𝐇𝐔𝐈𝐓
CAIR PARAVEL, UN AÑO ANTES DEL CIERVO BLANCO.
La Reina Susan caminaba por los pasillos con intenciones de llegar al jardín principal norte.
—Majestad, está lloviendo. —Detuvo su escolta más leal; Vincent.
—Tengo que ir a buscar al Rey Edmund. —Seguía avanzando.
—Permítame acompañarla.
Tomó las hojas de palma, cubriendo la cabeza de su majestad, asegurándose de que la lluvia no mojara ningún centímetro de su figura.
—No sea tonto, Vincent. Usted también necesita cubrirse.
—Usted es mi prioridad. Y no me siento tonto por anteponer su bienestar por el mío. —No era la primera vez que su escolta confrontaba gentilmente a su majestad. No le molestaba en realidad a la Reina Susan, al contrario, disfrutaba tales charlas.
Avanzaban por el jardín, Susan sabía exactamente la ubicación del rey. Ya sea por intuición o por la vigilancia constante de su escolta al rey.
Hace tres años, se encontró una exótica flor para lo habitual en la flora de Narnia. Una flor de Geranio, sus colores iban del rojo al violeta. La flor era peculiar, se sabia que pertenecía a la familia de Geranio, pero su variante era desconocida.
Un día, el Rey Edmund ordenó cultivar una sección del jardín principal norte de esa variedad, a la cual bautizó 'Rox'.
Susan avanzó a paso firme y con prisa, sin despeinar un centímetro de su cabello.
—Es peor de lo que creí. —Observó a su hermano, tendido sobre el mármol de los pasillos del jardín, mientras tenía Geranios 'Rox' en sus manos. La lluvia inundaba su figura y le permitía cubrir los llantos que sus ojos emanaban.
Vincent no pronunció palabra, giró su rostro para no observar en tan afligido estado a su majestad.
—Vincent, llama a sus dos escoltas más leales. Asegúrate de que las damas preparen un baño, toallas y ropa seca para el Rey Edmund—ordenó mientras seguía observando al rey en el suelo.
—Enseguida majestad. —Colocó las hojas de palma a su costado, aún impidiendo que la reina se empapara de lluvia.
—Y Vincent... —lo llamo antes de perderlo de vista—. Discreción.
Su escolta asintió y se retiró. En su lugar, la lechuza blanca de su majestad descanso sobre los árboles frutales del jardín, observando la escena para su vigilancia.
Susan observó el rostro oculto de su hermano entre su capa, mientras maldecía por lo bajo.
—¿De verdad estás llorando por una dama de compañía? —soltó con dureza.
—No era una simple dama de...compañía.
—Lo era. Estás tendido en el suelo por un capricho, es bastante vergonzoso. Levántate. —Susan estaba harta de los problemas que le ocasionaba la mujer que usualmente le hacía compañía. El oficio del que procedía no la hacía la candidata perfecta para frecuentar a un rey. Sin embargo, su hermano era caprichoso, o eso pensaba.
—Yo la amaba... —murmullo lo suficientemente alto, para que sus palabras predominaran en la abundante lluvia.
Susan lo observó, incrédula. ¿Como era posible que se enamorara de una dama de tal oficio?
—No la amabas. Te encaprichaste. De la misma forma que lo hiciste de la princesa Khalia.
—¿Como te atreves? —Le dirigió la mirada por primera vez en la charla—. Desconoces por completo mis sentimientos. No tienes derecho a señalar o catalogar el afecto que pude tener por cualquier dama.
—Ahora lo único que veo es la rabieta de un rey que no obtuvo lo que deseó —soltó molesta.
—Ahora no soy un rey. Soy un hombre con un corazón roto, no me avergüenza llorar por una dama si aquella es digna de mis sentimientos. La ame con intensidad y adore cada momento con ella. Viviré mi dolor como mejor me plazca. —Quiso levantarse, pero se había privado del alimento y su cuerpo reclamaba sus fuerzas.
