CAPÍTULO 22
<< Porque todas las chicas son guapas, pero solo hay una en mi mente >>
CODY SIMPSON
El brillo que iluminaba la mirada del pecoso se extinguió tras escuchar las palabras de Marco con la misma eficacia con la que un niño apaga las velas de una tarta, y la expresión de Ace se volvió hostil y seca, como si la insinuación del rubio lo hubiera insultado.
-- Me alegra que saques el tema -- respondió él con toda la inexpresividad de la que fue capaz --, porque estoy cansado de esconderme tras una puñetera máscara.
Marco frunció el ceño y tensó la mandíbula.
-- ¿Se puede saber qué coño haces? -- exigió saber una respuesta.
-- No, Marco, la pregunta es qué coño estás haciendo tú con tu novia -- le espetó Ace en voz baja, molesto.
El rubio arqueó las cejas: definitivamente, aunque se había esperado una reacción hosca por parte del pecoso, jamás hubiera imaginado que Ace saltaría a la ofensiva.
-- Te dije que te ayudaría en todo lo que necesitases, pero te estás pasando de capullo y yo no pienso cargar con muertos -- explicó el moreno --. Es guapa, inteligente, graciosa y está tan colada por ti que le tiemblan las piernas cada vez que te tiene delante. ¡Joder, Marco!
Ace se pasó ambas manos por el pelo, impotente.
-- Es ella la que no responde a mis llamadas -- replicó Marco.
-- ¿Te crees que ella no se muere por perdonarte todas las gilipolleces que has hecho? -- gruñó Ace --. Eres su principal calentamiento de cabeza.
-- ¿Eso te ha dicho? -- rió el rubio.
Ace rodó los ojos y tuvo que hacer un acopio de fuerza de voluntad para no descargar un puñetazo sobre su amigo.
-- A diferencia de ti, ella no va quejándose de gilipolleces.
-- ¿Eso es lo que piensas? ¿Que lo mío son gilipolleces?
-- Te recuerdo que hubo una época en la que estuviste muy impertinente porque te molestaba que ella no te hablara después de que te emborrachases en mi casa, te ligases a tres tías y la manoseases delante de todo el mundo -- le espetó Ace --. Y te recuerdo también que no hiciste una puta mierda para resolver las cosas, sino que fui yo quien tuvo que hablar con ella.
-- ¿Y quién coño te mandó hacerlo? -- gruñó Marco --. Sabes perfectamente que solo te pido consejo y que no me gusta que te metas en mis asuntos.
-- Pues es gracias a mí, y no a los consejos que te di y que nunca seguiste, la razón por la que ella volvió a hablar contigo -- se cruzó de brazos --. Y quizás dentro de una semana me vengas llorando porque te está haciendo el mismo caso que le haces tú.
-- Lleva cuidado con lo que dices, Ace -- le advirtió el rubio, fulminándolo con la mirada --; me preocupo por ella.
-- No. Te estás preocupando ahora que ha dejado de hablar contigo y de molestarse en fingir que está bien cuando estáis juntos -- declaró el pecoso --. Así que no sé, Marco, dímelo tú: ¿qué coño crees que estoy haciendo con tu novia?
El rubio se mordió los carrillos y no pudo evitar sentir un brote de culpabilidad arañándole el pecho, ¿pero qué podía hacer él por cambiar eso? ¿Y quién coño era Ace para darle lecciones? Hasta no hacía mucho, era el pecoso quien lo animaba a hacer lo que le diera la gana. Su relación con ____ había durado más de lo que jamás hubiera esperado y estaba conforme con ello; había querido dar el paso desde que la conoció y debía reconocer que aquel tipo de relación era un mundo nuevo para él. Pero también se estaba esforzando por hacer las cosas bien. ¿Y ahora venía Ace para decirle que se dejara de gilipolleces?
-- Ace -- dijo con una sensación extraña en la boca, como si hablar del tema lo enfermara --, ¿por qué no estás siendo sincero conmigo?
Aquella pregunta pilló al pecoso totalmente desprevenido. Ni siquiera él había pensado en ello, pero Marco tenía razón: había vuelto a esconderse tras una máscara para proteger los sentimientos de su amigo, incluso los suyos. Miró a Marco a los ojos y sintió que la expresión taciturna del rubio lo atravesaba; por primera vez en mucho tiempo, Marco le estaba pidiendo que fuera sincero con él y consigo mismo. ¿Qué era lo que realmente quería?
-- Lo que te he dicho no ha sido una escusa -- murmuró él al tiempo que apartaba los ojos --. De hecho, la he traído aquí porque quería que te viera jugar. Sobretodo que entendiera que tus motivos para no quedar con ella no han sido en vano.
