𝐓𝐑𝐎𝐈𝐒

—Leah —la llamo Lucy—. Ten esto —Le entrego lo que parecía un abanico, pero no era solo eso. Se trataba de un abanico de guerra; un arma sencilla e indefensa por fuera. Durante la Época Dorada, era usada por un escuadrón de combate muy peculiar. Finas damas; elegantes y hermosas portaban estas armas a simple vista indefensas, por su bajo perfil eran las que menos esperaban se unieran a la batalla o quienes liderarían una emboscada, sus habilidades más características eran un audaz y ágil arte de batalla.

La Reina Susan, La Benévola; fue su más grande símbolo. Además, de que fue quien ayudo a que llegaran a servir a La Orden del Gran Rey Peter.

—Pero... —intento negarse—. Susan te enseñara; "La Dama de la Elegancia" —dijo con gracia Lu; que con insistencia lo coloco en sus manos. Un abanico de color marron cedro con destellos en hilo de oro adornaban la fina arma; la luz del sol permitió ver los emblemas que destacaban en la cuchilla escondida de esos pétalos delicados de tela.

Susan terminaba de ajustar los cordones del corset de Leah a su espalda; un vestido de azul índigo obsequiado por La Benévola—. ¿Dama de la Elegancia?

—Antes así me llamaban —Volvió al frente Susan, al terminar de ayudar a Leah.

—Susan se abstenía de las batallas, ella solía encargarse de los asuntos diplomáticos como embajadora —explicaba Lucy—. Se distinguía por aprender solo con armas elegantes —rio.

—Como el arco —dijo Susan, al colocarse su arco y carcaj.

—Y el abanico de guerra —completo Leah. Susan solo asintió sonriéndole.

Corinne había sido preparada por las reinas, tanto en vestimenta como en armas, ademas de la antes obsequeada por El Gran Rey. Asimismo, al terminar entraron los varones, para finalmente vestirse apropiadamente ellos también.

—Vaya —dijo apenas entro Peter, observando maravillado a Leah.

Corinne no pudo sostener la mirada al frente por el halago.

—Ahora pareces una narniana... —sonrió Edmund. Pudo notar como el azul índigo de su vestido encajaba con su cabello azabache que caía por sus hombros en una media coleta, así mismo como resaltaba su piel pálida, hasta encontrarse con esos maravillosos ojos verdes que podían distinguirse entre ellos un poco de azul mar—. Una hermosa narniana —termino.

Corinne sintió como el aire abandonaba sus pulmones, como el calor de su cuerpo se concentraba en sus mejillas; agacho la cabeza ante tal sonrojo.

—Bueno —Saco de su trance, Peter—. Si no les molesta... —Desabrocho y quito su camisa dejando su espalda al descubierto. Leah no pudo evitar echar un vistazo; el cuerpo fornido del Gran Rey deslumbraba con el sol haciendo notar su piel dorada, se dio la vuelta rápidamente rogando no haberle faltado al respeto.

—Peter... —dijo entre dientes su hermana, Susan.

—Listo. —Se dio la vuelta Corinne ante la aceptación del rubio. Sin embargo, Edmund aun no terminaba de abrochar su traje azul de Prusia, dejando al descubierto su pecho.

Oh mon Dieu. —Contuvo el aire.

Los ojos de Leah saltaron, su respiración dejo de ser automática y cada vez era más difícil hacerla pasar desapercibida. Giro su vista a un lado y tapo sus ojos con sus manos, reteniendo el deseo de querer hechar otro vistazo. Despues de todo, Leah nunca habia visto de tal modo a un chico.

—Los esperamos afuera —La Valiente, tomo la mano de la sonrojada azabache.

Mientras los reyes terminaban de alzar sus armas; las reinas llevaron a Corinne al prado frente a las ruinas; mientras recogían flores para adornar sus cabellos.

—Disculpa a Peter —llamo la atención de la ojiverde, Susan. Mientras veían a la más pequeña recoger las llamadas "nubes".

—No, no te disculpes, por favor —respondió Leah.

—Tengo que —dijo—. Siempre era así cuando estábamos aquí. —Comenzaron a caminar por la hierba.

—¿Y tú estás bien con eso? —preguntaba con temor Corinne, no esperaba ser entrometida.

—Es mi deber. No significa que sea sencillo, pero todo el reino sabe que Peter no se caracterizaba por su sensatez. Por eso Aslan dicto que reinaríamos por cuatro —le conto.

