𝐂𝐈𝐍𝐐

—Sigo sin entender porque le diste esa espada —bufaba Susan a su hermano Peter.

—Que a ti no te gusten, no significa que a ella tampoco —respondió, mientras cruzaba sus brazos.

—Se lo que tramas, no me creas tonta. —Se mostraba molesta la ojiazul.

El Gran Rey respondió con un movimiento de cabeza, esperando obtener respuesta de ella.

—Las únicas veces que te veía darle una espada a una chica eran por dos razones. No confiabas en ella, o esperabas que empuñara otra cosa que no sea una espada.

—Mírala, está fascinada. —Afortunadamente su hermana menor, Lucy, no se había percatado de la charla. Aunque si bien lo consideraban, Lucy era todo excepto una niña. Sus años en Narnia la habían destacado por estar inmersa en el frente de batalla, además de la sabiduría que la experiencia le había obsequiado.

En su Época Dorada, Lucy se había convertido en una de las guerreras más destacadas del reino. Las aventuras por mar junto a su hermana Susan, como sus visitas a las Islas Solitarias, Galma y Terenbithia.

Sin contar las situaciones que tuvo que ayudar a sobrellevar durante su reinado.  Sin embargo, la inocencia de su corazón y su rostro seguían intactos.

Se formaba una sonrisa en el rostro de la Valiente, al ver a su reciente amiga practicar movimientos con su hermano Edmund.

—Me sorprende que aún tengan fuerza para entrenar cuando pasaron más de dos horas remando —inquirió Peter.   

—Edmund nunca rechazaría un duelo amistoso —respondió La Benévola.

Leah de repente cayó al suelo. Inmediatamente el Justo fue a su auxilio, abandonando su espada.

—¿Que pasó? —preguntó exaltada Susan, mientras se acercaba a la escena.

—Nada grave, tranquila. —Mentía Corinne, pues abundante sangre salía de su tobillo, no había alcanzado a evadir un ataque a los pies del Rey Justo.

—¿En que estabas pensando? —regaño a su hermano Edmund.

—Esto no hubiera pasado si yo la hubiera entrenado. —Auxilio Peter a la azabache en el suelo.

—Cállate, Peter —dijeron al unísono sus tres hermanos.

—Ven —Se acercó, Lucy. Saco de su cinturón una peculiar botella que bien se podía confundir de vidrio, pero se trataba de diamante. Que se adornaba en un forro de oro y piel, mientras que en su interior protegía un néctar carmesí.

Peter fijó su mirada en Lucy, quien no pudo evitar ignorarla. Disgustado, se apartó y se dirigió hacia Q.A.

—¿Que es eso? —preguntó curiosa Corinne, creía que se trataba de algún alcohol de la mística tierra.

—Recuéstate —ordenó La Valiente, para poner en sus labios la distinguida botella, dejando caer una sola gota.

Corinne saboreó el néctar, era dulce, podía distinguir en la diminuta gota grandes matices de flores y cítricos. Le recordaba al vino Pinot Noir y Beaune de la marca distinguida de la Familia Beaumont, muy famosa en Francia.

—¿Que acabas de darme? —preguntó, levantando su rostro mientras se recargaba sobre sus codos.

—Debiste preguntar eso antes de beberlo —respondió Lucy.

—Veneno —dijo Peter.

—Un paralizante —siguió Edmund.

—Te hará olvidar tus recuerdos —continuo Lucy.

—Solo es un néctar curativo. —Finalizó Susan, mientras sonreía de oreja a oreja.

Leah sintió como el dolor desaparecía, y observó como la sangre que salía de su pierna comenzaba a secarse.

—Vaya —dijo sorprendida. Mientras inspeccionaba lo que hace unos segundos era un corte profundo—. ¿Todo vino es mágico aquí? —preguntó curiosa.

—No —rio, Susan—. Este es un néctar especial, hecho con flores de las montañas del sol —contó cómo fue obsequiado por Papá Noel durante su primer viaje.

