CAPÍTULO 8


<<Conozco drogas con menos capacidad de adicción que tus brazos de tres letras; ven >>

IRENE X



Sabo aparcó el coche en el garaje que quedaba frente al pequeño jardín delantero de la casa. Bajó la compra, apretó el botón de las llaves que llevaba en la mano y se dirigió hacia la entrada de la vivienda al tiempo que la puerta de la cochera comenzaba a cerrarse.

Dejó las llaves y las bolsas sobre la mesa redonda de la cocina y consultó el reloj que había colgado en la pared. Las agujas marcaban las 08:45, por lo que dedujo que Luffy ya estaría en la universidad y que Ace seguiría durmiendo.

Dejó caer los hombros y un suspiro de fatiga rozó sus labios. Se sentía agotado, pero si había algo que estaba acabando con él, era la preocupación que le infundía el estado de Ace. Casi no lo reconocía, y es que había abandonado su carácter hiperactivo, alegre y obstinado por una actitud pasiva, sedentaria y afligida.

El rubio se vio obligado a hacer esos pensamientos a un lado de su mente y a recordar las palabras de ánimo que le había ofrecido Koala en su último encuentro. 

<< De no ser por ella, estaría perdido... >> pensó, y una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios.

Se frotó las manos para entrar en calor, encendió la calefacción y colocó toda la compra en el lugar que le correspondía, volviendo a idear una estrategia para conseguir que Ace saliese de la cama. 

No pudo evitar recordar la cara de imbécil con la que el pecoso se había presentado en casa el día anterior después de su paseo, y es que incluso Sabo se hubiera atrevido a decir que parecía "animado". Luffy también había sospechado, y había intercambiado miradas de complicidad con el rubio antes de que ambos lo acribillaran a preguntas, cosa que el pelinegro se había negado a responder. 

Sabo decidió dejar pasar el tema por alto, colocó el desayuno de Ace en una bandeja y volvió a cruzar la cocina para abrir el armario donde guardaban los fármacos y las recetas médicas. Se puso nervioso cuando no encontró los medicamentos de Ace en primera fila, y a pesar de que intentó calmarse, su ansiedad no hizo más que ir en aumento cuando sus ojos buscaron sin éxito las cajas de las píldoras. 

Cerró el armario de un golpe y apretó con fuerza la pequeña asa de metal, su mirada fija en el mármol blanco de la encimera. Frunció los labios, maldijo para sus adentros y comenzó a correr hacia el piso de arriba con el corazón a mil.

Hacía un par de días que el pecoso le había suplicado que aumentase la dosificación de su medicamento para acabar con las fuertes punzadas de dolor que le comprimían el pecho, y aunque Sabo no tenía intención de prolongar su sufrimiento, estaba decidido a no pasar por alto los síntomas que supondría  una sobredosis: convulsiones, delirios, depresión, náuseas, muerte...

Gritó varias veces el nombre de su hermano para advertirle de que se detuviera en caso de que estuviera a punto de hacer alguna locura, avanzó por el pasillo tan rápido como se lo permitieron sus pies y su respiración se agitó estrepitosamente cuando escuchó un ruido seco proveniente del interior de la habitación.

No perdió tiempo en comprobar si la puerta estaba cerrada, sino que cargó fuertemente el hombro contra la madera, echándola abajo en el acto. Sabo apretó la mandíbula cuando cayó de bruces sobre la puerta, pero no se detuvo a analizar los daños. Se incorporó de un salto y buscó con los ojos al pecoso.

-- ¡Ace! -- exclamó cuando lo vio sentado sobre la moqueta del piso. 

El aludido tardó en reaccionar. Estaba demasiado impactado como para poder procesar lo que acababa de ocurrir. Se quedó boquiabierto, observando ojiplático al rubio, que se incorporaba torpemente sobre la puerta que acababa de cargarse.

-- ¿Se puede saber qué coño haces, Sabo? -- rugió cuando se recompuso, fulminándolo con la mirada.