—Aslan, ¿el gran León? —pregunto.

Durante su anterior charla con Peter; Leah fue sumergida en la historia del mayor Rey y dueño de Narnia; Aslan, el Gran León. Se hablaba de el cómo alguien supremo y de suma sabiduría, que había resucitado ante el sacrificio por Edmund. Un tema que Peter evadió en contarle.

—¿Por qué La Bruja Blanca buscaba asesinar a Edmund? —soltó finalmente, poniéndose frente la de ojos azules.

—Eso es algo que Edmund debe contarte, a su debido tiempo —dijo sin titubear.

—Susan... —Mordió su labio inferior, mientras mantenía la mirada gacha.

—¿Sí? —le pregunto, mientras se acercaba al ver como jugaba con sus manos.

—¿Crees que Aslan sepa porque estoy aquí? —La vio a los ojos.

Susan no pudo evitar sonreír ante la pregunta, sentía como su recién amiga francesa comenzaba a creer en la magia del país de Narnia.

—Estoy segura de que lo sabe, tal vez incluso sea el quien te llamo —dijo, mientras ponía su mano sobre el hombro de Leah.

—Estamos listos. —Robo la atención de las féminas los varones. Afortunadamente, ahora estaban con todas sus ropas puestas.

—Andando —termino de decir Lucy, al entregarle las flores a su hermana y amiga.

Siguieron andando por la colina no lejos de la playa; los Reyes de Antaño usaban los mapas que se habían plasmado en sus mentes, gracias a la experiencia.

Corinne avanzaba con su flor de nube en la mano, mientras el azabache la observaba de vez en cuando.

—¿Te ayudo? —dijo finalmente para acercarse a ella, con el primer pretexto que apareció por su mente.

—¿Mm? —pregunto, al tomarla distraida.

El Justo anuncio a su mano, donde sujetaba la flor de nube. Corinne solo asintió dándosela, mientras se quedaban atrás en el camino.

Entonces Viento hizo de las suyas, soplo con frescura llevándose las hojas abandonadas por los árboles, haciendo que el cabello azabache de la fémina acariciara el rostro lleno de pecas del joven Rey. Edmund tuvo su primer deja vu, siempre había escuchado hablar de él, pero nunca fue capaz de experimentarlo.

En un parpadeo, se dirigió a los rincones de su mente, donde no pudo evitar recordar a la misteriosa chica con la que danzaba cada noche.

—¿Quedo bien? —pregunto Leah sacándolo de sus pensamientos, incluso observo detenidamente a la dama frente suyo, confundido.

—Oh, si —dijo recuperando la razón.

—Estas muy seguro. —Tocaba recurrente con sus manos su cabello, tratando de averiguar cómo estaba colocada la flor.

—Te queda muy bien, enserio. Suelo ayudar a Lucy con esto —dijo en una sonrisa ladina.

—Ella es muy cercana a ti. —Noto el respeto y cariño con el que se veían mutuamente, un gesto que se le hizo muy dulce.

—Si, intento ser una mejor persona y ejemplo para ella. —Ambos veían a Lucy caminar junto a su hermana Susan.

—Se que está muy orgullosa. —Al decir esto, gano la atencón del chico—. Se nota —dijo ante la incesante mirada del azabache.

Siguieron caminando juntos por los senderos, Peter los guiaba en la caminata mientras ellos seguían al final.

—Y... ¿Qué me dices tu? —pregunto Edmund, aun con la vista en el camino—. ¿Tienes hermanos?

Un silencio domino como respuesta, despues de un suspiro respondio:

—Si, una hermana menor... —dijo monótona.

—¿Cómo se llama? —Siguió la conversación el azabache.

—Alizee. —Asomo una sonrisa melancólica.

Corinne aun recordaba el nacimiento de su hermana, cuando ella tenía seis años; muchos llamaron a la pequeña Alizee "un milagro", ya que había sido un embarazo muy arriesgado. Nació el día de la mayor ventisca que pudo presentarse en Inglaterra.

Leah esperaba con los pies colgando en uno de los asientos del hospital conocer a su hermana menor; cuando vio llegar a su padre apresurado. —¿Dónde está mamá? —Recuerda ver a su padre hincado frente suyo, con su bufanda y abrigo; situó su vista en la puerta por la que antes entro, y ahí se encontraban dos de sus oficiales. Su madre hablaba con sus amigas del comité sobre el trabajo de papá—. Lo que hace pone en peligro su seguridad —le dijo su madre al descubrirla escuchando escondida detrás de la puerta.