Marco se pasó el balón de una mano a otra, meditando las palabras de Ace.
-- ¿Pero...?
-- Pero... -- siguió el pecoso con una sonrisa --, hay más razones que me impulsan a hacer estas cosas -- y tras reunir algo de valor, Ace lo miró a los ojos --. Eres mi amigo, Marco, y te respeto. Esa es la única razón por la que aún no la he besado.
Ace fue consciente de cómo Marco tensaba los músculos, pero agradeció que el rubio no hiciera ningún comentario al respecto y lo dejara continuar.
-- Fue como un flechazo, ¿sabes? Por aquel entonces ni siquiera sabía que estaba saliendo contigo -- siguió Ace al tiempo que se rascaba la nuca --. Al principio pensaba que era cosa de las pastillas nuevas, pero mi teoría se fue a la mierda cuando...
-- Ace, ya... -- suspiró Marco --, es suficiente.
-- Marco...
-- Escúchame, Ace -- y lo miró a los ojos --. No voy a obligarte a que no te enamores, porque la experiencia me ha hecho ver que es imposible. No voy a hacer teatro porque te guste mi novia, ni voy a dejar de ser tu amigo. Tampoco te voy a pedir que te alejes de ella ni pienso comentarle nada de esta conversación. Eres libre de hacer lo que te dé la gana y eso lo sabes mejor que nadie.
Ace sintió un inexplicable vacío en el pecho. Se suponía que aquellas palabras deberían haberlo animado, sin embargo, las declaraciones de Marco surtieron el efecto contrario. Ace hubiera entendido perfectamente que su amigo se hubiera enfadado con él, que lo hubiera mandado a la mierda y que hubiera hecho todo lo que dijo que no haría; no obstante, no entendía la postura de Marco. ¿Por qué no le metía un puñetazo allí mismo como hubiera hecho hace un par de años?
Marco, por su lado, se encogió de hombros y en su rostro apareció la sombra de una sonrisa nostálgica. Dejó escapar un profundo suspiro y comenzó a andar hacia los vestuarios.
-- Respeto tus sentimientos, Ace -- dijo de espaldas a él --. Pero no me creo que tú respetes los míos. De ser así, no te hubieras molestado en tener esta conversación conmigo. Solo quería que supieras eso.
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____ se estrujó los dedos y y decidió distraerse observando las vistas que habían al otro lado de la ventanilla. Ella y Ace llevaban ya un rato en el coche y el pecoso no había pronunciado ni una palabra; ni siquiera se había molestado en poner música. La chica estaba segura de que Marco y él habían hablado de algo, pero cuando Ace por fin se había acercado a ella para decirle que se marchaban, no había respondido a ninguna de las preguntas de la muchacha.
-- ¿Te apetece cenar? -- la voz del pecoso rompió con el silencio que los envolvía, sobresaltándola.
____ se lo quedó mirando: tenía la mandíbula tensa, los nudillos blancos de apretar tanto el volante y la mirada fulminante clavada en la carretera.
-- ¿Te apetece cenar? ¿Sí o no? -- gruñó el pecoso.
-- N-No.
-- ¿A dónde quieres ir?
____ se mordió el labio inferior y volvió a reflexionar sobre el austero comportamiento de Ace. Estaba segura de que él y Marco habían discutido por algo, pero no tenía ni idea de qué podría haberlos enfadado tanto. Ni siquiera estaba convencida de que Marco se lo contara cuando ella llegase a casa y se lo preguntara. Sin embargo, una parte de ella pensaba que el insoportable comportamiento de Ace era un mecanismo de autodefensa para evitar que ____ lo atormentase a preguntas.
-- Llévame a cualquier parte, pero no me dejes en casa -- declaró ella, decidida a estar a su lado hata que Ace se sintiese más calmado.
Su respuesta sorprendió al pecoso, quien separó un poco los labios y espió a la joven por el rabillo del ojo. Sonrió levemente y decidió añadir esas palabras a su lista de frases favoritas.
-- De acuerdo... -- murmuró Ace --. Yo tampoco quiero volver a casa.
La joven lo miró y observó que su expresión ya no irradiaba furia, sino tristeza y melancolía. ¿En qué podría estar pensando? De repente se sintió mal por él: desde que lo conocía, siempre había visto al pecoso arrastrar un aura de tristeza en la que nadie más parecía haberse fijado; ni siquiera Luffy. ____ había aprendido que Ace era una persona con sus propios secretos, y que los escondía de la gente sacrificando su propia felicidad. ¿O a caso aquella no era la razón por la que lo había visto llorar tantas veces?