-- Eso mismo quería preguntarte yo... -- se defendió.

-- ¡Estaba limpiando, joder!

-- ¿Dónde están las pastillas? -- se apresuró a preguntar Sabo, ignorando las declaraciones del pelinegro y los cubos de agua que había repartidos por el dormitorio.

Ace enarcó las cejas en una expresión de sorpresa, entendiendo la causa de la preocupación de su hermano. Se puso en pie lentamente y soltó un suspiro de resignación.

-- Están sobre el escritorio -- respondió más tranquilo --. Me he tomado las justas.

Sabo cruzó de dos zancadas la habitación hasta la mesa que había pegada a la ventana, cogió las cajas de los fármacos y comprobó que era cierto. El rubio relajó los músculos y dejó escapar una bocanada de aire, aliviado. 

-- Siento haberte preocupado -- Ace se rascó la nuca, incómodo.

-- Es igual... creo que me he precipitado -- reconoció con una sonrisa nerviosa a modo de disculpa, gesto que el pelinegro castigó con una mirada fulminante --. ¿También te has tomado los antidepresivos? -- preguntó, sospesando la caja.

-- No. Soy tonto, pero no gilipollas.

-- Ace... -- comenzó a reprocharle Sabo.

El pecoso frunció el ceño e intentó sostenerle la mirada a su hermano. Sinceramente, aquel día se encontraba bastante animado como para tener que depender otra vez de las píldoras. No obstante, tenía prisa porque Sabo abandonase la habitación, y sabía perfectamente que no lo haría hasta ver cómo se tragaba la dichosa pastillita. 

-- Trae -- exigió, rodando los ojos. La mandíbula de Sabo casi rozó el suelo --. ¿Qué? No tengo todo el día.

El rubio le tendió la caja aun con las cejas arqueadas, y es que la actitud de su hermano comenzaba a sorprenderle.

-- Ace... ¿estás bien? -- preguntó después de que el pecoso ingiriese el comprimido. 

-- No seas pesado, solo me la he tomado para que te largues -- declaró, cortante. Sus ojos se desviaron inconscientemente hacia la puerta y Ace sintió cómo la sangre le hervía en las venas --. Y arregla la puerta.

Sabo sintió que se encogía, avergonzado. Se apresuró a levantar la puerta y la apoyó en la pared. 

-- Lo siento -- se disculpó con una sonrisa nerviosa. Ace agitó la mano en el aire para quitarle importancia y se cruzó de brazos a la espera de que Sabo abandonase la habitación --. Espera, ¿has dicho que estás limpiando?

Ace sintió como le subían los colores. Tragó saliva para deshacer el nudo que se le acababa de formar en la garganta y comenzó a barajar toda una serie de escusas mientras una parte de él deseaba que la tierra le tragase por completo.

-- ¿Qué pasa? ¿Acaso no puedo limpiar mi cuarto, Señora de la Bayeta? -- atacó.

Sabo sonrió de lado y negó con la cabeza en un gesto de resignación. 

-- Esta tarde iré al centro con Koala -- se limitó a responder --, y creo que Luffy pasará el resto del día en casa de Zoro, así que esta tarde te quedas solo.

-- No hay problema -- respondió, obligándose a ocultar una tímida sonrisa de los ojos de Sabo.

-- Podrías salir a dar una vuelta, o llamar a Marco...

-- No, no... Me quedo aquí -- lo interrumpió --. Además, me gustaría terminar de leer el libro que me prestó.

Sabo arqueó las cejas, su cerebro formulando miles de incógnitas que no se atrevía a preguntar.

-- Está bien -- respondió tras unos segundos de silencio --. No hagas ninguna gilipollez.

-- Descuida, estaré bien.

Sabo le quitó las pastillas a Ace y se dispuso abandonar el dormitorio, decidido a seguir dejando a su hermano con lo que quisiera que estuviera haciendo.

<< Sí, definitivamente le ha pasado algo...>>



-- ¡Ya estoy en casa! -- saludó ____ tras cerrar la puerta y colgar el abrigo en el perchero.