—Peter y Lucy volverán, no quiero que te encuentren así. ¡Y no te permitiré tirar por la borda al reino por guardar luto a una mujer de tan bajo nivel! —En ese momento llegaron los escoltas más leales del rey, sin preguntas tomaron a su majestad de los brazos para llevarlo dentro del castillo. Donde lo esperaban para un baño, té y sopa caliente.
La lluvia no se detenía desde la mañana anterior. La Reina Lucy, y el Sumo Monarca; Peter, volverían dentro de unas semanas de su viaje a las Islas Solitarias.
—Majestad. —Se inclinó hacia su reina, el leal servidor del Rey Edmund.
—Xiro, ¿sabes que le sucedió a la mujer que frecuentaba al Rey Edmund? —observaba al lobo de pelaje oscuro con el rostro afligido.
—Hace dos días, había sido traída al castillo. Había sufrido delirios y repentinos desmayos, a su majestad le preocupaba cómo caía dormida con suma facilidad. Mi rey pidió la examinara el 'Hervelero'.
—¿Estaba de encargo? —tuvo miedo en sus palabras.
—Me parece que no. Sin embargo, antes de que pudiera examinarla. Se quedó dormida, y ya nunca despertó. El Rey Edmund la encontró.
Susan retuvo el aire en sus pulmones.
Los quejidos de Edmund llamaron la atención en su charla. Susan entró apresuradamente a la alcoba del rey.
—¡Fue culpa mía, ellos la encontraron! —Sus escoltas lo tomaban de los brazos, aferrándolo a la cama.
El aspecto del rey se demacró en un salto, su piel sudaba abundantemente, su tez se volvió roja por la exaltación.
Doctores, sanadores y practicantes en magia visitaban durante semanas al rey Edmund.
«Locura»
«Un hechizo»
Todo se resumía a un ente malévolo dentro de él. Sin embargo, el hechicero real había determinado que, el inmenso dolor de su pérdida y la fiebre que había contraído ese día de lluvia, lo estaban llevando al límite, haciéndolo delirar.
Durante todo ese tiempo, gritaba el nombre de 'Roxanne', y cada noche se maldecía.
«Fue mi culpa, no debí pedirle que se quedara»
Susan estaba contra la espada y la pared, el reino se había detenido junto con Edmund. Pero si esperaban más, las obligaciones diplomáticas y principalmente; sus hermanos, la comerían viva. Entonces, en el borde de la desesperación, tomó una decisión que cambió completamente todo lo que pasaría después.
—Majestad ¿está segura de esto?
—¿Subestima mis órdenes, Vincent?
—Nunca. Solamente le pido que contemple el viaje en busca de los ingredientes. La rama Obidio no está próxima en estas tierras. Tal vez no lleguemos a tiempo.
—Hagan lo que sea necesario. El Rey Edmund sigue delirando, a pesar de su baja temperatura. Necesitamos esto pronto. Cuando regresen, no importa cuando sea, vayan con el hervelero del reino. Solo entréguenle todo, sin preguntas.
—Sí, majestad. —Vincent se retiró a paso apresurado, con un nudo en la garganta.
Nueve días en vela, los ingredientes para la pócima estaban listos.
—La infusión está lista. —El "Hervelero"; un oficio tan fantástico como peligroso, su especialidad: las plantas. Muchas plantas en Narnia daban grandes beneficios siendo destiladas de la manera correcta y exacta. Pero el "hervelero" no era solamente eso, combinaba la magia.
—Hágalo.
La infusión fue puesta sobre los labios del rey. Cayó en un sueño profundo, mientras escuchaba las palabras del hervelero.
"Un sueño más ronda tu mente, el rostro bronceado se ha desvanecido, su aroma se fusiona con el aire y su presencia de desvanece con el sol. Un sueño, todo no fue más que un sueño. "
El hechizo estaba hecho, era imposible deshacerlo. O eso decían.
Al abrir los ojos, sintió una ausencia. Pasaron días, ya no lloraba pero tampoco reía, algo le faltaba, y solo sentía que lo recuperaba, cuando soñaba.
Un sueño, un sueño.
«¿Quién será la mujer de mis sueños?»
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