—Entonces... Si alguien hace algo con esas flores, ¿puede ser curativo? —preguntó mientras se levantaba del suelo.

—Si.

—No. —Interrumpió Peter a su hermana Susan.

Un ambiente hostil predominaba en el Gran Rey.

—Bien —se limitó a responder Leah—. Rey Peter —le llamó, tomándolo por sorpresa.

—¿Si? —titubeó.

—¿Podría contarme más sobre su Época Dorada? —dijo mostrando una sonrisa.

El Gran Rey pasó la mirada entre sus hermanas, para avanzar junto a la francesa, ofreciéndole su brazo.

—¿Que fue eso? —susurro Susan a Edmund.

—No tengo idea —se limitó a decir para seguir avanzando.


Por otro lado, en algún rincón del bosque. Una chica de cabellera rojiza corría por los espesos arbustos, su vestido marrón entorpecía su camino al enredarse en pequeñas ramas.

—Maldito vestido —maldijo en su lengua natal: francés.

Desaceleró su paso, parecía haber llegado a su destino. Dirigió su vista al suelo para abrir la pequeña puerta de madera que conducía a una habitación en el subsuelo.

—Ya volví. —No recibió respuesta —. ¡Ya volví! —gritó.

—Si te escuche la primera vez. —Salió de la habitación una chica de cabellos dorados.

Se adentró más a ese extenso cuartel en el subsuelo. Había sido su hogar por más de tres años a su parecer, parecían estar bastantes familiarizadas con el estilo de vida que este les exigía.

—¿Encontraste algo? —hablo más suave a comparación de su frío saludo. Se recargó en el marco de la puerta mientras acariciaba una taza de porcelana sobre sus manos.

—Muy poco. Se llevaron casi todo de Cair Paravel.

—¿Saqueadores?

—No. Los reyes de Antaño. Y alguien más que no logré reconocer.—Dirigió su mirada a la de la rubia, analizando su sorpresa.

—¿Son reales? —La pelirroja no pudo evitar sonrojarse al ver la emoción en su rostro.

—Eso parece. —Agachó la mirada la de cabello rojizo.

—¿Que te preocupa, Sorcière? —Se acercó a ella hasta tomarla del hombro, abandonando la taza sobre la pequeña mesa de noche.

—Sabes lo que significa que hayan regresado. Simplemente no estoy lista, Gisela. —Trato de apartarse, pero la chica a su lado no se lo permitió. Obligándola a verla a los ojos.

—Recuerda porque hacemos esto, Sorci. Además, podrás invitarme a un lugar lindo cuando todo termine —dijo mostrando esa sonrisa que derretía el corazón gélido de Sorcière.

—¿Sería una luna de miel? —respondió con ese cálido brillo en sus ojos, mirando de frente a la rubia. Las botas tal vez la hacían ver alta, pero sin ellas quedaba a la misma altura que Gisela.

—No puede haber luna de miel sin boda. —Una sonrisa triunfante se asomó por el rostro caucásico de Gisela.

—No planeaba que no hubiera. —Acarició su mejilla hasta tomar su cuello, para dejar un cálido beso en sus labios, lo había anhelado desde que salió de casa esa mañana.

La escena se tornaba cada vez más íntima, hasta que un golpe en la puerta subterránea las sacó de su fantasía, haciéndolas actuar rápido.

Otro golpe, mucho más agresivo que el anterior hacia saltar la tensión, estaban en peligro y ellas lo sabían. Se apresuraron a usar su calzado, además de lanzar a la chimenea los documentos sobre la mesa.

Sorciere tomó la pistola Colt 45 M1911 debajo de su vestido, apuntando sólidamente al pasillo que conducía a su habitación.

Gisela tomó su ballesta y mantenía la vista fija para disparar, reteniendo su respiración. Ambas portaban sus bolsos; un libro moderno, una brújula dorada, una botella con un cordón, cuatro botellas robadas a un boticario y un libro de poemas, parecía simple e incluso innecesario. Para ellas representaba su vida e identidad.

