CAPÍTULO 41
<< Y brillaremos con fuerza hasta que la oscuridad se despeje lentamente. >>
ED SHEERAN
Buenas, mocosos. Bienvenidos a "El rincón de Trafalgar Law". Escrito y protagonizado por Trafalgar Law.
En esta sección vengo a informaros de dos cosas:
1. "EHMA" ha superado las 56K lecturas. Infinitas gracias a todos.
2. Se ha puesto en marcha un concurso con motivo de celebración por los 900 seguidores del autor.
No voy a entrar en detalles sobre el concurso porque no me corresponde, pero sí que voy a ir a directo a la parte de los premios, que nos interesa a todos: los tres ganadores del concurso recibirán un posavasos y una esfera personalizados.
Las piezas están hechas a mano por Oeders y puedes escoger tu personaje favorito sin importar de la serie que sea. Para más información, preguntadle a Shiro-Kiba, que es el que ha montado todo este lío.
Gracias a todos de nuevo por el apoyo a "EHMA" y animaos a participar, anda. Hacedme caso de vez en cuando, que una vez al año no hace daño.
P.D. las próximas actualizaciones serán a mediados de junio por motivos académicos del autor. Quedan solo tres capítulos para el final, así que disfrutad de este.
Nos vemos en la siguiente sección.
El remoto sonido de los apresurados pasos de las enfermeras al otro lado de la consulta empezaba a desquiciarlo, como si no tuviera suficiente con el papeleo que se le había ido acumulado a lo largo de la semana y que ahora yacía desperdigado por todo su escritorio.
Apenas faltaban un par de minutos para que su reloj de pulsera diera las nueve de la noche y prefería acabar con las historias clínicas antes de que fuera más tarde. Odiaba hacer las guardias, pero puestos a hacerlas, prefería ejercerlas en el hospital por si surgía algún imprevisto bajo su responsabilidad.
El intermitente e irritante sonido del teléfono que descansaba junto al ordenador terminó de alterarlo, y acabó golpeando la mesa con el puño, el café saltando del vaso para volver a precipitar en el recipiente con una puntería milimétrica. Se pasó una mano por la cara, hastiado, y pulsó el botón de manos libres.
— Trafalgar— se presentó sin molestarse en disimular su mal humor.
La enfermera del control ni siquiera hizo el amago de poner los ojos en blanco: estaba más que acostumbrada a lidiar con la actitud grosera, en ocasiones hasta pedante, de su compañero.
— Tengo al teléfono a alguien que quiere hablar contigo— explicó pausadamente.
Law frunció el ceño sin despegar los ojos del ordenador y continuó rellenando la historia clínica, sus dedos desplazándose hábilmente sobre el teclado.
— Dile que llame más tarde.
— Eso ya se lo he dicho antes— se apresuró a responder ella.
— Tú dile eso, Monet. Ahora estoy ocupado.
Ella suspiró y colgó, dejándolo de nuevo a solas con sus responsabilidades. No obstante, la paz no le duró mucho, pues otro sonido intermitente volvió a sacarlo de su ensimismamiento, esta vez el de su móvil. Chasqueó la lengua y buscó en los bolsillos de su bata blanca el dispositivo antes de descolgarlo.
— Trafalgar.
— Anda que puedo contar contigo para una emergencia...
El médico enmudeció al reconocer el tono sarcástico y contundente del hombre que lo había iniciado en el mundo de las ciencias de la salud.
— Hola, papá— se disculpó con una sonrisa nerviosa.
Él suspiró al otro lado de la línea y negó suavemente con la cabeza.
— ¿Mucho trabajo?
— Bastante.
— Siempre te ahogas en un vaso de agua— bromeó para restarle importancia.
Lo cierto es que su padre pensaba que Law siempre había tenido dificultades para resolver sus propios problemas. Se preocupaba en exceso y daba demasiadas vueltas de tuerca hasta decantarse por una opción que, con suerte, lo llevaba a un resultado medio productivo. Sin embargo, también debía reconocer que había sido aquella misma actitud la que había catapultado a su hijo hacia el éxito hasta convertirlo en el médico más talentoso de su promoción.
Así que pensar demasiado las cosas quizás no fuera un problema, después de todo.
— Tenemos que hablar.