-- ¿Qué tal el día, cariño? -- escuchó la voz de su madre procedente de la cocina.

La chica dejó escapar una bocanada de aire a modo de respuesta, arrastró los pies hasta donde se encontraba su madre y se apoyó en el marco de la puerta.

-- ¿Hay algo más agotador que una jornada en la universidad? -- suspiró, irónica.

-- Deberías de probar como ama de casa -- respondió la mujer con una sonrisa --, entonces sí tendrías razones para quejarte.

____ le devolvió el gesto y se la quedó mirado, barajando la misma pregunta que se formulaba desde hacía unos meses: ¿debía decirle a su madre lo de Marco?

Una parte de ella quería librarse de la carga de esconder un secreto de semejante magnitud, no obstante, ni siquiera estaba segura de si su sentimiento hacia el rubio era verdaderamente sincero. De ser así ¿por qué se cuestionaba tantas veces?

-- La comida estará en unos minutos -- la voz de la madre la sacó de su ensimismamiento --. Deja la mochila en tu cuarto y ve a lavarte las manos.

____ se mordió el labio inferior, salió de la cocina con la mochila cargada al hombro y subió las escaleras que conducían al piso de arriba. Atravesó el pasillo, abrió la puerta de su habitación y se dejó caer en la cama, rendida. 

Dejó que su mirada se perdiera en el color rosa palo del techo y volvió a pensar en su situación con Marco. Sí, lo tenía decidido. Guardaría las distancias hasta que no se sintiera completamente segura.

El sonido de su tono de llamada la devolvió a la realidad y se apresuró a descolgar la llamada sin consultar el teléfono, deseado que fuera Luffy, pues era el único capaz de animarla en momentos así.

-- Buenas tardes, enana -- la saludó una voz al otro lado de la línea.

____ sintió como se le aceleraban las pulsaciones del corazón; de todas las personas que podrían haberla llamado, nunca hubiera imaginado que sería él.

-- B-Buenas tardes, Ace -- consiguió responder con un hilo de voz, nerviosa. Sintió que se sonrojaba cuando escuchó la dulce risa del pecoso al otro lado del teléfono.

-- ¿Y ese tono? -- se burló él.

-- ¿Cómo has conseguido mi número? -- quiso cambiar de tema, aunque la respuesta fuera demasiado obvia.

-- Tuve la consideración de pedirle a Luffy tu teléfono -- confesó --. Quería asegurarme de que no te habías olvidado de nuestra cita.

-- ¿Cita? -- rió ____ --. No es nada de eso. Solo hemos quedado para estudiar matemáticas.

-- Llámalo como quieras, pero tengo entendido que cuando dos personas quedan a solas es una cita -- añadió con picardía --. Y bueno... somos dos, estaremos solos en casa y voy a por ti a las cuatro.

-- Espera, ¿qué? -- se incorporó sobre la cama, incrédula --. Eso último no lo hemos negociado.

-- Tienes razón, lo he decidido ahora mismo -- declaró, socarrón --, así que estate preparada. Suelo ser bastante puntual y no me gusta que me hagan esperar demasiado.

____ frunció el ceño, molesta. Le parecía muy desconsiderado por su parte que no se hubiera molestado en avisarla con un poco más de antelación.

-- Eres un grosero... -- suspiró. Ace no pudo reprimir una carcajada.

-- ¿Eso es un sí? -- risueño.

La muchacha se mordió el labio en un vano intento por contener una sonrisa, un nudo en el pecho le dificultaba la respiración.

-- ¡____, baja a comer! -- la llamó su madre desde las escaleras.

-- Sí -- respondió en voz baja para que solo Ace pudiera oírla --. Pero más te vale ser puntual o, además de grosero, serás un impresentable.

____ no necesitó estar en la misma habitación que Ace para saber que el pelinegro estaba sonriendo. Ella se sorprendió haciendo lo mismo.

-- Allí estaré, enana.

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