Muchas personas conocían la verdad detrás de su padre, pero nadie nunca dijo algo al respecto, porque—. No buscamos dañar la imagen de tu padre, sabemos que tú eres muy apegada a el —le decían. Corinne con el paso de los años se permitió descubrirlo por sí misma.

Recuerda ver por primera vez los azules y deslumbrantes ojos de su hermana al estar ya en casa, su cabello rubio miel solo realzaba la rojez de su tierna piel, mientras su madre la alimentaba. Definitivamente el día mas feliz de Corinne hasta la fecha, fue convertirse en hermana mayor.

—¿Vive contigo? —pregunto el pelinegro, causando confusión en el rostro de Corinne mientras la sacaba de sus pensamientos—. Lo lamento, es que lo dijiste muy triste que pensé... —se negó a seguir justificándose.

—Deberías reservarte algunas preguntas —respondió gélida. Siguió avanzando para caminar sola y dejar atrás al azabache.

El rey se regañó a sí mismo ante lo que había causado, tronando los dientes.

Los jóvenes terminaban el firmamento de la playa, para avanzar por una colina. A lo lejos, se apreciaba el lago que navegaba entre las brechas del bosque, en el se distinguia un bote, en el que navegaban lo que parecían hombres de oscura armadura. Tenían en su poder a un enano de cabello y barba rubia, estaba atado de pies a cabeza; estaban por arrojarlo al agua.

Leah observó con asombro, la velocidad y agilidad con la que La Benévola desenfundó una flecha. Disparo a una parte del bote llamando la atención de aquellos soldados.

—¡Suéltenlo! —gritó Susan.

Tal vez un "deténganse" fuese más adecuado —pensó Leah.

Como era de esperarse, los hombres obedecieron a la petición y soltaron al pequeño hombre al agua. Susan con una extraordinaria puntería dio en el pecho de uno de ellos que intentaba tomar su ballesta, mientras que el otro se tiró al agua para escapar; no sin antes tomar la flecha enemiga que había lanzado la reina.

Peter y Edmund se adentraron al río para rescatar al rehén. El rubio lo llevó hasta la orilla para sacar el trapo al que se aferraba la boca del sofocado hombre. Por otro lado, el azabache recuperó el bote ahora desierto con un poco de provisiones.

El hombrecillo estaba a salvo, Lucy uso su daga para cortar las cuerdas que ataban sus manos. Al liberar su boca, expulso el agua de sus pulmones y sus primeras palabras fueron...

—¿"Suéltenlo"? —Vio fijamente a Susan, mientras tosía en el suelo— ¿No se te ocurrió algo mas brillante? —El enano azotó un montón de arena contra la playa con fuerza.

—Un simple gracias es suficiente. —Susan elevo su tono sin perder la compostura.

—Ellos sin tu ayuda estaban ahogándome perfectamente. —Leah observaba al pequeño hombre con temor y duda, pensaba que recibiría la ayuda de los reyes de una forma más...gentil.

—¿Entonces no querías que te salvaran? —Se hizo presente la voz de Peter.

—¿Por qué querían ahogarte? —pregunto Lucy al notar el silencio del enano.

—Son telmarinos, es lo que hacen.

—¿Telmarinos, aquí en Narnia? —hablaba Edmund con su hermano rey.

—¿Dónde has vivido los últimos cien años? —Limpiaba sus ropas mientras respondía con desagrado.

La pregunta hizo que los hermanos sonrieran entre sí, mientras que Susan logro una risa junto a Leah, quien se mantenía alejada de la conversación.

—Es una larga historia —sonrió Lucy, haciendo que el enano levantara la mirada.

Pudo observar como Susan le entregaba su espada a Peter. Esa mística espada que aparecía en los antiguos libros, que incluso las ninfas componían canciones de las hazañas sangrientas que ocultaba su fino porte. La legendaria espada Rhindon del Gran Rey Peter.

Fue imposible que pudiera ocultar su asombro, haciendo incluso que perdiera el equilibrio. Vio con detenimiento a cada uno de los hermanos que lo observaban igualmente.

—Díganme que esto no es verdad. —Negaba con la cabeza—. ¿Son ustedes, Las Reinas y Reyes de Antaño? —El se negaba ha aceptar la respuesta.