Law se quedó muy quieto en la silla giratoria sobre la que llevaba clavado tres horas. No era muy común que su padre lo llamase a aquellas hora para darle noticias. Sintió que una preocupación infundada le oprimía el pecho paulatinamente.
— ¿Lami está bien?
El hombre dejó escapar una risita. Daba igual cuánto tiempo pasara: su hijo no había cambiado nada.
— ¡Por supuesto! Ahora mismo debe de estar poniendo el salón patas arriba y pringándolo todo de pizza y palomitas con sus amigas— explicó al tiempo que hacía un ademán para quitarle importancia—. No, no es por Lami. Es por el paciente de la lobectomía.
— ¿Portgas-ya?— alzó las cejas en una expresión interrogante que delataba toda su curiosidad.
— ¿Recuerdas el quimioterápico que estábamos investigando? Bien, creo que hemos descubierto algo interesante.
Luffy se llevó un dedo a los labios por quincuagésima vez y frunció el ceño cargado de impotencia y frustración: no entendía cómo demonios podía haber alguien mucho más ruidoso que él. Thatch y Vista se giraron para devolverle el gesto, en parte por reírse del pequeño; en parte, porque pareciera que el moreno estuviera a punto de gritarles algo.
El menor de los D los fulminó con la mirada e inspiró sonoramente por la nariz antes de decantarse por hacer la vista gorda. Se había tomado muy en serio las advertencias de Sabo y aquello era justo lo que les había dicho a aquellos gorilas nada más se habían presentado en casa: "no hagáis ruido, que Ace está descansando".
El pecoso no había pasado la semana tan bien como habían esperado para su segundo ciclo de quimio, pero Law les había asegurado que era natural que se encontrara débil al principio, pues la dosis había sido un poco más agresiva. Por aquella misma razón, Sabo y Luffy habían decidido asegurarse de que su hermano descansara lo mejor que pudiera.
Aquel era el único motivo por el que había tenido que retrasarse un poco la sorpresa que el equipo de Barbablanca había esperado mostrarle al pecoso. Hubiera sido preferible hacer los preparativos en el pabellón de deportes de la universidad, pero dado que Ace debía evitar moverse demasiado, habían optado por trasladar todo el equipo a su casa.
Thatch y Vista habían sido los primeros en llegar, proyector en mano y cargados de bolsas de patatas y aperitivos con la intención de preparar un festín que acompañase aquella sorpresa en la que habían puesto tanto esfuerzo y cariño.
Con la ayuda de Luffy habían conseguido quitar el televisor y desplazar la mesita que se acomodaba entre los sofás. Habían esparcido varios cojines por el suelo y colgado una sábana blanca a lo largo de la pared con ayuda de un par de chinchetas.
El resto del equipo había llegado más tarde, entrenador y todo. Como si se tratase de uno de esos reencuentros de antiguos alumnos de esas películas que tanto enternecían a Sabo.
— Te queda bien el corte, muchacho— le susurró Newgate a Luffy, pasándole la mano por la fina capa de pelo que había vuelto a crecerle en la cabeza.
El joven solo acertó a sonreír con entusiasmo: recibir un elogio por parte de quien se había convertido en la figura paterna de su hermano era uno de los mejores halagos que podría recibir.
Sabo llegó poco después con ____, a quien había ido a recoger de una de sus prácticas en la universidad. Todo a hurtadillas de Ace para que siguiera con las defensas bajas, por supuesto. El equipo saludó a la chica con entusiasmo aunque entre susurros, y a ella le extrañó no ver a Marco entre su grupo de amigos.
De hecho, se podía decir que todos lo echaban de menos. Habían intentado por todos los medios que el rubio pudiera participar en la sorpresa aunque fuera desde una llamada por Skype, pero por lo visto, Marco andaba muy ocupado convirtiéndose en la nueva promesa de la NBA.
Ninguno de ellos sospechaba que su antiguo capitán estaba preparándose para el que sería el partido más importante de toda su vida. De hecho, Ace estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano al morderse la lengua para no celebrar el debut de su amigo junto a sus viejos compañeros de equipo.
Una vez reunidos en la casa de los hermanos D, aperitivos preparados en sus respectivos platos y todos en sus puestos, Sabo dio inicio a la segunda parte del plan: conseguir que Ace se animara a salir de su cuarto.