La muchacha entristeció la mirada y apoyó una mano sobre la pierna del pecoso por acto reflejo, como si aquel gesto pudiera acabar con todas las pesadillas de Ace. Él, por su parte, arqueó las cejas, sorprendido, y sintió cómo se le tensaban los músculos bajo el cariñoso tacto de la chica.
-- Oye..., no me metas mano mientras conduzco -- bromeó él.
____ sintió que un inevitable abochorno le asaltaba las mejillas, y se apresuró a apartar la mano, avergonzada.
-- L-Lo siento... yo n-no... -- pero Ace la interrumpió cuando colocó una mano sobre su cabeza para alborotarle el pelo.
-- Qué tonta eres... -- rió, risueño.
Y ahí estaba de nuevo aquella sonrisa momentánea que tanto embaucaba a ____. Desde que conocía a Ace, no había encontrado a nadie que pudiera hacerlo sonreír de aquella forma. De hecho, aquel gesto recordaba a ____ el breve resplandor de una estrella fugaz en el cielo, y es que Ace no acostumbraba a sonreír demasiado tiempo; la curva que trazaban sus labios solo aparecía en un momento específico en un día en específico, y por eso aquella sonrisa era tan importante para ____.
-- ¿En qué piensas? -- preguntó Ace.
-- En nada, ¿por qué?
-- Estás sonriendo...
-- Tú también estás sonriendo -- señaló la joven.
Ace pronunció la curva de sus labios y dejó escapar un suspiro de incredulidad.
-- Sí..., supongo que tengo razones para sonreír.
El resto del trayecto lo hicieron en silencio, disfrutando de la tranquila compañía que podían ofrecerse el uno al otro. ____ pensaba en estrellas fugaces; Ace, en su pequeña cuenta atrás. Eran aproximadamente las diez cuando el coche pasó junto a una señal que indicaba que estaban saliendo de la ciudad, lo que atrajo la curiosidad de la muchacha.
-- Tranquila -- murmuró Ace como respuesta a la expresión sorprendida de ____ --. Dejé los secuestros hace mucho tiempo.
____ dejó escapar una risita.
-- Pero podrías recaer.
-- Supongo -- rió Ace, y su inquietud desapareció un poco --. Quiero enseñarte una cosa.
El coche se desvió de la carretera y comenzó a subir una pendiente que parecía conducir hacia lo alto de una pequeña montaña.
-- Cerca de la cima hay un templo al que la gente solía ir a rezar, pero desde que la sociedad se ha vuelto más escéptica, ya casi nadie viene por aquí -- explicó Ace --. Ahora estos caminos solo los utilizan los turistas que están interesados en la importancia religiosa del templo y esos deportistas frikis del senderismo.
-- ¿Está abandonado? -- inquirió ____, curiosa.
-- Qué va. De hecho, allí vive un viejo que en su tiempo fue sacerdote. Quizás te lo presente algún día.
-- ¿No vamos allí?
Ace negó con la cabeza.
-- No es necesario subir tanto para lo que quiero enseñarte -- sonrió el pecoso --. ¿Conoces el mirador?
-- Sí, Marco me llevó en nuestra primera cita -- sonrió ella.
Ace, por su parte, chasqueó la lengua.
-- ¿Fuisteis por el día o por la noche?
-- De noche, ¿por qué?
-- Porque quizá ya no sea novedad lo que quiero que veas.
Ace detuvo el Audi a un lado del camino, tomó aire, y salió del coche para enfrentarse a la fresca brisa que azotaba la montaña. Se alegró al comprobar que ya no nevaba y que el cielo estaba despejado. ____ lo siguió y sintió que se le helaban los huesos; definitivamente, de haber sabido que irían a un sitio tan fresco, su hubiera abrigado mucho más. Ace sonrió tiernamente cuando la vio encogerse y le pasó un brazo por encima de los hombros para atraerla a su cuerpo y que la joven entrara en calor.
____ se acurrucó bajo el brazo protector del muchacho, y dejó que Ace la condujera hasta el mirador, una pequeña parcela de tierra que sobresalía de la carretera y que contaba con un telescopio de color azul y dos bancos de piedra arropados por un pino alto que estaba cubierto por una fina capa de nieve.
-- ¿Sabes qué hace este sitio tan especial? -- preguntó Ace.
____ no pudo reprimir una pequeña carcajada.
-- Marco me hizo exactamente la misma pregunta -- explicó.
Ace puso los ojos en blanco y maldijo para sus adentros.