—Soy el Gran Rey Peter, El Magnifico. —Un titulo otorgado por Aslan a cada rey, además de que el pueblo narniano los bautizaba según sus virtudes.

Corinne, no pudo evitar contener una risa, de lo que todos se dieron cuenta. El pequeño hombre la observo, igualmente sonriendo.

—Quizá debiste omitir eso ultimo —Le dijo Susan al ver como el hombre no estrechaba la mano que le ofreció el rey. Edmund volteo su cara al océano para no reírse frente a su hermano, pero al encontrarse con el rostro de Leah no pudo evitar reír más fuerte.

—Probablemente. —Se carcajeo el de gran barba.

—Tal vez te sorprenda. —Peter desenfundo su espada viéndolo fijamente.

—No creo que quieras hacerlo muchacho —respondió al desafío.

—Yo no. —Giro su vista a Edmund—. El —dijo.

El azabache sonrió y desenfundo su espada con elegancia, aceptando el combate amistoso. Leah avanzo al frente al ver que Edmund lucharía, una parte de ella se sentía preocupada, y por otro lado, estaba ansiosa de ver al mejor espadachín de Narnia en combate.

El hombrecillo apenado tomo la legendaria espada, al soltarla Peter, esta cayo a la arena; parecía que el pequeño hombre no era capaz de levantarla. El Justo esperaba paciente y divertido a que su rival lanzara el primer golpe, si podía acaso.

Astutamente, el hombre uso su fachada de debilidad para tomar por sorpresa al rey, lanzando el primer golpe a su espada. Edmund desprevenido para recuperarse esquivaba los golpes, hasta que con el mango recibió un golpe entre sus cejas.

—¡Edmund! —grito Lucy asustada.

—Ay, ¿te hice daño? —se burló el enano.

El azabache rápidamente se recuperó y con burla golpeo el trasero del enano con su espada, haciendo reír a sus hermanos. Volvió a ganar el espacio crucial entre el y su oponente, el enano seguía atacando con enojo, para Edmund no era mas que bloquear y esquivar ágilmente un par de ataques. El Justo sabía que el espectáculo tenia que acabar pronto, así que sin darle retorno a su oponente golpeo su espada contra Rhindon sin oportunidad de que el enano se recuperara, se detuvo hasta que Rhindon salió de las manos del hombrecillo para caer en la arena; ganando el combate. El hombre miro con gran sorpresa y admiración al Rey frente a sus ojos que seguía apuntándole con su espada.

—Barcos y bigotes. —Se dejo caer a la arena—. Después de todo el cuerno funciono.

—¿Qué cuerno? —pregunto Susan.

El hombre explico como un Príncipe había usado el cuerno de la Reina Susan en el bosque tembloroso, mientras era perseguido por su propia gente.

—Después de todo no se perdió —le hablo Leah a Susan, quien preocupada había dado por extraviado ese objeto tan valioso.

—Disculpe entrometerme —Se dirigió a Lucy—. ¿Pero, quien es la tercera hija de Eva? —Clavo su vista en la de vestido índigo.

—Su nombre es Leah... Corinne, proviene de nuestro mundo —dijo Lucy, mientras abrazaba el brazo de la azabache.

—El cuerno también hizo que ella viniera, inexplicablemente —hablo El Magnifico.

—Un placer. —Salió en un hilo de voz el saludo de Leah.

El enano solo asintió como respuesta a su saludo, sonriendo tímido.

Mientras el sol estaba en lo alto. En el Reino de Telmar, el Rey Miraz se había puesto al tanto de la flecha mística de la Reina Susan, anunciando su regreso; el mismo se había encargado de que las antiguas leyendas de su existencia se limitaran a las criaturas que alguna vez los llegaron a conocer, hasta extinguirlos. El Profesor Cornelius fue encarcelado al estar expuesto de cómo había puesto al tanto al Príncipe Caspian de la gran magia.

Ahora, el Rey Usurpador merodeaba en los antiguos libros; mientras observaba las leyendas y profecías que albergaban desde hace mas de 100 años. Las Reinas y Reyes de Antaño que habían derrotado a una bruja de otro mundo, la invención de la magia destrica, la guerra contra gigantes y la formación de las Valcas junto a su prometida heredera. Un equipo que si se llegara a reunir seria capaz de despojar todo el reino que a costa de muertes inocentes e injusticias había formado, ahora sabía que estaban aquí. Los cuentos de hadas dejaron de ser un mito para convertirse en su próximo enemigo.

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