No es que Ace hubiera optado por aislarse del resto del mundo, como había hecho otras tantas veces, pero reconocía que se sentía demasiado cansado como para salir de la cama y el cuerpo le pesaba horrores. Se negaba a usar la silla de ruedas por casa porque tardaba menos andando y le venía bien estirar las piernas, pero últimamente había tenido dificultades para arrastrar a Burbujas consigo y eso lo había animado a guardar reposo un par de días.
A pesar de su situación, el pecoso conservaba un humor excelente con el que estaba logrando paliar su estado, sorprendiendo a un Sabo poco acostumbrado a lidiar con aquella actitud tan optimista y efusiva, teniendo en cuenta sus circunstancias.
Por supuesto, el mérito de aquella proeza no era de otra persona más que ____. La muchacha se había asegurado de estar presente incluso a pesar de no encontrarse en casa, mensajeándolo constantemente y llamándolo cuando él se había sentido en buena forma para hacer frente a sus famosas y kilométricas conversaciones.
Era de esperar que aquel sacrificio diario por parte de la joven hubiera repercutido negativamente en su rendimiento académico, pero aquello no la preocupaba lo más mínimo. Se había limitado a centrarse en sus prioridades de la mejor forma que sabía y así se lo había hecho saber a su madre cuando esta le había advertido sobre sus acciones.
Como era natural, ____ se había esforzado para ocultarle aquel hecho al pecoso y que este no se sintiera responsable de la situación, así que Ace no sospechó lo más mínimo cuando Sabo se presentó en su cuarto para despertarlo de su siesta y decirle que la chica había venido a verlo y estaba esperándolo en el salón.
— ¿Necesitas que te ayude con algo?— inquirió amablemente el rubio mientras se agachaba para acercarle las zapatillas.
Ace compuso una sonrisa y negó suavemente con la cabeza.
— Estoy bien— trató de tranquilizarlo.
Se puso en pie con ayuda de una muleta de la que ya no se separaba para andar por casa, se alisó la camiseta y salió de su dormitorio seguido de Sabo, quien sujetaba a Burbujas.
— ¡Ahí va el pelón!— exclamó Thatch para dar comienzo a una lluvia de aplausos con la que recibieron a la desconcertada expresión de Ace.
— Relájate, que todavía te tira la muleta a la cabeza— lo advirtió Izo sin dejar de aplaudir, sardónico.
El pecoso, por su parte, no lograba salir de su asombro. Llevaba tanto tiempo sin ver a sus amigos que casi se había olvidado de lo escandalosos que podían llegar a ser, y los recuerdos no tardaron en avasallarlo para dibujarle una sonrisa nostálgica en los ojos.
El salón estaba todo patas arriba y el apetitoso surtido de aperitivos apuntaba a que todo aquello había sido premeditado.
— A mí no me mires— canturreó ____ cuando la mirada del chico se posó en la suya.
— Yo tampoco he sido— se le unió Luffy.
Y sus ojos saltaron por todos los presentes de la habitación hasta detenerse en aquella presencia que había pasado desapercibida hasta entonces. Edward Newgate no era precisamente un hombre de muchas palabras, pero cuando vio a aquel muchacho sosteniéndose en una muleta, conectado a una botella de oxígeno y golpeado por los efectos de la quimio, sintió la horrible necesidad de gritar al aire las crueles injusticias del mundo.
Sintió que había hecho lo correcto al presentarse bajo aquel techo a pesar de saber que su presencia allí era intrusiva.
Newgate siempre se había sentido responsable de sus chicos: tantas horas juntos y tantas victorias y derrotas compartidas habían contribuido a forjar el estrecho vínculo que los unía. No obstante, ni siquiera él podía negar la predilección que sentía por Ace. Había conocido a su padre y había sido testigo desde primera fila cómo la extraordinaria llama de su vitalidad se iba reduciendo a cenizas.
Sin duda aquel era el motivo por el que había huido de la suerte de Ace, prefiriendo mantenerse al margen de lo que pudiera pasar y fantaseando con recibir buenas noticias. La excusa que no lo dejaba dormir por las noches.
Por eso estaba allí plantado sin saber qué decir. Para enmendar su error y decirle a Ace lo valiente y fuerte que era. Todo lo que había progresado y lo mucho que lo quería.