El tercer y último golpe antes de que escucharan como derribaban la puerta, hizo que sus piernas temblaran y su temple se desestabilizará.

Un disparo. El bosque se sacudió en su sueño ante el enigmático sonido, adormecedor y abrupto. Un sonido que llego a oídos de cada habitante del bosque durmiente.

—¿Que fue eso? —preguntó Lucy, observando cómo aquel sonido había amenazado la tranquilidad de las aves.

—¿Un relámpago? —intentó encontrar explicación Peter.

—Que bobo —susurro a sus adentros, Corinne. Siendo escuchada por Edmund. —Eso fue un disparo —completo, ante la mirada del Rey.

Todos la observaron con atención, incrédulos.

—Es imposible —opuso Peter.

—¿Como lo sabes? —le preguntó el azabache.

Corinne pareció vaciar su mente, no tuvo mucho tiempo de pensar al tener la vista de todos clavada en ella.

—¿Tu papá es militar? —Se escabulló Lucy al frente de ella.

—Si, me llevo a cazar un par de veces —se dirigió a la Valiente.

—Que lindo de su parte —bajo la voz Lucy.

El ambiente se volvió tenso ante la idea de armas por parte del ejército telmarino. Algunos más convencidos que otros, se negaban a la idea de armas de fuego en Narnia, además del testimonio de Trumpkin al ser capturado por un grupo telmarino.

Con un paso más apresurado en búsqueda del Príncipe Telmarino, decidieron regresar al punto donde Lucy había afirmado ver a Aslan, junto a ese precipicio. Se habían visto obligados a regresar del Río, ya que el ejército Telmarino había tomado posesión de este, y se acercaban a un campamento enemigo que no contemplaban.

...

Sorcière corrió lo más rápido que pudo, mientras las lágrimas no dejaban salir de sus ojos. El chocar contra un árbol por su nublada vista fue la gota que derramó el vaso, para finalmente hundirse en lágrimas.

—Perdóname —repetía innumerables veces. Tomaba su cabeza entre sus manos y se negaba a aceptar lo sucedido—. Al diablo. —Sacó su brújula dorada de su bolsa cruzada, miró al cielo y marcó una hora en el reloj, que además de tener números tenía dibujos a su alrededor, junto a cuatro manecillas.

El relincho de los caballos la hicieron saltar, apresurando su próximo movimiento.

—Maldita sea. —Golpeó la brújula al ver que no era viable regresar. Las lágrimas no tardaron en atacar sus rasgados ojos, pero se negaba a sumirse en su dolor.

Se levantó del tronco en el que se escondía, observó el cielo y siguió en dirección a la costa. Sabia que el ejército Telmarino temía al mar, aunque al ver que cubrían mayor territorio de los bosques a los que supuestamente temían, ya no estaba tan segura.

Al estar junto al precipicio, discutían sobre cómo el tomar la ruta equivocada los había hecho perder más de un día para llegar al altozano junto al Príncipe Telmarino.

—¿Aquí es donde creíste ver a Aslan? —le preguntó Susan, notablemente exhausta.

—No lo "creí" ver. Dejen de actuar como adultos —estaba furiosa, Lucy.

—Está bien Lu —tranquilizó su hermano Edmund.

—Aléjate de la orilla —le pidió Corinne, al ver que la menor se acercaba a asomarse por el precipicio. Se acercó a ella a pesar del enorme temor que tiene a las alturas.

—Se que quería que lo siguiéramos, allá abajo... —El gritó de Lucy interrumpió su indicación, al haberse desplomado la orilla donde se posaba.

—¡Lucy! —gritaron todos. Corinne por inercia tomó la mano de la pequeña reina. Había quedado colgada del acantilado con Lucy sujetada de la mano.

—Suéltame, Leah —le pidió, mientras se aferraba a su agarre.

—¿Estas loca? —Corinne se negaba al ver el fondo del precipicio.

—Hay una plataforma, un camino. Mira —le pidió.

