𝐒𝐄𝐏𝐓

𝐬𝐡𝐞 𝐢𝐬 𝐚𝐬 𝐛𝐞𝐚𝐮𝐭𝐢𝐟𝐮𝐥 𝐚𝐬 𝐚 𝐝𝐫𝐞𝐚𝐦 | 7

No era más de media noche, cuando las pesadillas de Corinne hicieron despertar al Rey Justo. Acostado sobre su brazo, un balbuceo hizo despertar sus sentidos, haciendo que abriera los ojos.

—No. —Escuchó en un susurro. Se encontró con el tembloroso cuerpo de la francesa, tirado sobre la hierba. «¿Por que se fue a dormir tan lejos del fuego?» se preguntó. Se levantó, buscaba con la mirada su capa de un negro azabache, la tomó en su mano, mientras tallaba sus ojos con la otra.
Al acercarse, pudo apreciar sus ojos y ceño arrugados.

—Alizee... —dijo en algún momento, dormida.

Edmund la cobijó con su capa y se detuvo a apreciarla, preocupado por su estado. Corinne comenzó a temblar fuertemente, el aire comenzó a sofocarla y parecía que en cualquier momento gritaría.

—¡Corinne, despierta! —la trajo de vuelta, a donde sea que se haya ido—. Tranquila, está bien.

La envolvió en la manta y en sus brazos, sintiendo cómo su cuerpo se liberaba de la tensión, y su respiración regresaba a la normalidad.

Se encontraban ahora sentados en un tronco caído, dando la espalda al campamento y fogata.

«Debo decir algo» pensó Corinne.

—Lamento haberte despertado. —Rompió el silencio. La brecha entre ellos era ambientada por el lejano río, los animales nocturnos y la leña siendo consumida por el fuego.

—No te disculpes, también e tenido pesadillas. —Intentaba hacerla sentir cómoda, podía notar como frotaba con exasperación sus manos entre sí, mientras trataba de ocultarlas en las mangas de su vestido.

El silencio reinó nuevamente, no había mucho que decirse.

—¿Quieres hablar de tu sueño? —eligió Edmund como pregunta, ante tantas que abrumaban su mente. Corinne abrazo sus piernas a sí misma.

«Otra vez hice la pregunta incorrecta» se condenó. Edmund comenzaba a cuestionar sus habilidades para dirigirse a la gente. Como rey, no tuvo complicación al ser prudente y hábil en charlas como esas.

—Era más como un recuerdo. —Mantenía su vista perdida en el bosque, mientras respondía al azabache. Edmund le prestó toda su atención.

—Me imagino que no uno muy bueno. —La miro fijamente.

—Definitivamente no —rio un poco, ante su propia desgracia.

—Yo también suelo tener pesadillas. Igual, son recuerdos.

—Lamento eso. —Estaba por abstenerse de la pregunta, pero no lo pudo evitar—. ¿Es sobre lo que Peter evitó contarme?

Se vieron a los ojos, Edmund mostraba la veía perplejo, y no pudo sostenerle la mirada mucho tiempo.

Corinne mordió su labio con rudeza. «Debería reservarme algunas preguntas» se gritó a sí misma —. Lo lamento, no debí decir eso.

—No te preocupes. Solo que, no suelo hablar de esto con nadie.

—¿Ni con tus hermanos?

—Solo lo llegue a hablar con alguien una vez. —Perdió su mirada en la luna.

—¿Y qué pasó?

—Murió. —La conversación tomó un vuelco, y Leah sintió una presión carcomerle el pecho. Edmund noto la dureza en sus palabras.

—Lo lamento, me imagino que fue alguien muy importante para ti. —Observó con atención sus expresiones.

—Así es. Sin duda tiene un lugar especial en mi corazón. —La noche ocultaba sus húmedos ojos.

Corinne se perdió en la mirada nostálgica del rey, y no pudo evitar que sus ojos liberaran un poco de lo que tanto guardaba.

—Cuando era niña, mi tía solía decir que los sueños eran un regalo del cielo. Nos permitían ver a quienes extrañábamos, a recordar, a volver a sentir. Como volver en el tiempo. —Comenzó a narrar, Leah.

—Los sueños suelen ser confusos. Y algunas veces, se sienten más como una condena. —Agachó la mirada el Justo.

—Yo tengo un sueño. Es el que me da ánimos para levantarme cada mañana. ¿Tu no? —preguntó.