-- Olvídate de Marco. ¿Por qué crees que te he traído aquí? ¿Que tiene esto de especial que no tenga un parque de la ciudad?
-- Las vistas -- respondió ____, señalando el desfile de luces que componían los edificios del pueblo, las cuales parecían luciérnagas danzando en la oscuridad.
Ahora era Ace quien se reía.
-- ¿Qué? -- espetó la joven, molesta por la reacción del pecoso.
-- ¿Eso fue lo que te dijo Marco? -- Ace compuso una sonrisa ladina, aliviado.
____ miró a su alrededor; ¿qué tenía de especial aquel lugar a parte de que hacía un frío de cojones? Ace se recreó un poco más en la desconcertación de la chica, y tras unos minutos de silencio, el pecoso alzó un dedo para señalar el cielo.
____ siguió con la mirada la dirección que señalaba Ace, y sus ojos no tardaron en toparse con un firmamento pulcramente estrellado en el que destacaba una estela de color púrpura; parecía que el hijo de algún Dios de una religión politeísta hubiese cogido un lápiz de color y hubiese dibujado aquella magnífica frontera púrpura.
-- Eso es la Vía Láctea -- explicó Ace sin apartar los ojos de ____ --. En verano se ve mucho mejor, pero desde luego, es algo que no se puede apreciar desde la ciudad.
-- Ace, es maravilloso... -- suspiró la joven, asombrada.
El joven sonrió levemente cuando el firmamento se vio reflejado en los ojos de la chica, y sintió que el corazón le taladraba el pecho.
-- Sí..., maravilloso.
Y por primera vez en mucho tiempo, Ace no se sintió víctima de ninguna enfermedad, ni un mal amigo..., ni siquiera notaba la cánula nasal ni el peso de la pequeña botella de oxígeno que guardaba en la mochila de su espalda; solo un joven enamorado que abrazaba a una chica guapa bajo un cielo estrellado. Y si Ace hubiera tenido el poder para sobreponerse a la voluntad de Dios, hubiera detenido el tiempo para vivir aquel momento eternamente: sin preocupaciones, sin responsabilidades, sin pastillas...
-- ¿Sabes qué más puedes hacer aquí que no puedes hacer en la ciudad? -- continuó Ace.
El pecoso se separó de ella para colocarse junto a la valla de madera que lo separaba de una caída mortal, pues bajo el mirador se extendía un pequeño barranco. Ace cerró los dedos en torno a la baranda de madera, cerró los ojos y cogió aire.
-- ¡Que os follen, Piratas de Barbanegra! -- rugió de repente, rompiendo el pacífico silencio que poblaba la montaña, y su eco fue la única respuesta que recibió.
Cuando Ace se giró, se fijó en que la chica se había quedado petrificada, y el pecoso no pudo evitar soltar una carcajada.
-- ¿Qué? Nadie va a escucharte -- declaró al tiempo que señalaba la ciudad con la cabeza --. Y si lo hacen, que se jodan. Ven.
____ dudó antes de aceptar la mano que le ofrecía Ace, y se colocó frente a él. Ace tomó las manos de la joven y las colocó sobre la baranda de madera, pegó su cuerpo al de la muchacha y estudió con ella el panorama que se extendía ante ellos.
-- Este sitio es perfecto para decir lo que verdaderamente piensas -- explicó Ace --. Aquí nadie puede juzgarte. ¿Confías en mí?
____ se apresuró a asentir con la cabeza, y sintió cómo se le aceleraba la respiración cuando notó el cuerpo del pecoso pegado a su espalda.
-- Yo también confió en ti -- sonrió Ace --. ¿Algo que confesar?
A ____ no le llevó mucho tiempo pensar en algo, tomó aire y se asió con fuerza a la baranda.
-- ¡Odio estudiar!
En el rostro de Ace apareció la sombra de una sonrisa.
-- ¡Que le den por culo a las pastillas! -- continuó él.
-- ¡Quiero ver mundo!
-- ¡Quiero columpiarme del Golden Gate!
____ dejó escapar una risita.
-- ¡Adoro esto!
-- ¡Sabo es un sobreprotector!
-- ¡El ZoSan es real!
-- ¡Eso lo sabe todo el mundo! -- aseguró Ace.
_____ soltó una carcajada y la risa de Ace hizo de coro.
-- ¡Gracias por todo, Deuce! -- siguió el pecoso.
-- ¡Búscate novia, Law!
-- ¡Quiero ser el mejor alero de la NBA!
-- ¡Quiero ser la mejor cirujana del mundo!
-- ¡Quiero vivir sin arrepentirme de nada!
-- ¡Quiero escalar el Everest!
-- ¡Te quiero!
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