CAPÍTULO 30
¡Buenas, queridas pulguitas!
Con motivo de celebración por el deseado final de la etapa de exámenes, aquí os traigo el primer capítulo de la maratón "Operación: salvar a Ace", que os recuerdo, finalizará a principios de mayo.
Además, me complace informaros que, para los amantes del Luffy x Nami, también ha comenzado la maratón "Un bistec para Luffy", la cual se corresponde con la historia "Dulce tortura". La programación para compaginar ambas historias es la siguiente: 2 capítulos de "El hermano de mi mejor amigo" y 1 capítulo de "Dulce tortura".
En el caso de que por alguna razón (generalmente académica) no pudiera actualizar dos capítulos a la semana, descuidad: subiría 3 la semana consecutiva para no perder el ritmo.
Por el momento, disfrutad del capítulo y recordad que también tenéis actualizaciones semanales en Strange-Kiba ♥
~ Lover boy.
Ace se ajustó el nudo de la corbata sobre la camisa blanca y observó con disconformidad el resultado en el espejo de cuerpo completo que había adosado a la puerta de su armario. Solo se había puesto corbata un par de veces en su vida y en ninguna de ellas se había sentido cómodo con esa soga rodeándole el cuello.
— No te queda nada mal— alegó Sabo, observándolo desde la cama.
Estaba sentado sobre el colchón con las piernas cruzadas, sujetándose los tobillos can ambas manos y una sonrisa radiante en el rostro que hacía honor al bordado de su pijama azul, el cual rezaba "i'm a damn angel".
Ace hizo un mohín, preguntándose en qué momento de su vida exactamente se le había pasado por la cabeza que sería buena idea pedirle consejo a su hermano. No es que Sabo no tuviese buen gusto para vestir, al contrario: Ace sabía que una de las razones por las que Koala seguía con él era que el rubio siempre sabía qué ponerse para cada ocasión. Sin embargo, el pecoso no estaba convencido de que aquella fuera la imagen que pretendía dar esa noche.
— No sé, Sabo. ¿No crees que es demasiado... formal?— inquirió Ace con una sonrisa nerviosa.
Sabo compuso una expresión sardónica, arqueando una de sus cejas.
— ¿Y adónde crees que vas?
— A un baile para críos...
— Vale, vale, reformulo: ¿y con quién crees que vas?
Ace frunció los labios y desvió los ojos hacia el techo, como si la respuesta estuviera escondida en alguna esquina de su habitación. Sabía de sobra que las intenciones del rubio era lograr que el pecoso sorprendiera a la muchacha a la que pensaba acompañar al baile, quien era ni más ni menos que la Señorita Impresiones, una joven con demasiado criterio.
— Está bien— suspiró con resignación.
Una sonrisa triunfante iluminó la mirada de Sabo, quien se puso en pie de un salto para ajustarle el cuello de la camisa a su hermano.
— No voy a llevarme la silla de ruedas— declaró el pecoso, solemne.
— ¿Y dónde vas a llevar a Burbujas?
— ¿Quién coño es Burbujas?
Sabo terminó de colocarle bien el cuello de la camisa y señaló con un gesto de cabeza la botella de oxígeno que había junto a la mesita de noche. Ace lo miró con incredulidad.
— ¿Le has puesto nombre a esa cosa?
— ¿Qué? Le ponías tú nombre a los balones cuando jugabas a baloncesto...
Ace se pasó una mano por la cara, exasperado. Ya tenía suficiente con los sarcasmos de Law como para tener que lidiar con las idioteces de Sabo.
— Bueno, ¿qué?
— ¿Qué de qué?— bufó el moreno.
— Aún no me has respondido. Si no te llevas la silla, ¿dónde vas a llevar la botella?
Ace se volvió hacia su hermano,meditando su respuesta. Incluso aunque no quería llevar puesta las gafas nasales aquella noche, una parte de él sabía que no aguantaría mucho tiempo sin las facilidades que le ofrecía la botella para respirar, y aunque una opción era arrastrar la botella en una maleta, hasta el propio Ace reconocía que aquello solo sería un estorbo entre tanta gente.
— Ace, no seas tonto y ve en la silla. Irás más cómodo y la preocuparás menos— insistió Sabo con una sonrisa amable, procurando aparentar convicción.
El rubio conocía lo suficiente al pecoso como para saber que su mayor dolor de cabeza era el de estar junto a ____ sin causarle ningún malestar, y que esa había sido la única razón por la que había accedido a tomarse todas y cada una de las pastillas del recetario de Law, incluyendo los antidepresivos.
Ace desvió la mirada hacia el espejo una vez más mientras trataba de visualizarse sentado en la silla de ruedas, aguantando la incomodidad que le producían las gafas nasales, no obstante, pese a su disconformidad, no podía negar que su hermano llevaba razón: definitivamente, ir en la silla de ruedas le ahorraría bastantes problemas.