Leah al observarlo, la miro a los ojos y la dejo caer suavemente, sus pies no estaba nada lejos del suelo.

Corinne pensaba en soltarse, para igualmente caer ahí. Sin embargo, el miedo agobiante por su fobia, hacia que sus brazos no respondieran a sus alentadoras peticiones.

Edmund pudo notar esto, además de recibir una mirada de Lucy que lo incitaba a ayudarla. Bajo y le pidió soltarse, a lo que Leah se negó rotundamente.

—Vamos, Corinne. Esta bien. —Se había ofrecido al saber que ante el temor es mejor ser pasivo. De haber mandado a Peter, habría terminado desesperado y gritando para que se soltara.

La sujeto de la cintura para que confiara en que no caería al soltarse. Finalmente, cedió a las peticiones, pero la tarea de Edmund apenas comenzaba.

El camino por recorrer era descendiendo por el borde del precipicio, hasta llegar al río. Lucy los guiaba al asegurar que el Leon estaba posada frente a ella, aproximadamente a diez metros alejado. Había asegurado que de no seguirla, ella continuaría sola. Obviamente, su hermano Edmund fue el único en creerle y estar dispuesto a acompañarla.

Al haberse soltado, le pidió Edmund a los demás que bajasen, con precaución. Mientras él cubría el cuerpo de la azabache, que por más que el rey le decía que no mirara abajo, está ignoraba sus recomendaciones.

De no ser por el incesante miedo de la francesa, y por la atención del Rey a que sus hermanos descendieran con cuidado. Habrían notado como el cuerpo del Justo rey estaba encima del delgado cuerpo de Leah. La respiración del azabache se asomaba en la oreja de la fémina, mientras que ella con ojos cerrados se aferraba a la cintura del rey. El se sostenía frente a ella con una mano en cada costado de su cabeza.

Cuando finalmente pasaron sus hermanos junto al enano, Edmund se dispuso a apoyar a Corinne a bajar, aunque la francesa no le facilitara la tarea.

—No puedo, no puedo —decía Leah.

—Si puedes, avanza conmigo. Yo me pondré de este lado. —Se puso del lado derecho de Leah, al borde del precipicio.

—¡No! —Lo tomó por la cintura y lo pegó a la pared, abrazándolo igualmente, mientras lo veía a los ojos con sumo terror. Ante una persona con fobia a las alturas, un temor mayor es el que uno de sus cercanos caiga de ellas.

Los ojos bosque de la fémina se encontraron con los oscuros y brillantes ojos del joven rey. Sus miradas se encontraban cerca ante el estrecho camino, además del arrebato que había cometido la francesa.

—Bien, sujétate de mi cintura y camina detrás de mi. —Se apartó el azabache, mientras sugería posiciones para hacer que finalmente la francesa llegara al río, donde los demás los esperaban.

Caminaron a paso lento, mientras varios reproches salían de ambos. Edmund por la abstinencia de la francesa, y Leah por la comprensión del Rey ante su fobia.

—¿Querías ser un hada de pequeña pero le temes a las alturas? —hablaba mientras descendían, Edmund.

—¿Eres un gran rey de Narnia y le temes a las mariposas? —se defendió la francesa.

—Porque no las has visto como yo. Ese hechicero la había hecho enorme. Una imagen horrible que aún me da escalofríos —narro su experiencia de cómo en su época dorada, un hechicero había vuelto gigantes a los insectos de su jardín. Donde una pequeña tropa tuvo que luchar contra ellos que amenazaban las cosechas y víveres de los pueblos vecinos. No fue hasta que finalmente volvieron a su diminuto tamaño, que las tropas se retiraron. Sin embargo, Edmund nunca pudo volver a ver de la misma forma a las mariposas.

—Al fin... —dijo Peter—. Creía que Lucy terminaría por dejarnos al esperarlos.

—Aslan solo se detuvo por Corinne —seguía resentida a su hermano—. Está avanzando.