Al final fue Sabo quien le propinó un pequeño empujón a su hermano, animándolo a dar el paso, y el muchacho sonrió con timidez antes de reducir la distancia que los separaba para envolver al grandullón en un abrazo al que acabó uniéndose el resto del equipo.
El enternecedor reencuentro solo se prolongó hasta que Vista pilló a Luffy metiéndole mano a los aperitivos y después de eso todos se prepararon para mostrarle a Ace el proyecto en el que habían estado trabajando la última semana.
____ ayudó cuidadosamente al muchacho a tomar asiento en el sofá, desventurada de ella, que fue arrastrada por Ace sin contemplaciones hasta tenerla sentada entre sus piernas. Estrechó la espalda de la chica contra su pecho, rodeándole la cintura con los brazos, y apoyó la cabeza sobre su hombro antes de posarle un beso en la mandíbula.
Estaba de muy buen humor y aquella sonrisa lobuna que le iluminaba los ojos lo delataba.
— ¿Segura que no has tenido nada que ver con esto?— canturreó entre susurros, pícaro.
— Bueno, a lo mejor he colaborado un poquito— reconoció ella en el mismo tono.
Ace chasqueó la lengua en un fingido gesto de disconformidad.
— Lo sabía— y volvió a besarla.
Desde que habían formalizado su relación en Nochevieja ya no se sentían tan tímidos frente a los demás. De hecho, el pecoso le había estado dando varias vueltas al asunto y había decidido limitarse a hacer aquello que lo hiera feliz. Entregarse con toda su devoción. Y la chica que arropaba entre sus brazos en aquel preciso instante se había convertido en su pequeño universo particular. Un cielo al que mirar en busca de nuevas constelaciones.
Para cuando Thatch logró ponerse de acuerdo con el proyector y los altavoces, todos los presentes ya estaban sentados en los sofás restantes o sobre los cojines que había desperdigados por el suelo. Luffy se encargó de apagar la luz para que la sábana que habían colgado previamente en la pared se convirtiera en el centro de atención de todas las miradas, y el silencio se presentó súbitamente en el salón cuando las primeras imágenes aparecieron en la pantalla.
Era un partido de baloncesto. De los primeros que habían tenido contra el equipo de Barbanegra, hacía casi tres años. Ace y Marco se movían con una coordinación milimétrica, como si hubieran ensayado cada paso miles de veces, y un triple del moreno en el último segundo sentenció el equipo vencedor.
Era una victoria celebrándose a gritos en los vestuarios desde el móvil de Vista, con Ace, Marco y Thatch subidos a uno de los banquillos en calzones, rodeándose los hombros con los brazos y cantando la peor versión del estribillo de "We are the champions" de la historia, balanceándose de un lado para otro.
Era una fiesta en algún pub del centro con un Edward Newgate rendido al sueño en una de las mesas asiladas al fondo del local. La risa de Marco se escuchaba por encima de la música y Ace se llevaba un dedo torpemente a los labios para indicarle que guardara silencio sin dejar de acercarse al entrenador. Desencapuchó un permanente lo más rápido que le permitieron los efectos del alcohol y se apresuró a dibujarle un pene en la mejilla al viejo...
— Cago en la madre que os parió...— gruñó por lo bajo al recordar el percal con el que se había encontrado en la cara al afeitarse a la mañana siguiente, haciendo estallar a su equipo en estridentes carcajadas.
Era una vuelta en coche con Izu conduciendo a ciento sesenta en una autovía desierta, con un Ace de copiloto que grababa a sus amigos mientras cantaban desastrosamente "Moves like Jagger".
Era un cumpleaños en alguna casa, con Marco y Ace sobre la isla de la cocina dirigiendo un karaoke, botellas en mano a modo de micrófonos. Marco, vodka; Ace, ron. Los dos se habían quitado la camiseta y estaban intentando ponerse de acuerdo para improvisar una coreografía que parecía ser demasiado para su ebriedad. El moreno ya tenía una cicatriz en el pecho por ese entonces.
Era una quedada en casa de Marco, con este al teléfono y enfocando a Thatch, que sujetaba un cubo de agua con cubitos y se encaminaba hacia el cuarto de baño con una sonrisa maquiavélica cruzándole el rostro. Ace estaba duchándose al otro lado de la cortina de la bañera y acabó chillando desquiciadamente cuando le cayeron encima el agua con los hielos, gritando maldiciones al aire entre un leve ataque de tos.