— ¡Me voy!— se despidió la voz de Luffy desde el recibidor.
— Puedo acercarte, si quieres...— respondió el pecoso.
— He quedado. Hasta luego.
Ace sintió que algo se rompía en el interior de su pecho cuando escuchó la puerta cerrarse. ¿Pero qué podía decir? Era de esperar que Luffy se mostrara distante después de haberse enterado, accidentalmente, de que todavía no había vencido al cáncer. Y lo que aún era peor: que los médicos lo habían diagnosticado como una enfermedad terminal.
— Dale un tiempo— murmuró Sabo, colocándole una mano reconfortante en el hombro—. A todos nos costó hacernos a la idea al principio.
El pecoso asintió con la cabeza y sonrió en un vano intento de ocultar su dolor. De hecho, reconocía que incluso a él le costaba asimilar su situación a aquellas alturas. Sin embargo, no podía obviar el hecho de que uno de sus mayores temores se había hecho realidad, y es que hubiese preferido evitar a toda costa que Luffy sufriera por su culpa, pues a fin de cuentas, sabía que el muchacho tenía un corazón frágil.
— Vamos, o llegarás tarde— añadió el rubio, sacándolo de su ensimismamiento—. No querrás hacerla esperar...
— No, por favor..., ¿qué sería de mí si también me tachase de impuntual?— bromeó con una sonrisa sincera desfilándole por el rostro.
Sabo dejó escapar una risita casi infantil. Adoraba ver a Ace más recompuesto y animado. Lo ayudó a bajar los escalones hasta la primera planta mientras también cargaba con la mochila de Burbujas, acompañándolo lentamente a cada paso por la escalera, pero respetando su espacio y dejando que fuera él quien se ayudase de la barandilla. Law le había advertido que la quimioterapia pronunciaría más el cansancio de Ace, pero que eso no significaba que el pecoso no tuviera que hacer pequeños esfuerzos de vez en cuando, y para Ace, subir y bajar aquellos dieciséis peldaños se había convertido en todo un reto.
— Aquí tienes— canturreó Sabo una vez estuvieron en el recibidor, haciéndole entrega de las llaves del Audi—. Ni un arañazo, ¿entendido?
— ¿Con quién te crees que estás hablando?— gruñó Ace al tiempo que las tomaba con un gesto desdeñoso.
— No fue a mí a quien detuvieron por conducir con exceso de velocidad...
— En mi defensa, diré que me estaba cagando y no iba a hacerlo en la calle— declaró el moreno, rodando los ojos—. ¿Dónde está la silla?
— En el mismo sitio que la dejaste.
— ¿En el maletero?
— Justo— asintió el rubio. Entonces sus ojos se desviaron hacia la mochila que Ace se estaba cargando a la espalda —. ¿Quieres que te acompañe al coche?
Ace negó con la cabeza sin perder la sonrisa y se despidió de su hermano con un gesto de muñeca antes de abrir la puerta y salir a la calle, encogiéndose en la calidez de su abrigo negro cuando una fresca brisa le acarició la piel, desordenándole el pelo. El Audi de Sabo estaba aparcado frente a la casa, y tanto el techo como el capó estaban cubiertos por una fina capa de hielo y nieve que el pecoso tuvo que retirar de los cristales antes de entrar en el coche.
Lo primero que hizo tras dejar a Burbujas en el asiento del copiloto, fue poner la calefacción a toda pastilla entre maldiciones: no entendía cómo Sabo podía dejar el coche en la calle sabiendo el frío que hacía en aquella época del año.
— Tiene unos huevos que se los pisa...— gruñó el pecoso mientras se frotaba las manos para entrar en calor.
Puso en marcha el motor y se decantó por reproducir una de las muchas canciones que tenía en su móvil: "All I have to do is dream", de los Everly Brothers. Una melodía que no tardó en acompañar con su voz entre sonrisas cargadas de esperanza, mientras sus pensamientos iban dirigidos a la protagonista de la letra: ella.
____ volvió a consultar la hora en la pantalla de su móvil por quinta vez consecutiva, como si los minutos fuesen a pasar más rápidos solo por el hecho de sentirse como un manojo de nervios y expectación.
Hacía aproximadamente una hora y media que había terminado de vestirse y recogerse la melena en un moño alto, dejando que parte del flequillo le cayese a ambos lados del rostro. Su madre le había ajustado una horquilla en forma de flor blanca al coletero, y lo cierto es que la joven había agradecido el detalle tras comprobar que era parecida al diseño de su vestido: blanco y de tirantes, con pequeños adornos florales hechos de tela que le cubrían los tirantes, el escote corazón y el pecho. Como era un desastre llevando tacones, la señora ____ le había aconsejado ponerse unas bailarinas a juego, pero para sorpresa de su madre, la joven había decido arriesgarse con unos zapatos que Nami se había animado a prestarle.