—De hecho... Si, pero a su vez me recuerda lo que nunca será y lo que nunca lograré recuperar. —La miraba a los ojos, mientras desviaba ocasionalmente la mirada a la luna—. Nunca volveré a verla.

—Yo aún vivo con la esperanza de poder verlo. —Sus ojos se encontraron y Edmund tuvo su tercer deja vu.

—El verla cada noche, me condena. ¡Por Aslan! se me castiga cada vez que sueño.

—O tal vez se te regalo la oportunidad de verla, que no olvides su rostro y te dio el infinito tiempo que tanto te condenas. Eres muy afortunado —dijo Corinne, mientras fijaba la vista al cielo.

Edmund estaba dispuesto a hablar, sin analizar las palabras dichas. Pero se detuvo, para apreciar lo que la luna iluminaba esa noche.

Un pequeño cuerpo de piel bronceada acurrucado en una manta, y donde deslumbraban destellos en ese cabello azabache que se incrustaba en las curvas del delgado cuello.
No había notado los pendientes que poseía, recuerda haberlos encontrado en una de las Islas Solitarias; Felimath, en su viaje por el Océano Oriental.
El último día que los vio fue en esa pequeña caja de roble rojo, listo para un obsequio. Esa misma caja, había sido dada en arrebato a la primera doncella que se le posó enfrente, mientras corría al jardín principal norte.

«Susan no debió darle esos pendientes» renegó a su hermana.

Se arrepintió de sus pensamientos en cuanto los vio destellar con la luz de la luna, pasó los ojos por los corpulentos labios de la francesa, sus pestañas enmarcaban sus grandes ojos. Se cuestionaba su ascendencia, no poseía muchos rasgos franceses.

Sus ojos verdes apreciaban la luna con sumo deseo, mientras él la apreciaba a ella.

Corinne lo vio a los ojos al sentir su mirada sobre ella, sin embargo, el rey no se retractó de ser descubierto, admirándola. El darse cuenta de como el Justo la veía, hizo volcar sus sentidos. Se veían con sumo cuidado, aprecio y nostalgia.

«Perdóname» gritó en sus adentros, Corinne.

Los murmullos somnolientos de Peter los sacó de su fantasía. Corinne se envolvió en la manta y rápidamente se levantó del tronco.

—Espera. —Se sorprendió a sí mismo Edmund de lo que pidió.

—Deberías dormir, Ed. Lo necesitas. —Se ahogó con el nudo en su garganta, mientras aún le daba la espalda al rey. Corinne avanzó sin esperar respuesta para recostarse de espaldas a la fogata, evitando a toda costa encontrar su rostro sollozante con el del azabache.

•••

Las pisadas sobre la hierba despertaron los sentidos del Gran rey Peter. Apenas despertando observó como Leah se adentraba al bosque únicamente con su abanico. Miro a su alrededor y se percato de la ausencia de su hermana menor, Lucy.

Se adentró al bosque con su espada, sin alarmar al resto del grupo. Seguía las pisadas de la francesa, que por alguna razón, eran demasiado sigilosas para seguirle el paso. Apresuró su caminata sin la delicadeza del sigilo, llamando en algún punto la atención de Leah.

—¿Que hacen aquí? —Tapó la boca de la Valiente, al casi exponerse a un grupo enemigo.

Leah calló inmediatamente sus reclamos, señalando sus ojos a donde se producía el sonido de las pisadas. Peter estaba listo para defender a ambas damas, pero descuidó los instintos impulsivos de cierta ojiverde.

Corinne saltó al combate únicamente con su abanico de guerra. «Van a matarla» fue el primer pensamiento de Peter. No había tenido tiempo suficiente de practicar con el. Mucho menos con la espada.

Sin embargo, la habilidad en combate de Corinne era sorprendente; su habilidad solo le recordaba a un arte de combate visto en Narnia.

«Imposible» pensó.

Sus dudas lo abrumaban. Pero el poco conocimiento de Corinne no fue suficiente y perdió su abanico. Ahora, el telmarino la amenazaba con su espada. Peter se abalanzó contra él, cuando un reclamo lo hizo detenerlo.

—¡No peleen! —Llamó la atención Lucy.

En un parpadeo, se encontraban rodeados de criaturas míticas, centauros, enanos, gigantes y animales que hablaban. El chico de armadura oscura los veía con rabia y curiosidad. El resto de reyes no tardaron en llegar, completamente armados. Peter regresó en si, y cubrió con su cuerpo a Leah, amenazando al telmarino con su espada.

—¿Quienes son ustedes?

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