—¿Aslan? —preguntó Corinne con suma atención.

—Nos está guiando, al ver que estamos perdidos —le dijo Edmund, siendo escuchado por su hermano.

—No nos perdimos —se defendió.

—Como digas —dio como respuesta Edmund.

—No puedo creer que casi nos tiran de un precipicio por un león imaginario —reprochaba Trumpkin—. Pronto va a anochecer, y no nos encontramos ni cerca del Altozano.

—Estoy exhausta, Lu. Debimos haber acampado —se quejaba Susan.

—Debemos aprovechar la poca luz del día. Y el que Aslan nos esté guiando al camino correcto. —Saltaba Lucy por las piedras húmedas para atravesar el río, mientras Trumpkin cuidaba los pasos de la joven reina.

Corinne iba de la mano de Edmund, que al ver la inexperiencia de la azabache, se ofreció a apoyarla durante el difícil camino.

—¡Cuidado! —Se abalanzó Leah sobre una piedra para resbalarse. Afortunadamente el Sumo Monarca había estado cerca para su auxilio.

—¿Estas bien? —le preguntó aún sosteniendo su cintura. Mientras observaba cómo su suelto cabello azabache se mojaba con la cercanía del Río.

—Si, gracias. —Le regalo una sonrisa al Gran Rey. El cual también la correspondió, para ponerla de pie y tomar su mano en lo que restaba del Río.

Edmund se limitaba a mirar y rebasarlos para seguir al frente con Lucy.

Finalmente había caído la noche. Según se habían posicionado, encontraron dirección hacia el Altozano, el cual cursarían mañana con la luz del Sol. Aslan los había guiado hasta un cómodo lugar para descansar, tal vez conocía el cansancio de cada uno, o había cedido a las quejas de Susan. Según Lucy, Aslan se había acostado cerca de la fogata. Edmund pudo verlo igualmente, al notar antes su sombra por el fuego. Sus dos hermanos mayores, Leah y el enano aún no podían verlo.

Leah se separó del campamento al ver a todos dormitando. Lo suficientemente cerca para que la iluminara el fuego junto a la brillante luna.

—Leah. —Una voz sonora y a la vez semejante a un rugido, hablo a su costado. 

La azabache dio un brinco y estaba por sacar su espada. Sin embargo, no pasó de tomar el mango solamente.

—No te atrevas, hija —sugirió el León, que ahora se mostraba frente a ella.

—Aslan... —soltó con rencor.

—Nos volvemos a ver, Corinne. —Sacudió su melena y se presentaron más alejados del resto, que ahora dormía.

Corinne retenía las lágrimas, presionó sus labios con rabia.

—¿Como te atreves a llamarme "hija", después de lo que le hiciste a Alizee? —recriminaba al León.

—Alguien a jugado con mi nombre e imagen. Lo que ha pasado, no fue obra mía —hablaba calmado, mientras observaba como la ira en los ojos de la francesa crecía.

—¡Yo creí en ti, y así me lo pagaste! —Lo anunciaba con su dedo índice.

—Hija mía...

—¡Ella no dejaba de gritar tu nombre, claro que fue culpa tuya! —Se acercaba hostil al león.

—Cuando la rabia no noble tu juicio, se que podrás encontrar las respuestas que necesitas —su tono había pasado de gentil a uno más severo. A pesar de entender la ira que guardaba, no podía evitar tensarse con el tono tan inapropiado al que ella se refería.

Las palabras del Supremo rey de entre los monarcas solo hizo que en un arrebato. Leah sacará su espada y estuviera dispuesta a ir en contra del León.

Un rugido sobre ella hizo que la respiración le faltara y una voz implorará por ella.

—¡Corinne, despierta! —Era Edmund, que la sujetaba de los hombros al verla sacudirse, sudar y casi gritar dormida.

Abrió los ojos de golpe, encontrándose con los ojos azabache del Rey.

—Tranquila, está bien. —La tomó entre sus brazos, al ver lo anonadada que estaba ante el despertar.

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