Parecía una princesa sacada de esas películas que protagonizaba Anne Hathaway, y aunque nunca se había preocupado demasiado por cómo la viese la gente, lo cierto es que estaba deseando saber qué cara pondría Ace cuando la tuviera delante.
No obstante, el pecoso se estaba retrasando demasiado. Incluso para tratarse de un grosero como él, ____ sabía que Portgas D Ace no estaba interesado en quedar como un impuntual a sus ojos, era algo que su orgullo no podía permitirle.
Su mirada volvió a posarse una última vez en la pantalla de su móvil: las 18:42. Definitivamente, el pecoso se estaba demorando. Se encontró con la voz del contestador de su teléfono cuando intentó llamarlo, y como si no estuviera ya lo suficientemente nerviosa, un estruendoso portazo provocado por una ráfaga de aire la hizo sobresaltarse.
Su madre habría dejado otra vez alguna ventana abierta y habría corriente.
____ bajó las escaleras que conducían a la planta principal y se sorprendió un tanto cuando encontró la puerta de la entrada abierta de par en par, dejando que el viento y algo de nieve entrasen en casa. No le sorprendía que hubiera semejante corriente.
— ¡Mamá, has vuelto a dejarte la puerta abierta!— exclamó, suponiendo que la señora ____ debía de encontrarse en la cocina.
No obstante, la joven se desconcertó un tanto cuando al acercarse a la puerta para cerrarla, reconoció el coche de Sabo estacionado junto a la acera y a una señora de mediana edad hablándole al conductor desde la calle, en zapatillas y un llamativo delantal. Sin lugar a dudas, aquella era su madre.
No podía escuchar de qué estaban hablando, pero desde luego, la persona que se encontraba dentro del coche parecía bastante tensa, y es que, efectivamente, nadie había preparado a Portgas D Ace para una situación como aquella. ¿Quién hubiera imaginado que la señora ____ lo estaría esperando en la calle de brazos cruzados para dejar claro entre ellos un par de asuntos?
Ace asentía con la cabeza sin apartar los ojos de la matrícula del coche de enfrente, sujetándose al volante con ambas manos y tensando la mandíbula. Si no estuviera hablando con una persona, casi se hubiera aventurado a reconocer que sentía miedo, y es que no era para menos.
La señora ____ era una mujer imponente a pesar de su apariencia campechana. Un torbellino encerrado en un vaso de cristal capaz de arrasar con todo a su paso por proteger lo que más le importaba. Y efectivamente, la mujer entendía perfectamente que si pretendía confiarle a su hija, debía asegurarse de que el mayor de los D era consciente y responsable de la situación.
— Porque ella es demasiado alegre como para abrir los ojos en ciertas situaciones, pero yo no dudaré en ir a buscarte. Y como lo haga, voy a encontrarte y después, voy a matarte, ¿queda claro?— insistió la madre con voz tranquila, un tono que no casaba en lo más mínimo con sus palabras.
— Sí— se apresuró a responder Ace mientras asentía enérgicamente con la cabeza, paretando los labios y encogiéndose un poco en su asiento.
La señora ____ arqueó una ceja.
— ¿Sí, qué?
— ¡Sí, señora!
La mujer asintió con una sonrisa satisfecha y se separó de la ventanilla, dando por finalizada la conversación. Sonrió cuando escuchó unos pasos a su espalda, tanteando con cuidado la superficie de la nieve.
— ¡Oh, estás preciosa, cariño!— la felicitó su madre cuando se volvió para observarla de arriba abajo.
La muchacha sonrió y se colocó un mechón rebelde del flequillo tras la oreja, encogiéndose en la calidez de un abrigo coral.
— Bueno, chicos, yo vuelvo a casa. No quiero que se me queme la cena. A las una como muy tarde, ____.
La joven hizo un amago de replicar, pero se obligó a guardar silencio cuando Ace respondió por ella:
— Sí, señora.
La mujer sonrió brevemente y se despidió de ellos con la mano.
— ¡Pasadlo bien, chicos!— canturreó antes de cerrar la puerta.
____ rodeó el BMW para dejarae caer en el asiento del copiloto y ocultó una sonrisa divertida de los ojos de Ace cuando comprendió por qué el pecoso estaba tan tenso.
— ¿"Sí, señora"?— bromeó con una sonrisa ladina, jocosa.
Ace hizo un mohín, el bochorno evidente en sus mejillas.
— Cállate...— se limitó a responder con un hilo de voz al tiempo que ponía en marcha el motor del vehículo.
____ dejó escapar una risita que acabó despertando una tierna sonrisa en el rostro del muchacho, una de las maravillas que solo la chica era capaz de lograr y por la que seguiría luchando por ella hasta el final.
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