Eran recuerdos que el pecoso había creído perdidos hasta entonces, de cuando todavía podía llevar una vida libre de medicación y oxígeno portátil. Aquel cóctel de nostalgia, risas, impotencia y cariño por sus amigos lo hizo llorar. Se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos las fiestas, a su equipo. Sobre todo al tío que más lo había apoyado a lo largo de todos aquellos años.
Sí, echaba de menos a Marco, el idiota que había asumido la responsabilidad de cumplir el sueño que él ya no podía. El amigo que lo había dado todo por él y se había dejado la piel por su felicidad.
De haberlo tenido delante en aquel preciso instante, probablemente se le hubiera echado al cuello para fundirlo en uno de esos abrazos que solo se dan en las bodas o en los aeropuertos. Así que decidió tomar nota mental en su lista de tareas pendientes para cuando lo viera la próxima vez.
Después de que acabase el vídeo Ace solo tuvo un par de segundos para secarse las lágrimas antes de que Luffy volviera a encender la luz, y aunque el pecoso hizo un esfuerzo por aparentar serenidad, lo cierto es que la voz le tembló más de una vez cuando trató de agradecerles a los chicos el detalle.
— Uy, uy, uy, qué sentimental te nos has vuelto— canturreó Thatch.
— Qué hostia tienes...— gruñó él entre risas a la par que volvía a pasarse una mano por los ojos.
El resto de la tarde se la pasaron comiendo y rememorando viejas hazañas en fiestas clandestinas de las que Newgate prefirió no saber demasiado. Cuando llegó la hora de marcharse, Thatch se ofreció para acercar a ____ a casa y el resto se apresuró a dejar el salón como lo habían encontrado. Ace fue despidiendo a sus compañeros de uno en uno en la puerta para intercambiar unas palabras de agradecimiento con ellos, pero pareció quedarse mudo cuando por fin llegó el turno de su entrenador.
Edward Newgate no era un hombre de muchas palabras, así que se limitó a retirarse el pañuelo que siempre acostumbraba a llevar en la cabeza para tendérselo al pecoso.
— Ten. Es para ti— declaró, solemne.
Ace vaciló un instante antes de aceptar la prenda, conmovido por el gesto.
— Gracias, papá.
Volvieron a abrazarse y esa vez se tomaron su tiempo para transmitirse todo lo que no sabían decirse con palabras. El corazón de Newgate pareció romperse durante el instante en que se percató de la masa muscular que había perdido Ace. Se separó de él lo suficiente para cruzar miradas con él, sujetándole la cabeza con una mano para evitar que le rehuyera la mirada, decidido a enfrentar su miedo de una vez por todas.
Entonces buscó sus ojos y los encontró más vivos que nunca.
La quimio le había marcado las facciones y la ausencia del pelo y vello facial lo hacía parecer mucho más enfermo, pero ahora sabía que eso solo eran apariencias. Bajo aquella piel pálida y estropeada todavía se encontraba el Ace que había conocido en los entrenamientos; el chico que cantaba los nuevos éxitos musicales junto a sus compañeros en los vestuarios; el alumno incorregible que llevaba de cabeza a todo el equipo rectoral; el joven inseguro de sí mismo que no sabía cómo lidiar con sus propios pensamientos...
Su hijo.
Entonces dejó de tener miedo, porque aquella llama que había visto apagarse en Roger fulguraba con una intensidad abrumadora en aquella mirada oscura y centelleante. Estaba más vivo que nunca pese a encontrarse atrapado en sus circunstancias, y la seguridad que irradiaba le dio a entender que estaba listo para enfrentarse al mundo.
Newgate apretó los labios y estrechó al muchacho una vez más antes de posarle un beso en la frente, orgulloso de la persona en la que se había convertido. Entonces le dio una palmaditas en el hombro y le ofreció una sonrisa cómplice.
Ace le devolvió el gesto y observó cómo el entrenador se marchaba por donde había venido. En silencio.
Pues al igual que él, Portgas D Ace tampoco era un hombre de muchas palabras.
Gracias una vez más a laro_80 por su excelente esfuerzo y maravillosos dibujos. Nada me hace más feliz que saber que estáis disfrutando de esta historia tanto como yo. Solo faltan 3 capítulos para el final y siento que el corazón me va a dar un vuelco... Voy a llorar.
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