Espero tengas buen viaje amigo. —Edmund tomo la carta y nervioso respondió al chico, sin soltar la mano de Leah.
—Vaya, yo también pude fingir ser tu novio —soltó Peter al ver al chico irse.
—Para la próxima vez ¿te parece? —dijo sarcástica.
—De nada —llamo la atención Edmund.
—Esto fue por haberme tirado —le contesto.
—Entonces ya puedes soltarme —dijo con gracia, aunque él tampoco había intentado zafarse,
Leah le entrecerró sus ojos y lo soltó.
—Parece que Leah tiene admiradores —se burló Susan.
—Creo que su amigo de lentes viene con flores hacia ti —respondió la ojiverde.
—¡No! —dijo asustada Susan girando a sus espaldas, para solo escuchar la risa de Corinne después.
Susan solo la condeno con la mirada para sonreírle aliviada.
—¡Au! —llamo toda la atención Lucy, levantándose de su asiento.
—Cállate Lu —murmuro Susan.
—Es que algo me pellizco —se justificó.
—Tranquila Leah —dijo Peter, para también levantarse de la banca.
—Yo no hice nada. —Se cruzo de brazos.
—Edmund —regaño seguidamente Corinne.
—Pero no te toque. —Enterneció sus ojos.
—El tren... —les dijo Susan, estando todos de pie.
El tren frente a ellos corría a gran velocidad, haciendo que todos los periódicos de alrededor salieran volando.
—Parece magia —dijo Lucy.
—Tómense de las manos, ahora —ordeno Susan.
Peter tomo la mano de Leah, quien asustada por el tren retrocedía. —No voy a hacer eso —les dijo.
—Tranquila, esta bien —le dijo Edmund para tomar su mano con fuerza.
Vieron el tren casi desaparecer por la gran velocidad, la estación comenzaba a derrumbarse y el resto de las personas solo actuaban indiferentes, sin observar lo que sucedía a su alrededor. Leah asustada cerro los ojos creyendo que era un sueño. Decidió abrirlos y miro primero a Edmund, que tenia su vista fija al frente, después vio a Peter, quien hacia lo mismo. Corinne miro al frente y vio como lo que parecía ser solo un extremo de la estación, se transformaba en una playa. Asustada parpadeo innumerables veces, hasta finalmente ver el final del tren. Una resplandeciente luz ilumino el túnel para que al atenuarse dejara ver una gran playa.
Ya no había tren, ya no estaban en la estación sino en una cueva. Definitivamente no estaban en Inglaterra.
—Narnia... —escucho susurrar a Peter.
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